Estado y sociedad. Sueños y realidades


Estado y sociedad. Sueños y realidades

El Bien Común, opuesto al “interés general”, propuesto por el Sistema, implica el respeto a la dignidad de todas las personas y de todos sus derechos inmanentes y trascendentes, con independencia de que una mayoría estuviera interesada en llegarlos a conculcar. Es un concepto absolutamente diverso a la media aritmética de los intereses legítimos y bastardos, de los intereses emanados de una conciencia formada y una voluntad libre, de los impuestos por los oscuros grupos de presión y los inducidos desde el poder sectario

El hombre, libre y socialmente interdependiente, imagen de Dios y presa remediable (por méritos ajenos) de la iniquidad, no es un buen salvaje, sino un mal conocedor de su propia naturaleza caída y un rebelde respecto a su propia vocación.

El ser humano se aquilata socialmente y debe organizarse políticamente para convivir en esa sociedad que lo forma o lo deforma. Éste es, precisamente, uno de los puntos más complejos y controvertidos de la cuestión: el justo equilibrio entre la potestad coercitiva del aparato jurídico y la esfera de la libertad personal. Por eso, antes que nada, conviene recordar que los derechos no se predican de los sistemas sino de los individuos, aislados y organizados en sociedad.

Al reflexionar sobre democracia y sociedad civil, deberíamos abominar tanto de los simplismos totalitarios que anulan al individuo, como de las fanfarrias liberales que ignoran que la libertad es el camino al que el hombre tiene derecho para obrar el Bien y encontrar la Verdad. La libertad, presupuesto amable del Bien, debería ir siempre acompañada por una equivalente devoción a ese otro requisito, que es el sentido de la responsabilidad.

Los maniqueos contemporáneos han opuesto Tiranía versus Democracia, hasta identificar siempre y en todo caso Democracia y libertad. La prostitución semántica, madre de la socialización política del Sistema, ha continuado la labor vaciando de contenido el significante “democracia” y confiriéndole una fuerza taumatúrgica capaz de cubrirlo todo con un blanco velo que convierte a los ojos del pueblo, el mal en orfebrería de santidad. Políticos inicuos con todo tipo de filiaciones, tienen ya el camino abierto para formular el apodíctico conjuro democrático, al que ninguna razón puede oponerse; lo mismo se apela a la democracia como garante de la libertad, que sirve de ariete contra los principios morales que un cristiano debe salvaguardar para no sacrificar la dignidad propia y de sus semejantes. Podemos escuchar a diario una enorme cantidad de acepciones “democráticas”:

*- En nombre de la democracia se ha permitido y financiado el genocidio de más de 900.000 pequeños en 20 años.

*- En nombre de la democracia se ha prestado connivencia a los libelos de odio nacionalista, a sus falsedades históricas, a sus sinergias criminales y se ha rubricado el desmán negociando con sus autores.

*- En nombre de la democracia y de la libertad se ha conferido carta de naturaleza a las relaciones de sodomía estable quedando reducidas las diferencias entre los presuntos antagonistas políticos, a una cuestión de nomenclatura.

*- En nombre de la democracia se ha desencadenado un embate laicista, así como la representación escénica de la blasfemia y el infundio sobre la Fe y sus ministros.

*- En nombre de la democracia se pretende irrumpir en la privacidad organizando las tareas domésticas, se ha impedido a los padres la educación religiosa para sus hijos y se ha procurado la socialización política de los niños en un credo sectario, pensamiento único prêt à porter que enajena la independencia de juicio, condena las diferencias saludables e introduce ideas intrínsecamente perversas.

*- Y, por si alguien se colara por este cerrado tamiz, en nombre de la democracia se criminaliza el pensamiento disidente bajo pretexto de hechos, realmente no acaecidos o realmente no imputables.

Por todo lo que antecede, no deberíamos dejarnos embelesar por sortilegios de última generación. El presupuesto político para vivir en sociedad no tendría por qué encajar en un corsé formal que constriñera el Bien del prójimo, que presupone el respeto a su libertad, y la misma Gloria de Dios, pero creemos que para muchos abducidos por el Sistema sería una “contradictio in terminis” reconocer aherrojamiento de conciencias en el seno de una democracia al uso, y por eso hablaremos del “Estado” o del “Sistema” en lugar de hablar de “democracia”. Si aun considerando estas matizaciones semánticas, no queremos reconocer la preeminencia del aparato sobre la persona, basta recordar las palabras del gobernante de turno tras un atentado terrorista, insistiendo en que las víctimas han dado su vida por la democracia.

Sobre la marcha, deberíamos interpelar al mentado sacerdote del Sistema para inquirir a qué “deidad” política adora ese sacerdote, qué es lo que entiende por democracia y ya, de paso, averiguar también si había consultado con las víctimas y conocía la resolución libre por la que consintieron su propia inmolación en honor de tan augusta divinidad. De estas tragedias, en fin, no deberían sacarse réditos en favor del Sistema ya que es precisamente el aparato jurídico el que debería tutelar a la sociedad.

Una clave fundamental para acabar de entender la interacción que se pretende entre el Sistema y la sociedad civil, es precisamente el principio consagrado por el Sistema para vivir en sociedad: el recurrente “Interés general” que suena a munífica disposición en favor de la sociedad, pero no es sino un atentado contra el Bien Común y por ello, una manera de enajenar el Bien del individuo y el Bien de la sociedad.

