Te amo.


Te amo.
Parece que el término "amor" se ha deshumanizado, pero Cristo, ha elevado su significado a lo más alto, y en su más pura expresión: donación.

Valor: el amor

Desde que éramos pequeños y un poco ignorantes escuchábamos con frecuencia la palabra “amor”. No hay duda de que este término es uno de los primeros que los niños aprenden a pronunciar. No obstante, a medida que crecemos parece que el significado “amor” se va tergiversando y se torna cada vez más oscuro y confuso. Quizá es porque se usa demasiado, podría añadir alguno. No creo. Yo nunca me canso de decir “mamá” y estoy convencido que siempre me he referido a la misma persona.

El problema es que el término “amor” se ha banalizado y se aplica a conceptos que desfiguran su verdadero sentido. No hay que desenfundar demasiadas pruebas para demostrar esto. Creo que es sencillo comprender que los términos “amante”, “aventuras amorosas”, “hacer el amor”... no nos evocan precisamente el mismo sentido que cuando decíamos “mamá, te amo”.

Podría parecer entonces que el concepto “amar” tiene varios sentidos, pero esto no es así. El amor verdadero es aquel que se da y se entrega sin intereses ni recompensas, con la única finalidad de hacer feliz a aquel a quien se ama. Por consiguiente, no hay un amor sincero en aquel que tiene varios o varias “amantes” o anda a la caza de “aventuras amorosas”. En estos casos no se percibe una entrega necesariamente sacrificada. Más bien, se refleja todo lo contrario; la cara de un egoísmo oculto bajo la careta del amor.

Hubo un Hombre que dijo: “No hay mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos”. Ese Hombre, Cristo, que era Dios Encarnado, nos enseñó durante su vida lo que significa la misteriosa palabra “amor”. Su vida, pasión y muerte es el testimonio elocuente del verdadero sentido del amor. Amor que es donación; donación que es sacrificio.

Tristemente nuestra sociedad está ya acostumbrada a escuchar “amor” en su sentido más deshumanizado. Sin embargo, el amor que Cristo nos enseña no es un amor sensual, fundamentado en la posesión física y en el placer. Este tipo de amor degrada a la persona al considerarse como un pasajero objeto de gozo y satisfacción.

Cristo se encarnó y se entregó en la cruz para elevar el amor a su sentido más auténtico, a sus más altas cotas y a su más íntima pureza. Con su ejemplo nos enseñó a preocuparnos desinteresadamente por el otro y a ansiar, por encima de todo, el bien del amado.

Es en la cruz donde puede contemplarse la verdad de este amor. A partir de esta verdad se debe definir qué es el amor y, desde este mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amor.

Ojalá que el ejemplo de amor-donación que Jesucristo nos transmite con su pasión y muerte nos sirva para analizar si de verdad somos sinceros al afirmar: “te amo”. Que este testimonio nos ayude a emplear esta palabra en su sentido más pleno y genuino. Leer más...

La alegría del corazón.


La alegría del corazón.
La hondura y jugosidad de las Cartas: La alegría es el fruto de una actitud muy reflexiva y honda de ajuste al propio ser

"Debemos intentar que nuestro corazón esté alegre (froh). No divertido (lustig), que es otra cosa. Ser divertido es algo externo, hace ruido y desaparece rápidamente. Pero la alegría (Freudigkeit) vive dentro, silenciosamente, y echa raices profundas. Es la hermana de la seriedad; donde está la una, está también la otra" (15).

Esta alegría honda, serena, permanente ¿de dónde procede? Hay en la vida muchas fuentes de alegría verdadera, pero sólo una garantiza un estado de alegría inagotable: "acogerse a Dios con toda el alma y permanecer junto a El en silencio interior" (16). Cuando nos unimos a Dios y nos identificamos con Su voluntad, "abrimos el camino para la alegría de Dios". Si mantenemos esta actitud fielmente, con buen ánimo, confianza y libertad interior -"condiciones emparentadas con la alegría"-, estaremos inundados de gozo, "suceda fuera lo que suceda".

La voluntad de Dios se me manifiesta a través de lo que se me presenta como una obligación, "pues cada instante con su obligación propia es un mensajero de Dios". "Si prestamos oídos, tendremos madurez para entender rectamente el próximo mensaje y asumirlo. Así realizamos paso a paso la tarea de nuestra vida. (...) Entonces estamos alegres" (17).

Para determinar cuál es en cada momento nuestra obligación, debemos cultivar la virtud de la veracidad. Hay que sentir gusto internamente en hacer la voluntad de Dios, pero de veras. Es sumamente expresivo y convincente Guardini cuando se dirige directamente al lector y expresa así la idea antedicha:

"Esto es lo que debo hacer ahora. ¡Sí, Señor, y con gusto! Esta última expresión lo decide todo. Pues lo decisivo es no actuar a disgusto, sólo porque tiene que hacerse, indolentemente y medio dormido; sino ¡con gusto! Pero esta palabra hay que pronunciarla interiormente, no sólo con el pensamiento o con los labios. Hay que pronunciarla con toda la voluntad. Y siempre más y más adentro. ¿Comprendes esto? Debe penetrar cada vez más en el corazón. Pues dentro hay todavía mucha oposición, y ésta se pone en contra. Hasta ahí tiene que penetrar la expresión ´con gusto´. Donde aún hay apatía y pereza, debe brillar esta expresión como una luz brillante y fuerte, y siempre más hondamente, más radicalmente, hasta que todo esté claro ante Dios: Señor, lo quiero. Entonces estarás alegre. Esa fue la actitud de nuestro Señor. Toda el alma de Jesús era pura apertura gozosa: ´¡Yo hago siempre la voluntad de mi Padre´!" (18).

Esta proclamación sincera, hecha desde la hondura de nuestro ser, de cumplir la voluntad de Dios nos da una "alegre fuerza" para superar todas las dificultades, pues "Dios está ahí" (19).

Pero el hombre no sólo debe estar alegre en su espíritu, sino también en su cuerpo. Este debemos mantenerlo debidamente erguido: "la cabeza alta, la frente abierta a la luz, los hombros hacia atrás", como símbolo de que la persona entera se halla en forma. Para ello nos ayuda "tener en la habitación una fuente de alegría":

"Por ejemplo, una planta viva. Nos pone alegres cuando algo crece ahí incansablemente, y verdea y florece. O una imagen alegre, un paisaje por el que hemos paseado alguna vez. Contémplala de cuando en cuando con los ojos bien abiertos: ¡Qué amplitud hay ahí! ¡Qué fresco el bosque! ¡Qué claro el cielo! Qué libertad en las alturas..., y todo esto es mío, todo mío! O recuerda una canción y cántala para ti. Entonces se iluminará una luz en tu interior. O recita un bello poema. Esto nos va como un trago de agua fresca en una larga y polvorienta marcha. Y luego vuelve de nuevo al trabajo" (20).

Considerar los cantos, los poemas, los paisajes, las flores... como fuente de alegría indica que se sabe ver con profundidad, que se es capaz de ver en el perfume de una flor y en su bella forma la expresión viva de la naturaleza entera en estado de plenitud y sazón. Y, como la plenitud es fuente de alegría colmada, es decir, de entusiasmo, muy bien cabe afirmar que la contemplación de las flores nos llena el alma de un gozo perdurable (21).

Esto nos explica que, en otro lugar, haya puesto Guardini en relación la alegría con el conocimiento del bien, entendido en el profundo sentido platónico como "aquello cuyo realización es lo que de veras hace al hombre ser hombre". "La meta de este libro quedaría lograda si el lector percibiera que el conocimiento del bien es motivo de alegría" (22).

El enemigo de la alegría no es el dolor. "Éste nos hace fuertes y profundos. Nos dispone para la verdadera alegría. Déjalo entrar tranquilamente en tu corazón". Los enemigos que debemos desterrar, porque ciegan las fuentes del verdadero gozo, son el mal humor y la depresión. Malhumorarse a causa de ciertas incomodidades o contratiempos destierra de nuestro interior la disposición para la alegría, no nos permite crear ese ámbito de acogimiento de todo cuanto hay de bueno y bello en la existencia, y nos cierra en nosotros mismos como en una habitación mohosa. La depresión es "un poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar". Guardini, que tanto padeció a causa de ella, no duda en afirmar que se puede vencer la depresión si uno le cierra toda entrada al principio (23).

Comprendido el sentimiento de alegría en toda su envergadura, se percibe el largo alcance de la recomendación que hace Guardini al final del capítulo: "Por la noche, al acostarnos, digámonos tranquila y confiadamente: Mañana estaré alegre. Nos imaginamos lo que significa tratar a las gentes, jugar, trabajar, pasar el dia animados y con alegría y libertad, y decimos: ´Así estaré mañana todo el día´. Nos lo decimos varias veces. Este es un pensamiento creativo, que opera durante toda la noche en el alma, de modo silencioso pero seguro, como los duendes en los cuentos..." (24).

De lo antedicho se desprende que la alegría no es una mera cuestión de temperamento, o producto de circunstancias exteriores favorables; es el fruto de una actitud muy reflexiva y honda de ajuste al propio ser. Si somos finitos, nuestra misma realidad tiende por una especie de ley de gravedad hacia el Poder de que depende, en frase de Kierkegaard (25). Al unir nuestra persona y nuestro destino a la voluntad de Dios, nos vemos centrados, realizados plenamente en toda circunstancia, por dura que sea, y nuestra satisfacción y alegría es plena y duradera.

Si profundizamos en estas ideas y las asumimos interiormente, podemos responder con precisión a las cuestiones que nos propone Guardini como una especie de apéndice práctico al capítulo sobre la alegría (26). Leer más...

Depresión.


Depresión.
Nombres alternativos :Melancolía, rechazo, desánimo, cambios de humor, tristeza.


Depresión
Los sentimientos de depresión se pueden describir como sentirse triste, melancólico, infeliz, miserable o derrumbado. La mayoría de las personas se sienten de esta manera una que otra vez durante períodos cortos, pero la verdadera depresión clínica es un trastorno del estado de ánimo en el cual los sentimientos de tristeza, pérdida, ira o frustración interfieren con la vida diaria durante un período prolongado.

Consideraciones generales

La depresión generalmente se clasifica en términos de gravedad: leve, moderada o severa. El médico puede determinar el grado de la depresión y de acuerdo con esto se plantea la forma como se debe tratar. Los síntomas de depresión abarcan:

Dificultad para conciliar el sueño o exceso de sueño
Cambio dramático en el apetito, a menudo con aumento o pérdida de peso
Fatiga y falta de energía
Sentimientos de inutilidad, odio a sí mismo y culpa inapropiada
Dificultad extrema para concentrarse
Agitación, inquietud e irritabilidad
Inactividad y retraimiento de las actividades usuales
Pensamientos recurrentes de muerte o suicidio
Sentimientos de desesperanza y abandono


La baja autoestima frecuentemente está asociada con depresión, al igual que los arrebatos repentinos de ira y falta de placer en actividades que normalmente hacen feliz a la persona, incluyendo la actividad sexual.

Los tipos principales de depresión abarcan:

Depresión grave: deben presentarse 5 o más síntomas de la lista de arriba, durante al menos dos semanas, aunque esta condición tiende a continuar por al menos 6 meses (la depresión se clasifica como depresión menor si se presentan menos de 5 de estos síntomas durante al menos dos semanas).
Distimia: una forma de depresión crónica, generalmente más leve, pero que dura más, con frecuencia hasta 2 años.
Depresión atípica: depresión acompañada de síntomas inusuales, como alucinaciones (por ejemplo, escuchar voces que realmente no están allí) o delirios (pensamientos irracionales).

Otras formas comunes de depresión abarcan:

Depresión posparto: muchas mujeres se sienten deprimidas después de tener el bebé, pero la verdadera depresión posparto es poco común.
Trastorno disfórico premenstrual (PMDD, por sus siglas en inglés): síntomas depresivos que ocurren una semana antes de la menstruación y desaparecen después de menstruar.
Trastorno afectivo estacional (SAD, por sus siglas en inglés): ocurre durante las estaciones de otoño e invierno y desaparece durante la primavera y el verano, probablemente debido a la falta de luz solar.
La depresión también puede ocurrir con manías (conocida como depresión maníaca o trastorno bipolar). En esta condición, los estados de ánimo están en un ciclo entre manía y depresión.

La depresión es más común en las mujeres que en los hombres y es especialmente frecuente durante los años de adolescencia. Los hombres parecen buscar ayuda con relación a sentimientos de depresión con menos frecuencia que las mujeres; por lo tanto, las mujeres pueden simplemente tener más casos documentados de depresión.

Causas comunes

La depresión a menudo se da en familias, posiblemente por herencia, comportamiento aprendido o ambos. Incluso con una predisposición genética, generalmente es un evento estresante o una vida infeliz lo que desencadena el comienzo de un episodio depresivo.

