La Consagración Religiosa


La Consagración Religiosa

La palabra consagración

La palabra consagración se deriva de verbo consagrar. Y puede tener un doble sentido: activo y pasivo. Expresa tanto la acción de consagrar como el hecho de ser Consagrado. Consagrar, en sentido teológico, es lo mismo que: santificar, divinizar, sacralizar o sacrificar. Todos estos términos implican relacionarse directamente con Dios, ser introducido en la esfera de lo Sagrado absoluto, de lo Divino o de lo Santo, es decir, en el ámbito de la Divinidad.


Consagrar de parte de Dios es: tomar plena posesión, reservarse especialmente, invadir y penetrar con la propia santidad, admitir a la intimidad personal, relacionar profundamente consigo mismo, transformar por dentro, renovar interiormente y, sobre todo, configurar a alguien con Jesucristo, que es el Consagrado.

Por parte del hombre, consagrarse es: entregarse a Dios, dejarse poseer libremente por él, acoger activamente la acción santificadora de Dios, darse a él sin reservas, en respuesta a la previa autodonación de Dios y bajo el impulso de su gracia.

Ningún valor que se entrega a Dios, o del que Dios toma posesión, queda destruido. Al contrario, queda mejorado y ennoblecido, porque se salva en Dios mucho mejor que en sí mismo. Por ejemplo, sacrificar o consagrar a Dios nuestra libertad o nuestro amor, lejos de ser una negación, es una verdadera afirmación de esos mismos valores humanos. Convertir nuestra libertad y nuestro amor en propiedad inmediata y total de Dios es la mejor manera de salvarlos en cuanto amor y en cuanto libertad. Dejarse poseer por Dios es la suprema manera de ser libres y de amar, ya que Dios crea y fortalece nuestra libertad y nuestro amor en la misma medida en que nos dejamos poseer por él.

La consagración supone donación y renuncia, entrega y separación. Recordemos las parábolas del tesoro escondido en el campo y de la perla preciosa (Mt, 13,44-45), que cautivan a quien lo descubre y le mueven a vender todo lo demás para adquirir ese tesoro y esa joya.

Consagrarse a Dios implica renuncia a la propia suficiencia y autonomía, para encontrar en Dios y en la plena y filial dependencia de él, una mayor autonomía, suficiencia y libertad.

La consagración en sentido teológico, implica y es una relación estrictamente personal, de tú a Tú, con Dios. Es sólo aplicable a la persona, porque sólo ella puede relacionarse de manera íntima, entrañable y formal con Dios.

La consagración en sentido teológico, es una real transformación de la persona, una configuración verdadera con Cristo, una santificación. La persona queda referida de manera nueva e intrínseca a Dios, invadida por la santidad de Dios, transida de divinidad, poseída por el mismo Dios y transformada en él, sin que ella pierda su propia individualidad.

La persona consagrada se relaciona de forma inmediata, es decir, sin mediaciones y sin intermediarios, con Dios. Por eso, la consagración religiosa tiene un valor y un sentido teologal y no sólo teológico.


Consagración de Cristo

EL CONSAGRADO. "Jesús mismo es Aquél a quien el Padre consagró y envió en el más alto de los modos (Jn. 10,36). En él se resumen todas las consagraciones de la antigua ley, que simbolizan la suya, y en él está consagrado el nuevo Pueblo de Dios" (EE 6). "Jesús vivió su consagración precisamente como Hijo de Dios: dependiendo del Padre, amándole sobre todas las cosas y entregado por entero a su voluntad" (EE 7). En Cristo se cumple con todo rigor el concepto más estrictamente teológico de consagración. Porque Cristo es Dios hecho hombre, es decir, lo sagrado absoluto (Dios), que asume lo secular y profano (la naturaleza humana) para introducirlo dentro de su propio ámbito divino.

Cristo es el Ungido, es decir, el consagrado, el Mesías. Los tres momentos principales de ésta unción sagrada son: la encarnación, el bautismo y la resurrección gloriosa (Hb. 2,5-13). Toda la creación ha quedado renovada y consagrada por el hecho de la Encarnación. Cristo no se encarna para "secularizarse", sino para consagrar toda su realidad humana, asumiéndola, elevándola, trascendiéndola y sacrificándola. Cristo, vive en sí mismo todo un proceso de consagración que dura toda su vida hasta su muerte y resurrección. Cristo es anonadado (Flp. 2,7-8) y este anonadamiento por el que se sacrifica y se consagra, es por su obediencia, pobreza y virginidad.


La consagración bautismal

Por designio eterno y amoroso del Padre, Cristo vino al mundo para consagrarnos, introduciéndonos en el ámbito más íntimo de lo Sagrado, que es él mismo: comunicándonos su propia filiación divina. Desde siempre, Dios nos pensó y eligió en la Persona de Cristo, por pura iniciativa suya, para que fuéramos de verdad hijos suyos, santos y consagrados en su presencia por el amor (cf. Ef. 1,3-14).

"Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo" (LG 10). El bautismo es una real inserción en Cristo y en su misterio de muerte y de resurrección. Es una verdadera configuración con Cristo en su condición filial y fraterna y, por eso mismo, es una verdadera consagración.

Por el bautismo morimos al pecado y comenzamos a morir a las raíces de pecado que en nosotros quedan, hasta que la muerte de Cristo haya "mortificado" todo lo pecaminoso y haya consagrado todo lo profano. La consagración bautismal supone una presencia activa y permanente de Dios en nosotros, una especie de presencia sacerdotal que nos convierte en ofrenda y en sacrificio, y que nos hace posesión plena de Dios.

Dios, por medio del bautismo, nos hace hijos suyos en el Hijo y, en él, nos hace hermanos de todos los hombres. Es decir, nos consagra realmente, configurándonos con el Consagrado en su filiación divina y mariana y en su fraternidad universal. El proceso bautismal de configuración con Cristo concluirá en nuestra resurrección gloriosa, cuando incluso en nuestra carne se manifieste la gloria de nuestra filiación divina.


La consagración religiosa

"La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la iglesia el admirable desposorio fundado por Dios, que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en culto continuo a Dios en amor" (can. 607,1)


El religioso es el que trata de vivir la consagración bautismal en toda su radicalidad, llevando hasta sus últimas consecuencias las exigencias del bautismo y haciendo fructificar todas las virtualidades en él contenidas. El religioso vive en total disponibilidad, de forma permanente, como estado de vida, encarnándola en la vivencia efectiva de la virginidad, obediencia y pobreza: es decir, en la profesión de los consejos evangélicos, que es un compromiso público y definitivo de conformar la propia vida con Cristo virgen, obediente y pobre.

La "dedicación absoluta al Reino" (ET 3), convertida en estilo de vida y en norma de conducta, esa "donación de sí mismo que abarca la vida entera"(PC 1), ese "vivir únicamente para Dios" (PC 5), es el contenido más hondo de la consagración religiosa y expresa su distinción con la consagración bautismal y al estilo propio de un cristiano.

La consagración religiosa es una consagración de amor, una pasión de amor, con las características propias de amor verdadero convertido en pasión: la totalidad en la entrega, la exclusividad en la persona amada y el desinterés absoluto en servirle. Y al decir que es una consagración total, quiere decir que es perpetua. Don absolutísimo e irrevocable, lo llama Pablo VI (ET 7). Si la persona no se entrega para siempre no se entregaría del todo.

La consagración religiosa es profundamente eclesial. Es un "estado litúrgico", de adoración perpetua, de culto oficial de la Iglesia.

El religioso muere de forma habitual no sólo al pecado, sino también al mundo, a valores humanos positivos, muere a formas y exigencias sociales, a la triple categoría de bienes positivos que son: amor humano compartido (castidad), propiedad y uso independiente de los bienes materiales (pobreza) y la libre programación de la propia vida (obediencia).

Dice Pablo VI a los religiosos: (ET 7) "Por el Reino de los cielos, vosotros habéis consagrado a Dios, con generosidad y sin reservas, las fuerzas de amar, el deseo de poseer y la libre facultad de disponer de vuestra propia vida, que son bienes tan preciosos para el hombre". Los consejos evangélicos expresan y realizan la donación integral e irrevocable de todo nuestro ser personal, de lo que somos y de lo que tenemos y podemos poseer. Es no sólo una oblación, sino un sacrificio que lleva a sus últimas consecuencias la consagración del bautismo y vivir con radicalidad el evangelio y la imitación de Cristo. La consagración religiosa es una entrega total, absoluta e inmediata de amor a Dios. Desde ese momento, todo el ser y la vida del religioso tiene un sentido y lleva un sello de pertenencia a Dios.

Por último, nadie es religioso por propia iniciativa. Es Dios quien llama y quien capacita para responder. En Dios, llamar es dar. La vocación es un verdadero don. Y los dones de Dios, por ser dones de amor, enteramente gratuitos, son dones definitivos, sin posible arrepentimiento por parte del mismo Dios, como nos recuerda san Pablo: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom. 11,29). Llamar para siempre es crear en el llamado una permanente capacidad de respuesta. La fidelidad del hombre consiste en apoyarse en la fidelidad inquebrantable de Dios. Leer más...

La Vida Consagrada


La Vida Consagrada

Todos los católicos estamos llamados al seguimiento de Cristo. Por el bautismo nos hacemos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos vivos del Espíritu Santo. Por lo tanto, la vida de los católicos, si quieren ser fieles y coherentes con su bautismo no puede ser la misma que la de una persona no bautizada. La imitación de Cristo será la tarea fundamental en su vida.

Sin embargo, hay personas que por una invitación especial de Dios, bajo una moción del Espíritu Santo, se proponen seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y procurar que toda su vida esté al servicio del Reino. Esto es lo que se llama en la Iglesia católica, la vida consagrada.

Las personas que asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada viven los así llamados consejos evangélicos por amor al Reino de los cielos. Los consejos evangélicos son la pobreza, la castidad y la obediencia. Se les llama consejos evangélicos porque fueron predicados por Cristo en el evangelio y aparecen como una invitación para seguir más de cerca el camino que Él recorrió en su vida. Si bien todos los católicos estamos llamados a vivir estos tres consejos, la persona consagrada lo hace como una manera de vivir una consagración “más íntima” a Dios, motivado siempre por dar mayor gloria a Dios. La pobreza es el desprendimiento de todo lo creado para utilizarlo de forma que pueda dar mayor gloria a Dios. La castidad es lograr que toda nuestra persona: inteligencia, voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos. Y por último, la obediencia, es el sometimiento de la voluntad propia a la voluntad de Dios, a través de los superiores legítimos, representantes de Cristo para el alma consagrada.

Las personas consagradas a Dios pueden vivir su consagración de muy diversas formas y así vemos como a lo largo de la historia de la Iglesia, desde las primeras comunidades cristianas en el Asia Menor hasta los florecientes centros urbanos de nuestros días, la vida consagrada asume diversidad de formas. Las hay de aquellos que se dedican a la oración y a la contemplación en un lugar apartado de toda civilización. Hay quienes inmersos en el mundo, viven su consagración entre las más diversas actividades de la vida diaria. Todas estas formas de consagración las podemos agrupar en las siguientes divisiones:

• Vida Eremítica
• Vírgenes Consagradas
• Vida Religiosa
• Institutos Seculares
• Sociedades de Vida Apostólica



Podemos decir junto con el Catecismo de la Iglesia Católica, que “el resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, 917).

Cabe aquí hacer una aclaración: las órdenes religiosas masculinas y femeninas como las conocemos forman lo que se llaman Vida religiosa. Es una forma de vida consagrada, pero no quiere decir que sea la única. Quizás es la más extendida y la más floreciente hoy día y por ello se tiende a confundirla como la forma exclusiva dela consagración a Dios.

La división que ha establecido el Catecismo de la Iglesia Católica de las distintas formas de vida consagrada (vida eremítica, vírgenes consagradas vida religiosa, instituto seculares y sociedades de vida apostólica) no implica que no puedan darse nuevas formas de consagración en un futuro. Desde los comienzos de la Iglesia han existido hombres y mujeres que han intentado con la práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo más de cerca. Cada uno a su manera vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas que la Iglesia reconoció y aprobó. Pero este mismo Espíritu puede suscitar en un futuro formas nuevas de consagración. La Iglesia lo sabe y está abierta a estos nuevos carismas. Así lo establece en el canon 605 del Código de Derecho Canónico: “Los obispos se esforzarán siempre en discernir los nuevos dones de vida consagrada confiados por el Espíritu Santo a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está reservada a la Sede Apostólica.”

