La fe.


La fe.
Virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela.

Las virtudes teologales son tres: Fe, Esperanza y Caridad, y su fin es conducirnos a Dios. Son virtudes infusas, recibidas directamente de Dios en el Bautismo y nos acercan a Él. Su objetivo es unirnos íntimamente a Dios, llevarnos hacia Él, de ahí su excelencia. La fe es “una virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela. (1)

Dicho de otra manera, es la “adhesión de la inteligencia a la verdad revelada por Dios”. Es una luz y conocimiento sobrenatural por medio del cual, sin ver, podemos creer, lo que Dios nos dice y la Iglesia nos enseña. “Dios nos hace ver las cosas, por decirlo así, desde su punto de vista divino, tal como las ve Él. (2)

Humanamente, sin ayuda sobrenatural, no podremos adquirirlas, de ahí la importancia del Bautismo donde se nos infunden. Es por eso que una persona no bautizada tendrá más dificultad en acceder a las verdades sobrenaturales que una que lo está.

La fe es un don gratuito. Creemos en una verdad que nos llega de afuera y que no nace de nuestra alma. La fe nos viene desde el exterior y Dios nos invita a someternos libremente a ella para salvarnos. Algunos la tendremos desarrollada desde niños (debido a una sólida formación cristiana) otros la perderemos y la recuperaremos a través de nuestra vida y otros la invocaremos en el último instante de la muerte. Hoy se sabe que el oído es el último sentido que se pierde, de ahí la importancia de rezarle a los moribundos el acto de contrición al oído, ya que no sabemos con exactitud en el instante preciso en que el alma abandona el cuerpo. Dios puede, si quiere, detener el juicio de un alma hasta que ella acepte sus pecados y haga un acto de fe y de contrición, pero este es un secreto que quedará siempre en la intimidad de Dios y el alma. Lo que sí sabemos, porque la Iglesia nos lo enseña, es que es necesario este acto de fe interior para salvarse. “Quien creyere y fuere bautizado será salvo, más quien no creyere, será condenado” (Mc XVI, 16) afirmó Nuestro Señor en el Evangelio. El acto de fe interior a veces (para la tranquilidad de los que creemos y nos preocupamos del alma ajena) será público, otras veces no. Dios no hará responsables de no haberlo aceptado a quienes no lo hayan conocido (por ej: las tribus salvajes del África que tanto decimos que nos preocupan) precisamente porque para rechazar a alguien, primero, hay que reconocer que existe, y ellos no lo conocen. Tampoco lo conocen todos los pueblos a quienes la Verdad no les ha sido presentada. A ellos Dios no les pedirá cuentas, pero a nosotros sí, porque conociéndola, no hemos trabajado para difundirla y enseñarla.

A cada uno nos juzgará con infinita justicia, en la exacta proporción de la formación que hayamos tenido, de las gracias que habremos recibido y de las que habremos rechazado. De ahí la importancia de enseñarles a los niños desde la más tierna infancia, a conocer a Dios para luego poder creer en Él, ya que, de las tres virtudes teologales infusas en el Bautismo, la fe es la fundamental.

“Mejor tarde que nunca”, dice el refrán, pero es mejor temprano que tarde para conocer a Dios. Es por eso que la niñez es la etapa ideal, donde el aprendizaje es fácil, sencillo, y la inocencia acepta con docilidad lo que es simple, como que Dios es el Creador del Universo, que premia a los buenos y que castiga a los malos. Millones de religiosos y de laicos piadosos lo entendieron así durante veinte siglos, y muchos de ellos aceptaron hasta el martirio físico y espiritual para difundirla, lo que pertenece al capital de gloria de la Iglesia. Creer significa admitir algo como verdadero Creemos cuando damos fe a la autoridad del otro. En cambio, cuando decimos “creo que va a llover” o “creo que ha sido el día más agradable del verano” o “creo que merece la pena conocer el norte” expresamos simplemente una opinión. Suponemos que lloverá; tenemos la impresión de que hoy ha sido el día más agradable del verano, pensamos que vale la pena conocer el norte. Este punto es importante: una opinión no es una creencia. La fe implica certeza.

Pero no toda certeza es fe. Cuando veo y comprendo claramente algo no es un acto de fe. No creo que dos más dos son cuatro porque es evidente, puedo comprenderlo y comprobarlo. Esto es comprensión y no creencia.