La depresión se puede originar por:

La muerte de un amigo o familiar.
Una desilusión importante en el hogar, en el trabajo o en la escuela (en los adolescentes, por ejemplo, puede darse por la ruptura de relaciones con el novio o la novia, perder una materia o el divorcio de los padres)
Un dolor prolongado o una enfermedad grave
Condiciones médicas como hipotiroidismo (baja actividad de la tiroides), cáncer o hepatitis
Medicamentos tales como tranquilizantes y medicamentos para la hipertensión.
Consumo excesivo de alcohol o drogas
Estrés crónico
Eventos en la infancia como maltrato o rechazo
Aislamiento social (común en los ancianos)
Deficiencias nutricionales (como folato y ácidos grasos omega-3)
Problemas de sueño
Cuidados en el hogar

Si una persona presenta síntomas depresivos durante dos semanas o más, debe ponerse en contacto con el médico, quien le puede ofrecer opciones de tratamiento. Sin importar si se trata de una depresión leve o una depresión mayor, las siguientes medidas de cuidados personales pueden ayudar:

Dormir bien
Consumir una dieta nutritiva y saludable
Hacer ejercicio regularmente
Evitar el consumo de alcohol, marihuana y otras drogas psicoactivas
Involucrarse en actividades que normalmente le dan felicidad, incluso si no siente deseos de hacerlo
Pasar el tiempo con familiares y amigos
Intentar hablar con clérigos o consejeros espirituales quienes pueden ayudar a darle sentido a experiencias dolorosas
Hacer oración.

Puede servir el hecho de agregar ácidos grasos omega-3 a la dieta, los cuales se pueden obtener del pescado de agua fría como el atún, el salmón o la caballa, al igual que tomar folato (vitamina B9). Las cantidades apropiadas de este último (400 a 800 microgramos) se encuentran en muchos suplementos multivitamínicos.

Si la depresión ocurre en los meses de otoño o invierno, se puede intentar la terapia de luz usando una lámpara especial que simula la luz del sol.

Muchas otras personas intentan con una hierba popular que no requiere receta médica llamada la hierba de San Juan. Algunos estudios sugieren que este remedio puede servir para la depresión leve, pero no para la depresión moderada o severa. Se debe tener cuidado con esta hierba, ya que tiene muchas interacciones potenciales con drogas y no se debe tomar con antidepresivos recetados, pastillas anticonceptivas, inhibidores de proteasa para infección por VIH, teofilina, warfarina, digoxina, reserpina, ciclosporina o loperamida. Se debe consultar con el médico en caso de estar pensando en utilizar esta hierba para la depresión leve.

En caso de presentarse depresión moderada a severa, probablemente el plan de tratamiento más efectivo será una combinación de asesoría y medicamentos.

Se debe llamar al médico si

Dirigirse de manera segura a la sala de emergencias más cercana en caso de tener pensamientos suicidas, un plan para cometer suicidio o intenciones de hacerse daño a sí mismo o a otros.

La persona debe buscar asistencia médica de inmediato si:

Escucha voces que no están allí.
Presenta episodios frecuentes de llanto con o sin provocación.
Ha tenido sentimientos de depresión que perturban la vida laboral, escolar o familiar por más de dos semanas.
Presenta 3 o más de los síntomas de depresión.
Piensa que uno de los medicamentos que está tomando actualmente puede estar causándole depresión. Sin embargo, NO SE DEBEN cambiar ni suspender los medicamentos sin previa consulta con el médico.
Cree que debe reducir el consumo de alcohol, un miembro de la familia o un amigo le ha pedido que lo haga, se siente culpable con relación a la cantidad de alcohol que consume o el alcohol es lo primero que bebe en la mañana.
Lo que se puede esperar en el consultorio médico Volver al comienzo

Se hace la historia médica completa, una entrevista psiquiátrica y se realiza un examen físico para tratar de clasificar la depresión como leve, moderada o severa y ver si hay una causa subyacente tratable (como consumo excesivo de alcohol o baja actividad de la tiroides). Por lo general, se recomienda hospitalización cuando el suicidio parece posible.

Es de esperar alguna exploración de los asuntos y eventos asociados con los sentimientos de depresión. El médico hará preguntas acerca de:

El estado de ánimo depresivo y otros síntomas asociados (sueño, apetito, concentración, energía).
Posibles factores estresantes en la vida y los sistemas de apoyo en el lugar.
Si alguna vez han cruzado por la mente de la persona pensamientos para terminar con su vida.
Consumo de alcohol y drogas y los medicamentos que la persona está tomando en la actualidad, si los hay.

El tratamiento varía de acuerdo con la causa y gravedad de los síntomas depresivos, así como las preferencias del paciente. La terapia más efectiva para una depresión de moderada a severa es una combinación de medicamentos antidepresivos y psicoterapia; mientras que para la depresión leve, la asesoría y las medidas de cuidados personales sin medicamentos pueden ser suficientes.

Si la persona está tomando otros medicamentos para otros propósitos que pudieran causar depresión como efecto secundario, es posible que sea necesario cambiarlos. Sin embargo,no se deben cambiar los medicamentos sin consultar con el médico.

Para las personas que se encuentran tan deprimidas que no son capaces de desempeñarse solas o que tienen una tendencia suicida y no se les puede cuidar de manera segura en la comunidad, puede ser necesaria la hospitalización psiquiátrica.

Prevención

Los hábitos de vida saludables pueden ayudar a prevenir la depresión o disminuir las posibilidades de que se presente de nuevo. Dichos hábitos abarcan alimentarse de manera adecuada, hacer ejercicio regularmente, aprender a relajarse y no consumir alcohol ni drogas.

La asesoría le puede ayudar a la persona en los momentos de aflicción, estrés o desánimo. La terapia de familia puede ser particularmente importante para los adolescentes que se sienten deprimidos.

En el caso de los ancianos u otras personas que se sientan socialmente aislados o solos, se recomienda intentar involucrarse en actividades de grupo o de servicios voluntarios. Leer más...

Infidelidad


Infidelidad.
Un Derecho Humano Ausente: La Fidelidad

Los derechos individuales parecen haberse convertido en ley suprema de nuestra sociedad para los tiempos modernos. La incesante búsqueda de nuevos derechos y una continua preocupación social por su cumplimiento, parece mostrarlos como a una condición indispensable para alcanzar un mayor bienestar social. Pero la evolución de una conciencia sobre la extensión de la responsabilidad individual parece diminuida frente a tantos derechos, y no es de extrañar que culturalmente a la fidelidad se la hubiera limitado “hasta que el otro no me falle”. En el campo afectivo, tal parece que estamos regresando a los tiempos del “ojo por ojo”.

La infidelidad conyugal, aún cuando es promovida y considerada como esperable y frecuente por muchos de los medios de comunicación actuales, cuando acontece, culturalmente, al mismo tiempo es considerada como una suerte de traición que otorga el derecho a su “víctima”, de reacción y compensaciones. Es comprensible que el dolor y la frustración que sienta el afectado, no pocas veces, le haga aceptar el camino de la ira y el desencanto, acompañado de una sensación de ruptura terminal. En medio de las crecientes y naturales confusiones, intensas emociones y pensamientos apocalípticos invaden la mente, con lo que no tarda en aparecer una alternativa de acción que siempre promete solucionarlo todo, incluso, reiniciar esa soñada vida que ahora se siente perdida, o al menos, desperdiciada: es el divorcio.

Todo tiene su precio

Pero el divorcio siempre ha cobrado su alto precio a quienes lo aceptan como una alternativa de acción en sus vidas, y este costo no toma en cuenta el grado de validez de las justificaciones que pueden impulsarnos a su encuentro. Las causas objetivas no parecen ser ya relevantes frente a los hechos, y la razón se doblega frente a intensas pasiones y emociones sentimentales que piden una compensación para curar nuestra herida “dignidad”. Pero un problema central del divorcio estriba en que usualmente la decisión se origina en sentimientos de ira, revancha, venganza, o en el mejor de los casos, en las frustraciones de una vida indeseada que se desea terminar. O sea, no se origina en sentimientos de amor, en lo único que ayuda a sanar heridas y a construir vidas de una forma perenne y real.

En los momentos de dudas y dolores causados por una infidelidad, tortuosos pensamientos nos persiguen y parecen darnos alcance con persistentes y profundas estocadas emocionales. Atreverse a sopesar nuestros sentimientos, deseos y decisiones, es muy duro, ya que la intuición nos dice que deberemos enfrentar confundidos y heridos a un gran dilema: ¿qué deseamos para nuestra vida futura? Esto significa meditar sobre, ¿qué es lo mejor o lo más justo? Y, ¿para quién? Dos caminos con direcciones diferentes parecen abrirse frente a nosotros ante una situación de infidelidad: Uno, considerado lleno de legítimos derechos, la separación o el divorcio; y el otro, al cual con frecuencia se le da poca importancia porque tendemos a menospreciarlo como si fuera un absurdo: es el camino del amor. Parece absurdo, porque: ¿cómo amar a quién sentimos haber dejado de amar?

Caminante, al andar se hace camino…

Iniciarse por el camino del amor no se logra por la senda de las buenas palabras y buenas intenciones, sino por caminos de acción: por el camino de la revisión de las actitudes y conductas personales expresadas hacia la pareja; de las atenciones que no se dieron oportunamente; de las preocupaciones por ella que no recibió; de esa capacidad no demostrada por atender y escuchar sus diarios problemas; de esas ausentes ayudas simples y cotidianas en las tareas hogareñas más tediosas; de ese tiempo que por diversas razones no dimos; de tantas ocasiones en que nuestra presencia fue ausencia,… El camino del amor se encuentra por la senda de la comprensión, porque cuando se es capaz de enfrentarse a sí mismo/a y de verse tal cual se ha sido, es posible comprender mejor la situación en que se ha envuelto el motivo de nuestro amor perdido. Aceptando que también es posible que uno, a veces sin darse cuenta, pudo haber ayudado en algo a empujar esas decisiones ajenas que ahora todos lamentamos.

La vida moderna nos absorbe y presiona hasta el extremo, y en medio de tantas tensiones no es difícil olvidarse de quienes nos rodean por estar tanto tiempo concentrados en problemas personales, en el propio cansancio, en las frustraciones individuales, pero dando menor importancia u olvidando a las ajenas, olvidando el sentido de lo que es compartir, de lo que es vivir.

Mirándonos

El camino del amor tiene un solo lenguaje, el de la donación. Pero suena casi ridículo hablar de donación hacia quien sentimos que nos ha fallado de alguna forma o quizás traicionado nuestra confianza. Así se siente, pero, ¿será tan así? ¿No ocurrirá que con frecuencia miramos la realidad de una forma demasiado egoísta y egocéntrica, sólo desde nuestro personal punto de vista y sin considerar el del otro? Estamos acostumbrados a mirar de una forma en que fácilmente apreciamos nuestros derechos y rara vez nuestros deberes no cumplidos para con el otro. Escuchamos la voz de nuestros sentimientos con extrema atención, pero siendo en continuas ocasiones como sordos a los intereses y sentimientos del otro. Deseamos ser jueces pero nunca juzgados, ni siquiera por nosotros mismos. Y cuando le damos la espalda al camino del amor, entramos al de la confusión, con lo cual nuestras decisiones se tornan más drásticas y violentas, como si con ello quisiéramos compensar de alguna forma las heridas recibidas con esos dolorosos sentimientos de frustración e impotencia de no poder ya regresar a cambiar ese pasado que hoy vemos como errado y lleno de decisiones inadecuadas, causadas por supuestas presiones, ausencia de información oportuna, descuido, inmadurez,… todas características de una víctima y jamás de un responsable. Una senda que cuando la seguimos muy pronto abre otro camino, el de la autojustificación, con la cual nos llegamos a sentir con pleno derecho a cambiar nuestros hábitos y vida, pero sin considerar a nadie más que a uno mismo y en una situación donde no somos capaces de percibir que ya no sabemos donde está uno mismo ni qué queremos realmente. El desenlace de estas decisiones tan frecuentes es bien conocido en la actualidad.

Una huella que seguir

Amar no es siempre querer, no es desear; ya que amar puede ser actuar para y por el otro, incluso, sin quererlo ni desearlo. Esto es cuestión de naturaleza y no es asunto de gustos, preferencias, religión, ni de lo que uno pueda creer. Es un tema extremadamente delicado, ya que en él nos jugamos parte importante de nuestra felicidad presente y futura. Y es aquí donde debiera estar el eje de nuestros pensamientos para tomar cualquier decisión importante en nuestra vida: Tal o cual decisión ¿me ayudará o no, a ser más feliz? ¿A construir o reconstruir mi vida? ¿A construir o reconstruir otras vidas? Porque, si uno se permite perder el amor por alguien, de seguro puede permitirse perder el amor de cualquier otra persona; y esta podría ser la senda de llegar a perder el amor por uno mismo creyendo defenderlo. El amor verdadero no está condicionado a una suerte de intercambios, ni a las leyes y derechos del mercado, sino a la naturaleza más profunda e íntima de cada persona. La aceptación del amor es algo personal, debe nacer del interior de uno mismo; luego, la creación del amor es algo diferente ya que es la esperada consecuencia de nuestras buenas acciones dirigidas hacia otra persona: Lo primero es nuestra acción en el sentido del amor, y luego de esa acción de donación personal hacia el otro, puede nacer lo que llamamos amor. La acción nace de nosotros, pero el amor no nace de nosotros; por eso hay quienes dicen que su presencia es una prueba más de la existencia y presencia de Dios. El amor es un don, un regalo, porque uno puede crear la acción pero el amor lo recibimos como una consecuencia que no es una condición necesaria. Tal parece que nadie en este mundo puede garantizarlo de forma alguna; no basta quererlo, desearlo ni actuar para obtenerlo, a pesar de lo cual, la sola esperanza de obtenerlo es motivo suficiente para guiar el sentido de nuestras mejores acciones hacia el bien del prójimo.

