Aprendiendo a orar por mi esposo


Santa Rita de Casia

(1381-1457)
Por siglos Santa Rita de Casia ha sido una de las Santas más populares en la Iglesia Católica. Ella es conocida como la "Santa de lo Imposible" por sus impresionantes respuestas a las oraciones, como también por los notables sucesos de su propia vida
www.aciprensa.com.

s Santa Rita quería ser monja, pero por obedecer a sus padres, se casó. Su esposo le causo muchos sufrimientos, pero ella devolvió su crueldad con oración y bondad. Con el tiempo él se convirtió, llegando a ser considerado y temeroso de Dios. Pero Santa Rita tuvo que soportar un gran dolor cuando su esposo fue asesinado.

Santa Rita descubrió después que sus dos hijos estaban pensando en vengar el asesinato del padre. Ella temía que pusieran sus deseos en efecto de acuerdo con la maliciosa costumbre de la venganza. Con un amor heroico por sus almas, ella le suplicó a Dios que se los llevara de esta vida antes de permitirlos cometer este gran pecado. No mucho tiempo más tarde ambos murieron después de prepararse para encontrarse con Dios.
Sin su esposo e hijos, Santa Rita se entregó a la oración, penitencia y obras de caridad. Después de un tiempo ella aplicó para ser admitida al Convento Agustiniano en Casia.
Ella no fue aceptada, pero después de orarle a sus tres especiales santos patronos –San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino– milagrosamente entró al convento y fue permitida a quedarse. Esto sucedió alrededor del año 1411.

En el convento, la vida de Santa Rita fue marcada por su gran caridad y severas penitencias. Sus oraciones obtuvieron para otros, curas notables, liberación del demonio y otros favores especiales de Dios para que ella pudiera compartir en el dolor de Su Corona de Espinas, Nuestro Señor dio a Santa Rita una herida de espina en su frente. Fue muy dolorosa y expelía un olor desagradable, pero ella lo consideraba una gracia divina. Ella oraba "Oh amado Jesús, aumenta mi paciencia en la medida que aumentan mis sufrimientos". La herida duró por el resto de su vida.
Santa Rita falleció un 22 de mayo de 1457 a la edad de 76 años. La gente se agolpó al convento a pagar sus últimos respetos. Innumerables milagros tuvieron lugar a través de su intercesión, y la devoción hacia ella se extendió a lo largo y a lo ancho. El cuerpo de Santa Rita fue conservado perfecto por varios siglos, y a veces daba una fragancia dulce. En la ceremonia de beatificación, el cuerpo de la Santa se elevó y abrió sus ojos.
Dios ha escuchado las oraciones de Santa Rita por otros en innumerables ocasiones, y ciertamente ella estará feliz de interceder una vez más –a nombre de aquellos que le ruegan a ella ahora– para continuar percibiendo la verdad de su gran nombre.
Leer más...

Cuando tu matrimonio no puede seguir, Cristo se hace indispensable.


Discurso que pronunció Juan Pablo II el 30 de enero, con ocasión de la apertura del año judicial del Tribunal de la Rota romana, ante los prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vínculo, oficiales de la cancillería y abogados de dicho Tribunal.

Discurso del 30 de enero de 2003 a la Rota romana
El origen de la crisis del matrimonio



1. La solemne inauguración del año judicial del Tribunal de la Rota romana me ofrece la oportunidad de renovar la expresión de mi aprecio y mi gratitud por vuestro trabajo, amadísimos prelados auditores, promotores de justicia, defensores del vínculo, oficiales y abogados. Agradezco cordialmente al monseñor decano los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos y las reflexiones que ha hecho sobre la naturaleza y los fines de vuestro trabajo.
La actividad de vuestro tribunal ha sido siempre muy apreciada por mis venerados predecesores, los cuales han subrayado sin cesar que administrar la justicia en la Rota romana constituye una participación directa en un aspecto importante de las funciones del Pastor de la Iglesia universal.

De ahí el valor particular, en el ámbito eclesial, de vuestras decisiones, que constituyen, como afirmé en la «Pastor bonus», un punto de referencia seguro y concreto para la administración de la justicia en la Iglesia (cf. art. 126).


Dignidad de sacramento
2. Teniendo presente el marcado predominio de las causas de nulidad de matrimonio remitidas a la Rota, el monseñor decano ha destacado la profunda crisis que afecta actualmente al matrimonio y a la familia. Un dato importante que brota del estudio de las causas es el ofuscamiento entre los contrayentes de lo que conlleva, en la celebración del matrimonio cristiano, la sacramentalidad del mismo, descuidada hoy con mucha frecuencia en su significado íntimo, en su intrínseco valor sobrenatural y en sus efectos positivos sobre la vida conyugal.

