El sentido de guardar la virginidad


El sentido de guardar la virginidad.
El mejor regalo de bodas que espera una persona es la virginidad de su pareja.

El casarse con una mujer pura tiene para el hombre una ilusión especial. El matrimonio después de unas relaciones puras tiene una ilusión y una felicidad especiales. Y lo mismo le pasa a la mujer.
El mejor regalo de bodas que espera una persona es la virginidad de su pareja.
Toma este precioso lema: «Fieles hasta la muerte y puros hasta el altar». Convéncete de que mientras más pura y respetuosa sea tu conducta en el noviazgo, mayores serán las garantías que llevaréis al altar, de un matrimonio indisoluble, tranquilo y amoroso.
Dice la Biblia que Amón deseaba a Tamar, y en el mismo momento de violarla la aborreció en su corazón 46.
Algunas veces las chicas ceden ante las exigencias inmorales del hombre a quien aman; no se atreven a resistirle. Por miedo a perderle, o por no contrariarle, llegan más allá de donde su conciencia cristiana les permite. Y después resulta que todo sale mal: su conciencia manchada, Dios ofendido, y su novio desilusionado.
Conozco varios casos concretos en que unas relaciones se rompieron porque él perdió toda la ilusión con una chica que había cedido a sus solicitaciones pecaminosas.
La mujer interesa al hombre mientras es encanto, ideal, ilusión; pero rebajada a ser una cosa, desilusiona.
Recuerdo una ocasión en que yo quería defenderla a ella y le echaba la culpa a él. Él me respondió: «Muy bien, Padre, me reconozco culpable, pero he perdido en ella la confianza. Ya no puedo casarme con ella».
Por eso no es raro que un chico pierda la ilusión e incluso abandone a una chica que ha perdido la pureza, aunque sea él el autor de la mancha.
Así son las cosas.
Puede él sentirse quizás culpable. Pero también desilusionado.
Y esto es superior a su voluntad.
El chico te quiere pura, fragante como una flor.
Si te marchitas pierdes tu atractivo.
Mi experiencia sacerdotal me ha hecho conocer varios casos que se decidieron a elegir a una chica antes que a otra, atraídos precisamente por la intransigencia en la pureza que en ellas habían observado.
Y es que los chicos cuando buscan una chica-plan para divertirse y aprovecharse, la quieren fresca; pero cuando lo que buscan es una novia en serio, la quieren de una pureza intachable.
A nadie le gusta comerse las sobras que otro dejó en el plato.
Por eso la pureza es uno de los mayores tesoros de una muchacha.
Un hombre, como Dios manda, se avergüenza de que su mujer haya sido una golfa.La chica fácil y condescendiente en terreno moral resulta vulgar.
Chicas así se encuentran en todas partes.
Cuando el hombre que vale se enamora, lo hace de una mujer excepcional, que se sale de lo corriente, de auténticos valores, sobre todo, espirituales y no de una cualquiera. Lo vulgar, no enamora a nadie que tenga buen gusto.

Un chico que quiere a una chica, en lugar de hundirla, rebajarla, profanarla, degradarla, instrumentalizarla, mancharla con los deseos de su instinto, procura, por encima de sus apetencias, elevarla, dignificarla, sublimarla. Se preocupa de que sea más piadosa, mejore su formación tanto religiosa como de carácter, voluntad, etc.
Es decir, busca siempre lo que a ella la engrandece, nunca lo que la envilece.
Mira lo que decía un chico en una carta:
«¿Cómo me gustaría mi futura esposa?
»Más bonita de alma que de cuerpo, aunque sin descuidar esto último.
»Más piadosa que rezadora.
»Con más cultura religiosa que de cualquier otro tipo, aunque no desdeñe la cultura general».
No he añadido ni una palabra. Así piensan los chicos formales cuando hablan en serio.

¿Quieres en resumen unas cualidades femeninas que cautivan a los chicos? La sencillez, el encanto, la sonrisa, la delicadeza, la amabilidad, la servicialidad, la dulzura, el candor, unidas todas a una sólida piedad y a una pureza intachable.