¿Qué desea quién está herido y se siente destruido? Posiblemente sanar sus heridas y reconstruir lo que hoy está caído. Sí, porque la venganza o la revancha jamás han sanado heridas, sino que abiertas las mantienen. Jamás algo han reconstruido. En cambio, generalmente, ayudan a profundizar las destrucciones ya realizadas.

Hora de recordar

Es tiempo de recordar a un hombre que vivió hace 2000 años y que enfrentó en muchos aspectos a una realidad muy similar desde su personal punto de vista (o aún, mucho peor de la que podríamos imaginar), pero que actuó en la forma más adecuada que un ser humano bajo esta situación lo podría hacer, y finalmente, logró la mayor felicidad durante su compleja vida matrimonial. Con ello permitió que su familia creciera y se desarrollara naturalmente, cambiando en muchos aspectos la historia de la humanidad como él nunca lo llegó a imaginar. El gran ejemplo de sus acciones y decisiones lo hacen una insuperable guía para aquellas madres y padres que están sufriendo al extremo, y que creen ver como una solución a sus problemas, frustraciones y temores, al divorcio, la separación o a la ruptura familiar. Él es un hombre que ha sido tratado extremadamente mal por la historia, respecto de él se han hablado toda clase de insultos y desprecios; posiblemente los mismos que recibirán quienes decidan seguir su ejemplo. Pero fue el más valiente y el mejor padre que este mundo ha logrado y logrará producir. Fue el marido más responsable y el mejor protector de su familia que en este mundo ha nacido. Al mismo tiempo, fue también quien tuvo más derechos y motivos para separarse y alejarse de la vida matrimonial… y no lo hizo. Su nombre es José.

José sufrió muchos de nuestros problemas actuales, las mismas necesidades insatisfechas, los mismos temores y tensiones, los mismos sueños y deseos de dar más de lo que podía a su familia, la misma obligación de trabajar arduamente y muchas veces en condiciones ingratas por obtener el sustento de su familia. Él también tenía amigos con una variedad de vidas y costumbres, también tenía la oportunidad de sentirse que ya había hecho lo suficiente y que era hora de pensar en sí mismo. También en un momento de su vida se sintió traicionado, sorprendido y frustrado al más absoluto extremo… y desde su punto de vista, con motivos reales para ello.

Otra de sus grandes cualidades fue su gran voluntad de mantener prudente silencio cuando las naturales dudas lo invadían todo en su vida; sin hacer comentarios insensatos con otras personas, soportando su silencio, buscó no causar algún daño a quien sentía que había traicionado su fidelidad de alguna forma. Finalmente, decidió correctamente, y fue consecuente con lo ya decidido por el resto de su existencia. Esto es, optó por vivir para el otro y por el otro, para su mujer y el hijo de ella. En esta extrema condición, decidió donarse por completo y para siempre, sin aspavientos, sin esperar ni pedir nada a cambio, sin pasar la cuenta por sus sentimientos heridos. Decidió pasar por encima de sus múltiples temores y frustraciones, por encima de las leyes y costumbres de su sociedad y cultura, las que le otorgaban incluso el derecho a quitarle la vida a su mujer bajo esas condiciones. No se detuvo al pensar en sus derechos, ni en sus heridas, ni en nada de sí mismo porque antepuso a su frustración y a su persona la felicidad de quien sentía perdida y era la causa de sus heridas. Antepuso a su herido orgullo la honorabilidad de su mujer. Antepuso a su perdida felicidad la de su familia, la de su mujer y la del futuro hijo; ellos dependían de él y de su libre decisión personal. Al ver hoy a su hijo, Jesús, no puedo sacar de mi mente aquel refrán que dice: “de tal palo, tal astilla”. Esto es: se negó a sí mismo… fue un ser tan humano como cualquiera, y nos mostró la forma más extrema en que el amor de verdad se puede manifestar. Él no se quedó en los hechos ni en los derechos, fue mucho más allá: los superó.

Hoy, ¿es diferente?

La auténtica vida no es cuestión de lo que se quiere, ni de lo que se desea, no es cuestión de gustos ni de derechos, no es cuestión de costumbres sociales ni de leyes humanas, es un asunto de amor.

Los tiempos modernos son como todos los tiempos, sus dificultades y oportunidades parecen ser muy similares. Cambiarán las formas pero sus efectos en la vida de las personas no han variado. Y en el transcurso de la historia, hoy como en cualquier momento puntual debemos preguntarnos ¿qué es lo más importante? ¿qué es lo que realmente perdura? ¿qué es lo que construye y reconstruye la felicidad personal y la ajena? Lo realmente esencial parece no alterarse jamás, y la única variación real en el tiempo la constituye cada sencilla y libre elección personal tomada ante cada circunstancia, aceptando o rechazando la invitación permanente que la opción del amor significa para nuestras vidas y las de los demás.

Aunque tengamos la razón, aunque tengamos todos los derechos de este mundo, aunque nuestras costumbres familiares y culturales estén de nuestro lado, aunque no seamos responsables y estemos fuertemente heridos en lo más profundo de nuestro ser, ¿cuál será nuestra decisión? Ya que su consecuencia puede significar un serio daño para nuestra felicidad presente y futura. ¿Qué queremos para nuestra vida? Y si ya sentimos como si todo lo importante lo hubiéramos perdido, preguntémonos, ¿qué queremos para la vida de quienes dependen de nosotros?

Una respuesta personal

Cualquiera sea la decisión tomada, esta tendrá su precio. Pero tratemos de que no nos influyan los aparentes valores de este mundo, ya que, ¿qué importancia tiene la causa de la herida recibida cuando a esta ingrata situación la comparamos con la felicidad de quienes dependen de uno? ¿Qué importancia tiene la tortura de tantos pensamientos y sentimientos frustrados, cuando tenemos el poder infinito de evitar nuevas heridas a otras personas? ¿Para qué me sirve tener derechos, si de una u otra forma su utilización pisoteará los derechos de otras personas? ¿Quien soy para juzgar a otra persona, cuando tantas faltas en perjuicio de otros he cometido cada día de mi vida? ¿Depende mi felicidad sólo de mi, o dependerá también de mi relación con quienes ha transcurrido mi vida? ¿Puedo llegar a ser feliz construyendo sobre los padecimientos de otros por causa de mi derecho a ser feliz?

Las respuestas a estas preguntas son personales, y por lo tanto deben ser buscadas en el interior de cada persona. Debemos buscarlas, dándonos el tiempo necesario para encontrarlas; y manteniendo una conducta prudente y cautelosa de la intimidad propia y ajena son condiciones necesarias para no perder la libertad, al condicionarla a opiniones bien intencionadas pero que pueden ser erradas o impulsivas. Es bueno recordar siempre que un momento no es una vida, y que tampoco tiene el valor de la felicidad de una sola persona, por lo tanto, en estas situaciones, es vital resistir al natural desánimo que intentará inundar nuestra existencia.

Una buena decisión, y especialmente la mejor, es aceptar los consejos del amor, porque invita a la acción, fortalece nuestra existencia y nos conduce por un camino seguro. Es un camino difícil, pero del cual muy pronto podremos llegar a estar profundamente agradecidos al haber tenido la maravillosa oportunidad de luchar y vencer a la adversidad, de sentirnos vivos reencontrando el camino del verdadero amor; del único que traerá la paz y la felicidad a nuestros corazones, a nuestros pensamientos y sentimientos, a esa vida que hace mucho tiempo dejó de ser personal y que hoy se comparte con otras vidas, especialmente con las de quienes tenemos más cerca... Porque es en ellos en quienes Dios quiere que lo busquemos y encontremos.

Una buena decisión, es para toda la vida. Leer más...

Proyecto de vida y carisma.


Proyecto de vida y carisma.
¿Se puede proyectar la vida?

El cristianismo es seguir a una persona. “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”1 La entusiasta invitación que han recibido las personas consagradas para seguir a Jesucristo se convierte en todo un programa que debe cubrir toda la vida y todos los aspectos de la vida, ya que se es llamada a vivir la misma vida de Cristo en toda la profundidad de la existencia humana. Así la ha confirmado Juan Pablo II al expresar la identidad de la vida consagrada como un seguimiento de Cristo, a la manera de los apóstoles: “El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida.”2

Esta forma de vida de Cristo es la que hará de perno en toda la vida de las personas consagradas y bien podemos afirmar que será el fundamento de su identidad, de tal forma que la persona consagrada lo es en la medida que su vida se asemeja cada vez más a la vida de Jesucristo, de forma que pueda llegar a expresar como San Pablo: “Ya o soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. De aquí la importancia de conformar la vida con la vida de Cristo: “El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo.”3

Este proceso de conversión o de formación permanente requiere todo un camino. Es el proyecto de toda una vida que no se puede dejar al azar, al vaivén de las circunstancias o a la interpretación del último autor, confesor o expositor de moda. Requiere tener sólidos fundamentos que le permitan alcanzar la meta deseada, esto es, la conformación plena con la persona de Cristo.

Puede extrañarnos en un primer momento la necesidad de planear la vida consagrada. Hacemos hincapié de que estamos hablando de planear todos los aspectos de la vida consagrada y no sólo aquellos que atañen a la vida espiritual, como fácilmente podría considerarse. Si la persona consagrada es propiedad entera del Señor, entonces no hay porque extrañarse que todos los aspectos inherentes a su existir deban pertenecerle al Señor. Se es consagrada en forma íntegra, no en parcialidades. Quien estable cotos, límites e o cercos a su vida y no la entrega en plenitud al Señor, no estará viviendo en plenitud la consagración a Él prometida.

Esta consagración al Señor comporta una santidad de vida, entendida como la vivencia plena de las promesas bautismales. “No obstante exista una absoluta trascendencia de la santidad del Padre y de Jesús, se sigue que los cristianos pueden llegar a ser santos como Dios lo es porque el Espíritu los hace partícipes de la santidad divina, sin ofender la trascendencia infinita del Padre, sino compartiéndola. Si en la unión hipostática el Verbo asumió la condición humana, en su santificación el cristiano asume la condición divina. La santidad del cristiano es un don del Espíritu Santo.”4 Por lo tanto la santidad es posible adquirirla cuando se esta en escucha constante del Espíritu Santo y en la búsqueda del cumplimiento de los deberes de estado. Por la propia consagración, estos deberes de estado se convierten para la persona consagrada en medios adecuados para su santificación. No tiene que pensar en santificarse fuera de los mismos compromisos que le marca su consagración, de tal forma que sus deberes espirituales, su vida fraterna en comunidad, sus deberes de apostolado se convierten en medios idóneos para configurarse con Cristo y así alcanzar la santidad. La pregunta de la programación queda aún en el aire, ya que si estos medios llevan de por sí a la santidad, no habría poner tanto necesidad de programación alguna. Bastaría simplemente vivirlo con la mejor de las intenciones.

Sin embargo por experiencia propia sabemos que la persona consagrada, como cualquier persona del género humano, a veces no logra distinguir con nitidez las cosas qué debe hacer ni la forma en cómo puede cumplirlas. Además como criatura creada a imagen de dios, caída por le pecado original y redimida por Cristo, no está exenta de sufrir las asechanzas del mundo, de sus propias pasiones. Es entonces cuando surge la necesidad de conocerse para programarse, para saber atajar al enemigo, ya sea el enemigo que se lleva dentro, o ya sea aquél que se disfraza a través de las circunstancias o de factores externos. No debemos olvidar, dentro de estos elementos, el desarrollo psicológico de la persona que también dejará su huella en la persona consagrada, llevándole a tomar medidas necesarias para seguir respondiendo con la misma frescura y lozanía a Cristo, como cuando lo hizo el día que prometió seguimiento al Señor.

Por ello, la programación no es la regulación minuciosa y hasta maníaca de los detalles que debe cumplir la persona consagrada. Tal sería una actividad que pronto llevaría a la esquizofrenia. Es más bien la fijación de metas para alcanzar la santidad, el conocimiento que adquiere la persona de sí misma, las circunstancias que la rodean y que afectan las metas que se ha fijado para la santidad, los medios idóneos que utilizará para aprovechar los aspectos positivos y contraponer los negativos, de forma que la vida no sea guiada al caso o al vaivén de las circunstancias externas o de las pasiones y sentimientos internos.

El ideal de la santidad es el ideal de todo cristiano5 . Pero dicha santidad no es ni fácil ni difícil de alcanzar. Requiere simplemente la dosificación, es decir el fijar por etapas las metas que se quieren alcanzar. Cuando una persona se entusiasma por Cristo y quiere seguirlo e imitarlo, no lo podrá lograr de la noche a la mañana. Es necesario que se fije metas claras, precisas, objetivas y de corto alcance para lograr el objetivo final, que es la santidad.