Después de haber hablado en los años precedentes de la dimensión natural del matrimonio, quisiera hoy atraer vuestra atención hacia la peculiar relación que el matrimonio de los bautizados tiene con el misterio de Dios, una relación que, en la Alianza nueva y definitiva en Cristo, asume la dignidad de sacramento.

La dimensión natural y la relación con Dios no son dos aspectos yuxtapuestos; al contrario, están unidos tan íntimamente como la verdad sobre el hombre y la verdad sobre Dios. Este tema me interesa particularmente: vuelvo a él en este contexto, entre otras cosas, porque la perspectiva de la comunión del hombre con Dios es muy útil, más aún, es necesaria para la actividad misma de los jueces, de los abogados y de todos los agentes del derecho en la Iglesia.


Dimensión trascendente
3. El nexo entre la secularización y la crisis del matrimonio y de la familia es muy evidente. La crisis sobre el sentido de Dios y sobre el sentido del bien y del mal moral ha llegado a ofuscar el conocimiento de los principios básicos del matrimonio mismo y de la familia que en él se funda. Para una recuperación efectiva de la verdad en este campo, es preciso redescubrir la dimensión trascendente que es intrínseca a la verdad plena sobre el matrimonio y sobre la familia, superando toda dicotomía orientada a separar los aspectos profanos de los religiosos, como si existieran dos matrimonios: uno profano y otro sagrado.

«Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó» (Gn 1, 27). La imagen de Dios se encuentra también en la dualidad hombre-mujer y en su comunión interpersonal. Por eso, la trascendencia es inherente al ser mismo del matrimonio, ya desde el principio, porque lo es en la misma distinción natural entre el hombre y la mujer en el orden de la creación. Al ser "una sola carne" (Gn 2, 24), el hombre y la mujer, tanto en su ayuda recíproca como en su fecundidad, participan en algo sagrado y religioso, como puso muy bien de relieve, refiriéndose a la conciencia de los pueblos antiguos sobre el matrimonio, la encíclica «Arcanum divinae sapientiae» de mi predecesor León XIII (10 de febrero de 1880, en «Leonis XIII P.M. Acta», vol. II, p. 22). Al respecto, afirmaba que el matrimonio "desde el principio ha sido casi un figura («adumbratio») de la encarnación del Verbo de Dios" (ib.). En el estado de inocencia originaria, Adán y Eva tenían ya el don sobrenatural de la gracia. De este modo, antes de que la encarnación del Verbo se realizara históricamente, su eficacia de santidad ya actuaba en la humanidad.


El plan original de Dios restablecido por Jesús
4. Lamentablemente, por efecto del pecado original, lo que es natural en la relación entre el hombre y la mujer corre el riesgo de vivirse de un modo no conforme al plan y a la voluntad de Dios, y alejarse de Dios implica de por sí una deshumanización proporcional de todas las relaciones familiares. Pero en la "plenitud de los tiempos", Jesús mismo restableció el designio primordial sobre el matrimonio (cf. Mt 19, 1-12), y así, en el estado de naturaleza redimida, la unión entre el hombre y la mujer no sólo puede recobrar la santidad originaria, liberándose del pecado, sino que también queda insertada realmente en el mismo misterio de la alianza de Cristo con la Iglesia.

La carta de san Pablo a los Efesios vincula la narración del Génesis con este misterio: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2, 24). "Gran misterio es este; lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32). El nexo intrínseco entre el matrimonio, instituido al principio, y la unión del Verbo encarnado con la Iglesia se muestra en toda su eficacia salvífica mediante el concepto de sacramento. El concilio Vaticano II expresa esta verdad de fe desde el punto de vista de las mismas personas casadas: "Los esposos cristianos, con la fuerza del sacramento del matrimonio, por el que representan y participan del misterio de la unidad y del amor fecundo entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial y con la acogida y educación de los hijos. Por eso tienen en su modo y estado de vida su carisma propio dentro del pueblo de Dios" (Lumen gentium, 11). Inmediatamente después, el Concilio presenta la unión entre el orden natural y el orden sobrenatural también con referencia a la familia, inseparable del matrimonio y considerada como "iglesia doméstica" (cf. ib.).


La fidelidad de Dios
5. La vida y la reflexión cristiana encuentran en esta verdad una fuente inagotable de luz. En efecto, la sacramentalidad del matrimonio constituye una senda fecunda para penetrar en el misterio de las relaciones entre la naturaleza humana y la gracia. En el hecho de que el mismo matrimonio del principio haya llegado a ser en la nueva Ley signo e instrumento de la gracia de Cristo se manifiesta claramente la trascendencia constitutiva de todo lo que pertenece al ser de la persona humana y, en particular, a su índole relacional natural según la distinción y la complementariedad entre el hombre y la mujer. Lo humano y lo divino se entrelazan de modo admirable.