Creencia o fe es la aceptación de algo como verdadero basándose en la autoridad de otro. Ej: nunca he visto un virus, pero como creo en lo que la ciencia dice y confío en ella es que creo en que el virus existe. Sé muy poco de física y nada de fusión nuclear pero, a pesar de que nunca he visto un átomo, creo en sus físicos que aseguran que se produce. No he visto el paso recíproco de los líquidos de distinta densidad a través de la membrana que los separa, pero la ciencia dice que el proceso de ósmosis se produce y creo en ella. Estos son todos actos de fe: conocimientos que aceptamos por la autoridad de otros en quienes confiamos. Hay tantas cosas que no comprendemos, y tan poco tiempo para comprobarlas personalmente, que la mayor parte de nuestros conocimientos se basan en la fe. A este tipo de fe se le denomina fe humana.

Cuando nuestra mente acepta una verdad porque dios nos la ha manifestado nuestra fe se llama divina. Las autoridades humanas pueden equivocarse, como ocurrió en la enseñanza universal de que la Tierra era plana. Otras veces las autoridades humanas engañan y mienten como los dictadores comunistas a los pueblos por ellos sometidos o toda estructura de poder corrupta que manipula para sus bajos intereses a sus ciudadanos. Pero Dios es la Verdad y no debemos dudar en las verdades que Dios nos ha revelado. Por ello, la auténtica fe es siempre firme.

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar una alta montaña, partió solo hacia la cima. Llegó la noche y oscureció. La oscuridad le negó toda visibilidad y de pronto, llegando a la cima se resbaló y cayó en el precipicio. Durante los angustiosos segundos de la caída repasó toda su vida como una película... Ya pensando en la muerte que le esperaba sintió un tirón de la soga quedando colgado de la cintura a las estacas clavadas en la roca. De pronto exclamó:
-“ ¡Ayúdame dios mío!”-... Y entonces se escuchó una voz grave y profunda de los cielos que le decía:
-“ ¿Qué quieres que haga... ?”-
-“Sálvame, Dios mío”-... contestó.
-“ ¿Realmente crees que Yo soy capaz de salvarte...?”-
-“¡Por supuesto dios mío! “. -
-“ Entonces... corta la cuerda que te sostiene...”- Hubo un momento de silencio... Lo pensó... y el hombre se aferró más fuerte a la cuerda aún. A la mañana siguiente, el equipo de rescate encontró a un alpinista colgando muerto congelado, agarradas sus manos fuertemente a la soga a tan sólo 2 metros del suelo...

Haciendo referencia a éste tan gráfico ejemplo debemos comenzar por aceptar que Dios se manifestó en la persona de Jesucristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Si yo creo que Cristo es Dios, entonces debo creer que sus enseñanzas son divinas. De ahí que, plantearse dudas sobre una verdad de fe revelada por Cristo sea cuestionar al mismo Dios y a su capacidad de ayudarnos. El cuestionar: “¿Habrá tres personas en Dios?” o “¿estará Jesús realmente presente en la Eucaristía?” es plantear la credibilidad de Dios y es negar su autoridad al habérnoslo enseñado como verdadero. Por la misma razón, la fe debe de ser completa. De la misma manera que al hacernos socios de un club debemos acatar las reglas ya impuestas por los fundadores, no podemos elegir las verdades que nos gustan de entre las que Dios ha revelado. Decir:”Yo creo en el cielo, pero no en el infierno” o “creo en el Bautismo, pero no en la confesión”, es igual que decir Dios puede equivocarse y yo no…por eso lo corrijo.

O estamos dentro de la Iglesia de Cristo con los dogmas que El ha revelado o estaremos actuando como Lutero en el siglo XVI que decidió “elegir” en lo que quería creer y “protestó “contra lo que no, iniciando el desgarro protestante en las conciencias europeas con los saldos que aún hoy vivimos. Es posible creer en Dios de forma puramente natural incluso en muchas de sus verdades. Por ejemplo: observando la naturaleza, que nos habla de un ser superior con un poder y sabiduría infinita; o en el testimonio de quienes lo han podido ver (como los pastorcitos de Fátima que vieron a su madre). Una fe natural de este tipo es un paso para la auténtica virtud sobrenatural, que nos es infundida junto con la gracia santificante en la pila bautismal. Pero es sólo esta fe sobrenatural, que se nos infunde en el Bautismo, la que nos posibilita creer firme y completamente todas las verdades, aun las más profundas y misteriosas, que Dios nos ha revelado. Sin esta fe los que hemos alcanzado el uso de razón no podríamos salvarnos.