Por otra parte la persona cuenta o debe contar con un aliado que es su misma persona. Esta persona, de acuerdo a la antropología cristiana, sabemos que está constituida por inteligencia y voluntad. Es decir, la persona puede conocer y la persona puede querer. Es libre para elegir lo que más le convenga, de acuerdo a las metas que se ha fijado. Pero también, esta persona tiene pasiones, sentimientos, impulsos. Todos ellos, de no mediar una grave enfermedad psicológica o psíquica, pueden ser encauzados de acuerdo a las metas que se ha fijado la persona. Por ello, debe conocerse, aceptarse y superarse, siguiendo las enseñazas de S. Agustín: “Conócete, acéptate, supérate.”

Por último, bien sabemos que la persona no vive enana esfera de cristal o en una isla. Actúa en una sociedad, en una comunidad. Y como una célula, no es impermeable a lo que sucede en su entorno. Deberá tomar en cuenta la forma en que las circunstancias externas le afectan para alcanzar la meta de la santidad, que previamente se ha fijado.

Por ello, a través de un programa de vida que le permita fijarse metas claras, cortas, precisa y objetivas, un conocimiento de su persona que la ponga alerta de las fuerzas positivas y negativas con las que cuenta, y un sentido de la realidad para saber la forma en que el ambiente externo va a afectar su camino a la santidad, podrá fijarse medios idóneos para llegar a la santidad. Así lo afirmaba Juan Pablo II: “¿Acaso se puede « programar » la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. (…) Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este « alto grado » de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.”6


El proyecto de la vida consagrada.
Ahora bien, si como dice Juan Pablo II, los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, los distintos estados de vida requerirán distintas pedagogías de santidad, ya que, si bien la santidad es una sola, esto es, asemejarnos a Cristo y así alcanzar la vida en Dios, los medios varías de acuerdo a las circunstancias que rodean la vida de las personas. Si bien la santidad es la misma, no se alcanza de la misma manera por una madre de familia que por una mujer consagrada a la oración, el sacrifico y la penitencia en la vida de un monasterio de clausura. Debemos fijar entonces la identidad de cada estilo de vida, de forma que podamos construir un proyecto claro y propio de santidad.

Para la vida consagrada debemos fijarnos ciertos aspectos comunes que nos permitan tener un esquema preciso de lo que las personas consagradas deben alcanzar en su vida y los medios con los que cuentan para ello. Serían muchas las fuentes a las que podríamos acudir para establecer esta santidad común a la que deben tender todas las personas consagradas. Pero podríamos aquí señalar que el magisterio de la Iglesia y el patrimonio espiritual de cada congregación deberían ser los ejes centrales en los cuáles fijar dicha santidad común.

• Gracias a Dios, después del Concilio vaticano II se ha dado un gran impulso a la Teología de la vida consagrada. Podríamos aquí recordar los títulos de los documentos emanados por la entonces Congregación para los religiosos e institutos seculares o su actual sucesor, la Congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, que de alguna manera ayudaron a reflexionar sobre la identidad de la vida consagrada, de acuerdo a los lineamientos que marcó el Concilio vaticano II, especialmente en el decreto Perfectae caritatis y el motu proprio Ecclesiae sanctae II. Cada uno de estos documentos, ya desde el mismo título, es todo un programa para entender lso elemntos esenciales de la vida cnsagrada y por ende, tomarlso como medios idóneos para la santificación en este estado de vida. Estos documentos son:

• La vida Fraterna en Comunidad (1994)

• Orientaciones sobre la Formación (1990)

• Elementos esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa (1983)

• La Dimensión Contemplativa de la Vida Religiosa (1980)

• Mutuae Relationes (1978)

• Religiosos y Promoción Humana (1978)

Todos estos documentos van a quedar reflejados y profundizados en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata (1996) de Juan Pablo II. En ella se establecen las líneas fundamentales de la consagración, que sucintamente podemos decir que es una vida “de especial configuración a Cristo, de especial comunión de amor con el Padre, de especial comunión con el Espíritu Santo, de especial seguimiento de Cristo, a la manera de los apóstoles, de especial configuración con la Virgen maría, una vida de profesión de los consejos evangélicos, una vida con una especial consagración, de especial perfección, de especial radicalismo evangélico y de una peculiar espiritualidad.”7

No debemos olvidar también lo dicho por el Código de Derecho canónico, que en canon 573 establece lo que es la vida consagrada. “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.”8

Si bien este canon y toda la exhortación Vita consecrata nos fijan los parámetros por los que ha de recorrerse la vida consagrada, no debemos olvidar que la vida consagrada se vive en forma particular, es decir, bajo un carisma específico. No se es una persona consagrada en general y después se viven los consejos evangélicos o la vida fraterna en comunidad en una forma especifica. Más bien, los elementos esenciales de la vida consagrada se viven de acuerdo al carisma específico.

Dicho carisma bien podríamos entenderlo como “la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.”9 Por lo tanto, el conocimiento del carisma fijará de alguna manera ya en forma definitiva, la santidad específica de los miembros de un determinado Instituto de vida consagrada.

Es necesario por tanto que los miembros de un instituto conozcan no someramente sino detalladamente el carisma de su instituto, de forma tal que todas las actividades que realizan, desde las más sencillas, hasta aquellas que a los ojos de los hombres pudieran parecer las más importantes, queden informadas por el carisma. De esta manera podrá alcanzarse sino con más facilidad, con más precisión. No como quien da “palos al aire”, sino como quien ha fijado con precisión los ideales y los medios.


Algunas dificultades de nuestro tiempo.
Hemos visto que la programación de la santidad en la vida consagrada requiere un proyecto de vida personal en dónde se plasmen las características más específicas de la Congregación, de forma que la persona consagrada pueda tenerlas como metas claras y visibles. De ahí partirá una búsqueda confiada y serena por encontrar los mejores medios que se puedan aplicar a cada realidad personal y a cada circunstancia de vida.

Sin embargo, parece ser que este tipo de trabajo no encuentra respuestas favorables en el ambiente religioso de nuestros días. No hace mucho me escribía una religiosa: “¿Dónde están las religiosas, que hacen en las comunidades, como está su vida interior? Definitivamente se viven la vida muy light y no solo en la vida religiosa sino en el mundo entero.” Se ha dejado en el olvido, o pero aún, no existe ya la costumbre de tener un programa de vida y a lo más, se contentan con el cumplimiento del deber.

Si bien es difícil establecer las causas de este enfriamiento en la virtud, intentaré esbozar algunos de ellos, sin pretender ni abarcarlos todos, ni profundizar en ellos.

Creo que el origen de este enfriamiento en la virtud por alcanzar la santidad y por ende, el no preocuparse por tener un programa de vida, se debe principalmente a la pérdida de la identidad de la vida consagrada femenina. Debemos recordar que los años del post-concilio, los años de la renovación de la vida consagrada debían estar dedicados a la aplicación de las directrices del Concilio, cuyo objetivo para la vida consagrada no era otro que el adecuar toda la riqueza de la vida consagrada a los tiempos actuales. Se trataba por tanto de un proceso de adaptación de la esencia de la vida consagrada. Sin embargo, muchos creyeron que se debía cambiar el concepto, la identidad de la vida consagrada para adaptarse a los tiempos actuales. En este proceso, que según ellos respetaba el espíritu del Concilio, se cuestionó la identidad de la vida consagrada, creando no poca confusión en los ambientes religiosos femeninos. De esta manera la santidad, la vida fraterna en comunidad, los elementos esenciales de la vida consagrada, el apostolado, los votos, la autoridad, todo venía cuestionado, contestado. No debemos olvidar que estamos hablando de los años sesenta y especialmente del fenómeno del fenómeno del ’68 que quería fundar una nueva sociedad pero que ni tenía las metas claras ni los medios adecuados. Eran los años de la contestación y la vida consagrada femenina no se salvó de esta contestación.

Este fenómeno ha llegado hasta nuestros días. Las heridas de esta pérdida de la identidad de la vida consagrada, o por lo menos, de su no claridad ha dejado un vacío enorme de casi dos generaciones de personas consagradas que se han dedicado a actividades ajenas o por lo menos superfluas, a la vida consagrada. Así, hay quien ha creído que la vida consagrada en la postmodernidad era trabajar por la ecología o los derechos humanos. Hay quien ha hecho de su apostolado le herbolaria, la medicina alternativa, la concientización de las masas y hasta la rebelión armada.

Todo ello generó un desprecio o por lo menos un olvido de conceptos como santidad, vida espiritual, vida de unión con Dios, vida de oración . Quién no sabía quién era, quien buscaba su identidad en el exterior y no el interior, había perdido el gusto por Dios y por las cosas de Dios. Hablar de un programa de vida muchas veces puede sonar a lenguaje extra-terrestre, o se lo puede ver como alguna reliquia de los tiempos medievales.

Producto de esta pérdida de identidad es el haber perdido de mira a Cristo. La figura de Cristo, si bien no desaparece del todo en la vida consagrada femenina, comienza a desvanecerse detrás de grandes reflectores como son los apostolados de vanguardia, la preocupación por encontrar caminos alternativos a la vida fraterna en comunidad, una interiorización o preocupación excesiva por el bienestar espiritual personal, o cualquier otro elemento que se buscaba cambiar o darle una importancia mayor a la debida en el tiempo de la renovación de la vida consagrada. No hay que olvidar tampoco muchas corrientes que se hicieron presente en la Iglesia en dónde, segñun ellos, se buscaba “desmitificar” a Cristo, por lo que su persona ya no era un ideal para seguir, sino, en muchos casos, un personaje histórico comparable a Buda, Mahoma o el Dalai Lama. De esta manera Cristo deja de ser un ideal a alcanzar, un modelo sobre el cual se puede proyectar una vida y así alcanzar la felicidad. Los programas espirituales comienzan por tanto a perder el vigor de una lucha por asemejarse a Cristo.

Otro problema que observamos en nuestro tiempo para forjar verdaderos proyectos de vida espiritual es la influencia que la Psicología, o mejor dicho, el psicologismo ha tenido en las congregaciones y las comunidades religiosas femeninas. Al desaparecer los puntos firmes en la vida consagrada, cualquier alternativa que aparezca como punto de referencia es bien acogido. Y así se sustituye muchas veces la oración por una meditación trascendental de corte oriental, la vida fraterna en comunidad depende de los estudios que se hagan del eneagrama, la autoridad se diluye en un pacto meramente humano. Es el momento en que irrumpe al psicología humanista de Carl Rogers en dónde cada persona se convierte en el dueño y señor de su propia existencia. Como consecuencia, se da más importancia a un equilibrio psicológico que a una vida espiritual bien organizada. Hay religiosas que van al psiconálisis y no pocas vocaciones entran en crisis después de estos estudios.

Unido a estos factores encontramos un exacerbado individualismo, producto quizás de un esfuerzo que quería borrar del pasado de la vida religiosa femenina una tendencia que tendía a olvidar a las personas. Que haya habido exageraciones en esto, puede ser cierto, pero no menos ciertas son las exageraciones que ahora se dan, en dónde se da un valor desmesurado a las personas al gardo que quien ahora está en crisis no es ya la persona individual, sino la autoridad, los reglamentos, los horarios, y todo aquello que pueda sonar a imposición para “cortar cabezas” y hacer un estándar de personas. Lógicamente, la dirección espiritual, o la elaboración de un programa de vida espiritual tiende a verse como demasiado estandarizante, limitando la libertad y la espontaneidad de las personas.


El carisma en ayuda del proyecto de vida.

El objetivo de elaborar un proyecto de vida es el de tratar de configurarse lo más posible a Cristo, tomando en cuenta las circunstancias personales, las circunstancias del propio estado de vida y las circunstancias externas que rodean a la persona.

Las dificultades que circundan a las personas consagradas hoy en día y que hemos analizado brevemente en este artículo, requieren una exactitud en la figura del Cristo que se quiere imitar, al cuál se quiere llegar. Debe ser un Cristo perfectamente bien delineado, con el fin de no perderse en el camino, ya sea por tantos vientos que soplan11 , ya sea por las dificultades externas o bien por las propias pasiones y sentimientos que durante la vida acompañan a la persona consagrada y que a veces puedan hacerla dudar del camino emprendido.

Ahora nos preguntamos por este Cristo la persona consagrada. Sin duda alguna que la respuesta será el Cristo del Evangelio, es Cristo de una sana espiritualidad que responda a las necesidades de la persona, de la congregación y de la Iglesia12 . De la contemplación de este Cristo surgirá una espiritualidad, unos medios que la persona consagrada está llamada a poner en práctica si quiere en verdad conformar su vida con la persona de Cristo.