La mentalidad actual, fuertemente secularizada, tiende a afirmar los valores humanos de la institución familiar separándolos de los valores religiosos y proclamándolos totalmente autónomos de Dios. Sugestionada por los modelos de vida propuestos con demasiada frecuencia por los medios de comunicación social, se pregunta: "¿Por que un cónyuge debe ser siempre fiel al otro?", y esta pregunta se transforma en duda existencial en las situaciones críticas. Las dificultades matrimoniales pueden ser de diferentes tipos, pero todas desembocan al final en un problema de amor. Por eso, la pregunta anterior se puede volver a formular así: ¿Por qué es preciso amar siempre al otro, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?

Se pueden dar muchas respuestas, entre las cuales, sin duda alguna, tienen mucha fuerza el bien de los hijos y el bien de la sociedad entera, pero la respuesta más radical pasa ante todo por el reconocimiento de la objetividad del hecho de ser esposos, considerado como don recíproco, hecho posible y avalado por Dios mismo. Por eso, la razón última del deber de amor fiel es la que está en la base de la alianza divina con el hombre: ¡Dios es fiel! Por consiguiente, para hacer posible la fidelidad de corazón al propio cónyuge, incluso en los casos más duros, es necesario recurrir a Dios, con la certeza de recibir su ayuda. Por lo demás, la senda de la fidelidad mutua pasa por la apertura a la caridad de Cristo, que "disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites" (1 Co 13, 7). En todo matrimonio se hace presente el misterio de la redención, realizada mediante una participación real en la cruz del Salvador, según la paradoja cristiana que une la felicidad a la aceptación del dolor con espíritu de fe.


Sentido religioso
6. De estos principios se pueden sacar muchas consecuencias prácticas, de índole pastoral, moral y jurídica. Me limito a enunciar algunas, relacionadas de modo especial con vuestra actividad judicial.

Ante todo, no podéis olvidar nunca que tenéis en vuestras manos el gran misterio del que habla san Pablo (cf. Ef 5, 32), tanto cuando se trata de un sacramento en sentido estricto, como cuando ese matrimonio lleva en sí la índole sagrada del principio, pues está llamado a convertirse en sacramento mediante el bautismo de los dos esposos. La consideración de la sacramentalidad pone de relieve la trascendencia de vuestra función, el vínculo que la une operativamente a la economía salvífica. Por consiguiente, el sentido religioso debe impregnar todo vuestro trabajo. Desde los estudios científicos sobre esta materia hasta la actividad diaria en la administración de la justicia, no hay espacio en la Iglesia para una visión meramente inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera ni teológica ni jurídicamente.

Apoyar siempre al matrimonio y a la familia
7. Desde esta perspectiva es preciso, por ejemplo, tomar muy en serio la obligación que el canon 1676 impone formalmente al juez de favorecer o buscar activamente la posible convalidación del matrimonio y la reconciliación. Como es natural, la misma actitud de apoyo al matrimonio y a la familia debe reinar antes del recurso a los tribunales: en la asistencia pastoral hay que iluminar pacientemente las conciencias con la verdad sobre el deber trascendente de la fidelidad, presentada de modo favorable y atractivo. En la obra que se realiza con vistas a una superación positiva de los conflictos matrimoniales, y en la ayuda a los fieles en situación matrimonial irregular, es preciso crear una sinergia que implique a todos en la Iglesia: a los pastores de almas, a los juristas, a los expertos en ciencias psicológicas y psiquiátricas, así como a los demás fieles, de modo particular a los casados y con experiencia de vida. Todos deben tener presente que se trata de una realidad sagrada y de una cuestión que atañe a la salvación de las almas.

Sólo existe un modelo de matrimonio
8. La importancia de la sacramentalidad del matrimonio, y la necesidad de la fe para conocer y vivir plenamente esta dimensión, podrían también dar lugar a algunos equívocos, tanto en la admisión al matrimonio como en el juicio sobre su validez. La Iglesia no rechaza la celebración del matrimonio a quien está bien dispuesto, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, con tal de que tenga la recta intención de casarse según la realidad natural del matrimonio. En efecto, no se puede configurar, junto al matrimonio natural, otro modelo de matrimonio cristiano con requisitos sobrenaturales específicos.

No se debe olvidar esta verdad en el momento de delimitar la exclusión de la sacramentalidad (cf. canon 1101, 2) y el error determinante acerca de la dignidad sacramental (cf. canon 1099) como posibles motivos de nulidad. En ambos casos es decisivo tener presente que una actitud de los contrayentes que no tenga en cuenta la dimensión sobrenatural en el matrimonio puede anularlo sólo si niega su validez en el plano natural, en el que se sitúa el mismo signo sacramental. La Iglesia católica ha reconocido siempre los matrimonios entre no bautizados, que se convierten en sacramento cristiano mediante el bautismo de los esposos, y no tiene dudas sobre la validez del matrimonio de un católico con una persona no bautizada, si se celebra con la debida dispensa.