La virtud de la fe salva al niño bautizado, pero, a partir del uso de razón, debe haber también un acto de fe. Con la fe sobrenatural Dios nos comunica su vida íntima y los grandes misterios haciéndonos ver las cosas, por decirlo así desde su punto divino, tal como Él las ve. Eleva nuestro entendimiento para hacernos comprender verdades sobrenaturales y divinas que jamás hubiéramos podido llegar a percibir naturalmente. Es la que establece el primer contacto entre nosotros y Dios.

Fuimos creados libres y responsables de nuestros actos. Nuestra voluntad debe aceptarlo, tratar de conocerlo, de amarlo y de cumplir sus mandamientos. Pero todo esto requiere trato e intimidad que lo lograremos frecuentando los sacramentos y mediante la oración. Según el tamaño del corazón que le presentemos y nuestras ansias de conocerlo es que recibiremos las gracias en la misma proporción. Dios respeta hasta sus últimas instancias la libertad del hombre, y permanecerá detrás de la puerta de nuestro corazón durante toda nuestra vida, llamándonos sí, pero jamás derrumbando la puerta. Él esperará que el picaporte lo giremos nosotros libremente, y no lo hará él por la fuerza. Dios se presenta con cuatro atributos: la Verdad, el Bien, la Justicia y la Belleza. Millones de almas lo han encontrado transitando alguno de estos cuatro caminos. Millones eligieron la belleza (aún dentro de construcciones pobres y simples pero siempre armoniosas porque respetaban las formas, las proporciones y los estilos) no sólo para expresarse, sino para glorificarlo y hacer que las almas se elevasen hacia Él. La Europa cristiana e Hispanoamérica son testigos de esta fe que durante siglos alimentó, elevó e inspiró al alma humana. Fue el creer que Dios era el Creador del Universo y que estaba presente en el sagrario lo que llevó a los hombres a través de los siglos a levantar millares de gloriosas Iglesias y Catedrales y todo el caudal de incalculable valor del arte sacro acumulado durante 20 siglos para darle a Dios el culto debido. En épocas más cristianas se proclamaba que todo se hacía para la “mayor gloria de Dios”. De ahí la búsqueda infatigable de la belleza, que es uno de sus atributos, y por lo tanto uno de los caminos que nos conducen a él. Nuestra naturaleza humana necesita de signos exteriores para elevarse y no importa el estribo o la escalera que le pongamos con tal de que el alma se eleve hacia Dios y no que planee hacia abajo. Es por eso que en los siglos de fe, se ofrecía a Dios lo que el hombre tenía de más precioso y valioso.

En toda Hispanoamérica, y especialmente en las ciudades y pueblos de Méjico, Perú o Ecuador hasta en los pequeños pueblos del norte argentino (dentro de su sencillez) abundan cantidad de detalles de belleza que pertenecían al mundo de lo cotidiano. Piezas de orfebrería, obras de arte simples pero bellas, encajes y bordados en las estatuas de la Virgen coronadas de joyas. Los cristianos en general hacían hasta sacrificios financieros para honrar lo mejor que podían al altísimo. Todo esto contribuía a la oración, a generar un clima de lo sagrado, ayudaba al alma a elevarse. El sentido de lo sagrado y de la adoración a Dios y a su Madre quedaba entonces así grabado en el alma de los niños y los marcaban para siempre. Esto es natural en el hombre. La belleza nos eleva hacia Dios y nos lleva a pensar en Él.

Hoy se nos embrutece. Se nos lleva y hasta se nos obliga a rezar y a escuchar misas en ambientes feos, en gimnasios o clubes de deportes (con sus aros de basquet en las paredes), carentes de toda belleza, que no se distinguen de los lugares públicos y a veces son aún peores. Lugares hechos a la medida del hombre y para su confort, no inspirándose en Dios y menos pensando en Él. La naturaleza del hombre necesita de signos exteriores para elevarse, y uno sale agobiado de una misa que trata de descendernos al nivel de los hombres en lugar de elevarnos a Dios. En épocas más cristianas, el camino de la fe estaba perfectamente trazado, se lo seguía o no se lo seguía. Se tenía fe, se la había perdido, o no se la había tenido nunca. Pero aquel que tenía fe, y el que, por el bautismo había entrado a pertenecer a la Iglesia católica renovado sus promesas de bautismo mediante el sacramento de la confirmación, sabía lo que debía creer y lo que no. Hoy, la mayoría de los católicos bautizados no lo saben. S.S. Juan Pablo II, en una alocución del 6 de Febrero de 1981 se expresó sobre el tema: “desde todas partes se han difundido ideas que contradicen la verdad que fue revelada y que se enseñó siempre. En los dominios del dogma y de la moral se han divulgado verdaderas herejías que suscitan dudas, confusión, rebelión. Hasta la misma liturgia fue violada. Sumergidos en un “relativismo” intelectual y moral, los cristianos se ven tentados por una ilustración vagamente moralista, por un cristianismo sociológico sin dogma definido ni moral objetiva”.