Por último debemos apuntar que si bien la vida consagrada no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, sin embargo forma parte de la vida y de la santidad de la Iglesia. Leer más...

Consagración a la Virgen


Consagración a la Virgen

Oh María, Madre de Cristo y Madre de los sacerdotes: me consagro a ti abandonando en tus manos de madre toda mi existencia.

Te entrego toda mi alma. Dígnate aceptarla para modelarla según el modelo de tu Hijo Jesucristo, único Sacerdote.

Hago esta consagración con corazón de hijo, con el deseo de pertenecer más enteramente a Dios. Te ofrezco la posesión de mí mismo para que tú adhieras todo mi ser al Señor. Me comprometo al camino de tu Hijo: el del amor que se entrega sin límites, el de la fatiga apostólica y la santidad sacerdotal. Acepto por anticipado todas las renuncias que lleva consigo y prometo, con la gracia de Dios aceptar gustoso todas la exigencias de esta entrega total y gastarme hasta dar la vida por el bien de los hombres .

Madre Santísima, al ofrecerme a ti, te confío todo lo que poseo y todo lo que soy, todo lo que el Señor me ha dado. Custódiame en tu el seno de Madre y en el de la Iglesia.

Te entrego mi inteligencia, para que se llene, como la tuya del misterio de Cristo y sepa dejarse guiar por la Palabra de Dios.

Te entrego mi corazón para que lo transformes a imagen del Corazón del Buen Pastor y lo llenes de celo y un inmenso amor, sincero y generoso, que no se busque nunca a sí mismo y viva la comunión y la fraternidad.

Te entrego mi cuerpo y mis sentidos, para vivir siempre en pureza y con un corazón indiviso y unido a Cristo.

Te entrego mi libertad, para que se libere de la servidumbre del pecado y escoja siempre lo que más agrade a Dios en una obediencia sin reservas a mis superiores y una colaboración leal con mis compañeros.

Te entrego mis deseos y mis esperanzas, para que, fijos enteramente en el Señor, sean colmados en plenitud.

Te entrego mis penas y mis alegrías, para que sean transformadas en la pena y la alegría del Redentor. Dame tener los mismo sentimientos de Cristo Jesús y que solo me consuele en sus consuelos.

Te entrego mi vocación. Cuida de ella y acompáñame en toda mi formación y mi ministerio.

¡Se tú la Reina de mi vida, gobierna todo lo mío para que todo sea del Señor!. Amén.


¡Nuestra Señora de los Apóstoles, ruega por nosotros!

¡Reina de los seminaristas y sacerdotes, ruega por nosotros Leer más...

Infidelidad conyugal ¿puede evitarse?


Infidelidad conyugal ¿puede evitarse?

Hay que reconocer que la infidelidad matrimonial es uno de los dramas conyugales más graves (aunque no el único) que afectan, en nuestro tiempo, a la institución matrimonial. La infidelidad dentro del marco del matrimonio se denomina “adulterio”, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “El adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el deseo del adulterio”. [n. 2380]

El adulterio es un pecado grave que transgrede la ley natural y la ley divina: “El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento prohiben absolutamente el adulterio. Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la imagen del pecado de idolatría. El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres”[n. 2380-2381].

A pesar de ello se está constituyendo en una de las muchas plagas que azotan nuestra desasosegada cultura. Algunos datos estadísticos, que hay que tomar con pinzas, arrojan cifras estremecedoras: el diario La Nación, en su edición del 19 de marzo de 1997, bajo el título “Adulterio: nuevo furor sobre un viejo pecado”, cita el estudio realizado por Shere Hite utilizando un cuestionario impreso en “Penthouse y otras revistas para adultos” (es decir, una encuesta realizada entre un público libertino); en este estudio el 66% de los hombres y el 54% de las mujeres de Estados Unidos consultados, afirmaban haber tenido al menos una aventura adulterina. Se cita también el sondeo –hecho con técnicas de muestreo más confiables– de NORC (año 1994, también en Estados Unidos); éste señalaba una praxis del adulterio en el 21,2% de los hombres y en el 11% de las mujeres.

Sean cuales sean los datos reales, la situación es una lógica consecuencia del brete cultural en que nos encontramos metidos. Entre las muchas causas quiero destacar dos:

La primera es la mentalidad divorcista que ha sumergido la institución matrimonial, en una crisis agudísima que amenaza con sofocarlo. La experiencia de 12 años de divorcio en Argentina es elocuente: el divorcio ha engendrado más divorcios y separaciones, menos matrimonios, más concubinatos, menos hijos por matrimonio, más hijos fuera del matrimonio (un estudio del INDEC establecía que en 1995 el 45% de los argentinos nacieron fuera del matrimonio) y envejecimiento poblacional. La situación de los divorciados vueltos a casar, aunque sea dolorosa y pastoralmente merezcan un cuidado singular por parte de la Iglesia[Familiaris consortio, n. 84], es, sin embargo, una situación de adulterio; el hecho de que el fenómeno se extienda cada vez más debe preocuparnos seriamente.

La segunda causa debemos buscarla en la incomprensión –por parte de muchos católicos incluso teólogos y pastores– de la enseñanza de la Humanae vitae sobre el acto conyugal. Muy sabio fue Pablo VI al defender la indisolubilidad de los dos significados o dimensiones del acto conyugal [Humanae vitae, 12]. Éste, por su íntima naturaleza, es al mismo tiempo unitivo y procreador. Mantener la unidad de ambos aspectos es condición esencial para respetar la “totalidad” de la entrega matrimonial. El matrimonio es “uno con una para siempre”, para “darse totalmente cada vez que se entregan en su relación conyugal”. El no comprender este segundo elemento puede conducir a la postre a no entender el sentido del primero. El robarle un significado al acto conyugal, como ocurre en el fenómeno de la anticoncepción (en la que se le despoja voluntariamente del valor procreador), implica una donación mezquina, un amor a medias, un regalo truncado. Quien se acostumbra a este modo (parcial) de darse, puede terminar por preguntarse qué mal hay en reservarse parte de sus sentimientos para compartir con alguien distinto de su cónyuge legítimo. Esto no es una cosa nueva.

El mismo Pablo VI advirtió en la Humanae vitae que el uso generalizado de anticonceptivos conduciría a “la infidelidad conyugal y a la generalizada degradación de la moralidad”, y asimismo que el hombre perdería el respeto hacia la mujer y “ya no le importaría su equilibrio físico y psicológico”, hasta el punto en que él la consideraría “como un mero instrumento de disfrute egoísta, y ya no como su respetada y amada compañera”[Humanae vitae, 18]; lo único que cabe agregar es que el mismo fenómeno se da hoy en muchas mujeres respecto de sus esposos. La mentalidad hedonista, con su conceptos tergiversados del sexo seguro, de las relaciones prematrimoniales, de los matrimonios a prueba, con su desprecio de la virginidad, etc., propagados con la complicidad de los medios masivos de información y de auténticas “multinacionales” del sexo, han extendido inquietantemente este modo ponderar el amor y la sexualidad.

¿Qué hacer para remontar este clima de infidelidad? En general, lo que está a nuestro alcance, es el preparar a los futuros esposos para vivir la fidelidad en todas sus dimensiones, y predicar eso mismo a los hombres y mujeres en general, especialmente a los ya casados.

El verdadero amor exige espontáneamente la exclusividad. El universo del amor tiene dos polos; el amor verdadero tiene como característica la “suficiencia intrínseca”, es decir, que los que se aman no necesiten de nadie más. Si necesitan de “alguien” de afuera para dar plenitud a su corazón, lo que está fallando es el amor.

Pero no solamente el amor exige la fidelidad, sino que la fidelidad “protege” al amor. Todo esfuerzo por ser fiel, especialmente en los momentos de tentación fuerte, repercuten aumentando, purificando y transformando el amor de los esposos.

Normalmente a la infidelidad –en el sentido de “engaño” del cónyuge con otro amante– es algo que sucede porque se entiende la fidelidad conyugal en un sentido restrictivo. La verdadera fidelidad implica tres dimensiones: es la fidelidad cordial, mental y carnal. Lamentablemente, muchos la identifican exclusivamente con esta última; y esta última, sola –sin las otras– no puede mantenerse en pie.

1) Fidelidad cordial, del corazón, quiere decir reservar el corazón para el cónyuge, y renovar constantemente la entrega que se le ha hecho la vez primera en que se declaró su amor. Dice Gustave Thibon: “La verdadera fidelidad consiste en hacer renacer a cada instante lo que nació una vez: estas pobres semillas de eternidad depositadas por Dios en el tiempo, que la infidelidad rechaza y la falsa fidelidad momifica”. Charbonneau añade: “el marido que deja dormir su corazón ya es infiel”. Fidelidad implica, por tanto:

–como dimensión positiva: reiterar la entrega del corazón; los esposos están obligados, en virtud de amor, a ser afectivos entre sí; demostrarse el cariño. Flor que no se riega se marchita; corazón que no ese alimentado, busca comida en otros platos.

–como dimensión negativa: evitar todo trato imprudente con personas de otro sexo. Entiendo por trato imprudente aquellas manifestaciones de afecto (a veces puramente a nivel de amistad) que pueden empezar a ablandar el corazón. La persona con quien no se convive, la que es tratada sólo esporádicamente, siempre revela menos defectos que aquella que comparte el propio hogar... Y... el prado del vecino siempre parece más verde... por el solo hecho de mirarlo de lejos. Así, de los tratos reblandecidos (lo que no quiere decir que todos debemos ser corteses y cordiales con el prójimo) pueden ser inicio de enamoramientos.

2) Fidelidad mental: no sólo es adulterio e infidelidad el contacto carnal con la persona ajena al matrimonio, sino también el pensar en ella y desearla. La fidelidad exige castidad de pensamientos, memoria y deseos. El que maquina, imagina, sueña despierto, “aventuras”, aunque no tenga intención de vivirlas en la realidad, ya es infiel, y esto prepara el terreno para la infidelidad en los hechos. En este sentido, difícilmente guardará la fidelidad conyugal quien mira o lee revistas o películas pornográficas, o con algún contenido pornográfico; quien no cuida la vista ante otras mujeres u hombres; quien asiste o frecuenta ambientes donde no se tiene el mínimo pudor en el vestir o en el hablar. La castidad exige, para poder ser vivida, un “ambiente casto”. Esto no es puritanismo; esto es simplemente lo “normal”, lo adecuado a la norma. Considero que la falta de seriedad en esta dimensión es causa principal de las infidelidades matrimoniales, y no se puede poner remedio a este problema si no se empieza por cortar con el caldo de cultivo de toda infidelidad que es la falta de castidad en las miradas, en el pensamiento y en el deseo.

3) Fidelidad carnal: es bastante claro y evidente por sí. La infidelidad carnal es siempre una profanación del cónyuge inocente, porque el matrimonio ha hecho de ellos una sola carne (Mt 19,5); al entregarse uno de ellos a una persona ajena al matrimonio, ensucia y rebaja la persona el cónyuge.

Finalmente, hay que tener siempre en cuenta que la fidelidad es una gracia; como tal, los esposos deben pedirla, es decir, rezar pidiendo a Dios no faltar nunca a la palabra dada en el matrimonio. Especialmente quienes se encuentran en situaciones más difíciles, ya sea por el ambiente en que viven o por hábitos desordenados largo tiempo consentido, deben recordar que la Iglesia nos enseña a orar con San Agustín: Da quod iubes et iube quod vis (da lo que mandas y manda lo que quieras). El Concilio de Trento completó esta afirmación con una expresión magnífica: “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas” Leer más...

¿La infidelidad tiene solución?


¿La infidelidad tiene solución?