La protección de María
9. Al término de este encuentro, mi pensamiento se dirige a los esposos y a las familias, para invocar sobre ellos la protección de la Virgen. También en esta ocasión me complace repetir la exhortación que les dirigí en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae: "La familia que reza unida, permanece unida. El santo rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia" (n. 41).

A todos vosotros, queridos prelados auditores, oficiales y abogados de la Rota romana, os imparto con afecto mi bendición.
Leer más...

Cómo reaccionar ante lo que nos hace perder la paz....

Como conseguir ser una persona serena:

Para llegar a ser una persona serena se requiere tiempo, esfuerzo y voluntad. Veamos a continuación algunas sugerencias para lograr un comportamiento sereno:

- Conocernos mejor. Tener un conocimiento de nosotros mismos lo suficientemente amplio, como para conocer qué situaciones son las que nos hacen perder la serenidad y tratar de evitarlas o saber cómo actuar para no perder la calma.


- El trabajo responsable y bien hecho. La satisfacción personal y la tranquilidad que nos produce el haber realizado nuestras tareas a la perfección a pesar de los contratiempos, de la tensión o del estrés que podamos estar sufriendo, nos produce serenidad.

- Tener pensamientos positivos sobre los demás. Ver lo mejor de cada persona y saber disfrutar de quienes nos rodean respetando y aceptándolos como son.

- Siendo uno mismo, sin fingir un aspecto de nuestro carácter que no corresponde con nosotros y no demostrando afecto o interés cuando no lo sentimos. Debemos también reconocer los errores y equivocaciones que cada uno pueda tener y tratar de corregirlos.

- Procurar descanso físico y una buena alimentación. Aunque no parezca tener relación, todos hemos podido experimentar alguna vez como la falta de alimento, de sueño o descanso cambia el carácter de las personas y las vuelve más nerviosas e irascibles.

- Procurar un entorno ordenado y un orden de valores. Alcanzar la serenidad sin orden es muy difícil ya que puede dar lugar a situaciones de falta de control. Encontrar un objeto que buscamos o terminar un trabajo con rapidez, son situaciones que se verán afectadas por el desorden. Necesitamos orden y organización en nuestra vida, no sólo con los objetos materiales, sino también con respecto a prioridades y valores. Hemos de ordenar nuestras ideas y preferencias para actuar de forma coherente y serena.
Leer más...

¿Qué es una consagración?


La palabra consagración

La palabra consagración se deriva de verbo consagrar. Y puede tener un doble sentido: activo y pasivo. Expresa tanto la acción de consagrar como el hecho de ser Consagrado. Consagrar, en sentido teológico, es lo mismo que: santificar, divinizar, sacralizar o sacrificar. Todos estos términos implican relacionarse directamente con Dios, ser introducido en la esfera de lo Sagrado absoluto, de lo Divino o de lo Santo, es decir, en el ámbito de la Divinidad.


Consagrar de parte de Dios es: tomar plena posesión, reservarse especialmente, invadir y penetrar con la propia santidad, admitir a la intimidad personal, relacionar profundamente consigo mismo, transformar por dentro, renovar interiormente y, sobre todo, configurar a alguien con Jesucristo, que es el Consagrado.




Por parte del hombre, consagrarse es: entregarse a Dios, dejarse poseer libremente por él, acoger activamente la acción santificadora de Dios, darse a él sin reservas, en respuesta a la previa autodonación de Dios y bajo el impulso de su gracia.

Ningún valor que se entrega a Dios, o del que Dios toma posesión, queda destruido. Al contrario, queda mejorado y ennoblecido, porque se salva en Dios mucho mejor que en sí mismo. Por ejemplo, sacrificar o consagrar a Dios nuestra libertad o nuestro amor, lejos de ser una negación, es una verdadera afirmación de esos mismos valores humanos. Convertir nuestra libertad y nuestro amor en propiedad inmediata y total de Dios es la mejor manera de salvarlos en cuanto amor y en cuanto libertad. Dejarse poseer por Dios es la suprema manera de ser libres y de amar, ya que Dios crea y fortalece nuestra libertad y nuestro amor en la misma medida en que nos dejamos poseer por él.

La consagración supone donación y renuncia, entrega y separación. Recordemos las parábolas del tesoro escondido en el campo y de la perla preciosa (Mt, 13,44-45), que cautivan a quien lo descubre y le mueven a vender todo lo demás para adquirir ese tesoro y esa joya.

Consagrarse a Dios implica renuncia a la propia suficiencia y autonomía, para encontrar en Dios y en la plena y filial dependencia de él, una mayor autonomía, suficiencia y libertad.

