La mujer espiritualiza el amor del hombre


La mujer espiritualiza el amor del hombre.
La mujer tiene la originaria capacidad de generar fascinación en el hombre.

El encanto original de Eva (la mujer espiritualiza el amor del hombre).

Por otro lado, parece que la energía corporal que Dios ha otorgado al hombre necesita un complemento de espiritualización, procedente de la femineidad: la mujer no tiene que anular el talante enérgico y dominante del amor masculino, sino que lo debe modular. Eva debe ser suficientemente delicada como para conseguir "dominar" el dominio del hombre, de tal manera que este "dominio modulado" permanezca para el servicio y la seguridad de la familia. Visto desde otra perspectiva: la mujer, verdadera reina de la creación, ha de liderar dicha creación. Ortega y Gasset aseguraba que "el oficio de la mujer es el de ser un ideal para el hombre". Con el fin de aprehender del todo el proyecto matrimonial salido al principio de las manos del Creador, hay que hacer mención es esta cualidad femenina que denominamos "encanto femenino": la mujer tiene la originaria capacidad de generar fascinación en el hombre. En efecto, "en la descripción bíblica, la exclamación del primer hombre, al ver la mujer que ha sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la historia del hombre sobre la tierra" (MD 10). "Toda la constitución exterior del cuerpo de la mujer, su aspecto particular, las cualidades que con la fuerza de un atractivo perenne están al comienzo" (AG 12.III.80, 5), la feminidad los posee con vista al protagonismo que ella -como esposa y como madre- ha de ejercer en la creación.

Eva y Adán, en el estado de justicia original, se aman espontáneamente; se complementan de manera "automática"; viven una suerte de armonía originaria. Pero, en esta "armonía" la mujer tiene un protagonismo: ella es y ha de ser el punto de referencia. Pero "dominar el dominio" es una tarea muy sutil y delicada. Por eso, el Creador ha hecho que la mujer tenga un "qué" misterioso (tanto en su cuerpo como en su espíritu) que atrae poderosamente al hombre, tanto que él depende de ella: Adán vive encantado por Eva. Insistimos: el Enemigo, para provocar la caída de la Humanidad, se enfrentó con Eva.
Ciertamente, a Eva nunca le hubiese agradado un Adán "colgado", flacucho, flojo, esmirriado, cobarde y miedoso. Eva, para equilibrar -compensar- su gran capacidad de amar y de sufrir, necesitaba una ayuda, un compañero, un hermano que la defendiera con fortaleza y delicadeza. Y aquí se encuentra el quid de la cuestión. Da la impresión de que Dios ha puesto en el hombre la fortaleza física y ha dejado para el amor de Eva la segunda parte: el despertar, la educación y la modulación de la delicadeza (es decir, la espiritualización) de esa fortaleza; fortaleza que ha de ser no solamente física, sino también espiritual (interior). El dominio físico es coacción; el "dominio" espiritual es para el amor. "La mujer -en nombre de la liberación del "dominio" del hombre- no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia "originalidad" femenina. Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a "realizarse" y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial" (MD 10).

La armonía originaria: un amor "perfecto" y, a la vez, "espontáneo"

En el decurso de la historia de la Humanidad, el qué es el amor no ha cambiado, tal como lo hemos avanzado en la Introducción y hemos ampliado en apartados posteriores. Aún con todo, ahora no podemos amar de la misma manera como lo hacían nuestros primeros padres antes del pecado original. es decir, a pesar de haber cambiado el como del amor, no ha variado el qué de ese amor. Por eso, Juan Pablo II insiste en que hemos de asomarnos en el umbral del pecado de los orígenes con el fin de "comprender ese estado de inocencia originaria en conexión con el estado histórico del hombre después del pecado original" (AG 13.II.80, 3) i, así, contemplando retrospectivamente el amor genuino de los comienzos, revivirlo dentro del escenario del hombre histórico.

Y, ¿qué era el amor ya en los primeros estadios de la vida de Eva y de Adán? La Palabra de Dios lo explica de modo sencillo diciendo que "ambos estaban desnudos (...) y no sentían vergüenza" (Gn 2, 25). La "desnudez original" (sin pasar vergüenza) es un recurso para expresar el perfecto mutuo entendimiento: nada les separaba y se ofrecían uno al otro con el corazón por delante y dándolo todo. Su vida amorosa se caracterizaba por una relación fluida. Era un amor perfecto, es decir, sencillo, "transparente", incondicional: cada uno era feliz haciendo feliz al otro; más aún, uno sólo era feliz buscando la perfección del otro.
Ya hemos hablado del significado esponsalicio del cuerpo en el sentido de que el cuerpo humano tiene "una capacidad particular de expresar el amor, en el que el hombre se convierte en don [para el otro]" (AG 16.I.80, 4). Pues bien, Juan Pablo II describe el estado de armonía originaria afirmando que vivían plenamente el significado esponsalicio del cuerpo, ya que los dos apreciaban los valores personales presentes en su feminidad y masculinidad, y gracias a esto se constituía "la "intimidad personal" de la comunicación recíproca en toda su radical sencillez y pureza" (AG 19.XII.79, 5). Es decir, se miraban el uno al otro con la misma mirada e amor con que Dios nos contempla: "La "desnudez" significa el bien originario de la visión divina (...); significa toda la sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor "puro" del cuerpo y del sexo" (AG 2.I.80, 1).

Y, además de tratarse de un amor perfecto, lo vivían -vamos a ver el cómo- con espontaneidad, es decir, "naturalmente", sin sacrificio o esfuerzo16: se trataba de un amor que "salía él solito". En la terminología propia de la teología del cuerpo, deberíamos decir que nuestros primeros padres, "creados por el Amor, esto es, dotados en su ser de masculinidad y feminidad, ambos están "desnudos", porque son libres de la misma libertad del don" (AG 16.I.80, 1). Es decir, nada (ningún vicio ni debilidad) les impedía vivir la libertad para la entrega; aquella situación "no conocía ruptura interior ni contraposición entre lo que es espiritual y lo que es sensible (...), entre lo que humanamente constituye la persona y lo en el hombre determina el sexo: lo que es masculino y femenino" (AG 2.I.80, 1). Gozaban de un perfecto autodominio del cuerpo. Así, en el estado de armonía originaria la libertad humana nunca era "aprovechada" para el entretenimiento propio, sino que siempre y únicamente era "disfrutada" para la entrega a los otros.

En el régimen actual de amor, es decir, en el amor del hombre histórico, hemos de aspirar al qué del amor original, mientras que el cómo nos lo mostrará la entrega de Jesús: una donación mediada por la conversión y el espíritu de sacrificio.

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