Es verdad que en el momento de la tentación están fuera de sí, y piden cosas que serenos jamás pedirían.
Pero cuando pasa el torbellino, ellos mismos se avergüenzan de haber estado así. Si negándote le defiendes de la fiera que lleva dentro, te lo agradecerá. Tu intransigencia aumenta la ilusión que siente por ti. Tus condescendencias en este punto, no lo dudes, te rebajan, te estropean, te ensucian, te manchan.
Y si de tu parte no sólo hubo condescendencia, sino que hubo culpa, quedaste a la altura de un demonio. ¡Qué horror! Piénsalo.

El chico te quiere ángel. Así le ilusionas; su cariño se eleva. Cuando dejas de ser ángel, él pierde la ilusión y lo que era cariño se convierte en otra cosa peor. ¿Creías que cediendo te iba a querer más? ¡Te equivocaste! Te quiere menos.
Su verdadero cariño se ha transformado en instinto de bestia. Y al ir perdiendo por ti la ilusión y el cariño, pierde también el respeto. Quien profanó tu cuerpo no tiene dificultad en profanar tu fama: ¡Lo que hizo contigo se lo contará a sus amigos! ¿Puedes imaginarte los comentarios que harán de ti? ¡Qué vergüenza!
Esto ocurre con mucha frecuencia; créeme.

El hombre que pide libertades impropias a una mujer antes de la boda, puede hacerlo porque la desea con violencia, con pasión desenfrenada, pero ten por cierto que no la ama bastante para protegerla contra el animal que hay en la propia naturaleza masculina.
Si tu novio pretende de ti cosas que no admite tu conciencia, recházalo, y cuanto antes, mejor. No te hará feliz. Lo que tiene no es amor a ti, sino a sí mismo, a su concupiscencia y a su egoísmo.
Si te amara a ti, buscaría tu bien por encima de sus apetencias.
Y si prefiere sacrificar tu pureza, tu conciencia y tu alma a su apetito desordenado, ¿cómo vamos a creernos que te ama a ti?
Quien te ame únicamente podrá cegarse en un momento de pasión, pero al chocar con tu rectitud intransigente, reconoce su falta, te pide perdón y se siente orgulloso de tu virtud.

No lo olvides. Los pecados impuros con tu novio, te hunden a ti y le hunden a él. Por eso es mentira cuando te dice para que cedas: «es que no me quieres», «parece que no te intereso», «qué fría eres».
Ataca tus sentimientos para rendirte. Pero esto es un truco muy viejo; si caes en la trampa, te arrepentirás. Y si él te quiere de verdad, también se arrepentirá de haberte hecho caer, pues, te repito, los chicos no quieren casarse con las frescas.
Esto ocurre siempre entre los chicos que valen.
Y si algún chico prefiere casarse con una fresca, porque es mona o tiene buen tipo, ese chico es tonto. Creer que la belleza de su mujer le va a hacer feliz en el matrimonio por encima de otras cosas, es no tener cabeza. Y desgraciada la que se casa con un tonto. Pero en fin, tonto él y tonta ella: ¡Tal para cual!

Conozco a una chica que al pararle los pies a su novio, éste le dijo: «si no me quieres, lo mejor es que lo dejemos». Ella respondió: «si para convencerte de que te quiero necesitas eso, será que Dios quiere que lo dejemos».
A los pocos pasos él la llama: «Perdóname. No sabía lo que decía. Has hecho muy bien en ser firme. Estoy orgulloso de ti. Ahora te quiero más».
Al poco tiempo se casaron.

En cambio conozco novios que después de lograr de sus novias lo que no debieron conceder, de tal manera perdieron la ilusión que nunca más volvieron a recuperarla.

Aparte de que tú no sabes ahora si llegarás a casarte con éste. Si le concedes lo que no debes, ¿quién va a querer después una mujer de segunda mano?
No estoy inventando.
Conozco chicos que al enterarse de las intimidades de su novia en noviazgos anteriores, decidieron dejarla. No querían una mujer de segunda mano.