La consagración en sentido teológico, implica y es una relación estrictamente personal, de tú a Tú, con Dios. Es sólo aplicable a la persona, porque sólo ella puede relacionarse de manera íntima, entrañable y formal con Dios.

La consagración en sentido teológico, es una real transformación de la persona, una configuración verdadera con Cristo, una santificación. La persona queda referida de manera nueva e intrínseca a Dios, invadida por la santidad de Dios, transida de divinidad, poseída por el mismo Dios y transformada en él, sin que ella pierda su propia individualidad.

La persona consagrada se relaciona de forma inmediata, es decir, sin mediaciones y sin intermediarios, con Dios. Por eso, la consagración religiosa tiene un valor y un sentido teologal y no sólo teológico.


Consagración de Cristo

EL CONSAGRADO. "Jesús mismo es Aquél a quien el Padre consagró y envió en el más alto de los modos (Jn. 10,36). En él se resumen todas las consagraciones de la antigua ley, que simbolizan la suya, y en él está consagrado el nuevo Pueblo de Dios" (EE 6). "Jesús vivió su consagración precisamente como Hijo de Dios: dependiendo del Padre, amándole sobre todas las cosas y entregado por entero a su voluntad" (EE 7). En Cristo se cumple con todo rigor el concepto más estrictamente teológico de consagración. Porque Cristo es Dios hecho hombre, es decir, lo sagrado absoluto (Dios), que asume lo secular y profano (la naturaleza humana) para introducirlo dentro de su propio ámbito divino.

Cristo es el Ungido, es decir, el consagrado, el Mesías. Los tres momentos principales de ésta unción sagrada son: la encarnación, el bautismo y la resurrección gloriosa (Hb. 2,5-13). Toda la creación ha quedado renovada y consagrada por el hecho de la Encarnación. Cristo no se encarna para "secularizarse", sino para consagrar toda su realidad humana, asumiéndola, elevándola, trascendiéndola y sacrificándola. Cristo, vive en sí mismo todo un proceso de consagración que dura toda su vida hasta su muerte y resurrección. Cristo es anonadado (Flp. 2,7-8) y este anonadamiento por el que se sacrifica y se consagra, es por su obediencia, pobreza y virginidad.


La consagración bautismal

Por designio eterno y amoroso del Padre, Cristo vino al mundo para consagrarnos, introduciéndonos en el ámbito más íntimo de lo Sagrado, que es él mismo: comunicándonos su propia filiación divina. Desde siempre, Dios nos pensó y eligió en la Persona de Cristo, por pura iniciativa suya, para que fuéramos de verdad hijos suyos, santos y consagrados en su presencia por el amor (cf. Ef. 1,3-14).

"Los bautizados son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo" (LG 10). El bautismo es una real inserción en Cristo y en su misterio de muerte y de resurrección. Es una verdadera configuración con Cristo en su condición filial y fraterna y, por eso mismo, es una verdadera consagración.

Por el bautismo morimos al pecado y comenzamos a morir a las raíces de pecado que en nosotros quedan, hasta que la muerte de Cristo haya "mortificado" todo lo pecaminoso y haya consagrado todo lo profano. La consagración bautismal supone una presencia activa y permanente de Dios en nosotros, una especie de presencia sacerdotal que nos convierte en ofrenda y en sacrificio, y que nos hace posesión plena de Dios.

Dios, por medio del bautismo, nos hace hijos suyos en el Hijo y, en él, nos hace hermanos de todos los hombres. Es decir, nos consagra realmente, configurándonos con el Consagrado en su filiación divina y mariana y en su fraternidad universal. El proceso bautismal de configuración con Cristo concluirá en nuestra resurrección gloriosa, cuando incluso en nuestra carne se manifieste la gloria de nuestra filiación divina.


La consagración religiosa

"La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la iglesia el admirable desposorio fundado por Dios, que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo como un sacrificio ofrecido a Dios, por el que toda su existencia se convierte en culto continuo a Dios en amor" (can. 607,1)


El religioso es el que trata de vivir la consagración bautismal en toda su radicalidad, llevando hasta sus últimas consecuencias las exigencias del bautismo y haciendo fructificar todas las virtualidades en él contenidas. El religioso vive en total disponibilidad, de forma permanente, como estado de vida, encarnándola en la vivencia efectiva de la virginidad, obediencia y pobreza: es decir, en la profesión de los consejos evangélicos, que es un compromiso público y definitivo de conformar la propia vida con Cristo virgen, obediente y pobre.

La "dedicación absoluta al Reino" (ET 3), convertida en estilo de vida y en norma de conducta, esa "donación de sí mismo que abarca la vida entera"(PC 1), ese "vivir únicamente para Dios" (PC 5), es el contenido más hondo de la consagración religiosa y expresa su distinción con la consagración bautismal y al estilo propio de un cristiano.