Así como el interés tiene muchos apellidos, diversos vehículos de acceso y beneficios, el Bien sólo tiene un nombre, llega por la afirmación libre de la voluntad y revierte copiosamente en moneda de felicidad.

El Bien Común implica el respeto a la dignidad de todas las personas y de todos sus derechos inmanentes y trascendentes, con independencia de que una mayoría estuviera interesada en llegarlos a conculcar. Es un concepto absolutamente diverso a la media aritmética de los intereses legítimos y bastardos, de los intereses emanados de una conciencia formada y una voluntad libre, de los impuestos por los oscuros grupos de presión y los inducidos desde el poder sectario.

El Bien Común, por tanto, es muy diferente de toda esa informe amalgama oportunamente etiquetada como “Interés General” de la sociedad, porque dentro de este concepto caben el odio, los crímenes privados consentidos y los crímenes de Estado perpetrados en nombre del Pueblo, en nombre de los Derechos del Humanos y de la Voluntad General. Lejos de ser una mera digresión gratuita, en nombre del Interés General, si la mayoría considerase que los pastores y las cabras se pueden casar, se acabarían convirtiendo los corrales y parideras en unifamiliares adosados para facilitar la integración familiar; si una mayoría llegase a la convicción de que el aborto es un derecho de la mujer, se acabaría permitiendo que las madres con hijos adultos practicasen este derecho con carácter retroactivo por si se sintieron sojuzgadas por aquella arcaica sociedad de antaño…

El poder es capaz de potenciar las aptitudes de la persona y de subyugarla, de organizar la convivencia o de infligir injustas limitaciones a la sociedad. Si el poder omite las tutelas debidas o prescribe conductas y criterios obligatorios para el fuero de la intimidad personal, deberíamos hablar de una monstruosa agresión totalitaria. No obstante, en plena cultura de la mercadotecnia, para incurrir en las comisiones y en las omisiones apuntadas, el Totalitarismo ha aprendido del diablo a pasar desapercibido y se esconde tras un halo de manumisión: para evitar el Bien se apela a la libertad, cuando ésta es precisamente presupuesto para el Bien. Esta paranoia se articula mediante maniobras de distracción y estrategias de alienamiento intelectual intentando que la sociedad no se levante nunca de su postración:

*- La primera estrategia del poder político contra la autonomía de la sociedad civil, es el histórico pan y circo. ¿Para qué pensar, en la sociedad del Bienestar? Algunas cuestiones buenas y necesarias se convierten en absolutas y excluyentes (pensiones, ventajas fiscales, prebendas sociales, prerrogativas laborales, licencias y concesiones administrativas…)

*- La segunda, consiste en anular el arraigo familiar para que la voluntad oficial no sea cuestionada por el sujeto ni su entorno familiar. Las tácticas correspondientes: proponer el término vincular para una relación indisoluble, presumir la culpabilidad de una de las partes en las disputas domésticas, cegar las fuentes de la vida, proponer de forma recurrente al núbil relaciones propias del estado matrimonial, pretender analogías con los vínculos más aberrantes y acabar dictaminando su identidad con el matrimonio, privar a los padres de la potestad de educar y concederles licencia de caza para el ejercicio de una incesante campaña criminal.

*- La tercera estrategia del poder político contra la autonomía de la sociedad civil consiste en inducir la opinión, ejerciendo violencia contra la formación de las conciencias y contra el mismísimo hábito de pensar. La reconocida socialización política no es sino el eufemismo de un adoctrinamiento cuasisubliminal. Las tácticas habituales dentro de esta línea estratégica son la instrumentalización de la educación pública, la manipulación de los medios de comunicación y el desarrollo de leyes inicuas que además de prescribir y proscribir despliegan su fuerza “didáctica”, supuesta cierta confusión popular entre legalidad y legitimidad.

El desideratum social que podemos formular: la formación individual, el fortalecimiento de la institución familiar, la vigilia general y la madurez para poner en evidencia los lugares comunes predicados por la cultura de la muerte, la libertad orientada al respeto de la ley moral natural, conciliando así al hombre con su propia naturaleza. El desideratum político: un aparato jurídico a la medida del hombre, desmontando piedra a piedra el altar al Leviatán.

Es humanamente muy complicado convertir estos sueños en una realidad pero sabemos Quién construye la casa. Actualizando esta verdad que sabemos y muchas veces se nos olvida, ya podemos disponernos a ser sal de la tierra y levadura de la masa al servicio de Su voluntad, para que Él haga y nosotros no entorpezcamos su labor. Ojalá en nuestro día a día, superemos la candidez de tantas iniciativas que nacen con buen fin así como la tentación de narcisismo, de la soberbia excluyente y de la trascendencia meramente horizontal.

No llegaremos al detalle de las iniciativas que pueden servir a estos propósitos (intervenciones personales, asociativas, editoriales, políticas, de grupos de presión…) pero sí será muy conveniente que para paliar el mazo del totalitarismo, amemos mucho la libertad de todos y prediquemos la responsabilidad, que contra la manipulación obtengamos formación, luchemos por una educación integral y comuniquemos sano criterio, que contra la adquisición de las conciencias al precio de prebendas y favores nos desapeguemos de las cosas y que en todos los ámbitos llevemos la contienda hasta los flancos que moralmente sean adecuados, para colaborar decididamente con la Redención de Jesucristo, que precisamente de eso se trata.

Es un imperativo moral que cada uno ponga los medios naturales y sobrenaturales adecuados para interpretar con humildad el papel de causas segundas en este épico reestreno de la Historia de David y Goliat.

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