Este Cristo, utilizando un lenguaje figurado, se nos presenta bajo ángulos distintos en cada congregación. Podemos decir que es el mismo Cristo pero visto desde distintas posiciones. Nuevamente hacemos uso del lenguaje figurado para expresar esta idea. ““Siempre cae (el agua) del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11).”13

Para distinguir los aspectos específicos de este Cristo, y por tanto la espiritualidad que de Él emana, el carisma vendrá en nuestra ayuda . “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua.”15 La parte importante para descubrir el Cristo del fundador, y por ende, el Cristo de todos los hijos espirituales del fundador, es la experiencia del espíritu que hace el fundador de Cristo, de Dios, de las cosas divinas y que queda como camino indeleble para las futuras generaciones. Se presenta por tanto como labor prioritaria para conocer el Cristo del fundador, conocer la experiencia espiritual hecha por el fundador.

Esta experiencia espiritual no es una experiencia mística inalcanzable, sino una experiencia espiritual que es posible compartir, que es posible personalizar. En un primer momento Dios suscita en el fundador el deseo de solucionar una dificultad o de una necesidad apremiante en la Iglesia. Dios se valdrá de distintos acontecimientos, simples o espectaculares, para despertar en él la idea originaria de la fundación. Lo que pudiera haber quedado en el marco de un mero acontecimiento, por especial inspiración del Espíritu Santo, tiene un significado muy particular para el fundador. Observamos por tanto como ejemplos, que un sueño en la vida de Francisco de Asís en el que Dios le pedía reconstruir la Iglesia, o el que la beata Teresa de Calcuta observara a unos pobres hacinados en un vagón de tren, bastaron para desencadenar en ellos deseos, sentimientos, pensamientos y acciones que los llevaron a poner en pie una Congregación religiosa bajo un determinado carisma.

La mujer consagrada debe fijar su atención en esta realidad que ha originado el carisma. Dios se ha valido de una necesidad con el fin de que el fundador pudiera hacer una experiencia del Espíritu. No será ya la necesidad en cuanto tal la que mueva al fundador durante toda su vida, sino lo que esa necesidad le lleva a experimentar en el Espíritu. El fundador hace una experiencia personal, una experiencia espiritual a partir de la necesidad. Esta experiencia del Espíritu va más allá de la simple necesidad pues le permite experimentar a Dios, siempre a través de esa necesidad. Si bien la necesidad ha sido el vehículo para experimentar a Dios, la necesidad en un determinado momento de la vida del fundador, pasa a un segundo término.

Si queremos explicar someramente la experiencia que el fundador tiene de Dios, podemos afirmar que es sobretodo una experiencia del amor de Dios. El fundador se siente llamado a amar a Dios con unas características muy específicas y podemos decir que hasta novedosas, pues la misma novedad es característica esencial de un carisma. Esto se explica de la siguiente manera: la necesidad, hablando en un lenguaje figurado, fue el pretexto del que Dios se valió para suscitar en el corazón del Fundador un amor muy especial. Un amor que no se reduce sólo a un sentimiento o a un estado de ánimo pasajero, sino que pasa primero al entendimiento y después a la voluntad, de forma que el fundador queda polarizado por ese amor novedoso que Dios ha suscitado en su corazón, hipotecando su vida para la consecución de ese amor. Surge la necesidad, pero Dios suscita en el fundador movimiento en su entendimiento y en su voluntad para dar una solución a esa necesidad. Sin embargo, al profundizar en esos movimientos del entendimiento y de la voluntad, el Fundador capta que la verdadera y única solución se encuentra en Dios. Este punto es esencial al carisma. El carisma, como don de Dios para la Iglesia, no es una solución práctica (sociológica, psicológica, administrativa) a un problema humano, sino que es una manifestación del amor de Dios por ayudar al hombre a acercase a él.

El fundador comienza por tanto a darse cuenta que sólo el amor de Dios es capaz de dar un respiro, una solución adecuada a la necesidad apremiante. De aquí que la solución se convierta en una solución integral, que abarca aspectos humanos y espirituales del hombre. El fundador inicia entonces una profundización en su relación con Dios, que lo llevará después a tener también una relación especial con los hombres, especialmente con aquellos a los que está llamado a ayudar. Las relaciones que el fundador tiene con Dios y las que desarrollo con los hombres darán origen a una espiritualidad y a un apostolado originales, muy específicos, que serán materia de nuestro estudio, especialmente cuando analicemos el capítulo siguiente al estudiar las formas en que la mujer consagrada puede vivir el espíritu.

En esta primera etapa puede ilustrarse con las palabras de Benedicto XVI cuando habla del amor del hombre a Dios: “El encuentro con las manifestaciones del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, este es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por <> y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo. Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común.”16

Aquí aparecen ya los primeros indicios para el programa de vida: aprender el amor de Dios a través del Fundador para conocer cuál es el amor que cada persona consagrada debe desarrollar.

El amor a Dios que el Espíritu suscita al fundador no es un amor genérico. Si hemos dicho que este amor parte de una necesidad específica y apremiante de la Iglesia, para regresar después a los hombres, convertido dicho amor en iniciativas concretas que tienen como objetivo mitigar los problemas y las dificultades debidas a la necesidad apremiante, este amor a Dios se reviste de matices muy específicos, configurados por la necesidad apremiante. El fundador aprende a amar a Dios en la forma en que la necesidad apremiante lo ha modelado. Si es en Dios en dónde va a encontrar la inspiración para subsanar la necesidad apremiante, no es en Dios en general, sino en un aspecto específico de Él que viene a satisfacer dicha necesidad. Buscar en Dios un aspecto característico, significa para el fundador dejarse guiar por el Espíritu y ver en Dios, en alguno de sus misterios o virtudes, un punto que le servirá de inspiración para expresar su amor personal a Dios y para la solución de la necesidad apremiante. Este misterio de Dios o virtud específica se convierte en un punto clave, un icono de la Congregación a Instituto religioso. En muchos casos el misterio de Dios ha sido la persona de Cristo o su evangelio, vistos siempre bajo un perfil o un ángulo de vista muy especial, una “particular prospectiva unificante.”17 La persona consagrada debe aprender a poner como centro de su proyecto de vida este Cristo o misterio de Dios específico que ha experimentado el Fundador.

Se da origen también a una forma específica de espiritualidad,18 fundamentada en la experiencia personal del amor de Dios y en la comprensión específica del misterio de Dios que hace el fundador. Estos dos aspectos, experiencia personal del amor de Dios y comprensión del misterio de Dios dejarán huellas indelebles en el Instituto, llegando incluso a conformar su propia identidad. “La consagración religiosa se vive dentro de un determinado instituto, siguiendo unas Constituciones que la Iglesia, por su autoridad, acepta y aprueba. Esto significa que la consagración se vive según un esquema específico que pone de manifiesto y profundiza la propia identidad. Esa identidad proviene de la acción del Espíritu Santo, que constituye el don fundacional del instituto y crea un tipo particular de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición (Cf. MR 11). Cuando se contemplan las numerosas familias religiosas, queda uno asombrado ante la riqueza de dones fundacionales. El Concilio insiste en la necesidad de fomentarlos como dones que son de Dios (Cf. PC 2b). Ellos determinan la naturaleza, espíritu, fin y carácter, que forman el patrimonio espiritual de cada instituto y constituyen el fundamento del sentido de identidad, que es un elemento clave en la fidelidad de cada religioso (Cf. ET 51).”19 Y no puede ser de otra manera, ya que el carisma, como don de Dios para la Iglesia, encuentra en la espiritualidad su manifestación externa más palpable.

Si “los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo,”20 se sigue la necesidad de encontrar medios concretos en los que el carisma se materialice para edificar la Iglesia, para el bien de los hombres y para satisfacer las necesidades del mundo. Uno de estos medios es la espiritualidad que nace de la experiencia del Espíritu que el fundador a hecho del Amor de Dios y de la comprensión de su misterio, en alguna forma específica. Esta espiritualidad conformará el camino para llegar a Dios, a Cristo. La persona consagrada debe conocerlo y poner algunos de esos elementos como medios en su programa de vida personal.

La experiencia que el fundador hace del amor de Dios le permite dejar a sus discípulos una forma muy específica de relacionarse con Dios. Estas relaciones crean la base para vivir el misterio de la fe en una forma peculiar. Si todos los hombres buscan una relación personal e íntima con Dios, el discípulo de un carisma encuentra en la experiencia del Espíritu del fundador un modelo para seguir. Como toda experiencia espiritual, no podemos decir que el discípulo esté llamado a reproducirla, pues la experiencia espiritual de cada persona es irrepetible. Pero puede servir como marco de referencia, como guía sobre la que el discípulo puede apoyarse para hacer su propia experiencia personal espiritual de Dios. La base sobre la cuál se apoyará está dada en la experiencia personal espiritual del fundador, que se identifica con la experiencia del Espíritu. Será necesario por tanto, que el discípulo conozca la experiencia personal espiritual del fundador para que sobre ella trace la suya propia21 .

Hemos mencionado que parte de la espiritualidad queda constituida también por la comprensión específica del misterio de Dios que ha hecho el fundador. Nuevamente, el discípulo está llamado a conocer estos rasgos característicos y específicos que han permitido al fundador leer el evangelio bajo un nuevo ángulo, bajo una perspectiva diferente. Esta novedad, decíamos, viene dada por la necesidad apremiante, pero sólo como referencia. Como criatura espiritual, el carisma va más allá del aspecto temporal que la originó, pues la necesidad apremiante se convierte sólo en un pretexto. Pretexto históricoque será importante reconocer y recordar porque ha sido el inicio, querido por Dios, para dar origen al carisma, y que de alguna manera permeará siempre la memoria de la Congregación o Instituto religioso. Pero, además de conocer este hecho histórico, temporal, el discípulo deberá conocer la forma en que el fundador ha leído el evangelio o ha comprendido el misterio de Dios, bajo una forma específica, con el fin de ordenar su vida a la adquisición de esta nueva visión sobrenatural. Decimos, nueva visión sobrenatural, porque la lectura del evangelio o del misterio de Dios le permitirá andar por la vida con un objetivo claro y definido. Las realidades terrenas podrán ser leídas bajo el nuevo prisma de la contemplación del evangelio o del misterio de Dios, que en forma específica ha querido dotar Dios al fundador y a aquellos que lo seguirán en el tiempo. Conviene por tanto, que el discípulo conozca con certeza y claramente cuál es la lectura del Evangelio o la comprensión del misterio de Dios que el fundador ha experimentado bajo la experiencia del Espíritu.

- Etapa de la cristología: conocimiento y seguimiento de Cristo.
La lectura del Evangelio, bajo un punto de vista específico que proviene de la experiencia del Espíritu, o la comprensión del misterio de Dios que el fundador ha experimentado en algún punto específico o determinado, también bajo la experiencia del Espíritu, le otorgan la capacidad de analizar la realidad bajo ese punto de vista.

La realidad para el fundador no es otra cosa que la necesidad apremiante en la Iglesia, que Dios le ha hecho ver. Habiendo hecho la experiencia del Espíritu y habiendo comprendido el evangelio o el misterio de Dios desde esa experiencia del Espíritu, el fundador experimenta que es Cristo que sufre de una manera muy especial en la necesidad apremiante. Este aspecto es característico de los fundadores y pieza fundamental para entender la actualidad del carisma. No se trata de dar una solución humana a la necesidad apremiante. Esto podría hacerlo cualquier persona desde diversos puntos de vista. Se trata más bien de salir al encuentro del Cristo que sufre en la necesidad apremiante. Surge así una transformación de dicha necesidad apremiante. Sigue siendo una necesidad real, encarnada en hombres, mujeres, niños o adolescentes. Para Luisa de Marillac seguirán siendo los pobres del París de aquel entonces, para San Juan Bosco serán los centenares de jóvenes sin educación ni formación en la periferia del Turín que se abría con pujanza a la revolución industrial, y así podríamos mencionar a cada fundador con la propia necesidad apremiante que Dios le ha permitido vislumbrar. Pero la transformación que opera la experiencia del Espíritu en esa necesidad apremiante, permite que el Fundador penetre espiritualmente dicha necesidad, dicha realidad, y vea a Cristo en esa misma necesidad apremiante de la Iglesia.

Este proceso de ver a Cristo en los hombres tiene su raíz en la necesidad apremiante. Ahí el fundador se siente interpelado por Dios para dar una solución, una respuesta a dicha necesidad que experimenta la Iglesia. La primera transformación a la que da origen la experiencia del Espíritu es la capacidad de ver dicha necesidad apremiante bajo un prisma sobrenatural. El fundador no es sólo un filántropo que busca hacer el bien a la humanidad, poniendo remedio a una necesidad específica en un tiempo determinado. El fundador, bajo la inspiración de Dios, ve en la necesidad específica a una parte de la Iglesia que necesita ayuda. Logra ver en cada persona una parte del Cristo que sufre en esta tierra. A partir de la experiencia personal espiritual lee el evangelio y entiende el misterio de Dios desde un prisma específico. Las órdenes hospitalarias, por ejemplo, captarán el Cristo que busca ser acogido en la figura del samaritano, o se identificarán en la parábola de Dios cuando el Señor reconoce a los que le hicieron el bien entre los “más pequeños”. Y así, cada uno de los fundadores verá que es a Cristo, a través de la necesidad apremiante, a quien se ayuda, a quien se le hace el bien, a quien se quiere servir22 .