Carta a Eliana

Querida Eliana, ya estoy contigo, que lo prometido es deuda. Me siento bien, eres una buena compañía. Percibo tu bondad. Otra cosa, querida amiga, es que sepa responder con tino a lo que me preguntas. Tal vez me pidas demasiado. Me gustaría estar ahí, contigo, para conversar despacio y mirarte a los ojos. Algo que para mí es fundamental. Pero... no puede ser.

¿La infidelidad tiene solución?, me preguntas. Y yo te respondo: ¿qué no tiene solución en la vida? Suele decirse que menos la muerte todo puede arreglarse. Con razón. Más para el cristiano, que en su diaria lucha por ir identificándose con Cristo, percibe la real magnitud de la gracia en cada uno de sus actos. Piensa en el día en el que estás leyendo esta carta. Desde que te has levantado, ¿en cuántas ocasiones has dejado de ser fiel al amor de Dios -en detalles pequeños sin duda-, notando en lo más hondo de tu alma el milagro que supone Su constante perdón?

¿La infidelidad tiene solución? Para un cristiano siempre. Definitiva y contundentemente. Porque tenemos ante nosotros el ejemplo de Cristo. Basta con leer el Evangelio. Mejor dicho, vivirlo. Acuérdate del hijo pródigo, de las prostitutas, de la adúltera, del setenta veces siete. Siempre el perdón. Jesús se ponía en el lugar del otro, amaba esa alma como si fuera la única de la creación.

¿No crees que deberíamos actuar en consecuencia? Con paciencia, con mucha oración, con una fe profunda en la Providencia de Dios, y tragándonos el dolor o la rabia. Sí, ya sé que somos de carne, y que hay cosas que parecen imposibles de arreglar. Eliana: “parecen”. Pero el matrimonio es cosa de tres: mujer, hombre… y Dios. Un Dios que perdona siempre y que resucita en la sonrisa de aquellos que están dispuestos a sacrificar su orgullo por un bien mucho mayor.

¿Es posible reestablecer el matrimonio cuando todo se ha perdido y piensas que se ha terminado el amor? Depende de las circunstancias por supuesto. Igual que dos no riñen si uno no quiere, también es cierto que dos no se arreglan si uno no quiere. Pero hay muchos casos de parejas en el que el ejemplo cristiano de una de las partes -con piedad, fortaleza, mansedumbre y alegría- ha logrado por fin atraer al redil familiar al díscolo marido o a la vulnerable esposa. Recuerdo ahora el caso de una mujer excepcional que me comentaba: “cuanto más me engaña mi marido más le quiero yo”. Y se salió con la suya, recomponiendo un hogar que se creía perdido. Con tozudez cristiana, con pillería y con una vida interior a prueba de bomba.

Debemos tener siempre presente que el amor humano es reflejo del amor divino, que Cristo fue testigo de nuestro matrimonio. Para un cristiano nada, absolutamente nada, es imposible. Puede haberse esfumado la confianza o lo que se quiera, pero si uno de los dos está dispuesto a luchar -junto a Dios- por sacar a flote la relación y la familia, no me cabe duda que se obrará el milagro. Aunque la casuística y las estadísticas parezcan estar en nuestra contra. Leer más...

Cura para la infidelidad


Cura para la infidelidad

Un Derecho Humano Ausente: La Fidelidad

Los derechos individuales parecen haberse convertido en ley suprema de nuestra sociedad para los tiempos modernos. La incesante búsqueda de nuevos derechos y una continua preocupación social por su cumplimiento, parece mostrarlos como a una condición indispensable para alcanzar un mayor bienestar social. Pero la evolución de una conciencia sobre la extensión de la responsabilidad individual parece diminuida frente a tantos derechos, y no es de extrañar que culturalmente a la fidelidad se la hubiera limitado “hasta que el otro no me falle”. En el campo afectivo, tal parece que estamos regresando a los tiempos del “ojo por ojo”.

La infidelidad conyugal, aún cuando es promovida y considerada como esperable y frecuente por muchos de los medios de comunicación actuales, cuando acontece, culturalmente, al mismo tiempo es considerada como una suerte de traición que otorga el derecho a su “víctima”, de reacción y compensaciones. Es comprensible que el dolor y la frustración que sienta el afectado, no pocas veces, le haga aceptar el camino de la ira y el desencanto, acompañado de una sensación de ruptura terminal. En medio de las crecientes y naturales confusiones, intensas emociones y pensamientos apocalípticos invaden la mente, con lo que no tarda en aparecer una alternativa de acción que siempre promete solucionarlo todo, incluso, reiniciar esa soñada vida que ahora se siente perdida, o al menos, desperdiciada: es el divorcio.

Todo tiene su precio

Pero el divorcio siempre ha cobrado su alto precio a quienes lo aceptan como una alternativa de acción en sus vidas, y este costo no toma en cuenta el grado de validez de las justificaciones que pueden impulsarnos a su encuentro. Las causas objetivas no parecen ser ya relevantes frente a los hechos, y la razón se doblega frente a intensas pasiones y emociones sentimentales que piden una compensación para curar nuestra herida “dignidad”. Pero un problema central del divorcio estriba en que usualmente la decisión se origina en sentimientos de ira, revancha, venganza, o en el mejor de los casos, en las frustraciones de una vida indeseada que se desea terminar. O sea, no se origina en sentimientos de amor, en lo único que ayuda a sanar heridas y a construir vidas de una forma perenne y real.

En los momentos de dudas y dolores causados por una infidelidad, tortuosos pensamientos nos persiguen y parecen darnos alcance con persistentes y profundas estocadas emocionales. Atreverse a sopesar nuestros sentimientos, deseos y decisiones, es muy duro, ya que la intuición nos dice que deberemos enfrentar confundidos y heridos a un gran dilema: ¿qué deseamos para nuestra vida futura? Esto significa meditar sobre, ¿qué es lo mejor o lo más justo? Y, ¿para quién? Dos caminos con direcciones diferentes parecen abrirse frente a nosotros ante una situación de infidelidad: Uno, considerado lleno de legítimos derechos, la separación o el divorcio; y el otro, al cual con frecuencia se le da poca importancia porque tendemos a menospreciarlo como si fuera un absurdo: es el camino del amor. Parece absurdo, porque: ¿cómo amar a quién sentimos haber dejado de amar?

Caminante, al andar se hace camino…

Iniciarse por el camino del amor no se logra por la senda de las buenas palabras y buenas intenciones, sino por caminos de acción: por el camino de la revisión de las actitudes y conductas personales expresadas hacia la pareja; de las atenciones que no se dieron oportunamente; de las preocupaciones por ella que no recibió; de esa capacidad no demostrada por atender y escuchar sus diarios problemas; de esas ausentes ayudas simples y cotidianas en las tareas hogareñas más tediosas; de ese tiempo que por diversas razones no dimos; de tantas ocasiones en que nuestra presencia fue ausencia,… El camino del amor se encuentra por la senda de la comprensión, porque cuando se es capaz de enfrentarse a sí mismo/a y de verse tal cual se ha sido, es posible comprender mejor la situación en que se ha envuelto el motivo de nuestro amor perdido. Aceptando que también es posible que uno, a veces sin darse cuenta, pudo haber ayudado en algo a empujar esas decisiones ajenas que ahora todos lamentamos.

La vida moderna nos absorbe y presiona hasta el extremo, y en medio de tantas tensiones no es difícil olvidarse de quienes nos rodean por estar tanto tiempo concentrados en problemas personales, en el propio cansancio, en las frustraciones individuales, pero dando menor importancia u olvidando a las ajenas, olvidando el sentido de lo que es compartir, de lo que es vivir.

Mirándonos

El camino del amor tiene un solo lenguaje, el de la donación. Pero suena casi ridículo hablar de donación hacia quien sentimos que nos ha fallado de alguna forma o quizás traicionado nuestra confianza. Así se siente, pero, ¿será tan así? ¿No ocurrirá que con frecuencia miramos la realidad de una forma demasiado egoísta y egocéntrica, sólo desde nuestro personal punto de vista y sin considerar el del otro? Estamos acostumbrados a mirar de una forma en que fácilmente apreciamos nuestros derechos y rara vez nuestros deberes no cumplidos para con el otro. Escuchamos la voz de nuestros sentimientos con extrema atención, pero siendo en continuas ocasiones como sordos a los intereses y sentimientos del otro. Deseamos ser jueces pero nunca juzgados, ni siquiera por nosotros mismos. Y cuando le damos la espalda al camino del amor, entramos al de la confusión, con lo cual nuestras decisiones se tornan más drásticas y violentas, como si con ello quisiéramos compensar de alguna forma las heridas recibidas con esos dolorosos sentimientos de frustración e impotencia de no poder ya regresar a cambiar ese pasado que hoy vemos como errado y lleno de decisiones inadecuadas, causadas por supuestas presiones, ausencia de información oportuna, descuido, inmadurez,… todas características de una víctima y jamás de un responsable. Una senda que cuando la seguimos muy pronto abre otro camino, el de la autojustificación, con la cual nos llegamos a sentir con pleno derecho a cambiar nuestros hábitos y vida, pero sin considerar a nadie más que a uno mismo y en una situación donde no somos capaces de percibir que ya no sabemos donde está uno mismo ni qué queremos realmente. El desenlace de estas decisiones tan frecuentes es bien conocido en la actualidad.

Una huella que seguir

Amar no es siempre querer, no es desear; ya que amar puede ser actuar para y por el otro, incluso, sin quererlo ni desearlo. Esto es cuestión de naturaleza y no es asunto de gustos, preferencias, religión, ni de lo que uno pueda creer. Es un tema extremadamente delicado, ya que en él nos jugamos parte importante de nuestra felicidad presente y futura. Y es aquí donde debiera estar el eje de nuestros pensamientos para tomar cualquier decisión importante en nuestra vida: Tal o cual decisión ¿me ayudará o no, a ser más feliz? ¿A construir o reconstruir mi vida? ¿A construir o reconstruir otras vidas? Porque, si uno se permite perder el amor por alguien, de seguro puede permitirse perder el amor de cualquier otra persona; y esta podría ser la senda de llegar a perder el amor por uno mismo creyendo defenderlo. El amor verdadero no está condicionado a una suerte de intercambios, ni a las leyes y derechos del mercado, sino a la naturaleza más profunda e íntima de cada persona. La aceptación del amor es algo personal, debe nacer del interior de uno mismo; luego, la creación del amor es algo diferente ya que es la esperada consecuencia de nuestras buenas acciones dirigidas hacia otra persona: Lo primero es nuestra acción en el sentido del amor, y luego de esa acción de donación personal hacia el otro, puede nacer lo que llamamos amor. La acción nace de nosotros, pero el amor no nace de nosotros; por eso hay quienes dicen que su presencia es una prueba más de la existencia y presencia de Dios. El amor es un don, un regalo, porque uno puede crear la acción pero el amor lo recibimos como una consecuencia que no es una condición necesaria. Tal parece que nadie en este mundo puede garantizarlo de forma alguna; no basta quererlo, desearlo ni actuar para obtenerlo, a pesar de lo cual, la sola esperanza de obtenerlo es motivo suficiente para guiar el sentido de nuestras mejores acciones hacia el bien del prójimo.

¿Qué desea quién está herido y se siente destruido? Posiblemente sanar sus heridas y reconstruir lo que hoy está caído. Sí, porque la venganza o la revancha jamás han sanado heridas, sino que abiertas las mantienen. Jamás algo han reconstruido. En cambio, generalmente, ayudan a profundizar las destrucciones ya realizadas.

Hora de recordar

Es tiempo de recordar a un hombre que vivió hace 2000 años y que enfrentó en muchos aspectos a una realidad muy similar desde su personal punto de vista (o aún, mucho peor de la que podríamos imaginar), pero que actuó en la forma más adecuada que un ser humano bajo esta situación lo podría hacer, y finalmente, logró la mayor felicidad durante su compleja vida matrimonial. Con ello permitió que su familia creciera y se desarrollara naturalmente, cambiando en muchos aspectos la historia de la humanidad como él nunca lo llegó a imaginar. El gran ejemplo de sus acciones y decisiones lo hacen una insuperable guía para aquellas madres y padres que están sufriendo al extremo, y que creen ver como una solución a sus problemas, frustraciones y temores, al divorcio, la separación o a la ruptura familiar. Él es un hombre que ha sido tratado extremadamente mal por la historia, respecto de él se han hablado toda clase de insultos y desprecios; posiblemente los mismos que recibirán quienes decidan seguir su ejemplo. Pero fue el más valiente y el mejor padre que este mundo ha logrado y logrará producir. Fue el marido más responsable y el mejor protector de su familia que en este mundo ha nacido. Al mismo tiempo, fue también quien tuvo más derechos y motivos para separarse y alejarse de la vida matrimonial… y no lo hizo. Su nombre es José.

