La Transmisión de la fe en la familia


La Transmisión de la fe en la familia.
¿Qué es la fe y qué debemos entender por la transmisión de la fe?

Punto de arranque

Partir de un punto de vista correcto es tener una buena parte de la solución. Frente a la panorámica que hoy nos ofrece el ejercicio de la fe, cabe preguntarnos sobre el punto de partida. No basta contentarse con transmitir conocimientos de la fe. En ese caso, la escuela católica, la parroquia y la misma familia podrían considerarse satisfechas al transmitir a los más pequeños el tesoro de la fe católica, contenidos en los mandamientos, las oraciones, las prácticas de piedad, poco más o poco menos.

Sin embargo, cuando constatamos que en Europa la sociedad ya no es cristiana y que en otras partes de Occidente la secularización avanza a grandes pasos, amenazando con llegar a una situación semejante a la de Europa, entonces cabe preguntarnos sobre el punto de partida adecuado. Comencemos analizando lo que debe de ser la fe para tomar conciencia de cuál es la tarea que toca realizar a los padres de familia. Sin un conocimiento real de los compromisos que implica la fe, será muy difícil asumir sus consecuencias. Nos detendremos por tanto en este primer aspecto: analizar qué es la fe y qué debemos entender por la transmisión de la fe.

En un segundo momento, debemos hacer una análisis de la realidad que nos circunda, con el fin de vislumbrar una panorámica lo más exacta posible y así, en un tercer momento, sugerir algunas medidas adecuadas, en base al análisis de la realidad, para transmitir la fe. Podría parecer redundante el analizar la situación que nos rodea, sin embargo no lo es. Quien se siente abrumado por los problemas y no sabe de dónde vienen, difícilmente podrá hacerles frente, pues dará simplemente “puñetazos al aire”. Quien analiza las causas, va a fondo de la realidad, entiende la realidad, la raíz de los problemas y puede poner una solución a la medida de dichos problemas, porque ataca la causa, no se queda simplemente en las consecuencias. Utilizaremos por tanto un análisis SWOT (siglas inglesas para fuerzas, debilidades, oportunidades y amenazas) con el fin de conocer a fondo la realidad de la transmisión de la fe.

De esta manera, las medidas a tomar seguirán una lógica, la lógica de la realidad, pues se conformarán a un plan surgido del análisis de la realidad.

No hay que perder de vista que todo este análisis está sujeto al factor humano y como tal no podemos predecir al cien por ciento los resultados. Quien se embarca para trabajar con el hombre, debe tener siempre en cuenta su impredecibilidad. Impredecibilidad que le viene al hombre por estar conformado de una naturaleza humana, dotada de cuerpo y alma. Por el cuerpo le vienen las pasiones, los sentimientos, las emociones que muchas veces nublan su razón y obscurecen su voluntad. Así, quien había planeado con la frialdad de la razón y la objetividad de la voluntad, puede enfrentarse en la realidad con unas pasiones, sentimientos o emociones que amenazan en echar por la borda todo lo planificado. Y, por otra parte, no puede olvidarse de que por el alma le viene la gracia de Dios que no pocas veces queda relegada a un segundo plano, cuando en realidad llega a convertirse en protagonista principal. Cuántos éxitos se han dado en la vida humana cuando se ve sostenida y potenciada por la gracia de Dios. Factor por tanto, que nunca debe darse por descontado al trabajar con el material humano, máxime cuando éste es tan frágil como lo es un hijo.

El adecuado punto de partida

¿Qué es la fe? Muchas y muy variadas respuestas podríamos dar a esta pregunta. Si tomamos la definición del Catecismo de la Iglesia Católica, observamos que en el número 1814 dice: “La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe ‘el hombre se entrega entera y libremente a Dios’ (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios.”

Con esta definición nos damos cuenta que la fe no es simplemente una colección de conocimientos, enseñanzas y rezos que el hijo debe conocer, sino que es ante todo una forma de vida. Aquí radica el verdadero y adecuado punto de partida para la transmisión de la fe. Quien como padre se contenta en pensar que la fe son sólo conocimientos que el hijo de be saber, se reduce la fe a un aspecto cultural o incluso a un dato científico. Consecuencia de esta postura es el pensar que el padre de familia cumple con su cometido procurando que el hijo asista a las lecciones del catecismo y, si es posible y está al alcance de su bolsillo, frecuente una escuela católica. Se contentará con tranquilizar su conciencia enseñando algunas oraciones, jaculatorias y algo más. Pero su influencia en la fe comienza cuando piden el bautismo para sus hijos y termina cuando los hijos hacen la primera comunión.

