Hacia una Educación en la Justicia, en la Solidaridad y en la Esperanza


Hacia una Educación en la Justicia, en la Solidaridad y en la Esperanza «La justicia concierne a la naturaleza misma del hombre. Cuando, en efecto, decimos que justicia significa dar a cada uno lo suyo, queremos decir que todo hombre debe ser tratado como hombre, que se le reconozca su dignidad..."

Los retos y desafíos se presentan muy grandes en el futuro inmediato del mundo en el que vivimos, pues el trabajo educativo evangelizador se tiene que llevar a cabo desde dentro del mismo mundo, afrontando los riesgos y dificultades diarias. Se trata de educar en tiempos de globalización, con una política neoliberal, una mundialización de las relaciones y la casi desaparición de las distancias en las comunicaciones planetarias. Pero como hemos ya visto, estos nuevos fenómenos, teniendo aspectos positivos, vienen también cargados de los nubarrones del individualismo que es egoísta, de la falta de justicia, del consumismo que olvida lo que significa la solidaridad, de un secularismo y relativismo perniciosos, así como de un sórdido miedo y desconfianza que tienden a inmovilizar y paralizar iniciativas que abren horizontes de esperanza hacia un futuro mejor.

¿Será que ese miedo oculto es expresión de la falta de confianza de nuestra pequeñez frente a lo mucho que hay que realizar, o que nos sentimos pocos ante la inmensidad del campo que hay que sembrar? En respuesta me viene a la memoria lo que Juan Pablo II contestó cuando se le cuestionaba sobre qué religión era la mayoritaria y cuál tenía futuro por delante. El Santo Padre señalaba: «En realidad, desde el punto de vista del Evangelio la cuestión es completamente distinta. Cristo dice: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros su reino" (Lc 12,32). Pienso que con estas palabras Cristo responde mejor a los problemas que turban a algunos... Pero Jesús va incluso más lejos: "El Hijo del hombre, cuando venga en la Parusía, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18,18). Tanto esta pregunta como la expresión precedente sobre el pequeño rebaño -continúa el Papa- indican el profundo realismo por el que se guiaba Jesús en lo referente a sus apóstoles. No los preparaba para éxitos fáciles...» (22).

No es propósito ni pretensión de este trabajo presentar un enfoque general de lo que debería orientar la educación católica en el futuro siglo XXI con que se inicia el tercer milenio. Sobre este tema ya ha comenzado a circular buena bibliografía, entre la que destaca la publicación de la Congregación para la Educación Católica que en 1997 dio a conocer La escuela católica en los umbrales del tercer milenio. La única aspiración es ofrecer como materiales de reflexión algunas sugerencias de lo que podrían constituir notas distintivas del trabajo evangelizador en la educación, a la luz del mensaje evangélico, considerando el contexto mundial y dando énfasis a tres cualidades fundamentales para la formación de las generaciones que regirán los destinos de la sociedad en el siglo adveniente: una educación en la justicia, en la solidaridad y en la esperanza, porque como expresó el Papa Juan Pablo II, «el futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las nuevas generaciones que, nacidas en este siglo, serán maduras en el próximo, el primero del nuevo milenio» (23).

«La escuela católica, por tanto, debe estar en condiciones de proporcionar a los jóvenes los medios aptos para encontrar puesto en una sociedad fuertemente caracterizada por conocimientos técnicos y científicos, pero al mismo tiempo, diremos ante todo, debe poder darles una sólida formación orientada cristianamente» (24).

¿Por qué una educación en la justicia?

«La paz es obra de la justicia» (Is 32,17) y «la razón de la paz, su significado último es Jesucristo, el justo que intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. En Cristo el designio salvífico del Padre es llevado a su cumplimiento; se restablecen la paz, la comunión con Dios, el diálogo entre los hombres. La paz, pues, nace ante todo del establecimiento de la comunión con Dios, que se actúa en Cristo: es, por tanto, iniciativa de Dios, don generoso a los hombres» (25).

Si la paz tiene tal alcance y es casi vivir generosamente con la plenitud de la bondad, llegar a ella por medio de la justicia, como dijo el profeta, estoy seguro de que tiene que ser uno de los objetivos fundamentales de la educación católica, en momentos en que lo que más hace falta es la paz en las personas, de las personas entre sí y en el mundo que es don del Señor Jesús, Príncipe de la Paz.