La consagración religiosa es una consagración de amor, una pasión de amor, con las características propias de amor verdadero convertido en pasión: la totalidad en la entrega, la exclusividad en la persona amada y el desinterés absoluto en servirle. Y al decir que es una consagración total, quiere decir que es perpetua. Don absolutísimo e irrevocable, lo llama Pablo VI (ET 7). Si la persona no se entrega para siempre no se entregaría del todo.

La consagración religiosa es profundamente eclesial. Es un "estado litúrgico", de adoración perpetua, de culto oficial de la Iglesia.

El religioso muere de forma habitual no sólo al pecado, sino también al mundo, a valores humanos positivos, muere a formas y exigencias sociales, a la triple categoría de bienes positivos que son: amor humano compartido (castidad), propiedad y uso independiente de los bienes materiales (pobreza) y la libre programación de la propia vida (obediencia).

Dice Pablo VI a los religiosos: (ET 7) "Por el Reino de los cielos, vosotros habéis consagrado a Dios, con generosidad y sin reservas, las fuerzas de amar, el deseo de poseer y la libre facultad de disponer de vuestra propia vida, que son bienes tan preciosos para el hombre". Los consejos evangélicos expresan y realizan la donación integral e irrevocable de todo nuestro ser personal, de lo que somos y de lo que tenemos y podemos poseer. Es no sólo una oblación, sino un sacrificio que lleva a sus últimas consecuencias la consagración del bautismo y vivir con radicalidad el evangelio y la imitación de Cristo. La consagración religiosa es una entrega total, absoluta e inmediata de amor a Dios. Desde ese momento, todo el ser y la vida del religioso tiene un sentido y lleva un sello de pertenencia a Dios.

Por último, nadie es religioso por propia iniciativa. Es Dios quien llama y quien capacita para responder. En Dios, llamar es dar. La vocación es un verdadero don. Y los dones de Dios, por ser dones de amor, enteramente gratuitos, son dones definitivos, sin posible arrepentimiento por parte del mismo Dios, como nos recuerda san Pablo: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom. 11,29). Llamar para siempre es crear en el llamado una permanente capacidad de respuesta. La fidelidad del hombre consiste en apoyarse en la fidelidad inquebrantable de Dios.
Leer más...

La autoestima y amor a los demás


Los 10 principios del Dr. Aquilino Polaino para mejorar la autoestima en la familia
Aquilino Polaino es licenciado en medicina y cirugía (Universidad de Granada), diplomado en Psicología Clínica (Universidad Complutense), doctor en medicina (Universidad de Sevilla), licenciado en Filosofía (Universidad de Navarra), profesor de Psiquiatría (Universidad de Extremadura) y catedrático de Psicopatología (Universidad Complutense). Pero es conocido por el gran público como divulgador y consejero en temática familiar y de salud emocional. Estuvo presente en el II Congreso Educación y Familia de la Universidad Católica de Murcia el pasado 3 de diciembre y habló de diez principios básicos que contribuyen a mejorar la estima de los miembros de una familia. ForumLibertas estuvo allí tomando notas de sus diez principios.

1- Disponibilidad

Consiste en dedicar tiempo (¡que es lo que menos tenemos!) a atender a nuestros hijos y esposo/a. Con los adolescentes, por ejemplo, no vale lo de “este tema ya lo hablaremos el sábado con tranquilidad, cariño”. Para el sábado, tu hija de 13 años ya se ha emborrachado con una amiga y van a hacer lo que se les ocurra, porque el padre estaba deslocalizado, como las empresas. Hay que estar disponible, porque hay problemas que sólo se arreglan en el momento en que el otro se anima a plantearlo y pide ser escuchado. Recordemos que nuestros padres, al morir, sólo nos dejan realmente el tiempo que pasaron con nosotros. Demos tiempo al otro.
.
2- Comunicación padres-hijos: que los padres hablen menos y escuchen más.

En muchas familias, cuando un padre o madre dice “hijo, tenemos que hablar”, el chaval piensa “uy, malo, malo”. ¿Por qué? Porque sabe que los padres cuando dicen “tenemos que hablar” quieren decir “te voy a soltar un discurso por algo tuyo que no me ha gustado”. Esto cambiaría si los padres se hicieran un propósito: dedicar el 75% a escuchar y sólo el 25% a hablar. Escuchar a los hijos (o al cónyuge, a cualquiera) es un esfuerzo activo. Hay que soltar el diario, quitar el volumen de la TV, girar la cabeza hacia quien te habla, mirar a los ojos, expresar atención. Eso es escucha activa, que es la que sirve para mejorar la autoestima de tu familia.

3- Coherencia en los padres y autoexigencia en los hijos.