Estamos hablando por tanto de un proceso que es sólo cognitivo y no vivencial. Si la fe no penetra en la estructura de la sociedad y como consecuencia vivimos en un mundo fuertemente secularizado, se debe a que la persona es la primera en no estar convencida vivencialmente de su fe. Podrá creer en las verdades eternas, en las verdades de fe, pero si esa fe no penetra la vida, si esa fe no se traduce en una fe viva y vivida, la fe es mortecina y se deja sólo para las devociones privadas y la asistencia a las celebraciones religiosas. “A menudo, falta la experiencia de la fe vivida, que exige una relación personal y viva con Jesucristo. Los ritos cristianos se realizan, pero con frecuencia se perciben únicamente en su dimensión cultural.” El adecuado punto de partida se convierte en una experiencia personal más que en una capacidad intelectual. La transmisión de la fe sea realiza por ósmosis, no por una transmisión ordenada de conocimientos. Hablamos entonces de actitudes de vida, que no pueden quedar encerradas en un manual de comportamiento, sino que se engloban en una serie de principios vitales. Hablamos más de experiencias y vivencias que de conocimientos teóricos. Por ello decía Paulo VI en alguna de las sesiones del Concilio Vaticano II, que el mundo escucha más a los testigos que a los maestros.

Los padres de familia en la transmisión de la fe deben ser más testigos que maestros. Si algunos ya han renunciado a su deber de maestros, muchos más son los que lo han hecho a su deber de testigos. “La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad desde un punto de vista cristiano y eclesial.” La madurez de los hijos exige una vivencia de la fe, no sólo un conocimiento de la fe.

Para dar soluciones a esta incapacidad de transmitir vivencialmente la fe, es necesario, como hemos dicho en la introducción, analizar la realidad. Sólo a partir de este análisis sereno, claro y objetivo estaremos en posibilidad de ofrecer soluciones realistas con el fin de que los padres de familia se conviertan en verdaderos transmisores de la fe.

Análisis de la realidad (SWOT)

En la década de los años sesenta, en el Departamento de Investigación de la Universidad de Stanford (USA), Albert Humphrey desarrolló un método para analizar la realidad en el mundo de los negocios. Este método se ha ido extendiendo a otros campos y puede aplicarse incluso al campo familiar. Sin bajar a detalles académicos, que bien pueden consultarse en cualquier bibliografía relativa al tema, bien podemos condensar los conceptos, estableciendo una primera división de la realidad: la realidad interna y la realidad externa. La realidad interna es la reunión de factores que inciden en el concepto a analizar, en este caso la transmisión de la fe, y que está en nuestras manos cambiar. Se divide a su vez en factores positivos, llamados fuerzas y en factores negativos, llamados debilidades. La realidad externa son factores que inciden en la transmisión de la fe, pero que los padres de familia pueden hacer poco o nada por cambiar. Se divide a su vez en oportunidades, si son factores positivos, o en amenazas, si los factores son negativos.

Este análisis de la realidad, hecho con objetividad, nos permitirá tener una panorámica amplia para identificar los factores que más están incidiendo en esta transmisión de la fe y así dar soluciones adecuadas, pues éstas surgirán de la raíz del problema, no de sus consecuencias.

Fuerzas

Es indiscutible la influencia de los padres de familia sobre los hijos, especialmente en los primeros años de vida. Estudios de todo tipo ponen en evidencia el papel fundamental que los padres tienen en la creación de hábitos, en la forma en que el niño o la niña perciben la vida. En resumen, podemos decir que la familia enseña las actitudes fundamentales que el niño tendrá frente a l Vidal Esta tesis no anula los dones personales, la libertad ni la gracia de Dios. La familia, con su influencia puede hacer que los dones personales se desarrollen o se inhiban, según la influencia que el hijo haya recibido de la familia. La libertad siempre existirá para que el hijo, aún a pesar de haber recibido una influencia negativa, pueda seguir adelante, haciendo uso de su voluntad. De la misma manera, a pesar de que el hijo haya recibido una buena influencia en la familia, como tiene la libertad, puede elegir entre usar bien o mal dicha influencia positiva, o sencillamente, no usarla. Y no debemos olvidar que la gracia siempre actúa. Recuerdo el caso del beato Pier Giorgio Frassati, que sin haber recibido una fe en la familia, y mucho menos, unos ejemplos de vivencia en la fe. La gracia de Dios y su libertad, fueron capaces de transformarlo en un paladín de la santidad católica juvenil de principios del siglo XX.