La caída de la práctica religiosa en estos últimos 50 años es gran parte responsabilidad del espíritu satánico que se introdujo en la Iglesia y que levantó sospechas sobre toda la vida eclesiástica de tiempos pasados, de su enseñanza y su moral como estilo de vida. Durante siglos, todo se levantaba sobre los mismos catecismos que transmitían la fe inmutable de la Iglesia fundada por Jesucristo y reconocida por todos los episcopados. La fe se construía sobre certezas, y esas verdades inamovibles se tomaban, (porque se las reconocía como palabras del Hijo de Dios), se dejaban, ,(porque resultaban indiferentes), o se combatían, (porque generaban odio o rechazo).

Hoy, los padres constatan que, aún enviando a sus hijos al catecismo ya no se les enseñan las verdades de la fe más elementales como: el Juicio Final, la Santísima Trinidad, el misterio de la encarnación, el pecado original, o la Inmaculada Concepción. Esto genera una tremenda sensación de inestabilidad e inseguridad, como si nos movieran el centro de gravedad, porque una cosa es alejarse libremente de la casa del padre, sabiendo que uno puede irse y volver, y otra muy distinta es que se nos enseñe ahora que la casa del padre, puede o no existir porque de tanto en tanto el padre se muda…Y…si uno lo necesita no se sabe bien en donde hay que ir a buscarlo…

La fe se ha convertido así en un concepto vago, indefinido, que ya no nos sirve para vivir porque relativiza las verdades esenciales. Al negar los dogmas de fe, en la Verdad revelada todo puede ser o no ser.

La caridad se ha transformado en una especie de solidaridad internacional que reparte alimentos o medicamentos, y la esperanza es la de poder vivir mejor en este mundo. Nada de todo esto tiene el ingrediente sobrenatural que viene de Dios.

Esta no es la doctrina católica que sacia porque no corresponde exactamente a las aspiraciones del alma humana según Dios la pensó y la creó. Pero es el plan de Satán para el hombre tan bien expresado en “las cartas del diablo a su sobrino” cuando lo adoctrina para perder a las almas y le dice: “nuestra tarea consiste en alejarles de lo eterno y del presente”…(3)

Satán aleja al hombre de lo eterno combatiendo la fe y fomentando el laicismo y el ateísmo en todas sus facetas, y del presente alejándolo de la realidad, alejándolo de todo lo natural y por lo tanto todo lo real y sumergiéndolo en un mundo virtual y por lo tanto irreal desde la infancia especialmente a través de la literatura, del cine, de la televisión, de los video juegos e Internet. Esta falta de fe del mundo actual se refleja en nuestras actitudes en relación con Dios. Como no se les enseña en general en los colegios ni en el catecismo a los niños y jóvenes la majestad de Dios, tampoco tiene sentido hacer la genuflexión bien hecha y respetuosa. Entramos a la Iglesia y nos sentamos como quien entra a un local cualquiera. La genuflexión bien hecha ya no es tan practicada por una gran mayoría de fieles y se la va reemplazando poco a poco por una inclinación de cabeza o simplemente nada.

La gente entra a una iglesia y se sienta. Aquí se comprueba una voluntad de modificar las relaciones del hombre con Dios hacia la familiaridad, la desenvoltura, ir tratando poco a poco que el trato con Dios sea de igual a igual.

Se van suprimiendo todos estos gestos de respeto que materializan la “virtud de la religión” y apuntalan la fe y el debido respeto a lo sagrado. Gestos externos que nos recuerdan la presencia real del Creador y soberano en el sagrario y evangelizan tanto a quienes nos observan realizarlos.