Uno es coherente cuando lo que piensa, siente, dice y hace es una sola y misma cosa. No tiene sentido decirle a los niños desde el sofá: “eh, vosotros, ayudad a mamá a quitar la mesa”. Hay que dar ejemplo primero. Tú, padre, has de quitar la mesa durante 5 días, que te vean. El quinto día dices a tu hijo: “venga, ahora entre los dos”. Y dos días después: “estoy orgulloso de ti, ahora ya has aprendido y ya puedes quitar la mesa tú sólo”. Y él se sentirá orgulloso de quitar la mesa. Así aprenden a autoexigirse, que es mucho mejor que tenerlos vigilados 24 horas al día. Esto es un progenitor potenciador, motivador, animador y protector al mismo tiempo. También pedimos a los niños que estudien pero ¿nos ven a nosotros estudiar, leer revistas de nuestro oficio, ponernos al día en nuestra especialidad? Hemos de poder decir: “mirad, hijos, nosotros también estudiamos”.

4- Tener iniciativa, inquietudes y buen humor, especialmente con el cónyuge.

Estos tres factores son útiles para la autoestima familiar. En España el buen humor no suele escasear. Pero la rutina es un enemigo en las relaciones conyugales y con los hijos. El punto clave es que haya creatividad e iniciativa en la vida de pareja y eso se contagiará a toda la familia. Las mejores horas deben ser para compartir con el esposo o esposa. Ser papá o mamá no debe hacernos olvidar que somos “tú y yo, cariño, nosotros”. Creatividad e iniciativa protegen a la pareja de la rutina. Cuando hay rutina, es fácil que uno de los dos busque la “magia” añorada fuera, en otras relaciones. Por el contrario, si la pareja va bien, los hijos aprenden su “educación sentimental” simplemente viendo cómo se tratan papá y mamá, viendo que se admiran, se halagan, se alaban, son cómplices. “Cuando sea mayor trataré a mi mujer como papá a mamá”, piensan los niños entusiasmados. Eso les da autoestima.

5- Aceptar nuestras limitaciones, y las de los nuestros.

Hay que conocer y aceptar tus limitaciones, las de tu cónyuge, las de tus hijos. Pero es importantísimo no criticar al otro ante la familia, no criticar a tu cónyuge ante los niños, o a un niño ante los hermanos, comparando a un hermano “bueno” con uno “malo”. Eso hace sufrir al hijo y le quita autoestima. Es mejor llevarlo aparte y hablar.

6- Reconocer y reafirmar lo que vale la otra persona.

Seamos sinceros: no tiene sentido que andemos llamando “campeón” a nuestro niño que nunca ha ganado nada. Si ha perdido un partido de fútbol, no le llames campeón. Ha de aprender a tolerar la frustración, acompañado, eso sí. También hemos de saber (grandes y pequeños) que somos buenos en unas cosas y no en otras. “Hijo, pareces bueno en A y en B, pero creo que C no es lo tuyo”. Reafirmemos al otro en lo que vale, y se verá a sí mismo como lo que es, una persona valiosa.

7- Estimular la autonomía personal.

Uno se hace bueno a medida que va haciendo cosas buenas. Es importante que lo entiendan los hijos. Lo que se hace es importante: hacer cosas buenas nos hacer buenos a nosotros. Esta idea ayuda a tener autonomía personal, hacer las cosas por nosotros mismos, para mejorar nosotros.

8- Diseñar un proyecto personal.

No irás muy lejos si no sabes donde quieres ir. Quedarte quieto no es factible, uno tiende a volver a quedarse atrás. Has de tener un proyecto personal para crecer, y atender y ayudar a discernir y potenciar los proyectos de los tuyos.
9- Tener un nivel de aspiraciones alto, pero realista
Hemos de jugar entre lo posible y lo deseable. Si aspiramos alto, nos valoraremos bien, tendremos autoestima. Pero, ¿es factible? Debemos conjugar un alto nivel de aspiraciones con la realidad de nuestras capacidades y recursos.

10-Elijamos buenos amigos y amigas.