Debilidades

Los ritmos de trabajo que las familias eligen, obligan a pasar mucho tiempo alejados del núcleo familiar. Los encuentros quedan reducido al mínimo indispensable: desayuno, cena y vacaciones, domingos incluidos. No es ya la vida ordinaria la que marca la secuencia familiar. Se aprende a vivir en lo ordinario y el hijo vive lo ordinario en un ambiente fuera del ambiente familiar y que muchas veces es un ambiente que no ayuda a transmitir la fe. Hemos dicho que la transmisión de la fe no consiste en conocimientos, sino en vivencias. Si estas vivencias quedan reducidas a momentos extraordinarios, e incluso, artificiales (como son los domingos, los días festivos o las vacaciones), la transmisión de la fe no encuentra los canales adecuados para expresarse, para verificarse. Qué gran diferencia con la sociedad de antaño cuando la familia se reunía para la comida, para la cena o para pasar la tarde todos juntos, sin la frenética carrera del tiempo.

Otra debilidad es la falta de fe en los padres de familia. No es que los padres de familia se conviertan en no creyentes, ni siquiera en no practicantes. Podemos acuñar un nuevo término y decir que los padres se convierten en católicos secularizados. Son católicos por origen, por bautismos, llegan a realizar ciertas prácticas cultuales y devocionales, pero su fe no informa la vida. Su fe no es un dato vivo, sino un dato almacenado en el pasado y sacado a relucir los días de fiesta o ante circunstancias especiales de la vida, a veces trágica. Será necesario por tanto, si queremos que los padres de familia se conviertan en verdaderos transmisores de la fe, convertir esta debilidad en una fuerza. Si los padres de familia se deciden a vivir y creer de acuerdo a los principios de la fe, su vida quedará empapada de esta realidad. No será el padre de familia que asiste a misa por una parte y por otra actúa como si Cristo no existiese, su vida será una unidad coherente.

Oportunidades

Externamente los factores que ayudan a la vivencia de la transmisión de la fe, son pocos. Podemos señalar los subsidios que algunos agentes de evangelización pueden brindar a las familias: los grupos y asociaciones parroquiales, así como los movimientos, ayudan a que el padre de familia “ejercite” su fe. Si la fe, como hemos dicho, no es simplemente un dato cultural, sino un dato vivencial, los grupos antes mencionados ayudan a que el padre de familia haga de la fe un dato vivo. Estos agentes ayudan a mantener viva la llama de la fe, no por un recuerdo devocional, sino a través de una aplicación práctica y concreta.

Amenazas

Debemos ser sinceros. Son muchas y muy fuertes las amenazas que inciden en los padres de familia, de forma que nos los dejan ser verdaderos transmisores de la fe. Está por ejemplo el hecho de que “numerosas escuelas católicas se ven obligadas a cerrar por falta de medios y personal, mientras que la presencia creciente de profesores sin una auténtica formación y motivación cristiana repercute en un debilitamiento, incluso una desaparición de la transmisión de la fe.”

Obligado en nuestro análisis es mencionar “la misma civilización moderna, no en sí misma, sino porque está demasiado enredada en las realidades humanas, puede dificultar a veces el acceso a Dios.”

Están también los medios de comunicación social que promueven valores antievangélicos. “Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana.”

Y como el hombre no puede dejar de creer, de poner su esperanza en algo concreto, nos enfrentamos también con los nuevos movimientos religiosos, las sectas, los grupos pseudos-religiosos que tratan de dar una respuesta a la sed del infinito que hay en el hombre. Basta mencionar el caso tan extendido en Italia de las sectas satánicas y el profundo atractivo que están ejerciendo sobre los jóvenes.

Por último no debemos de mencionar el relativismo de nuestros tiempos con su secuela de individualismo y subjetivismo. El bien y el mal objetivos no existen, se convierten tan sólo en categorías personales impidiendo por tanto la formación de hábitos y de virtudes. El hijo es dejado al mejor postor. No se busca formar en principios, pues ello equivaldría a imponer el propio punto de vista y, según el relativismo, tanto vale el punto de vista del padre, como el del hijo. NO es así raro ver en nuestros días a padres de familia regirse por los deseos de su hijo de dos o cuatro años.

Pautas para una solución.
De este análisis de la realidad se ve que emergen ya unos datos concretos. Si por un lado el padre de familia no puede enfrentarse directamente a todas las amenazas, cuenta sin embargo con una gran fuerza que es el impacto del ejemplo de la fe en la familia, especialmente en los primeros años.