Esta actitud de tratar a Dios como a un igual, con esa familiaridad, esa desenvoltura y falta de señales de respeto (que no es otra cosa que falta de fe) es lo que hizo exclamar a un protestante:” Si yo creyera…lo que ustedes los católicos dicen creer… que el Dios vivo está escondido con su presencia real en el Sagrario, yo acamparía de rodillas ante el Santísimo...”.

Valga a su vez como ejemplo cristiano la anécdota de un santo sacerdote ante un grupo de turistas en Europa que le preguntaron al entrar que era lo más importante de la Iglesia. El sacerdote los llevó en silencio ante el santísimo y los hizo ponerse de rodillas diciéndoles: “Aquí estamos ante lo más importante de la Iglesia. Estamos ante el mismo Dios”…

Todo este ambiente de falta de fe, abre las puertas a la invasión de sectas, de hindúes, del yoga y del zen, de la nueva era o del new age que podrán ser atractivas a quienes no conocen el esplendor de la nuestra, pero que será una gran responsabilidad ante Dios para los que conocimos la Verdad y hemos permitido apostatar de ella a tantos. La ritualidad es buena, pero si la vaciamos de contenido no se sostiene en el tiempo, que es lo que ahora nos sucede y por eso la revolución anticristiana arrasa con nosotros. Esta Iglesia clandestina dentro de la misma Iglesia es lo que expresa tan bien el diablo viejo cuando alecciona a su sobrino y le dice. “en la actualidad, la misma Iglesia es uno de nuestros grandes aliados. No me interpretes mal; no me refiero a la Iglesia de raíces eternas, que vemos extenderse en el tiempo y en el espacio, temible como un ejército con las banderas desplegadas y ondeando al viento. Confieso que es un espectáculo que llena de inquietud incluso a nuestros más audaces tentadores; pero, por fortuna, se trata de un espectáculo completamente invisible para esos humanos”...(4)

Los pecados contra la fe son:

El ateísmo, que es negar la existencia de Dios. Se agrava cuando lo propagamos públicamente burlándonos y persiguiendo al creyente, a Dios y a sus representantes.

La blasfemia, es la palabra injuriosa y ofensiva contra Dios o contra los santos, sobre todo la que va contra el Espíritu Santo, que puede llegar hasta los hechos. En nuestra querida Argentina, que nació católica, el gobierno de la ciudad de Bs. As autorizó una muestra de arte en el antiguo convento franciscano de la Recoleta, tan ofensiva en contra de Dios y de la Iglesia (donde el “artista” hizo su apología y burla del Santo Padre, de Jesucristo y de su Iglesia) que la Iglesia, para desagraviar la ofensa, pidió a los católicos argentinos un día entero de ayuno.

La apostasía, que es el abandono público y total de la fe cristiana recibida en el Bautismo y de lo que ella enseña como bueno según la ley de Dios. Cuando es voluntario es el mayor de los pecados después del odio a Dios. (Habiendo conocido al Dios verdadero, manifestado y revelado en Jesucristo, el Hijo de Dios, la corriente de pensamiento materialista propio del mundo actual ha elegido adorar a falsos dioses como el poder, la fama, el éxito, el dinero, la técnica, la ciencia, el confort, etc).

Europa que nació cristiana no sólo legisla desde hace años en contra de la ley divina, (divorcio, aborto, matrimonios entre homosexuales, eutanasia, etc), sino que, ignorando el clamor del papa Juan Pablo II, acaba de sancionar la constitución europea en la que ni siquiera nombra al Hijo de Dios, negando hasta sus raíces. Esto se extiende a los gobiernos de los países del occidente cristiano quienes poco a poco han dado voluntariamente la espalda a Cristo y no quieren que Él reine más en la sociedad ni aceptar su soberanía sobre las almas de las personas.

Los cristianos apostamos cuando apartamos la mirada de Cristo y nos volvemos a otros lugares en busca de paz y seguridad. La crisis es profunda, en el fondo es una crisis de fidelidad a nuestra fe, una crisis de seguimiento a Cristo.

La crisis de los católicos no fue provocada por los fieles a la palabra empeñada sino por los que abdicamos de mantener nuestras promesas del bautismo. Es una crisis de seguimiento a la persona de Jesucristo como el Hijo de Dios, y la respuesta a esta crisis es una mayor fidelidad a nuestra fe, porque si nosotros, que tenemos cierta formación corremos el riesgo de apostatar... ¿Qué será de los jóvenes criados en un ambiente psicoanalítico, sin dogma ni principios morales, y sin ningún conocimiento de la historia de la Iglesia?.

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