Si Dios pide pureza a las chicas, no es por capricho; sino porque es necesario para la felicidad de su matrimonio.
Por eso, que no se extrañen las chicas que pisoteando su pudor concedieron a otro lo que no debían, si después esperan inútilmente que alguien las quiera.
Lo que les ocurre es consecuencia lógica de su conducta equivocada.
No me digas que cedes por amor a él. Todo lo contrario.
Si le amas, no puedes ceder; pues pecando le haces el peor de los daños: le condenas al infierno. Si le amas, sálvale. Aunque esto exija sacrificios.
Dejarle pecar no es amarle, es matarle.
Con tu resistencia firme y entera le dices: «Te quiero tanto y tengo tantas ganas de casarme contigo, que no quiero cometer ningún pecado, para que Dios nos bendiga y podamos llegar algún día a unirnos para siempre en el altar».

Hay que saber mantener el instinto sexual frenado. El soltero tiene que guardar pureza. El casado también tendrá ocasiones en las que será necesaria la abstención. Y en todo caso el instinto debe servir al amor.

No se doma al potro salvaje dejándolo correr por las praderas. Hay que embridarlo y mantener bien firmes las riendas. Sólo así llegará a ser útil para el servicio. Lo mismo pasa con el instinto sexual.

El joven que durante las relaciones no ha aprendido a dominar sus impulsos, no sabemos si lo logrará después de casado.
Es más, cuando ellos saben que de novios no han dominado su instinto sexual, después de casados pueden tener dudas de que el otro falte a la fidelidad en los momentos de necesaria abstención (enfermedades, viajes, etc.).
En cambio, si uno y otro han dado pruebas de saber dominarse en ese punto, les dará enorme seguridad para tranquilizarse confiando en el dominio propio del otro forzado a una abstinencia sexual.

La prueba sexual previa al amor es la negación del amor que esencialmente es entrega incondicional e irrevocable.
Quien dice «déjame que pruebe contigo para ver si me conviene amarte», es porque no ama. El lenguaje del amor es todo lo contrario: «porque te amo deseo vivir contigo tal como eres».
Escucha las palabras de Pío XI: «No puede negarse que tanto el fundamento firme del matrimonio feliz como la ruina del desgraciado, se preparan y se basan en los jóvenes de ambos sexos durante los días de su infancia y de su juventud. Y así hay que temer que quienes antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y a sus cosas, y quienes condescendieron con sus deseos, aun cuando fueran impuros, sean en el matrimonio como fueron antes de contraerlo, es decir, que cosechen lo que sembraron: tristeza en el hogar doméstico, llanto, mutuo desprecio, discordias, aversiones, tedio en la vida común, y lo que es peor, encontrarse a sí mismos llenos de pasiones desenfrenadas» 47.

La delicadeza y la ternura son dos de los más importantes componentes del matrimonio. Si faltan antes del matrimonio, no es probable que aparezcan después, y sin ellas el matrimonio puede acabar en desastre.
Cuando lo que hay es sólo apetito sexual, la cosa es pasajera, como un capricho. Mientras dura, parece que todo va bien. Pero con frecuencia al cabo de cierto tiempo cambian las cosas y aquello termina mal.
Sobre todo, cuando se ha pisoteado la conciencia es muy frecuente que esta situación se haga insostenible.

No es lo mismo «hacer el amor» que tener «relaciones sexuales».
«Semejante error muy extendido y divulgado en los últimos tiempos, es reducir el amor al sexo.
Los que vayan por ese camino lo van a tener muy difícil a la hora de establecer una pareja sólida, firme, estable, duradera» 48.

Hoy se dice mucho «hacer el amor». Esto es degradar el amor, cosificarlo.
Las cosas se hacen; el amor, no.
El amor se tiene.
El amor brota espontáneamente de la admiración y estima por una persona.
Cuando no hay amor, «hacer el amor» es lujuria.

Hoy se quiere identificar lujuria con amor, pero son dos cosas distintas. La diferencia entre amor y lujuria es que en el amor valoro a la persona por sus cualidades, y esto me lleva a sacrificarme por el bien de ella; en cambio en la lujuria busco a la persona por las gratificaciones que me proporciona. Es decir, la hago objeto de mis satisfacciones egoístas. «El erotismo arranca del egoísmo. El amor parte de la generosidad.

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