Esta relación personal con Cristo, que se verifica a través de la necesidad apremiante, en una realidad concreta, permite al fundador establecer una escuela de apostolado muy específica en la que sus métodos, sus directivas, sus indicaciones no deberán ser consideradas como emanadas de su inventiva o genio humano, sino que serán producto de la experiencia espiritual personal, y de la comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios. De esta manera, el Fundador logra abstraerse de la dimensión del tiempo y del lugar en la que ha nacido la necesidad apremiante, para pasar a la dimensión sobrenatural de dicha necesidad apremiante, dando origen a la misión del Instituto religioso o Congregación23 . Las personas con sus necesidades humanas o espirituales pasan a ser partes del Cristo que sufre, ya sea en el cuerpo o en el alma, a lo largo del tiempo y en diversas circunstancias. El fundador comienza así a desarrollar una nueva faceta del carisma: su relación con Cristo.

La fuerza, el motor, el detonante que permite ver en la necesidad apremiante al Cristo que sufre, no es otra que el amor a Dios24 . Si el fundador no hubiera desarrollado este amor a Dios, bajo el prisma específico de su experiencia espiritual personal, no podría haber desarrollado un apostolado específico. Su trabajo se hubiera quedado circunscrito a un paliativo humano para ese tiempo y esa circunstancia específica de la necesidad apremiante de la Iglesia. El amor a Cristo en esa realidad apremiante y con las características propias de la experiencia espiritual personal, permitirá al fundador y a sus seguidores, encontrar siempre a un Cristo que sufre en la forma específica en que lo contempló el fundador, a pesar de lo que puedan cambiar las circunstancias de tiempo y lugares.

Este Cristo que ha encontrado el fundador es el que se presenta bajo diversas circunstancias de tiempos y lugares, escondido en la necesidad apremiante. La necesidad apremiante podrá cambiar de fachada, pero en su esencia siempre será la expresión de una necesidad específica del Cristo que sufre. La labor del discípulo del fundador consistirá en reconocer en las nuevas circunstancias de tiempos y lugares, al mismo Cristo que sufre y que experimentó el fundador. Para guiarse en esta labor, podrá servirse de la experiencia espiritual personal del fundador, aplicada a las circunstancias actuales en las que se debe desarrollar la misión del Instituto. El trabajo espiritual que debe guiar al discípulo del fundador es el de leer en la actualidad las notas esenciales del mismo Cristo sufriente que experimentó el fundador. Podemos afirmar que este Cristo se presenta con un nuevo rostro, pero que en su esencia, no cambia.

El seguimiento de Cristo. El carisma, en su novedad expresa realidades perennes con una nueva faceta, incluso nos atreveríamos a decir que con una nueva frescura. El carisma no cambia la esencia o el fundamento de dichas realidades, sino que, partiendo de la originalidad de la que está provista por la experiencia del Espíritu, puede engendrar una nueva relación con dicha realidad. Utilizando una imagen de san Cirilo de Jerusalén diremos que el Espíritu produce efectos diversos, aunque mantiene su esencia. La experiencia del espíritu permite ver aspectos específicos de Cristo, aunque el Cristo siga siendo el mismo: “Siempre cae (el agua) del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1 Cor 12,11).”25 Cristo será siempre el mismo, pero el agua, que es la experiencia del Espíritu hará ver un Cristo blanco en el lirio, rojo en la rosa, púrpura en las violetas y en los jacintos. Así, siguiendo esta analogía diremos que siendo Cristo el mismo, por la experiencia del Espíritu, se presentará con distintos matices: “En efecto, esta triple relación emerge siempre, a pesar de las características específicas de los diversos modelos de vida, en cada carisma de fundación, por el hecho mismo de que en ellos domina « una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio »,aspecto específico llamado a encarnarse y desarrollarse en la tradición más genuina de cada Instituto, según las Reglas, Constituciones o Estatutos.”26

Uno de los elementos esenciales de la vida consagrada es el seguimiento de Cristo. Esta realidad nos la viene presentado el Magisterio de la Iglesia en forma significativa durante el período actual de la renovación de la vida consagrada. En la Perfectae caritatis leemos: “Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.” En Elementos esenciales sobre la vida religiosa: “Por los votos, el religioso dedica con gozo toda su vida al servicio de Dios, considerando el seguimiento de Cristo « como la única cosa necesaria » (PC 5) y buscando a Dios, y solo a Él, por encima de todo.”28 Y por último, en Vita consecrata: “El Hijo, camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6), llama a todos los que el Padre le ha dado (cf. Jn 17, 9) a un seguimiento que orienta su existencia. Pero a algunos —precisamente las personas consagradas— pide un compromiso total, que comporta el abandono de todas las cosas (cf. Mt 19, 27) para vivir en intimidad con Él y seguirlo adonde vaya (cf. Ap 14, 4).”29

Hemos dicho que el fundador bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha hecho una experiencia del Espíritu que le ha permitido percibir una nueva comprensión específica del evangelio o del misterio de Dios30 . Ha conocido una nueva faceta del misterio de Dios que se traduce en un conocimiento específico de Cristo. El fundador se convierte por tanto en un hombre o en una mujer “evangélicos”. Su actuar, su pensar y su querer quedan centrados por el “nuevo” Cristo que ha experimentado. Y pasa de un conocimiento teórico, a un conocimiento experimental, esto es, se convierte en un seguidor de Cristo. No se contenta con el conocimiento que ha adquirido de Cristo en su interior, sino que quiere imitarlo en su vida. Es por ello que podemos afirmar que cada fundador propone una nueva cristología al establecer con su vida un estilo específico del seguimiento de Cristo. El fundador quiere seguir a Cristo bajo las características específicas que ha experimentado, primero en la experiencia espiritual personal, y después, en la comprensión específica del evangelio y/o del misterio de Dios. Ambas harán que seguimiento de Cristo quede revestido de una espiritualidad particular y específica que deberá invadir todas las esferas del vivir, del pensar, del querer y del obrar cotidiano.

Es necesario por tanto conocer a fondo este nuevo Cristo que nos presenta el fundador. Más que un nuevo Cristo es el mismo Cristo visto bajo un punto de vista muy particular, un punto de vista generado a partir de la experiencia del Espíritu del fundador. Estos nuevos puntos de vista no vienen a suplantar ninguno de los elementos esenciales de la vida consagrada, a saber, la consagración mediante los votos, la vida fraterna en comunidad, la misión evangélica, la oración, el ascetismo, el testimonio público, las relaciones con la Iglesia, la formación y el gobierno31 . Éstos vienen a quedar revestidos del Cristo que ha conocido y experimentado el fundador, ya que se sigue a Cristo pobre casto y obediente con el carisma; se hace oración con el carisma, las prácticas ascéticas de la Congregación provienen siempre del carisma, etc. Cada aspecto de la vida consagrada se hace con el carisma, con el fin de imitar a Cristo, “el primer consagrado por el Padre.”

Esta imitación, lo veremos en el siguiente capítulo, debe bajar a todos los detalles de la vida de la mujer consagrada, pues así ha quedado consignado por el fundador. Las Constituciones, los Estatutos, le Regla de vida y los demás documentos oficiales de la Congregación no deberían tener otro objetivo que el de desarrollar más plenamente el carisma para lograr que infunda y dé vida a todas las realidades con las que tienen contactos los miembros del Instituto o Congregación, de tal manera que pueda brillar con mayor esplendor el Cristo que ha conocido el fundador. Una vida consagrada que no haga referencia constante al Cristo del fundador, es una vida consagrada débil, sin identidad propia, dejada al vaivén de cualquier ideología o punto de vista.

La identidad propia, tan auspiciada por el Concilio Vaticano II32 y recordada por el Magisterio en esta época de renovación de la vida consagrada33 , tiene en el seguimiento de Cristo su fundamento. Las notas características que distinguen a un Instituto de otro, tienen su origen en la cristología específica. Quien da sostén a cada elemento específico de la vida consagrada vivido con un estilo particular –el estilo querido por el fundador- lo es sin duda la persona de Cristo. Si la referencia última de todo el actuar, vivir y querer de los miembros del Instituto no es la persona de Cristo presentada y vivida por el fundador, la vida consagrada podrá caer en dos escollos. En un rigorismo ascético, lleno de normas, disciplinas, horarios, pero vacío de Cristo. O en un laxismo exasperante (propio del relativismo de nuestra época) en dónde todo tiene cabida, porque no hay puntos de referencia estable34 .

El punto de referencia para cada Congregación debe ser la persona de Cristo, con los matices propios con los que lo vio, lo vivió y lo transmitió el fundador. Ahí convergen y de ahí parten todos los elementos esenciales de la congregación: su espiritualidad, el seguimiento de Cristo y las manifestaciones concretas de su obrar cotidiano. Dichas manifestaciones concretas podrán recogerse en las sanas tradiciones y en todo aquello que forme el patrimonio espiritual35 y apostólico del Instituto: “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del Instituto.” Leer más...

Vivir con Alegría


Vivir con Alegría.
Hay que pedirle a Dios el arte de sonreír.


Un día me senté simplemente delante de mi ordenador con la idea de escribir los pensamientos y sentimientos que brotaran de mi mente y de mi corazón.

Una vez que empecé, me sorprendí de lo fácil que era seguir escribiendo sobre mi mismo, sobre mis amigos y familia y sobre Dios. Mucho de lo que escribo forma parte de mi vida. No intento ser original sino auténtico. A veces no me gusta ser como soy, pero sí, ser el que soy. Me gustaría claro, tener esas virtudes de las que sin duda carezco y derrochar más amor hacía los demás.

Sin embargo no quisiera ser otra persona ni parecerme a nadie sin otro fin, que poder dar el máximo de mi mismo, porque estoy convencido que uno tiene que empezar a aceptarse y amarse así mismo, para poder aceptar, amar y ayudar a los demás.

Además, uno debe poseer un punto muy especial de agradecimiento, cuando recibes la alegría de alguien que te dice que una palabra tuya le fue útil. Y consideras que es un milagro, estar en cierto modo viviendo en los demás esa misteriosa forma de fecundidad que hace que la alegría, idea o ganas de vivir nazca en un alma diferente de la tuya.

Por todo ello, puedo comprender lo que hace unos días me decía mi amigo Gilberto, del que ya he hablado en estos escritos, que padece una horrible soledad motivada por la fuerte depresión que le supuso entre otras cosas la ruptura de su matrimonio.

Comentaba Gilberto que después de mucho meditar sobre su estado de pesimismo casi crónico, se había dado cuenta de que verdaderamente su asignatura pendiente más importante en su carrera de hombre, había sido la de no dar ante todo culto a la alegría. Que tal vez no se haya podido recuperar de su tristeza acordándose de cuando era niño, de los sufrimientos de entonces, de la miseria de los años cuarenta y cincuenta, de todo los que se nos vino encima, guerras, posguerras, hambre y falta de libertades, por culpa de radicalismos, ambiciones y rencores de mucha gente.

Yo le digo que lo primero que deberíamos entender todo hombre, es que los humanos, no nacemos felices ni infelices, sino que la vida nos enseña a ser una cosa u otra y que nuestro éxito será el saber elegir entre buscar la felicidad o aceptar la desgracia. Que en cualquier modo la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que aún así, hay motivos más que suficientes de alegría a través de nuestra vida, sin dejarnos llevar por el sueño de conquistar la felicidad entera. Sinceramente no creo que haya recetas para conseguir la felicidad, pero una clave sería la de descubrir la nuestra propia, que por supuesto sería distinta de la de nuestros amigos.

No sé, pero me parece a mí que la clave de la alegría sería descubrir que no es que la vida sea aburrida y nos llene de problemas, si no que los que somos aburridos somos nosotros que hemos olvidado el tesoro que tenemos en la bodega de nuestra alma y somos incapaces, a veces, de dar solución a problemas que podrían tener solución a poco que lo intentáramos.

A mí me desconcierta la gente que parece vivir para la tristeza y se olvida de pedir a Dios el supremo arte de sonreír y de estar alegres
Siempre he sentido envidia de aquellas personas que permanecen alegres y que poseen una sonrisa sana y constante. Reconozco que existen sonrisas mentirosas, irónicas y despectivas. Pero yo no hablo de éstas, sino de las que nos ofrece con su pureza un niño de ocho meses, o la de los viejitos que nos la regalan con facilidad y llenas de sinceridad. Y por supuesto las que surgen de un alma iluminada que por amar mucho, sonríe fácilmente y siempre suele estar alegre, porque sabe que la sonrisa y la alegría, producen paz. Un amargado jamás sabrá sonreír y un orgulloso menos.

Uno, sin poder evitarlo tiene que recordar a Juan XIII, al llorado y querido Roncalli , que mantenía siempre una beatífica sonrisa en sus labios, para entender que con hombres alegres, serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos como él era, el mundo estaría salvado.

