¿La infidelidad tiene solución?


¿La infidelidad tiene solución?

Carta a Eliana

Querida Eliana, ya estoy contigo, que lo prometido es deuda. Me siento bien, eres una buena compañía. Percibo tu bondad. Otra cosa, querida amiga, es que sepa responder con tino a lo que me preguntas. Tal vez me pidas demasiado. Me gustaría estar ahí, contigo, para conversar despacio y mirarte a los ojos. Algo que para mí es fundamental. Pero... no puede ser.

¿La infidelidad tiene solución?, me preguntas. Y yo te respondo: ¿qué no tiene solución en la vida? Suele decirse que menos la muerte todo puede arreglarse. Con razón. Más para el cristiano, que en su diaria lucha por ir identificándose con Cristo, percibe la real magnitud de la gracia en cada uno de sus actos. Piensa en el día en el que estás leyendo esta carta. Desde que te has levantado, ¿en cuántas ocasiones has dejado de ser fiel al amor de Dios -en detalles pequeños sin duda-, notando en lo más hondo de tu alma el milagro que supone Su constante perdón?

¿La infidelidad tiene solución? Para un cristiano siempre. Definitiva y contundentemente. Porque tenemos ante nosotros el ejemplo de Cristo. Basta con leer el Evangelio. Mejor dicho, vivirlo. Acuérdate del hijo pródigo, de las prostitutas, de la adúltera, del setenta veces siete. Siempre el perdón. Jesús se ponía en el lugar del otro, amaba esa alma como si fuera la única de la creación.

¿No crees que deberíamos actuar en consecuencia? Con paciencia, con mucha oración, con una fe profunda en la Providencia de Dios, y tragándonos el dolor o la rabia. Sí, ya sé que somos de carne, y que hay cosas que parecen imposibles de arreglar. Eliana: “parecen”. Pero el matrimonio es cosa de tres: mujer, hombre… y Dios. Un Dios que perdona siempre y que resucita en la sonrisa de aquellos que están dispuestos a sacrificar su orgullo por un bien mucho mayor.

¿Es posible reestablecer el matrimonio cuando todo se ha perdido y piensas que se ha terminado el amor? Depende de las circunstancias por supuesto. Igual que dos no riñen si uno no quiere, también es cierto que dos no se arreglan si uno no quiere. Pero hay muchos casos de parejas en el que el ejemplo cristiano de una de las partes -con piedad, fortaleza, mansedumbre y alegría- ha logrado por fin atraer al redil familiar al díscolo marido o a la vulnerable esposa. Recuerdo ahora el caso de una mujer excepcional que me comentaba: “cuanto más me engaña mi marido más le quiero yo”. Y se salió con la suya, recomponiendo un hogar que se creía perdido. Con tozudez cristiana, con pillería y con una vida interior a prueba de bomba.

Debemos tener siempre presente que el amor humano es reflejo del amor divino, que Cristo fue testigo de nuestro matrimonio. Para un cristiano nada, absolutamente nada, es imposible. Puede haberse esfumado la confianza o lo que se quiera, pero si uno de los dos está dispuesto a luchar -junto a Dios- por sacar a flote la relación y la familia, no me cabe duda que se obrará el milagro. Aunque la casuística y las estadísticas parezcan estar en nuestra contra.

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