Existen muchas definiciones de lo que es la justicia. En un diccionario no teológico encontré dos que me agradaron: «La justicia es una virtud cardinal que inclina a darle a cada uno lo que le pertenece»; y «la justicia es el conjunto de todas las virtudes que constituye bueno al que la tiene».

El Cardenal Pío Laghi, citado anteriormente en su alocución al Congreso Mundial de Educación Católica en la India, también decía: «La justicia concierne a la naturaleza misma del hombre. Cuando, en efecto, decimos que justicia significa dar a cada uno lo suyo, queremos decir que todo hombre debe ser tratado como hombre, que se le reconozca su dignidad, que sea puesto en condiciones de ejercer sus derechos e igualmente de cumplir sus deberes. De la justicia de cada uno -como nos ha invitado a reflexionar Juan Pablo II en la celebración de la Jornada de la paz de 1998- es de donde nace la paz para todos. Por tanto, todos, cada uno según la propia responsabilidad, estamos llamados a vivir la justicia, a obrar en la justicia» (26).

Creo que las palabras del Prefecto de la Congregación para la Educación Católica están en la línea de una de las grandes preocupaciones de la Iglesia y que constituyó materia central del Sínodo de los Obispos en 1971 al abordar el tema de la justicia en el mundo. Postular entonces una educación en la justicia en un mundo cargado de egoísmo y de injusticias, es buscar ubicar como preocupación de la educación católica la formación de hombres que no vivan sólo para sí, que rompan el individualismo que ignora lo que es fraternidad, que no conciban el amor a Dios sin el amor a los demás, en otras palabras, que sean justos. El amor a Dios y al prójimo o a los hermanos es un tema muy presente en las Escrituras. Recordemos sólo las frases de San Juan: «Si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Jn 4,20). «Si alguno posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y de boca sino con obras y según la verdad» (1Jn 3,17-18).

Las palabras de San Juan suenan duras y a veces incomprendidas para muchos. En este pasaje del Evangelista vemos la exigencia del amor a Dios unido al amor al prójimo y también la urgencia de compartir con el que carece de algo. Para comprender su alcance, debemos tener presente que practicar la justicia como expresión del amor a Dios y a los demás es apreciarla como un don del Señor Jesús que no se resigna a quedarse recluido sólo en nuestro corazón, sino que aflora al exterior impulsando nuestro actuar. Y los dones se nos dan, los recibimos o los dejamos pasar. He aquí la tarea educativa, que no se circunscribe al simple aprendizaje intelectual de los temas religiosos, sino que logra convertir el valor en praxis y en vivencia. Es la asimilación de un aprendizaje que se eleva a la categoría de norma de vida.

Se ha expresado en repetidas oportunidades que uno de los medios privilegiados que tiene la educación de la Iglesia lo constituye la escuela católica, y refiriéndose al tema de la educación en la justicia, en el último Congreso Mundial de Educación Católica (1998) se afirmó, entre otras ideas, lo siguiente: «La escuela católica tiene un gran potencial educativo para invertirlo por la paz, sea desde el punto de vista de los contenidos y del proyecto educativo, sea en lo concreto de la vida escolar de una comunidad que, de conformidad con el Evangelio, quiere vivir en la justicia y en el amor... Fomentar la cultura de la paz, que tiene como fundamento la justicia y la caridad, exige, por tanto, que la escuela misma sea un lugar de justicia y de caridad. La escuela católica es un lugar de justicia cuando es escuela de todos y para todos... Es el lugar no sólo para aprender la justicia, sino también donde se respira la caridad, el amor cristiano. En ella se trata a los alumnos no sólo con justicia, sino con amor, a fin de vivir la gratuidad en el comportamiento, la capacidad de darse a los demás y de perdonar.

Además, el comprender a los papás, a las familias en el proyecto educativo hace posible el encuentro, el diálogo, el descubrirse como partes de esa unidad a la que está llamado el género humano... Es, pues, la escuela católica una grande oportunidad para la formación y la construcción de la cultura de la paz, en cuanto que en ella se enseña la justicia, pero, sobre todo, porque es ella una comunidad donde se vive la caridad» (27).. Ser justo no se limita a por propia iniciativa no aumentar la injusticia, ya abundante y creciente en nuestro mundo. Es, además, no imitar las injusticias ajenas, es romper el círculo de caer en ella porque otros lo hacen, es familiarizarnos y hacer partícipes a los alumnos del amor cristiano, expresión de la justicia y de la paz que nos da el Señor

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