Tal vez por ello, a lo largo de mi vida he pensado muchas veces, algo que me comentaba en mis años de adolescente, aquel viejo Profesor escolapio José de Calasanz: “El mal provoca tristeza y el bien alegría. La tristeza es una gran sensación de vacío y de fracaso, mientras que la alegría produce al que la siente, el mayor gozo del mundo. No olvides nunca que un mundo en el que los viejos fueran tristes y los adultos serios y aburridos sería una tragedia. Pero una tierra de jóvenes hastiados y pasotas sería una catástrofe”. Leer más...

Hacia una "perspectiva de familia".


Hacia una "perspectiva de familia"

La controversia contemporánea sobre el ser humano es compleja y se encuentra enmarcada por un cambio cultural de alcances aún insospechados. Los más importantes debates intelectuales de nuestro tiempo expresan en buena medida un muy profundo fenómeno que trasciende por mucho la mera discusión académica. Desde el ámbito de la filosofía, de la sociología y de muchas otras disciplinas parece cada día haber más consenso respecto que nos encontramos en un verdadero proceso de cambio epocal1. Es en este contexto en el que la familia – junto con muchas otras instituciones – experimenta cuestionamientos radicales que motivan relecturas muy diversas.

La centralidad que posee la familia respecto de otras instituciones también muy relevantes no es difícil de advertir. Los gobiernos, las empresas, las escuelas, los sindicatos, las iglesias y los organismos de la sociedad civil son una breve lista de espacios que se encuentran condicionados en su dimensión cualitativa por lo que acontece en el seno de las familias.

Evidentemente la familia no es el único factor determinante al interior de una comunidad. Sin embargo, por el papel que desempeña dentro de la funcionalidad social sí podemos afirmar que es la instancia más destacada desde un punto de vista cultural. El camino educativo que la persona emprende desde el momento de nacer se encuentra acompañado no sólo por relaciones más o menos furtivas con otros individuos sino por los valores que se establecen al entablar relaciones afectivas significativas. La familia, como comunidad que brinda el espacio de emergencia de la persona desde el punto de vista de su socialidad, introduce al ser humano en un ethos específico que, aunque dinámico, sin lugar a dudas posee una función fundante y de invaluable importancia para la comprensión de las comunidades en las que participará en momentos posteriores de su desarrollo.

Es precisamente el papel que tiene la familia como camino educativo lo que nos permite entender de una manera rápida que los complejos cambios sociales que experimenta el mundo en la época contemporánea tienen a esta institución en su base. No podemos negar que existen hoy dinamismos muy complejos e influyentes que de manera más o menos anónima impactan en el ethos real de las personas y de los pueblos. La teoría de sistemas contemporánea nos ayuda enormemente a comprender la «clausura» y la capacidad de «autoproducción» (autopoiésis) que tienen los sistemas, por ejemplo, económicos o políticos, para automantenerse, autolegitimarse, y por lo tanto, para resolver y disolver en sus funciones y comunicaciones a las personas y a las familias como sujetos relevantes2.

Sin embargo, aún tomando en cuenta este tipo de observaciones, no es posible negar que la familia como «comunidad de personas» (communio personarum) más que como sistema o «entorno» de un sistema, posee una capacidad sui géneris para cualificar procesos y estructuras. Esta cualificación nunca podrá ser señalada como «determinante» debido, precisamente, a su índole específica, a su dimensión personal (o personalista, mejor dicho). Sin embargo, su relativa «indeterminación» es la que le da un alcance y profundidad insospechados que rebasa las previsiones más ambiciosas introduciendo un elemento de imprevisibilidad que sólo lo auténticamente humano posee como característica propia.

1. Modelos explicativos que dificultan apreciar la funcionalidad de la familia

Existen modelos explicativos de la familia que dificultan apreciar su funcionalidad fáctica. Somos de la opinión que sería posible dedicarnos a discusiones y puestas en práctica más redituables si cobráramos conciencia más clara de las limitaciones que ofrecen algunas posturas para comprender la realidad de la familia3.

Una primera postura que es preciso deconstruir aunque sea sucintamente es la visión evolucionista de la familia. Para esta posición la familia es un entorno relacional condicionado culturalmente, que en una sociedad en continuo progreso científico-tecnológico, verá gradualmente disminuidas sus razones de justificación. Quienes defienden este modelo sostienen que en una sociedad primitiva – como la de las zonas rurales pre-industriales – es sumamente funcional la existencia de la «familia extensa» con fuertes vínculos comunales y solidarios que permiten el surgimiento del fenómeno de la socialización. El progreso, - al darse inexorablemente gracias al desarrollo de la capacidad crítica de la razón, la destrucción de mitos y la introducción de tecnología, - constituirá un salto cualitativo que permitirá la urbanización haciendo surgir un nuevo modelo de familia, la familia centrada en el «núcleo familiar» y en la habitación urbana en la que los fuertes lazos comunales son sustituidos por la autosuficiencia que brinda la tecnología y algunos de los más importantes servicios (piénsese en los supermercados).

Así es como lentamente el progreso social va disminuyendo la necesidad de mantener a la familia como experiencia socializadora fundamental quedando sustituida por la capacidad de administrar nuestras «relaciones públicas» y un eficiente manejo de «gadgets» que faciliten la comunicación y el orden en nuestras citas. De esta manera surge la idea de que es posible («¿por qué no?») que las tradicionales funciones familiares sean desempeñadas por otras instancias menos permanentes y más satisfactorias en términos de ajuste al paradigma de la racionalidad instrumental propio del mito del progreso indefinido. La proliferación de modelos de «familia alternativa» daría paso, de manera gradual, a la superación de la estructura familiar. Esta es la comprensión que han desarrollado autores como Claude Lévi-Strauss, Ferdinand Tönnies y Anthony Giddens4.

Nadie puede negar que esta postura parte de algunos hechos incontestables. La familia realmente ha experimentado en muchos ambientes la influencia de la racionalidad instrumental y del mito del progreso indefinido. Sin embargo, es realmente sorprendente desde un punto de vista estrictamente filosófico, cómo los defensores contemporáneos de estas ideas argumentan como si no hubiese sucedido nada en los últimos cien años al respecto de las premisas que soportan este tipo de aseveraciones, como si la modernidad ilustrada no hubiese mostrado sus contradicciones internas…

En efecto, no es difícil percibir que toda esta postura se encuentra sostenida en la validez de la modernidad ilustrada como proyecto emancipador. El fracaso especulativo y práctico de esta posición ha sido denunciado y puesto a la vista del mundo no sólo a través de importantes obras sino de trágicos sucesos que no pueden ser ignorados. La caída del muro de Berlín en 1989 y la destrucción de las torres gemelas en 2001 son simplemente dos de los más recientes íconos de una crisis que tiene una misma matriz ideológica en ambos casos5. Cada vez que la razón autosuficiente quiso autofundamentarse y autolegitimarse para liberarse de viejas esclavitudes se tornó en gobierno despótico de derechas o de izquierdas por igual. La tecnologización de la vida que auguraba unívocamente mejores estadios de progreso ya sea acompañada de la supremacía del Estado o de la «libertad» que brinda el mercado, sin dudas conllevó progreso para algunos, pero no desarrollo humano para todos. Hoy no es difícil constatar empíricamente que las experiencias más propiamente humanas que evitan que la vida naufrague y caiga en el sinsentido y en el hastío, no están directamente relacionadas con el arribo de tecnología a una determinada población. Por el contrario, los países en los que la modernidad ilustrada penetró con más hondura si bien gozan de una superabundancia de bienes y servicios, no se destacan por su vivencia de la virtud de la esperanza. Hoy somos testigos de muchas sociedades cansadas – aunque saturadas de bienestar – en las que la desintegración familiar, la angustia y el proceso de envejecimiento poblacional son sólo algunos de los indicadores de que algo no funcionó del todo bien, por decir lo menos6.

Con esto no deseamos insinuar que la carencia de bienestar material entonces esté asociada con el desarrollo humano auténtico. Lo que deseamos subrayar es simplemente que no es empíricamente verificable el que los proyectos modernizadores siempre logren mejores estadios de vida y aseguren que las sociedades funcionen de una manera más humana7. La modificación-disolución moderno-ilustrada de la estructura familiar no es un fenómeno que resulte indiferente al desarrollo de las sociedades reales. Si la funcionalidad originaria de la familia se vulnera al sumergir a esta dentro del canon supuestamente liberador de la supremacía de la vida pragmática y desmitologizada, la sociedad se debilita en sus fundamentos cualitativos, que por otra parte, son los que ordinariamente permiten la convivencia pacífica, la relación solidaria, el cumplimiento de normas (incluidas las leyes civiles) y evitan, por cierto, la violencia.

Existe otra hipótesis sobre la familia que podríamos llamar individual-vitalista. En esta segunda posición el progreso histórico sede su lugar al tiempo vital del ser humano. El protagonista ya no es la racionalidad auto-fundada sino la centralidad del individuo y lo que le sucede a éste desde que nace hasta que muere. Esto quiere decir que el sujeto humano individual pasa por situaciones familiares diversas que respetan ciertos «ciclos vitales» a través de los cuales es posible identificar los momentos de emancipación, la formalización de relaciones íntimas, el arribo de los hijos, la incorporación del individuo a hogares múltiples, etc.

Esta visión es popular en los contextos que aprecian como valor central la autonomía del sujeto individual. La familia y sus características no nacen de una dinámica natural propia de la persona-en-relación sino del condicionamiento que sufren los ciclos vitales a causa de la amortización y monetarización de elecciones privadas que al sumarse se tornan en una elección pública. El premio Nobel de economía Gary Becker y sus seguidores, por ejemplo, sugieren una teoría del matrimonio basada en el cálculo racional de la maximización del valor de las comodidades esperadas (monetarias y no-monetarias), de manera que cuando cambian las circunstancias y se altera la utilidad prevista, la racionalidad implicaría el divorcio, tener un hijo, evitarlo, etc8.

El individual-vitalismo parece ser una gran bandera para reivindicar al sujeto humano autónomo. Lamentablemente, esta concepción pierde varias dimensiones esenciales de la persona. Pensemos brevemente en la dimensión comunional y donal. El individualismo en sus diversas expresiones no renuncia a la vinculación social. Sin embargo, la considera justamente un escenario de optimización de actividades en la que una persona es mejor en la medida en que logre satisfacer sus necesidades y expectativas individuales utilizando para ello su relación con los demás. Este tipo de perspectiva destruye cualquier corresponsabilidad basada en la participación de todos en una común humanidad. Así mismo, clausura la posibilidad de la gratuidad en las relaciones, factor esencial al momento de establecer comunidades estables sean de la índole que sean.

El individual-vitalismo en algunos momentos parece acercarse a un reconocimiento auténtico de la condición real de las personas. Sobre todo en sus versiones de alta divulgación asume un ropaje sumamente cautivador. ¿Quién no ha sentido la seducción de algún motivador que convoca a la superación individual a través de la búsqueda de la propia realización? ¿Quién no ha escuchado, ya sea al momento de participar en un proceso de cambio organizacional o al mirar un programa de televisión, llamadas a entender el bien de la persona como un acto de autenticidad individual y subjetiva o como la «satisfacción de las necesidades dinámicas del cliente»? ¿No es acaso cada vez más común legitimar decisiones de vida en base a la utilidad, la maximización de la satisfacción, y en el fondo, en base a la protección de una positiva relación costo-beneficio con los demás? 9.

Estas preguntas apuntan a una confusión importante. Que el hombre aspire a su realización individual no significa que esta pueda y deba lograrse bajo la guía de la optimización individualista y comercial de las acciones y de los esfuerzos. Todos los modelos antropológicos, sociales, económicos o políticos que han pretendido tal cosa más pronto que tarde han manifestado su disfuncionalidad. La sociedad bajo este canon no funciona porque las personas y las familias que buscan ser reconocidas y respetadas en sí mismas, por su valor intrínseco, no-comercializable, no encuentran más que un criterio utilitario (la conveniencia económica) al momento de ser valoradas.

2. Funcionalidad de la familia como «communio personarum»

Desde nuestro punto de vista la familia es un elemento esencial de la sociedad. Este papel central se logra gracias a la funcionalidad social insustituible que posee la familia. ¿A qué nos referimos? La familia posee funciones de latencia con respecto a la sociedad más amplia como son el mantenimiento de pautas de conducta y el manejo de tensiones10. Así mismo, existen funciones manifiestas que conforman el proceso de educación y socialización a través del cual las personas asimilan a su modo el ethos y la cosmovisión imperante en la sociedad. Ninguna otra institución puede proveer a las personas y a la sociedad del contenido cualitativo que se encuentra al interior de las funciones que la familia desempeña cuando se mantiene como communio personarum, como comunidad de personas. A grandes rasgos podemos afirmar que las principales funciones de la familia son cinco11:


Equidad generacional: la familia funciona cuando existe solidaridad diacrónica, es decir, corresponsabilidad intergeneracional (abuelos-padres-hijos, por ejemplo) que permite que los miembros de la familia al poseer diversas edades y papeles puedan recibir diversos cuidados, afectos y equilibrios entre actividad laboral, servicio e inactividad forzosa a través del tiempo. La equidad generacional se ejercita en el ámbito de lo privado, es decir, de lo propiamente intra-familiar y tiene una incidencia fortísima en el ámbito de lo público: piénsese, por ejemplo, en los ancianos que al dejar de trabajar pueden ser acogidos, sostenidos y queridos por los más jóvenes.