El individualismo es el cáncer del s.XXI. Nosotros y nuestros hijos estamos atados a máquinas gratificantes: el DVD, la TV, la videoconsola, Internet... El trabajo en solitario va minando la amistad verdadera. ¡Los amigos comprometen mucho y al individualista no le gustan los compromisos!
Sin embargo, necesitamos más que nunca amigos humanos, personas, grandes y buenos amigos, con los que compartir muchas horas, conversaciones sinceras y cercanas, amistades de verdad, que te apoyen y te conozcan auténticamente, que te acepten con tus fallos y potencien lo mejor en ti. Seleccionar amigos así para ti y para los tuyos es la mejor inversión.
Una familia que trata de seguir estos principio contribuye a mejorar la estima en sus hijos y la autoestima en ellos mismos. Hay finalmente tres ideas más a considerar:
• Según Chesterton, lo natural tiende a lo sobrenatural mientras que lo que no se sobrenaturaliza se desnaturaliza. Es cierto. Hemos de entender que la autoestima, el amar y el amarse, es sobrenatural. ¿Has pensado en cómo te ama Dios, en lo grande, lo sobrenatural de Su amor por ti? Piénsalo. Eres muy especial para Él. Cuando vivas este amor, comunícalo a tus hijos.
• Buena parte del sufrimiento inútil en el mundo se produce porque en algunas ocasiones en las que deberíamos dedicarnos a pensar, nos ponemos a sentir; y en ocasiones que son para sentir, nos ponemos a pensar. Evitemos este sufrimiento inútil: hay momentos para pensar y momentos para sentir.
Si luchas, puedes perder, pero si no luchas ya estás perdido. Si luchas por tu vida familiar, no estás perdido.
Esto saldra en la pagina al pulsar leer más Leer más...

¿Por qué los jóvenes de hoy quieren hacerse delincuentes?


Cuando por las noticias nos dimos cuenta que entre los sicarios se encuentran chicos de entre 14 y 18 años, nos quedamos sorprendidos preguntándonos, ¿en qué hemos fallado?

Al respecto, el psiquiatra dominicano César Mella comenta que lo primero que hay que preguntarnos es: ¿cómo eduqué o estoy educando a mis hijos?, ¿qué valores les he inculcado?

Hoy a los chicos hay que decirles varias veces que se levanten para llevarlos a la escuela, y aguantarles su mal genio, por haberse desvelado viendo tele, enviando mensajes por celular, o chateando con amigos.

No se ocupan de que su ropa esté limpia ni en ayudar en casa, pero eso sí, presumen los juegos digitales más modernos, el celular mas novedoso, la laptop más equipada, nada les cuesta, pero si se descomponen, para eso estamos, ¡no faltaba más!, hay que pagar sin chistar la reparación.



Adoran amigos e ídolos falsos de “realities” de MTV. ¡Ah, pero viven encontrándole defectos a sus padres a quienes consideran “oldies” y pasados de moda. Se cierran a quien les hable de moral, honor y sobre todo de religión, ¡es tan aburrido! Según ellos ya lo saben todo, y lo que no, lo consultan en Internet.

Nos asombramos a que los sicarios cobren cuotas sin trabajar por ellas, y a nuestros hijos los acostumbramos a darles todo, incluso su mesada, sin que se la hayan ganado. Ni saben ser agradecidos; “esto ni me alcanza”, dicen.

Si son estudiantes inventan trabajos en equipo, o paseos para ir a divertirse, y lo menos que uno sospecha es que regresarán con un embarazo, habiendo probado drogas, o alcoholizados. Y cuando se les exige lo mínimo en casa, responden con toda desfachatez: “¡yo no pedí nacer, es tu obligación mantenerme o quien les manda andar de calientes!”.

Los padres son esclavos de sus hijos, pues el que hagan su vida independientes les aleja cada vez más, ya que aun graduados y con trabajo hay que seguirlos manteniendo, pagarles sus deudas y hasta los partos.

Según un estudio que se realizó, esta forma de proceder es mayor en jóvenes de clase media o media alta entre los 14 a 28 o más años de edad, lo que para los padres que tienen de dos a cuatro hijos constituye un dolor de cabeza.

Dirán que son otros tiempos, nada que ver con quienes nacimos en los años 40 o 50, acostumbrados a levantarnos temprano, limpiar la casa, andar a pie a donde fuera, limpiarnos los zapatos; estudiantes que no nos avergonzaba tener un trabajo sencillo de empacadores, vendiendo periódicos o cuidando niños para apoyar a la familia, y aprendiendo desde chamacos a ser solidarios y responsables.

Estos chicos de hoy no conocen el hambre ni la escasez, se criaron en la cultura del desperdicio del agua, de la comida, luz; teniendo ropa de marca, dinero, fueron generosamente complacidos y se convirtieron en “hijos de papi”, intolerantes a situaciones adversas.

Por eso hay epidemia de divorcios; se casan pero ninguno quiere servir al otro, a las primeras carencias avientan el paquete y regresan con sus “papis” a que continúen resolviéndoles la vida.

Y todavía se preguntan: ¿en qué hemos fallado? Hacen suya una estúpida idea que los ha llevado a esta difícil situación: “yo no quiero que mis hijos pasen los trabajos y carencias que yo pasé”.

Así, desgraciaron su vida e hicieron un enorme daño a los seres que más aman. Confucio decía: “educa a tu hijo como hijo de pobre y lo enriquecerás, edúcalo como hijo de rico y lo empobrecerás para toda la vida”.
Leer más...