Podemos entonces establecer nuestro plan de trabajo diciendo que el objetivo será transmitir la fe en familia, mediante el ejemplo de vida, especialmente en los primeros años del hijo, con el fin de fortificar su fe para que sepa enfrentarse a los duros desafíos de una sociedad secularizada, desafíos que se materializan en la falta de escuelas católicas, alejamiento de Dios, vivencia de valores antievangélicos promovidos por los medios de comunicación, sectas y movimientos religiosos no católicos (new, age, sectas satánicas, etc.) y por un relativismo exasperante.

Para llevar a cabo este objetivo deberá proponerse la vivencia de la fe en un tono misionero. NO se trata ya solamente de conocer o vivir la fe, sino, repetimos, de vivir la fe en un tono misionero, es decir en un clima de transmitir los valores del evangelio a la sociedad. Esta transmisión de la fe debe hacerse el tejido de la vida ordinaria, diariamente, de forma que el hijo perciba la fe como el clima ordinario, no como algo extraordinario o reservado a las fiestas, los domingos o las situaciones especiales de la vida.

Enamorarse de Cristo.

Lo primero que deben hacer los padres de familia es enamorarse de Cristo. NO se trata ya de un simple conocimiento, sino de un verdadero enamoramiento. Y esto es así porque nadie da lo que no conoce y nadie conoce lo que no frecuenta. Si el padre de familia quiere transmitir la vida de Cristo, que a esto viene a reducirse la verdadera transmisión de la fe, debe estar enamorado de Cristo para poseerlo y así transmitirlo. Esto significa que debe conformar toda su vida con Cristo. NO de una forma meramente externa, sino sobretodo, desde su interior. El ejemplo que podaos tomar es el de la misma vida matrimonial. La pareja que vive enamorada, vive el uno para el otro. No hay punto de división y de ruptura. Se busca siempre agradar al amado y ahí encuentra su felicidad. Con Cristo sucede lo mismo. El padre de familia que se enamora de Cristo, busca en toda su vida agradar a Cristo hasta lograr hacer de este agrado un estilo de vida, una actitud, un hábito, un estilo de vida, de modo que el hijo lo percibe. “El ejemplo arrastra, las palabras empujan”. El padre de familia se convierte en un transmisor de la fe no tanto por sus palabras, sino por el ejemplo.

Señalar ciertos momentos del día para vivir la fe.

Desgraciadamente no podemos renunciar a las jornadas exhaustivas que nos imponen los tiempos modernos. Aunque si bien cabe siempre una revisión de nuestras actividades, puesto que ellas trasloen nuestras prioridades, es posible impregnar la jornada, por más apretada que sea, de momentos en los que se puede transmitir vivencialmente la fe. Por ejemplo, las comidas. El desayuno, la comida o la cena, señaladas por un acto de la fe, todos los días, es un modo en que el hijo aprende a vivir todos los días la fe.

Otro momento puede decir el despedirse en las mañanas antes de ir a la escuela, la llegada de los hijos de la escuela, o la llegada del papá a casa o la despedida antes de irse a acostar. Pedir la bendición a los padres en esos momentos es una bella tradición que recuerda siempre nuestra dependencia a Dios y enmarca un momento de fe en lo ordinario del día.

Tiempo de calidad.

Buscar los mejores tiempos para los hijos, para hablar y para estar con ellos. No se trata de renunciar al trabajo, pero es posible “crearse huecos” privilegiados para estar con ellos. Nuestra vida ha perdido la fascinación por el estar. Debemos recuperarla y más si a ese estar lo cubrimos de fe,

Apostolado en familia.

La fe se consigue y se acrecienta dándola. Decía el apóstol Santiago “Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe” (Sant. 2, 18.) La fe se aumenta cuando se da a los demás. Todo apostolado es compartir la fe, transmitir la fe. Y si puede ser en familia, tanto mejor. De esta manera el hijo aprende de los padres en forma natural a defender y transmitir su fe, a sentirse orgulloso de ella. Es descender a lo concreto lo que ha vivido en familia.

Rezar en familia

Dedicar un tiempo a la oración y no sólo a la repetición de oraciones, como puede ser el rosario, medio excelente para mantener unida la familia, sino también la oración mental, la oración en donde se cierran los labios para dirigirse con la mente a Dios, para dialogar con Cristo. Los padres de familia pueden ser excelentes maestros de oración de sus hijos, si ellos previamente han experimentado a Cristo en lar oración.

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