José sufrió muchos de nuestros problemas actuales, las mismas necesidades insatisfechas, los mismos temores y tensiones, los mismos sueños y deseos de dar más de lo que podía a su familia, la misma obligación de trabajar arduamente y muchas veces en condiciones ingratas por obtener el sustento de su familia. Él también tenía amigos con una variedad de vidas y costumbres, también tenía la oportunidad de sentirse que ya había hecho lo suficiente y que era hora de pensar en sí mismo. También en un momento de su vida se sintió traicionado, sorprendido y frustrado al más absoluto extremo… y desde su punto de vista, con motivos reales para ello.

Otra de sus grandes cualidades fue su gran voluntad de mantener prudente silencio cuando las naturales dudas lo invadían todo en su vida; sin hacer comentarios insensatos con otras personas, soportando su silencio, buscó no causar algún daño a quien sentía que había traicionado su fidelidad de alguna forma. Finalmente, decidió correctamente, y fue consecuente con lo ya decidido por el resto de su existencia. Esto es, optó por vivir para el otro y por el otro, para su mujer y el hijo de ella. En esta extrema condición, decidió donarse por completo y para siempre, sin aspavientos, sin esperar ni pedir nada a cambio, sin pasar la cuenta por sus sentimientos heridos. Decidió pasar por encima de sus múltiples temores y frustraciones, por encima de las leyes y costumbres de su sociedad y cultura, las que le otorgaban incluso el derecho a quitarle la vida a su mujer bajo esas condiciones. No se detuvo al pensar en sus derechos, ni en sus heridas, ni en nada de sí mismo porque antepuso a su frustración y a su persona la felicidad de quien sentía perdida y era la causa de sus heridas. Antepuso a su herido orgullo la honorabilidad de su mujer. Antepuso a su perdida felicidad la de su familia, la de su mujer y la del futuro hijo; ellos dependían de él y de su libre decisión personal. Al ver hoy a su hijo, Jesús, no puedo sacar de mi mente aquel refrán que dice: “de tal palo, tal astilla”. Esto es: se negó a sí mismo… fue un ser tan humano como cualquiera, y nos mostró la forma más extrema en que el amor de verdad se puede manifestar. Él no se quedó en los hechos ni en los derechos, fue mucho más allá: los superó.

Hoy, ¿es diferente?

La auténtica vida no es cuestión de lo que se quiere, ni de lo que se desea, no es cuestión de gustos ni de derechos, no es cuestión de costumbres sociales ni de leyes humanas, es un asunto de amor.

Los tiempos modernos son como todos los tiempos, sus dificultades y oportunidades parecen ser muy similares. Cambiarán las formas pero sus efectos en la vida de las personas no han variado. Y en el transcurso de la historia, hoy como en cualquier momento puntual debemos preguntarnos ¿qué es lo más importante? ¿qué es lo que realmente perdura? ¿qué es lo que construye y reconstruye la felicidad personal y la ajena? Lo realmente esencial parece no alterarse jamás, y la única variación real en el tiempo la constituye cada sencilla y libre elección personal tomada ante cada circunstancia, aceptando o rechazando la invitación permanente que la opción del amor significa para nuestras vidas y las de los demás.

Aunque tengamos la razón, aunque tengamos todos los derechos de este mundo, aunque nuestras costumbres familiares y culturales estén de nuestro lado, aunque no seamos responsables y estemos fuertemente heridos en lo más profundo de nuestro ser, ¿cuál será nuestra decisión? Ya que su consecuencia puede significar un serio daño para nuestra felicidad presente y futura. ¿Qué queremos para nuestra vida? Y si ya sentimos como si todo lo importante lo hubiéramos perdido, preguntémonos, ¿qué queremos para la vida de quienes dependen de nosotros?

Una respuesta personal

Cualquiera sea la decisión tomada, esta tendrá su precio. Pero tratemos de que no nos influyan los aparentes valores de este mundo, ya que, ¿qué importancia tiene la causa de la herida recibida cuando a esta ingrata situación la comparamos con la felicidad de quienes dependen de uno? ¿Qué importancia tiene la tortura de tantos pensamientos y sentimientos frustrados, cuando tenemos el poder infinito de evitar nuevas heridas a otras personas? ¿Para qué me sirve tener derechos, si de una u otra forma su utilización pisoteará los derechos de otras personas? ¿Quien soy para juzgar a otra persona, cuando tantas faltas en perjuicio de otros he cometido cada día de mi vida? ¿Depende mi felicidad sólo de mi, o dependerá también de mi relación con quienes ha transcurrido mi vida? ¿Puedo llegar a ser feliz construyendo sobre los padecimientos de otros por causa de mi derecho a ser feliz?

Las respuestas a estas preguntas son personales, y por lo tanto deben ser buscadas en el interior de cada persona. Debemos buscarlas, dándonos el tiempo necesario para encontrarlas; y manteniendo una conducta prudente y cautelosa de la intimidad propia y ajena son condiciones necesarias para no perder la libertad, al condicionarla a opiniones bien intencionadas pero que pueden ser erradas o impulsivas. Es bueno recordar siempre que un momento no es una vida, y que tampoco tiene el valor de la felicidad de una sola persona, por lo tanto, en estas situaciones, es vital resistir al natural desánimo que intentará inundar nuestra existencia.

Una buena decisión, y especialmente la mejor, es aceptar los consejos del amor, porque invita a la acción, fortalece nuestra existencia y nos conduce por un camino seguro. Es un camino difícil, pero del cual muy pronto podremos llegar a estar profundamente agradecidos al haber tenido la maravillosa oportunidad de luchar y vencer a la adversidad, de sentirnos vivos reencontrando el camino del verdadero amor; del único que traerá la paz y la felicidad a nuestros corazones, a nuestros pensamientos y sentimientos, a esa vida que hace mucho tiempo dejó de ser personal y que hoy se comparte con otras vidas, especialmente con las de quienes tenemos más cerca... Porque es en ellos en quienes Dios quiere que lo busquemos y encontremos.

Una buena decisión, es para toda la vida.

¡Atrévete a ser feliz! Leer más...

Solo en casa y triste


Solo en casa y triste Se ha analizado la relación que existe entre las dificultades juveniles actuales con otro tema controvertido: los cambios en la estructura familiar.

No hay nada tan antiguo como la preocupación por los problemas de los jóvenes. Sin embargo, un reciente libro ha analizado la relación que existe entre las dificultades juveniles con otro tema controvertido: los cambios en la estructura familiar.

La articulista y autora Mary Eberstadt, investigadora a tiempo parcial en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, defiende que desde hace unos años se ha dado un «experimento históricamente sin precedentes al separar al niño de la familia que ahora están viviendo los Estados Unidos y otras sociedades industrializadas».

En este libro, «Home-Alone America» (América sola en casa), Eberstadt explica que ha habido dos causas principales de este «hogar sin padres»: la explosión de divorcios y el número de niños nacidos de padres solteros; así como el trabajo de la madre, o lo que ella denomina el problema de la ausencia de la madre. Un tercer factor de menor importancia es la ausencia de los abuelos debido a la separación geográfica, y al número reducido de hermanos.

Eberstadt elude el debate sobre los méritos o deméritos de los cambios en las estructuras familiares y se concentra en examinar lo que está ocurriendo con los niños y adolescentes. Su tesis es que, en los últimos años, los niños pasan cada vez menos tiempo en compañía de sus padres y, simultáneamente, se han reducido muchas de sus cuotas de bienestar. La autora sostiene que esto no es una mera coincidencia.

Para comenzar, analiza las guarderías infantiles. Numerosos estudios y libros estudian los efectos de dejar a los bebés en centros de cuidado infantil mientras sus madres van a trabajar. Algunos mantienen que tienen efectos positivos en términos de mayores logros académicos, mientras que otros subrayan el daño emocional que puede tener consecuencias catastróficas para el desarrollo del carácter.

Impacto repentino

En vez de intentar discernir qué puede ocurrir dentro de 20 años, Eberstadt se centra en el impacto más inmediato en los bebés. Por ejemplo, los bebés confiados al cuidado de instituciones son con mucho más susceptibles de caer enfermos al estar expuestos a los virus contagiados por los demás niños. Asinusni está bien documentado el aumento de la agresividad entre niños que son dejados en centros de cuidado infantil. Eberstadt concluye considerando que deshacerse del cuidado diario de los niños, sobre todo, los hace infelices. Defiende además que los padres que justifican este fenómeno, terminan por ser menos sensibles a las necesidades de sus hijos.

También aumenta la violencia de los adolescentes. Eberstadt precisa que muchos de los casos más conocidos de los últimos años, como los asesinatos de 1999 en el Instituto Columbine y los ataques del francotirador en los alrededores de Washington, en el año 2003, implicaban a adolescentes que pasaron la mayor parte de su tiempo sin contacto alguno con sus padres.

Admite a continuación que tener dos padres atentos no es garantía absoluta de un carácter decente, pero «el no tenerlos puede dar un resultado desastroso». Abuso de sustancias, suicidio y comportamiento violento son sólo algunos de los indicadores sociales que ha empeorado dramáticamente en las últimas décadas, y Eberstadt señala con el dedo a los padres ausentes como una de las principales causas.

La situación de la disciplina en algunas escuelas ha dado como resultado que los profesores se vean forzados al papel de virtuales fuerzas de paz de Naciones Unidas, defiende. Y muchos de los niños más salvajes tienen como trasfondo una madre soltera u hogares donde los adultos están trabajando a todas horas.

Salud mental

En los últimos años se ha disparado el número de niños y adolescentes a los que se han diagnosticado desórdenes mentales, observaba Eberstadt. Un informe de enero de 2001 del consejero para asuntos médicos del gobierno federal de los Estados Unidos hablaba de una «crisis pública de cuidados mentales» para el grupo de esta edad. Ahora es un factor diario de la vida de muchas familias el tratar el desorden de falta de atención, hiperactividad, compulsiones obsesivas, junto con el suministro diario de medicamentos que alteran el comportamiento.

Los ambientes familiares caóticos, los padres ausentes y los traumas causados por el divorcio pueden ser factores que contribuyen en muchos casos a problemas de salud mentad que sufren los niños. Las causas de los problemas psicológicos son complejas. Pero son debidos en parte, según Eberstadt, citando algunos estudios, a la respuesta emocional de la desaparición, de las vidas de los niños, de unos padres protectores y de ambiente familiar estable.

Luego, además, las «curas» ofrecidas a través de medicamentos como Ritalin y Prozac traen consigo una serie de efectos secundarios. Y no se habla con mucha frecuencia de los riesgos de la prescripción exagerada de tales medicamentos psicotrópicos, observa Eberstadt.

La música como un grito

En otro capítulo, Eberstadt presenta la escena de la música adolescente para lograr una imagen de sus preocupaciones. Se descubre que las lamentaciones centradas en el divorcio y los hogares rotos tienen una recepción más popular que nunca entre los oyentes jóvenes. Incluso los cantantes de rap, bien conocidos por sus alabanzas a la violencia y a la misoginia, se quejan de la falta de una vida familiar decente.

El cantante Eminem – criticado tanto por organizaciones lesbianas, feministas y familias conservadoras – es uno de los más claros ejemplos de esta tendencia. Junto con un lenguaje vulgar y la exaltación del sexo y la violencia, «vuelve repetidamente a los mismos temas que han dado pie a otras historias de éxito de la música contemporánea: pérdida de los padres, abandono, abuso, y la cólera resultante infantil y adolescente, disfunción y violencia».