Transmisión cultural: la familia funciona cuando educa en la lengua, la higiene, las costumbres, las creencias, las formas de relación legitimadas socialmente y el trabajo. Sobre todo la familia funciona cuando educa a las personas en el modo de buscar el significado definitivo de la vida que evita el naufragio existencial al momento de afrontar situaciones-límite: muerte de un ser querido, desamor, enfermedad, injusticia laboral, etc.

Socialización: la familia funciona cuando provee de los conocimientos, habilidades, virtudes y relaciones que permiten que una persona viva la experiencia de pertenencia a un grupo social más amplio. La familia es una comunidad en una amplia red de comunidades con las que se interactúa cotidianamente. Las personas desarrollan su socialidad, o mejor aún, su comunionalidad extra-familiar gracias a que la familia de suyo socializa dentro de sí y hacia fuera de ella.

Control social: la familia funciona cuando introduce a las personas que la constituyen en el compromiso con las normas justas, con el cumplimiento de responsabilidades y obligaciones, con la búsqueda no sólo de bienes placenteros sino de bienes arduos que exigen esfuerzo, constancia, disciplina. Es esta introducción al compromiso la que eventualmente aporta el ingrediente cultural para que las conductas delictivas puedan ser prohibidas a través de la ley, y además, la que permite de hecho que una ley vigente goce de un cierto respaldo cualitativo al menos implícito por parte de la comunidad.

Afirmación de la persona por sí misma: la familia funciona cuando ofrece una experiencia para todos sus integrantes de afirmación de la persona por sí misma, es decir, cuando el carácter suprautilitario de las personas – el valor que las personas poseen independientemente de su edad, salud, congruencia moral, capacidad económica, o filiación política – se salvaguarda y se promueve. Justamente esta función permite el descubrir existencialmente la importancia de la propia dignidad y de los derechos humanos que tienen su fundamento en ella12. Esta función también permite descubrir el sentido personalista de la amistad, lo más necesario en la vida, según Aristóteles13.

Las cinco funciones que la familia desempeña son condiciones de posibilidad de la vida social en general. El derrumbe histórico de las grandes civilizaciones acontece no sólo cuando existen poderes exógenos que desafían los poderes locales sino cuando la consistencia cualitativa, propiamente cultural de la sociedad, que habita en la familia al estar debilitada, hace vulnerables a las instituciones y a su capacidad de respuesta y adaptación al entorno.

3. La persona en la comunión-de-personas

Cuando hemos afirmado que las funciones antedichas las realiza la familia entendida como «communio personarum» deseamos indicar una realidad evidente e importante: la persona es un sujeto familiar, es un sujeto comunional, que no puede ser, entenderse o actuar sin la continua referencia ineludible a los «otros»,14 en especial, a esos «otros» que lo explican en la existencia (padres), en la permanencia (amores significativos) y en la proyección activa de la búsqueda del significado definitivo de la vida (matrimonio, filiación, trabajo, religión). La familia como «communio» significa que esta institución no sólo es un «hecho social», sino que es un método que permite a la persona descubrir que a la base de toda la funcionalidad social existe un «principio», un punto de partida indubitable, innegociable, no-comercializable, que sostiene a lo demás tanto desde un punto de vista ético como desde un punto de vista pragmático: la lógica del don y de la gratuidad.

La gratuidad fácilmente es trivializada como una suerte de fenómeno irracional propio de la vida privada. Sin embargo, la persona cuando reflexiona sin prejuicio sobre su experiencia puede encontrar que es precisamente la gratuidad la que en muchas ocasiones hace que la vida humana sea soportable y eventualmente adquiera sentido. Cuando algunos sociólogos como Francis Fukuyama reconocen que la «confianza» recíproca es esencial para la dinámica social parecen acercarse a esta misma cuestión aún cuando por las limitaciones metodológicas de su ciencia no les es posible comprender los motivos fundantes de una racionalidad que trasciende por mucho la pura respuesta a necesidades y tendencias15.

La gratuidad es difícil pero al mismo tiempo resulta fascinante. Gratuidad significa no «te deseo como un bien» sino «deseo tu bien», «deseo lo que es bueno para ti».

La gratuidad en la familia hace que esta se constituya como una estructura peculiar de «pertenencia». El formar parte de la familia hace que la persona no sólo se pertenezca a sí misma sino que pertenezca a otros. Es esta pertenencia recíproca la que permite que las dificultades de la vida individual puedan ser compensadas a través de la ayuda recíproca, y en no pocas ocasiones, excedente. Así mismo, es esta pertenencia la que nos permite entender algo sumamente sencillo y profundo: la persona no puede ser entendida y atendida auténticamente más que como un «sujeto-familiar», es decir, como un ser que no puede ser más que junto-con-otros con los que mantiene de manera estable un vínculo afectivo, justo, basado en la gratuidad diacrónica (con las generaciones que me anteceden y que me suceden) y en la gratuidad sincrónica (con quien establezco una relación justa llamada al amor en el matrimonio) 16.

4. La familia como perspectiva

Habiendo dicho esto es como llegamos a entender que la centralidad de la persona, hoy tan profusamente difundida hasta en los discursos de orden político o empresarial, es una abstracción mientras no comprende la dimensión familiar de la persona. La familia no es un añadido accidental de personas, no es solamente una superposición privada de afectos. La familia tampoco es un espacio prescindible al momento de entender o atender a las personas. Al contrario, la familia es el modo de aprehender a la persona en su circunstancia real. A través de la familia se alcanza a la persona y el haz de relaciones que constituyen su vida concreta.

Cuando esto no se entiende la primacía de la persona se vuelve un recurso retórico que disfraza una antropología individualista. En este punto no debemos ser ingenuos. No basta que a la persona y a la familia se les mencione mucho, no basta que desde la sociedad civil o desde el gobierno encontremos acciones que «de intención» buscan incidir en la persona real y en las familias.

Es necesario a este respecto algo nuevo. Es necesario entender que la familia tiene que volverse una perspectiva tanto para la comprensión como para la atención – en términos de servicio – de las personas reales.

Por ello me parece muy afortunado el comenzar a hablar de una «perspectiva de familia». ¿En qué consiste esta noción? ¿Qué contenidos se pretenden asignar cuando sostenemos que la familia es la «perspectiva» para no perder a la persona?

Por «perspectiva de familia» entiendo al menos cinco cosas esenciales:

ANTROPOLOGÍA PERSONALISTA-COMUNIONAL: el ser humano no es un individuo cerrado sobre sí al que «lo social» le advenga como mero fenómeno accidental. Así mismo, el ser humano no es una mera parte de un ente superior y colectivo. El ser humano real es persona. El término «persona» precisamente fue acuñado desde hace muchos siglos para significar un sujeto con identidad que posee dignidad y que se encuentra llamado a realizarse en la libre entrega a los demás17.

REIVINDICACIÓN DEL MATRIMONIO COMO INSTITUCIÓN JUSTA: la familia se encuentra asociada a la realidad del matrimonio. Esto jamás quiere decir que sólo exista familia cuando la pareja matrimonial vive o cuando esta funcione de manera óptima. Lo que se desea apuntar es que las funciones de la familia aparecen y se reproducen socialmente a partir del establecimiento de la protección legal de un nexo justo entre personas de diverso sexo que deciden libremente compartir la vida entre sí. El amor en la vida conyugal siempre supone la justicia. La justicia es el mínimo del amor. Por ello, las personas que se confiesan amor no pueden prescindir de proteger en la medida de sus posibilidades los elementos de convivencia justa que son la base mínima, que son el «piso», sobre el que se construye una vida en común que está llamada, evidentemente, a rebasar la pura justicia. El matrimonio civil, entonces, es una institución de suyo justa en su existencia y llamada a salvaguardar la justicia. La dimensión educativa que posee para los miembros de la familia el que la pareja matrimonial practique la justicia y la trascienda en el amor, es uno de los varios argumentos que permiten apreciar las razones por las que una «perspectiva de familia» pasa necesariamente por el fortalecimiento de la vida matrimonial como relación justa entre personas18.

REARTICULACIÓN DE LOS DERECHOS DE PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA GENERACIÓN19: la persona como sujeto familiar, y la familia como sujeto social exigen que los derechos individuales, los derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos de la solidaridad entre las personas y los pueblos se afirmen simultáneamente como auténticos derechos exigibles. La familia no puede ser reivindicada a través de la afirmación unilateral de un solo tipo de derechos. En la actualidad muchos de quienes defienden, por ejemplo, el derecho a la vida, suelen desentenderse de las condiciones estructurales para la vida digna, como es el derecho al trabajo, a la salud o a la educación. Así mismo, quienes defienden derechos sociales o derechos solidarios suelen no prestar atención a los derechos, por ejemplo, del no-nacido. En particular a la ideología neoliberal se le dificulta reconocer los derechos de segunda y de tercera generación como auténticos derechos y los reduce a meros «ideales» de vida social. Esta es una manera rápida y elocuente de mostrar cómo las antropologías reductivas generan una distorsión al quedar desatendidos elementos que en justicia se le deben a las personas reales que viven en familia y que exigen una consideración más holística de su condición simultáneamente individual y comunitaria20. Los auténticos derechos de la familia y de la persona-en-familia, son derechos de las tres generaciones simultáneamente. Desde nuestro punto de vista, promover el esfuerzo legislativo y político para que estos derechos sean vigentes ayudaría de manera fundamental en el proceso de construcción de un auténtico «Estado-social-de-Derecho».

SUSTANTIVIDAD DE LA POLÍTICA SOCIAL-ADJETIVIDAD DE LA POLÍTICA ECONÓMICA: mientras la política social de los Estados siga siendo meramente compensatoria de las disfunciones causadas por quienes definen la política económica desde la lógica del mercado, la familia quedará siempre como un tema secundario. Una economía social de mercado coloca a «lo social» como sustantivo y al «mercado» como adjetivo. La racionalidad del mercado no tiene por sí misma la capacidad para leer aspectos cualitativos como la dignidad de las personas y de las familias, sobre todo de aquellas que se encuentran «fuera del mercado». La pobreza para ser adecuadamente entendida y atendida tiene que ser interpretada desde la familia, es decir, desde el núcleo comunitario en el que se vive y desde el que se sufre una problemática que raramente es meramente individual. Más aún, el lugar en el que es necesario verificar si una política social realmente funciona al servicio de las personas no es la evaluación de su impacto sobre el «individuo» sino la evaluación de su impacto sobre la «familia». Cuando la política social toma como parámetro-eje a la familia, se induce la vida comunional y solidaria que tanto hace falta en sociedades desafiadas por el individualismo y por conductas que desalientan la corresponsabilidad y la formación de ciudadanía21.

PROMOCIÓN ACTIVA DE LA FAMILIA DESDE LA SOCIEDAD CIVIL Y EN ESPECIAL DESDE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: una «perspectiva de familia» no nace por decreto. Principalmente nace «desde abajo». ¿Qué queremos decir? La «perspectiva de familia» implica una particular hermenéutica (interpretación) de la persona, de la sociedad, de la economía y del Estado. Este tipo de interpretación sólo puede hacerse viable a través de un gran esfuerzo educativo en el que la sociedad civil, y en particular, los medios de comunicación, juegan un papel esencial. Para nadie es un secreto que en estos temas el principal reto es cultural. En México tenemos la enorme ventaja de aún poseer un entramado simbólico, axiológico y religioso que aprecia la vida en familia. Sin embargo, nada asegura que el espesor cultural de este aprecio perdure por siempre. Es urgente que desde la sociedad civil todos colaboremos a fortalecer los espacios naturalmente creadores de cultura (escuelas, asociaciones, iglesias, medios de comunicación) a través de propuestas innovadoras que muestren convincentemente las razones por las que vale la pena apostar por las familias.


5. Conclusión

Apostar por las familias no es un ideal frívolo, «rosa» o conservador. Apostar por la familia es apostar por la justicia, por el amor, por nuestra soberanía cultural. Es creer que es posible crear una sociedad que goce de un Estado de Derecho con un perfil más social y menos utilitario. Es trabajar por una economía más justa al momento de crear y distribuir riqueza. No hay que confundir el legítimo deseo de construir una «economía de mercado» con el alienante pseudo-ideal de una «sociedad de mercado». No todo aspecto de la vida humana es comercializable. La persona-en-familia es más que sus necesidades y sus deseos mercantiles. Las familias más pobres en nuestras comunidades son testigos – muchas veces sin voz – de esta verdad.

Para combatir la tentación de querer olvidar o de querer trivializar a la familia, es preciso pensar en una decidida acción transversal que permita introducir una nueva óptica en el quehacer de la sociedad civil, en las políticas públicas y en el mismo proceso de Reforma del Estado. Esta óptica es la que algunos llamamos «perspectiva de familia», es decir, «perspectiva» para que a través de un ambicioso programa de acción lo valioso de la vida se preserve, se promueva y se defienda. Leer más...