Eberstadt descubre aquí una importante diferencia respecto a la generación precedente. La música de los nacidos en el «boom» demográfico se caracterizaba por la rebelión contra lo que se consideraba como una presencia y autoridad de los padres excesivamente protectora. En contraste, «los adolescentes de hoy y su música se rebelan contra los padres porque ya no son padres, ni educadores, y ni siquiera suelen estar ahí».

Sexo adolescente
Otras consecuencias de la ausencia de los padres son el aumento de la actividad sexual adolescente y de las enfermedades de transmisión sexual. Eberstadt observa que la actividad sexual comienza más temprano cuando las vidas de los adolescentes están en la práctica fuera de todo control paterno.

Con todo, la mera presencia de los padres en las vidas de sus hijos no es suficiente, sostiene otra autora. Kay Hymowitz, en su libro de 2003, «Liberation’s Children» (Los hijos de la liberación), insiste en que los adultos deben proporcionar a sus hijos instrucción sobre cómo vivir. Hymowitz, periodista, dice que los adolescentes de hoy han absorbido de la cultura circundante un ethos de «no juzgar».

Demasiado a menudo, observa, los padres han dejado de lado su papel tradicional de instruir a su prole en valores y se concentran en ser sus «compañeros de hogar y amigos». Las consecuencias son nefastas. Sin ninguna educación sobre los límites de la naturaleza humana, se deja a los adolescentes «que tropiecen en las experiencias» que a menudo les llevan a una espiral que escapa a su control.

En el pasado, se asumía que los hijos recibirían una educación moral básica que les era enseñada como parte de la vida familiar. Pero en las últimas décadas muchas teorías de cómo criar a los hijos han expuesto la necesidad de dejar a los niños que actúen con naturalidad y sin constricción alguna.

Junto a esto, muchos americanos están imbuidos de la idea de que para crear un «auténtico yo» se necesita una completa autonomía en creencias, opiniones y opciones de vida. Así, está prohibido enseñar a los hijos cómo comportarse y los padres se transforman de figuras de autoridad «en ayudantes, que escoltan cariñosamente al propio yo único de su hijo en la madurez».

Toda sociedad, defiende Hymowitz, necesita civilizar su nueva generación por medio de algún tipo de educación. Desafortunadamente, los valores que predominan hoy son los de tolerancia y apertura de mente, que, a pesar de ser alabados en ocasiones, «no pueden ayudar a los jóvenes a construirse a sí mismos». Los hijos de la liberación, observa Hymowitz, «viven en una cultura que liberan la mente y el alma vaciándolas».

Eberstadt, al final de su libro, vuelve plantear la cuestión de lo que se puede hacerse para remediar estos problemas. Sostiene que sería mucho mejor que los padres pasaran más tiempo con sus hijos. Hymowitz está de acuerdo con la idea, pero deja claro que formar a los hijos en valores morales básicos es también una parte esencial de la paternidad. Sigue siendo una tarea difícil, pero urgente, cómo llevar a cabo estos cambios. Leer más...

¿Hijos o trabajo? Elijo el trabajo


¿Hijos o trabajo? Elijo el trabajo

Las españolas quieren rentabilizar el progreso que han obtenido en los últimos 50 años con su acceso a los estudios elementales y su fructífera conquista universitaria. Cuando eso se traduce en la consecución de un puesto de trabajo estable y razonablemente bien pagado abandonarlo es costoso.

No lo hacen. ¿Qué pasa entonces con la maternidad? El deseo de la mujer de tener hijos permanece invariable, las que finalmente no los tienen suponen entre un 8% y un 12%. Pero las que se deciden por la crianza no cuentan en España con las políticas públicas de apoyo a la maternidad de que gozan en países más avanzados (guardería, sueldos, amplios periodos de baja); no encuentran tampoco en su empresa la comprensión suficiente; y los españoles, con los italianos, son los europeos que menos tiempo dedican a las tareas del hogar.

El camino, pues, parece bifurcarse hacia la elección desesperada: trabajo o hijos. La respuesta ha sido hijos, pero muchos menos de los deseados. Y, lo que es peor, una fecundidad tan escasa que es casi intolerable para la pirámide demográfica de un país.

"A pesar del pequeño repunte, España está ahora [en 2007] en 1,38 hijos por mujer, que es algo más que el 1,16 de 1996 pero muy lejos de los 2,78 de 1975, una cota que será casi imposible recuperar. Y tan importante como el volumen de población es la estructura por edades de esa población", recuerda la demógrafa del CSIC Margarita Delgado, que ayer presentó el estudio sobre Fecundidad y Trayectoria Laboral de las Mujeres en España financiado por el Instituto de la Mujer y en el que también han colaborado Laura Barrios, Francisco Zamora, Noelia Cámara, Inés Alberdi y Alessandra de Rose.

Este estudio del CSIC, para el que se ha entrevistado a cerca de 10.000 mujeres, es el primero en España que recoge la experiencia en ese ámbito de las que ahora tienen hasta 75 años. Por tanto, permite observar la evolución en el tiempo de la maternidad y su relación con el empleo.

Y los datos no son halagüeños: ahora hay menos hijos y más dificultades en el trabajo cuando se es madre. El 75% de las madres trabajadoras declara haber tenido algún tipo de incidencia en su empresa, "que son más de conciliación que de discriminación", dice Delgado.

Efectivamente, entre las incidencias se mencionan la reducción o interrupción del trabajo por la maternidad, limitación en el trabajo, interrupción de los estudios y abandono del empleo. Esto último, lo más grave, afortunadamente ha ido disminuyendo, a costa de la fecundidad, claro. Es lo que les ocurrió a las mujeres que ahora tienen entre 65 y 74 años, pero sus hijas, entre 35 y 49 años, ya no mencionan tanto esa incidencia. "Para aquellas mujeres abandonar el trabajo no era tan costoso porque generalmente su ocupación no era a tiempo completo y tampoco estaba muy bien pagada", dice Margarita Delgado. Las cosas han cambiado mucho, ahora trabaja entre el 80% y el 90% de las mujeres que tienen entre 35 y 49 años y que han estudiado en la Universidad. Eso supone mejores empleos. Pero antes ha habido que encontrarlos y consolidarlos, mientras el reloj biológico seguía corriendo.

Carmen Serrano ha tenido su primera hija con 39 años. Hizo periodismo pero ya entonces compaginaba sus estudios con un trabajo, así que acabó la carrera un poco más tarde de lo normal, con 27 años. Hasta los 35 no encontró un empleo estable. Eso no fue obstáculo para iniciar la convivencia con su pareja, pero sí lo era para tener hijos. "Cuando por fin encuentras una buena ocupación no puedes firmar el contrato y decirles ´adiós, me voy de baja por maternidad´, así que esperé un par de años más, también quería vivir", dice. A los 38 tuvo un aborto y a los 39, sin complicaciones de ninguna clase, llegó el bebé. "Lo vas dejando y te pones en los 40", bromea.

Pero no es una broma. La maternidad en España es una de las más tardías de Europa y eso no sale gratis: comienzan entonces los problemas de fecundidad y de gestación. Eso son más meses esperando. Tan es así que muchas llegan al primer hijo, pero no al segundo. "Son problemas físicos y psicológicos que hay que tener en cuenta", insiste Margarita Delgado.

"Es cierto que este retraso en la natalidad puede suponer un problema para un país, ya se está viendo con las pensiones, pero no es un problema de la mujer, es de todos y todos hemos de resolverlo. Las mujeres han cambiado sus prioridades, quieren acabar sus estudios y participar en el mercado laboral. La maternidad la dejan para después, es su elección", dice la directora del Instituto de la Mujer, Rosa Peris.

El estudio del CSIC demuestra que entre la convivencia en pareja (sea mediante el matrimonio o como unión de hecho) y la llegada del primer hijo pasa una media de 3,7 años entre las mujeres de 35 a 49 que tienen un trabajo fijo. Algunas arriesgan más aún. Por conseguir la mejor de las estabilidades en el trabajo, las futuras funcionarias se entierran entre legajos de oposiciones y, aunque tienen pareja, pasarán 4,1 años hasta que deciden dar un hijo a esa convivencia.

Aurora no es funcionaria, ni se llama así, pero no quiere dar su nombre verdadero porque va a decir que en su empresa no lo está pasando del todo bien desde que ha sido madre. Es informática, y siempre quiso tener hijos. Con pareja o sin ella. El factor más determinante, como demuestra la encuesta del CSIC, fue también para ella el trabajo. Cuando logró la estabilidad tenía 31 años. Ahora, con 35 amamanta a un bebé que no llega al año. "Tengo jornada reducida, sólo la hora de la lactancia, y eso te convierte en inválida en el trabajo. No cuentan contigo de la misma manera, es una situación incómoda. Y sólo porque te vas a tu hora, en lugar de prolongar el horario. No es sólo la dirección, también los compañeros me preguntan: ¿dónde está el genio que tenías antes? Yo les respondo: ¿No está hecho mi trabajo o qué?".

Aurora apunta otro problema, que conocen muy bien muchas mujeres: "Pasas años para acabar los estudios, buscar estabilidad laboral, pero, además, procurando llegar lo más alto posible en la empresa, porque sabes que cuando tienes hijos, se acabaron los ascensos. Se acabó. Yo busqué llegar un poco arriba porque sé que ya no voy a subir".

Ella no pensaba coger jornada reducida, pero ahora lo está pensando. Total, ya nada va a cambiar. "En realidad lo que me gustaría es que la cogiéramos yo y el padre alternándonos por años, un año yo, otro él, pero no creo que a él le permitan eso en la empresa, le machacarían. Ya le miraban con recelo cuando pidió los 15 días de paternidad", asegura.

Los hombres están experimentando lo que sienten las mujeres cuando se solicitan medidas de conciliación. Incluso peor, porque la sociedad y la empresa aún vinculan en exceso los hijos a la madre. Que el padre reduzca su trabajo para dedicarse a ellos lo ven contranatura. "El mercado laboral no ha variado, y la corresponsabilidad tampoco. La maternidad seguimos resolviéndola solas las mujeres y hay que buscar una solución, hacer cambios en los horarios, todos tenemos que conciliar", afirma Rosa Peris, aunque recuerda que los 15 días de paternidad están funcionando bastante bien.

La existencia de problemas laborales por ser madre ha cambiado con las décadas. Las mujeres que ahora tienen entre 65 y 74 años y que trabajaban cuando tuvieron sus hijos encontraron problemas con el primero. Un 40% así lo declara, pero se incrementaban a medida que tenían más. Cuando llegó el tercero, algo que entonces era común, un 72% recuerda incidencias en el trabajo, un porcentaje menor que las mujeres que ahora encuentran dificultades ya con el primer hijo. Entre las que han tenido tres ahora, el 83% ha sufrido por ello en su trabajo.

"En España, más de un 90% de las mujeres mayores de 50 años ha tenido hijos. Sin embargo, entre las menores de 35, el 60,3% no los había tenido en el momento de la entrevista para esta encuesta. El retraso sistemático de la primera maternidad entre las menores de 50 años se confirma", dice Margarita Delgado.

¿Cuándo es más probable la maternidad? El perfil sería el de una mujer que ha terminado sus estudios, que no serán superiores, que no trabaja cuando inicia la convivencia con su pareja. Suelen ser las que se casan, son católicas practicantes y su cónyuge aporta mayores ingresos. Si, además, es extranjera, aumenta la probabilidad de la maternidad, sobre todo entre las menores de 35 años. Las mujeres mayores de 50 años han participado de un modelo bastante común en todas ellas, donde no había factores determinantes que modificaran la decisión de tener familia. Venía de suyo. Se casaban y tenían hijos, era la prioridad.

Pero el final del cuento ha cambiado. Ya no importa tanto la pareja, ni la religión, ni el matrimonio. Las mujeres siguen queriendo tener hijos, pero su trabajo es lo primero. Y los hijos tendrán que esperar. Leer más...

Autoayuda para salir de la homosexualidad (AMS)


Autoayuda para salir de la homosexualidad (AMS)
Las terapias de reorientación no producen daños emocionales cuando se intentan


"Aunque muchos proveedores de cuidados de salud mental y asociaciones profesionales han expresado un escepticismo considerable de que la orientación sexual pudiera cambiarse con psicoterapia y también suponían que los intentos terapéuticos de reorientación producirían daño, la evidencia empírica reciente demuestra que la orientación homosexual puede cambiarse terapéuticamente en clientes motivados, y que las terapias de reorientación no producen daños emocionales cuando se intentan (ejemplos: Byrd & Nicolosi, 2002; Byrd et al., 2008; Shaeffer et al., 1999; Spitzer, 2003)."

Essential Psychopathology and Its Treatment, Editorial W.W. Norton & Company, pág. 488. Éste es el texto básico usado en la mayoría de programas y escuelas de medicina psicológica.

Bienvenidos a esta sección de autoayuda

Esperamos que pronto la sintáis como vuestra y encontréis en ella todo aquello que venís buscando.

Queremos hacer de esta sección Hogar, Taller, Escuela, Manantial, Hospital,… Sinfonía de vidas, de búsquedas, de sueños, de esfuerzos,… en una única dirección: el deseo profundo de Ser Persona y para ello, hacer un camino compartido de sanación de todas las heridas, de liberación de todas las esclavitudes, de maduración de todas las dimensiones del ser.

¿Qué es la Autoayuda?

Es un camino de autoayuda para salir de la AMS (Atracción hacia el Mismo Sexo) y madurar un amor verdadero, un amor de Comunión y Solidaridad.

En este camino, os ofrecemos distintas herramientas para que vosotros mismos, junto a otros, en Comunión y Solidaridad, podáis hacer un proceso:

• De conocimiento de vosotros mismos.
• De sanación de las heridas psico-afectivas-sexuales que podáis estar viviendo.
• De maduración de vuestra verdadera identidad sexual.
• De salida de la AMS.
• De desarrollo de todas las dimensiones de vuestra persona: dimensión corporal, dimensión psicológica, dimensión espiritual.

¿A quién va destinada?

• Esta sección va destinada fundamentalmente a todas aquellas personas que viven la AMS con sufrimiento y deseo de querer cambiar, y están dispuestas a dar lo mejor de sí mismas y a sacrificarse lo que sea necesario para poder lograrlo.

• También va destinada a los padres, familiares, amigos,… de personas con AMS que están dispuestos a acompañar y ayudar a sus hijos, amigos,… en este camino de cambio.

• También está destinada a los educadores, psicólogos, profesionales,… que no admiten la AMS como una “identidad sexual más” y están dispuestos a prepararse y a poner su profesión al servicio de la verdad sobre este tema y al servicio de la ayuda a personas con AMS que quieren cambiar.

• También está destinada a los estudiantes de Educación, de Psicología,… que no admiten la formación ideológica Pro Gay que les están ofreciendo en sus Universidades en relación a este tema y quieren formarse verdaderamente para poder poner algún día su profesión al servicio del bien, de la verdad y de la vida.

• También va destinada a sacerdotes y agentes de pastoral que descubren la importancia de conocer a fondo este tema para poder realizar con eficacia y verdad su misión.

¿Qué se requiere para hacer este camino?

Este camino está abierto a toda persona de buena voluntad dispuesta a:

• Querer salir de la AMS y estar dispuesto a dar lo mejor de sí para lograrlo.
• Estar dispuesta a hacer este camino junto a otros, en actitud y compromiso de comunión y solidaridad.
• Respetar la identidad de la página.

Cuánto cuesta realizar esta Autoayuda

Todo en esta página y en esta sección de Autoayuda es totalmente gratuíto. No admitimos por ningún concepto ningún tipo de aportación económica. Por una razón sencilla: Queremos hacer "brillar" en el mundo materialista y economicista en el que vivimos la fuerza, la hermosura y la novedad de la Cultura de la Gratuidad, de la Comunión y de la Solidaridad. Porque entendemos que sólo desde esta nueva Cultura es posible dar una respuesta real y efectiva a la Cultura de Muerte en la que vivimos. Y porque entendemos que sólo desde esta nueva Cultura es posible curar las heridas más hondas del corazón humano.

El tesoro y pilar más preciado de esta página es el trabajo solidario de muchas personas, que habiendo entendido la hermosura y la necesidad de construir nueva Cultura de la Gratuidad, están dando lo mejor de sí mismos para que todo esto salga adelante. Sin toda esta vida solidaria de personas que de forma anónima y gratuíta están trabajando a fondo en esta página, ésta no saldría adelante.

Sin embargo, precisamente porque todo en esta página es gratuita pedimos un nivel profundo de responsabilidad, de solidaridad y de compromiso. Sólo los que estén dispuestos a vivir este compromiso pueden realizar la Autoayuda. A más Gratuidad, más solidaridad y más responsabilidad. Sólo así lograremos entre todos dar a luz esta nueva cultura, en hermosa germinación que empieza en lo profundo de nuestro corazón.

Te invitamos a compartir con nosotros este tesoro y este sueño: construir desde la gratuidad, la comunión y la solidaridad la nueva Cultura que nuestro corazón, nuestras familias y nuestro mundo está necesitando.

¿Cuál es el fundamento y el tesoro de la Autoayuda?

El fundamento y el tesoro de la Autoayuda es la certeza de que la vocación profunda de toda persona es la vida de Comunión y Solidaridad y por tanto ésta será el principio y fundamento de este camino, porque entendemos que sólo en la vida de Comunión y Solidaridad se sanan todas las heridas, se liberan todas las esclavitudes, se redimen todas las culpas y se maduran todos los tesoros escondidos en lo profundo del corazón.

Aunque esta página está abierta a toda persona de buena voluntad, creyente o no creyente, cristiano o no, sin embargo, como aparece en la sección “Quiénes somos”, el fundamento último de todo el planteamiento de esta sección es la certeza de que nuestro Dios es Comunión y Solidaridad (Juan Pablo II) y por lo tanto es en la vida de Comunión y Solidaridad donde podemos encontrarnos con el Amor, con la Verdad y con el Bien.

En este camino de autoayuda no imponemos esta creencia, tampoco la ocultamos, sino que la ofrecemos y compartimos con humildad y verdad y pedimos, eso sí, respeto. Queremos ofrecer un espacio sinfónico (comunional) de búsqueda compartida y de compromiso por el Amor, la Verdad y el Bien presentes en lo más profundo del corazón y en lo más profundo de nuestro mundo.

Entendemos que este camino de salida de la AMS puede ser para muchas personas una ocasión maravillosa de encuentro profundo con la verdad de sí mismos, con el más hermoso tesoro escondido en lo profundo del corazón: el ser Imagen, Semejanza, Presencia, Vocación y Llamada al Compromiso a la vida de Comunión y la Solidaridad en la que poder vivir y gozar del Amor Verdadero. Leer más...

La espiral del rencor


La espiral del rencor Se necesita más empeño y más fortaleza para perdonar que para dejarse llevar por el rencor y los deseos de venganza

Stefan Zweig cuenta en su biografía la triste y fugaz historia de Ernst Lissauer, un escritor alemán de los tiempos de la Primera Guerra Mundial.

Lissauer era un hombre de enorme erudición. Nadie dominaba la lírica alemana mejor que él. También era un profundo conocedor de la música y poseía un gran talento para el arte. Cuando estalló la guerra, quiso alistarse como voluntario pero no fue admitido por su edad y su falta de salud. En medio de aquel fervor patriótico contra los países que ahora eran enemigos, pronto se vio arrastrado por el ambiente de exaltación bélica propiciado desde la maquinaria de propaganda de la Wilhelmstrasse de Berlín. El sentimiento de que los ingleses eran los principales culpables de aquella guerra lo plasmó Lissauer en el famoso “Canto de odio a Inglaterra”, un poema en catorce versos duros, concisos y expresivos que elevaban el odio hacia ese país a la condición de un juramento de animadversión eterna. Aquellos versos cayeron como una bomba en un depósito de municiones. Pronto se hizo evidente lo fácil que resulta encrespar y azuzar con el odio a todo un país. El poema recorrió Alemania de boca en boca, el emperador concedió a Lissauer la cruz del Águila Roja, todos los periódicos lo publicaron, se representó en los teatros, los maestros lo leían a los niños en las escuelas, los oficiales mandaban formar a los soldados y se lo recitaban, hasta que todo el mundo acabó por aprenderse de memoria aquella letanía del odio. De la noche a la mañana, Ernst Lissauer conoció la fama más ardiente que ningún poeta consiguiera en aquella época. Una fama que, por cierto, acabó por quemarle como la túnica de Neso, porque en cuanto terminó la guerra todos se esforzaron por desembarazarse de la culpa que les correspondía en esa enemistad y señalaron a Lissauer como el gran promotor de aquella insensata histeria de odio que en 1914 todos habían compartido. Fue desterrado, todos le volvieron la espalda y murió en el olvido, como trágica víctima de aquella marejada de sinrazón que lo había encumbrado primero para hundirlo luego todavía más.

Esta historia es un buen ejemplo de lo que sucede cuando se hace redoblar el tambor del odio. El rencor genera más rencor, y si no se está en guardia contra él pronto se convierte en una ola imparable que hace retumbar los oídos más imparciales y estremece los corazones más equilibrados. En aquella ocasión hubo unos pocos que tuvieron fuerzas y lucidez suficientes para escapar de ese círculo vicioso de odio y agresión que parecía querer absorberlo todo. Fueron personas que no se dejaron llevar por la credulidad propia del rencor, y que lograron superar la torpe y simple idea de que la verdad y la justicia están siempre del propio lado. Y fueron pocos porque, por desgracia, soplar a favor de lo que desune suele ser más fácil y tentador que lo contrario.

Nietzsche consideraba la misericordia y el perdón como la escapatoria de los débiles. Sin embargo, se necesita más empeño y más fortaleza para perdonar que para dejarse llevar por el rencor y los deseos de venganza. Hace falta más talla moral y más inteligencia para descubrir lo bueno que hay en los demás que para obsesionarse con lo que no nos gusta. Es mejor y más meritorio tirar de lo bueno que hay en cada uno en vez exasperarles con nuestra arrogancia. La historia de la humanidad manifiesta de forma trágica los frutos amargos de todas aquellas ocasiones en que se fomentaron y exaltaron los sentimientos de violencia, intolerancia, soberbia e insolidaridad entre los hombres.

El resentimiento lleva a las personas a sentirse dolidas y a no olvidar. Muchas veces ese resentimiento llega a ser enfermizo y se convierte en una hipersensibilidad para sentirse maltratado, y esa convicción es reactivada una y otra vez por la imaginación, como las vueltas que da una lavadora, impidiendo olvidar, deformando la realidad y conduciendo a la obsesión. Otras veces son explosiones momentáneas que enseguida dejan el amargo sabor del hastío de las propias palabras, en cuanto se evapora el aguardiente del primer entusiasmo.

Hay personas que, allá donde están, los conflictos -sean grandes o pequeños- tienden a relajarse, y se acaban superando o resolviendo. Pero hay muchos otros que los exacerban y cronifican. Frente al resentimiento está el perdón y el esfuerzo por superar los agravios. Acostumbrarse a ser persona conciliadora requiere unos resortes psicológicos de más empaque, pero están al alcance de cualquiera, y merece la pena esforzarse por adquirirlos. Leer más...

Cuando el odio quiso matar el amor


Cuando el odio quiso matar el amor

Escuché una vez este relato: Cuentan que en la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más perversos del corazón humano. Estos llegaron a la reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo: "Os he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que matéis al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería destruirlo.

El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y rabia que no lo soportará".

Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el informedel Mal Carácter quedaron decepcionados. "Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante".

Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que el Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo
ignorará". Y empezó la Ambición el ataque hacia su víctima quien efectivamente cayó herida y la adoró en sus ídolos, que son una tentación
constante, y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero. Muchos ídolos se levantan muy bien construidos y refinados que se presentan bajo capa de “progreso” o que proporcionan más material bienestar, más placer, más comodidad...: su dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen su corazón en las cosas terrenas, como dice San Pablo en su Carta a los Filipenses, y es aplicable a la idolatría moderna, a la que se ven tentados tantos, olvidando el tesoro auténtico, la riqueza del amor. Pero, después de luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.

Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición envió a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas. Pero el Amor confundido lloró y pensó que no quería morir, y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció.

Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la Frialdad, al Egoísmo, la Indiferencia, la
Pobreza, la Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba. Cuando venían las Desgracias parecía sucumbir, pues como decía Claudio de Colombiere los golpes imprevistos no permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y turbación que levantan en el alma; mas con un poquito de paciencia, se ve como Dios dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin tales percances tal vez no habría sido el amor del todo malo,
pero tampoco del todo bueno.

El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a los demás: "No podemos hacer nada más... El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos”.

De pronto, de un rincón del salón se levantó alguien poco reconocido, que vestía todo de negro y con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte. "Yo mataré el Amor”, dijo con seguridad. Todos se preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido. El Odio dijo: "Ve y hazlo".

Tan sólo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después que, de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló: "Ahí os entrego el Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más ya se iba. "Espera", dijo el Odio, "en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?"

El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "soy La Rutina."

La rutina es ausencia de amor, monotonía, y “la monotonía es falta de energía” (dice la cantante Laura Pausini), significa que está ya muerto el amor. El amor es un fuego al que hay que echar cada día cosas nuevas: "Los pequeños actos de cortesía endulzan la vida, los grandes la ennoblecen" (Karina Valenzuela). En la batalla del amor frente al odio, hay que cuidar las cosas pequeñas que son –en frase de la Escritura- las que si faltan dejan paso a las pequeñas raposas que destrozan el campo de ese amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce el desmoronarse de todo el amor: “Será que la rutina ha sido más fuerte” (canta el grupo “Ella baila sola”).

En los pequeños detalles es donde se libra la batalla del odio contra el amor: el amor alienta, el odio abate; y tomo de Mauricio Fornos algunos de los campos en los que se libra esta batalla: el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste. Leer más...

¿Cien euros para las madres trabajadoras?


¿Cien euros para las madres trabajadoras? Y para las demás, pide el Defensor del Pueblo


El Defensor del Pueblo reclama que la ayuda de 100 euros al mes para las madres trabajadoras con hijos menores de tres años se extienda a todas las mujeres, independientemente de si trabajan o no fuera del hogar.


Con los requisitos actuales no pueden acceder a esa paga las madres trabajadoras en paro, las que trabajan en casa o las que tienen hijos mayores de tres años. Es decir, sólo se benefician el 6% de las familias con hijos de España.

El Defensor del Pueblo ha reclamado en su Informe del año 2002 que la ayuda de 100 euros al mes para las madres trabajadoras con hijos menores de tres años se extienda a todas las mujeres, independientemente de si trabajan o no fuera del hogar y señala que al excluirse tantas mujeres la medida va va en contra del principio de igualdad que consagra la Constitución.

El Instituto de Política Familiar (IPF) ha felicitado al Defensor del Pueblo y ha pedido al Gobierno la eliminación inmediata de esos requisitos que mantienen al 95% de las madres con hijos sin acceso a esa ayuda.



Eduardo Hertfelder, presidente del Instituto de Política Familiar, señala que:

-Más del 95% de las familias españolas no podrán acogerse a la paga de 100 euros por no reunir los requisitos impuestos por el Gobierno. En efecto, a esta paga solo podrán acogerse unas 400.000 familias con hijos de un total de más de 6.000.000 familias que hay en España.

- Es un medida tan restrictiva y discriminatoria, que colectivos de madres tan importantes como las madres con hijos mayores de 3 años, madres trabajoras que estén en paro o que trabajen en casa no podrán no podrán acceder a dicha prestación .

-No es una medida para la familia , ya que no es universal- es decir destinada a todas las familias con hijos independientemente de la edad de los hijos y del estado laboral de la madre- ni siquiera de apoyo a la mujer - no tienen acceso ni las mujeres en paro ni las amas de casa-ya que sino exclusvamente encaminada al promover el acceso de la mujer al trabajo.

- Es una medida que no cumple la finalidad de ayuda a la maternidad y fomento del empleo,

- El Gobierno estaría así implantando dos castas de madres: las madres trabajadoras renumeras y el resto . Leer más...

La agenda de la mujer


La agenda de la mujer

Una pregunta que se han planteado todos los filósofos, desde Aristóteles a Kant, pasando por Tomás de Aquino, es “cuál es el summum bonum”, el sumo bien, la vida buena para una sociedad, que no puede ser distinta a la de los individuos que la componen. Y la visión que se tenga del hombre tendrá consecuencias directas sobre la vida de la sociedad.

¿Qué es una vida buena para la mujer?

En nuestra sociedad occidental, la vida buena de una mujer debe abarcar tres esferas: la familia, el trabajo y la política. Y las preguntas que se plantean son a dos niveles: uno más práctico y otro de mayor profundidad.

A un nivel práctico, debemos preguntarnos cómo puede la mujer evitar la “doble o triple jornada”, cómo entrar en un mundo laboral regido por criterios masculinos, y cómo superar el desgaste de combinar el trabajo en casa y fuera de ella, de modo que nos quede energía para ser ciudadanas activas en la esfera pública.

A un nivel existencial más profundo, debemos preguntarnos cómo podemos ser nosotras mismas, como mujeres y personas. Tras esta pregunta subyace una realidad de hoy: muchas mujeres se sienten inseguras con su feminidad, porque pensaron que imitando a los hombres se sentirían más liberadas y con mayor poder. Pero ha sido una experiencia negativa para ellas.

Nuestra fuerza está en ser uno mismo –hombre o mujer. La nobleza de dar algo de sí mismo, de estar menos centrado en su propio interés, se comprende mejor cuando se es padre, pues los hijos requieren ser lo primero que hay que cuidar. Es por ello que el énfasis debe recaer en los aspectos existenciales y ontológicos de la paternidad.

El género no es algo superficial; forma parte del ser y no ha sido construido socialmente. Si negamos su importancia, nos negamos como seres humanos. Si bien el hombre y la mujer son fundamental y naturalmente diferentes, son iguales como personas, con la dignidad y derechos de todo ser humano.

Veamos cuáles son los desafíos de la mujer occidental de este nuevo siglo, en las tres esferas mencionadas.

La esfera familiar

Tradicionalmente, las mujeres han sido el centro de la esfera familiar; durante siglos, éste ha sido nuestro dominio. Cuando se influyó en la política, siempre fue de modo indirecto, a través de los hombres. Hasta este siglo, dos o tres generaciones antes de la nuestra, no ejercimos esta influencia por derecho propio. El sufragio llegó con mucho retraso a todos los países y todavía son pocas las mujeres dedicadas a la política.

Así pues, estamos en una situación históricamente nueva, en la que nos adentramos en dos nuevos ámbitos: la política y el mundo laboral.

A mi juicio, la vida buena a la que debe aspirar una mujer, consiste en poder elegir dividir su tiempo entre los tres ámbitos, participando en todos, si bien no tienen la misma importancia. La libertad de elección –siempre de acuerdo con el período de vida en que se encuentre- es esencial. Después de todo, es natural que se dedique más tiempo a la educación de los niños durante los primeros años, que cuando alcancen cierta edad, momento en que se prefiere trabajar fuera de casa. Y lo mismo es aplicable para el hombre.

Conviene analizar la relación entre las oportunidades prácticas para participar en los tres ámbitos y la cuestión más profunda de qué debemos hacer en cada uno de ellos; si la participación en los tres nos realiza como mujeres, y si tenemos talentos y cualidades específicos que puedan hacer útil o incluso necesaria esta participación.

Mientras el marxismo y otras ideologías socialistas siempre afirmaron que la llamada “familia burguesa” era represiva, especialmente para la mujer, mi argumento es que si hay un apoyo real de la estructura familiar, incluida la aportación del marido, la mujer puede desarrollar una carrera fuera del hogar y ser madre a la vez.

En este sentido, es fundamental el papel del Estado, que debe apoyar a la familia con políticas que permitan a la mujer –y cada vez más al hombre- disfrutar de condiciones laborales más flexibles, más tiempo para los niños, y suficientes ingresos para evitar la presión cruzada de largas jornadas de trabajo para los padres y largas jornadas en la guardería para los hijos. En algunos países existen guarderías abiertas toda la noche para adaptarse a los padres que trabajan hasta tarde. Me parece una violación absolutamente inaceptable del derecho del niño a estar con sus padres. Ningún padre debería aceptar estas condiciones de trabajo.

Paternidad: la institución esencial

La paternidad es fundamental para el hombre: le hace experimentar la humildad, con una responsabilidad nueva y única. El niño es completamente inocente, débil y dependiente, y demanda el primer lugar en la vida de sus padres. El hombre, con la paternidad, pasa de ser el centro de sí mismo, a ser altruista y maduro, al menos mientras está directamente implicado en el cuidado de los hijos. El padre es el que cuida a otros y se responsabiliza de los débiles y dependientes. El que no vive para sí mismo.

Paternidad y maternidad son existencialmente profundas: no son simples “roles” o “funciones sociales”. Las mujeres tienen el privilegio de ser transmisoras de vida, que es lo más cerca que puede estar un ser humano de la creación. Esta participación en la creación -9 meses en tu interior y toda la vida fuera de ti misma, pues nunca dejas de ser madre-, es una cualidad esencial de la mujer que no puede ser comunicada; una experiencia existencial que debe ser vivida.

No hay nada en la feminidad que pueda asociarse con la debilidad; la imagen de la mujer débil necesitada de protección fue más bien un estereotipo de la sociedad burguesa del s. XIX. Eran mujeres ociosas que llegaron a ser neuróticas. Pero mirando a la historia anterior, las mujeres realizaban tareas más duras que la mayoría de los hombres. Se ocupaban de familias numerosas y llevaban todo el peso del hogar. Pienso en las mujeres de la historia noruega, que debían ser autónomas desde jóvenes, y permanecían solas en las granjas, en condiciones especialmente duras, mientras sus maridos pasaban largo tiempo en el mar.

La necesidad de tener hijos es psicológica y biológica, pero también es clave para hacernos mujeres maduras. Si retrasamos nuestra maternidad a edades muy avanzadas, o tenemos un solo hijo, nos negamos algo que es nuestro, que pertenece a nuestra naturaleza. Yo misma soy hija única, y conozco la soledad y lo “innatural” de serlo: te conviertes en un “pequeño adulto” antes de tiempo. Es igualmente bueno para el niño y la madre que haya hermanos. Es algo que ha resultado obvio para todas las generaciones menos para la nuestra. Hoy, ya sea por comodidad, ya sea porque es una carga económica excesivamente costosa, se tienen menos niños y más tarde. Y no es bueno; el riesgo de que el niño padezca una enfermedad o minusvalía se incrementa con la edad, y el esfuerzo físico de criar al niño se hace más pesado.

No podemos infravalorar la necesidad de fuerza física de la madre. La edad biológica óptima son los primeros años de los 20, pero coincide con la etapa de educación superior. Se acaba retrasando a los finales de los 20 o inicios de los 30, lo que dificulta tener varios hijos y superar la doble presión del trabajo y la familia.

La paternidad requiere donación de sí mismo

Los hijos y el marido son fundamentales. Quien tiene familia sabe que debe existir una complementariedad profunda para el desarrollo equilibrado de todos los miembros. En la práctica, dos trabajos fuera y uno en el hogar, hacen tres. Salvo que los esposos se complementen y trabajen con auténtica solidaridad, es la mujer la que acaba haciendo dos de esos tres trabajos. En los países de nuestro entorno, sólo muy gradualmente los hombres se involucran en ese segundo trabajo común: los niños y la casa. Es absolutamente necesario un cambio de actitud y que comprendan la importancia del tema. El hombre y la mujer no pueden competir: reciben la misma educación, ambos salen a la búsqueda de un trabajo con la misma ilusión; y los dos esperan que el otro sea más comprensivo. Y ahí suele salir perdiendo la mujer. Mientras ambos no pongan el bien del otro y el de los niños por encima del suyo, las presiones sobre la familia serán insuperables, y de hecho, terminan en un divorcio. En Noruega, la tasa de divorcio ha alcanzado el 50%, lo que supone un gran sufrimiento para los niños. La concepción del matrimonio indisoluble se ha desvanecido: quizás, también, porque es demasiado fácil romperlo.

Por consiguiente, lo que los padres - realmente necesitan es un apoyo especial del Estado y la sociedad. La nueva estructura familiar de doble ingreso dificulta en exceso encontrar el tiempo y la energía que requieren uno para el otro y los niños para ambos.

Tener hijos significa que “el segundo turno” se inicia después de una jornada laboral normal, y no termina hasta que los hijos son adultos. Y es un trabajo perfectamente realizable por el padre, igual que por la madre, especialmente una vez superado el período de lactancia. En los últimos años, los matrimonios noruegos con cierto nivel de educación están teniendo tres y cuatro hijos, y cada vez son más los maridos que dicen a sus jefes que prefieren no trabajar fuera de la jornada laboral ni viajar, porque deben recoger a sus hijos en el colegio. Algo que no sucedía ni siquiera en la generación anterior a la nuestra.

La paternidad y la esfera familiar son de vital importancia para los otros dos ámbitos de acción: es el marco natural, previo, y así debe ser aceptado en la sociedad y la política; primero, las mujeres deben ser capaces de ser madres, y luego profesionales y políticas. Su capacidad y voluntad para participar en estas dos esferas dependerá directamente de la satisfacción de sus necesidades familiares.

Ésa una vida buena para la mujer: crear en la vida familiar unas condiciones que tengan en cuenta las necesidades de la maternidad. Y ello depende tanto del marido (que sea un auténtico colaborador) como de las políticas sociales.

La esfera profesional

A diferencia de lo que sucede en los países en desarrollo, donde las jóvenes todavía son discriminadas, si no se les deniega el acceso a la educación, en el entorno occidental, hombres y mujeres recibimos la misma formación. Es más, a todos los niveles educativos las chicas son mayoría. Sin embargo, a la hora de analizar cuántas alcanzan el nivel de doctorado y son profesoras universitarias, nos damos cuenta de que sigue siendo un mundo dominado por hombres. Del mismo modo, aunque va aumentando la presencia femenina en el parlamento y el gobierno, sigue siendo una minoría en los cargos directivos de las empresas. Algunos dicen que, como las mujeres entraron en la política, los hombres se fueron y se llevaron el poder con ellos. Y en los puestos más deseados, cuando existe realmente competencia entre hombre y mujer, se ve claramente que no se nos valora de igual modo.

Las razones por las que la mujer no alcanza las cotas más altas son varias: la ausencia de políticas sociales y familiares adecuadas, que lleva a dejar el trabajo cuando nacen los hijos; los mecanismos del lugar de trabajo por lo que unos hombres eligen a otros para ciertos cargos y colocan a la mujer bajo un “techo de cristal” que la separa de los puestos directivos; y por último, la ausencia de políticas activas de promoción de la mujer.

Cuando yo era estudiante, solía pensar que a igual educación, igual trabajo, y ahí no cabía discriminación. Después de mi experiencia profesional, me di cuenta de las formas implícitas y pequeños detalles por los que la mujer debe estar continuamente probando su profesionalidad; debemos reafirmar una y otra vez que la maternidad no es un obstáculo para trabajar, y que podemos ser igual de buenas siendo nosotras mismas, y no imitando al hombre. Éste es un punto esencial: cuando no eres libre para ser tú misma, entonces eres débil (es el concepto marxista de “poder estructural”, que en el mundo del trabajo se traduce en actitudes, reglas formales o informales, prejuicios... que nos transmiten inseguridad y temor).

En Europa, las mujeres todavía ganamos menos que los hombres en el mismo puesto, y somos las únicas a las que se pregunta sobre su vida privada en las entrevistas de trabajo: si eres joven y sin hijos, piensan que pronto tendrás alguno; si eres mayor y has retrasado la maternidad, piensan que tendrás varios seguidos porque se te acaba el tiempo; y si ya los tienes, se preguntan si te quedarán tiempo y fuerzas para trabajar... así, las mujeres caemos presas de las condiciones masculinas del mundo del trabajo. La vida buena para la mujer en el mundo profesional es, pues, trabajar en sus propios términos.

¿Qué significa que la mujer trabaje en sus propios términos?

Hemos visto que el período de la vida en que la mujer es profesional y tiene hijos, coincide. Es una tarea política (no cubierta por el mercado) asegurarse de que la mujer no pierda el trabajo cuando tiene un hijo, que tenga un permiso de maternidad, que se le permita la lactancia del niño durante un tiempo natural de 6 a 9 meses, y que ella o el padre puedan quedarse en casa cuando el hijo esté enfermo. Es obvio que estas políticas son inversiones a largo plazo en una sociedad, especialmente en Europa, con bajísimas tasas de natalidad.

Si todos los políticos y académicos están de acuerdo en que las europeas debemos tener más hijos, entonces hay que crear las condiciones necesarias.

Por lo general, las mujeres que trabajan lo hacen en términos masculinos: el feminismo de los 70 defendía que la igualdad sólo se conseguiría cuando las mujeres accediesen a todos los trabajos que realizaban los hombres. El objetivo era “alcanzar el poder” y “liberarse”. Y sin embargo, el resultado no fue una liberación: una no es más feliz cuando conduce un camión, baja a la mina o dispara un arma. Era importante ver que también somos capaces de hacerlo, pero una vez conseguido, ¿qué ha cambiado? La mayoría de nosotras no elige estas profesiones, y cuando lo hace, no ha sido en sus propios términos, sino aceptando las condiciones establecidas por y para hombres.

Otro ejemplo de esta “cesión” está en lo que oí decir a una profesora de una prestigiosa universidad americana: que deberían existir dos caminos profesionales; el primero correspondería a las mujeres sin hijos, que pueden dedicar más tiempo al trabajo, sin las interrupciones propias de la maternidad; en ese camino estarían los trabajos más importantes. Los demás, podrían ser ocupados por las mujeres que son madres. Pero de este modo, el mundo del trabajo seguiría organizado en términos masculinos, y las mujeres sólo participarían en la medida en que los aceptaran. Por supuesto, esta profesora no tenía hijos.

Así pues, las mujeres debemos exigir que se establezcan unas condiciones en el mundo del trabajo que se adapten a sus necesidades específicas como mujeres. Y eso es tanto más cierto cuanto que las mujeres occidentales no sólo quieren, sino que normalmente tienen que trabajar. Ya no se puede volver al tiempo en que exclusivamente el hombre ganaba el sustento familiar. El futuro reside en esquemas flexibles de trabajo, medidas prácticas que permitan conciliar familia y carrera profesional, y garantías de no discriminación de las madres en el lugar de trabajo. Hasta ahora, los avances legislativos en esta materia son escasos.

El cambio de actitudes de los hombres también es fundamental. Las mujeres no pueden conseguir estos cambios por sí solas. Y ellos tienen la misma responsabilidad de dividir su tiempo entre el trabajo y la familia.

Es obvio que un buen equilibrio entre ambas esferas repercute en el bienestar de toda la sociedad, empezando por el interés del empresario, que siempre preferirá un ejecutivo equilibrado y con una vida personal madura.

Una madurez que tienen los padres por el mismo hecho de ser padres, que se comprometen en sacar adelante la vida de sus hijos, con trabajo y responsabilidad.

Es lo que en términos de negocios se denomina “capital humano”. Los jóvenes agresivos y competidores, obsesionados por la búsqueda de beneficios, no son precisamente el capital humano que un empresario busca para la solidez de su negocio a largo plazo. La falta de madurez humana y perspectiva vital, también tiene sus implicaciones en los negocios, que requieren confianza, cultivo de relaciones, auténtico respeto personal, y trabajo constante. Así, mi argumento es que las mujeres maduras y entregadas son buenas candidatas para ocupar puestos directivos en el futuro, del mismo modo que serán preferidos aquellos hombres que se tomen en serio su trabajo de padres. Aquí se encierra una “lógica empresarial”, pero sólo las empresas más modernas han sabido descubrirlo.

¿Qué significa el trabajo?

Sólo se cuenta como trabajo lo que se recoge en las estadísticas y contabilidad oficial, que deja fuera todo el trabajo de la esfera familiar. Ello es debido a razones técnicas de economía y política, pero tiene consecuencias serias, aparte de que sigue siendo un trabajo no retribuido: nos hace pensar que sólo el trabajo que se cuenta y se paga es importante. Así, todo lo que se refiere a la educación de los niños tiene escaso interés a los ojos de la sociedad. Pero, ¿quién se atreve a poner en duda la importancia de esta labor?

Se trata de un trabajo físicamente duro y, sobre todo, equivale a la formación completa de un ser humano. Los niños aprenden del ejemplo de sus padres durante sus primeros años de vida (hasta la adolescencia) y éstos deben hacer un gran esfuerzo por ser a la vez educadores, padres, amigos, y la roca donde se construya la seguridad y la inocencia de la infancia. La mayor parte de este trabajo lo hace la madre, y sea cual sea su elección personal (trabajo fuera del hogar a tiempo completo, a tiempo parcial, o toda la jornada en la casa), es esencial que pueda hacer su trabajo de madre.

Ser padre y madre no es un trabajo que pueda ser relegado al último lugar.

Es el principal trabajo porque, si no se dan las condiciones para realizarlo, todo lo demás se desmorona. Los niños se llenan de resentimiento y se sienten abandonados, las madres viven con remordimientos, y el trabajo se resiente.

Por otra parte, el tiempo con la familia no puede ser sólo el que se dedica a las tareas domésticas: deben encontrarse espacios para la diversión familiar. El modo de hacerlo dependerá de cada caso, pero siempre debe partir de la apreciación, por parte de la sociedad y el empleador, de que el trabajo de padre y madre es vital.

Hoy, en nuestros países, la madre que decide permanecer en casa por un tiempo, se ve seriamente castigada por esta decisión: no recibe beneficios económicos ni sociales, ni siquiera se la considera una trabajadora. Es necesario desarrollar el llamado “salario familiar”, un ingreso que pueda sostener a la familia, independientemente de si uno o los dos cónyuges trabajan –es posible que el hombre también decida quedarse un año o dos en casa, si se le permitiera. Existen muchas parejas con niños pequeños que quisieran organizarse de ese modo, pero no pueden permitírselo.

Pero no son sólo esos los obstáculos a los que se enfrenta la mujer: no basta con tener la misma cualificación profesional que el hombre. Como he comentado antes, los hombres escogen a su “alter ego” para el trabajo: los economistas prefieren economistas, los abogados, abogados, etc. No hay ningún misterio en ello: es una norma de comportamiento habitual; es más seguro aquello que ya se conoce. El problema no es que seamos mujeres, sino que somos diferentes. Se supone que, cuando alcancemos niveles superiores, el modelo cambiará y se solucionará el problema. Pero es un círculo vicioso: ¿cómo alcanzar esas posiciones? Los programas de acción positiva no han sido muy eficaces, y a menudo han frenado el avance de la mujer. Cuando una consigue eludir esas “normas implícitas” y acceder a esos puestos, se acaba afirmando que no está ahí por motivos profesionales.

Todas estamos de acuerdo en que se trabaja mejor cuando hay aproximadamente el mismo número de hombres que de mujeres. Y los hombres van viendo poco a poco cómo se enriquece el ambiente de trabajo con la aportación femenina. Pero se requiere valor y aprendizaje por ambas partes: nosotras debemos atrevernos a ser nosotras mismas sin imitar patrones masculinos, y ellos, atreverse a emplear a alguien distinto, rompiendo ese “techo de cristal”.

Poco a poco vamos accediendo al mundo académico y a los cargos públicos. Pero en el sector privado todavía resulta difícil combinar ser madre y ser profesional, y nuestra ausencia no hace más que acentuar la dificultad de imponer un cambio de estructuras y actitudes.

En conclusión, las condiciones del mundo del trabajo siguen establecidas en términos masculinos. Pero hay signos de cambio que traerán, quizás, las nuevas generaciones: los hombres cada vez asumen con mayor responsabilidad su paternidad, y es entonces cuando se dan cuenta de la necesidad de mejores condiciones para equilibrar trabajo y familia. Leer más...