Carácter


Carácter
Comprende el conjunto de disposiciones psicológicas y de comportamiento habituales de una persona, modelado todo ello por la inteligencia y la voluntad.

Definición y concepto

Comprende el conjunto de disposiciones psicológicas y de comportamiento habituales de una persona, modelado todo ello por la inteligencia y la voluntad. El término fue introducido en 1862 por el psicopatólogo Bhansen, y con frecuencia se usa con diferentes significados que conviene distinguir para no caer en graves equívocos.

La noción de carácter está íntimamente relacionada con la de personalidad. La antropología experimental suele considerar la personalidad como resultado de funciones y propiedades correspondientes a tres estratos o niveles biopsíquicos: cuerpo, alma (instintos y afectos) y espíritu (inteligencia, memoria, voluntad). La división es algo artificiosa, porque en realidad los componentes del ser humano son dos: el material (llámese cuerpo, soma, organismo, materia animada, etc.) y el espiritual (llámese espíritu, alma, etc.), íntimamente unidos y relacionados; lo cual da origen a una complejidad de funciones y actividades que para muchos estudios de psicología experimental puede cómodamente clasificarse en los tres niveles dichos. El llamado temperamento viene a representar la resultante de la incidencia de la constitución somática o corporal en lo anímico espiritual, es decir, la parte instintivo-afectiva de la personalidad; mientras que el carácter corresponde a la parte más estrictamente espiritual, es decir, la intelectivo-volitiva, que puede variar de un individuo a otro según cómo se desarrolle en el uso que haga de su entendimiento y de su voluntad libre y responsable.

De ahí que la idea de carácter haga referencia, normalmente, a la individualidad personal, a eso que hace que alguien sea distinto a los demás. Toda persona tiene, en efecto, caracteres o señales propias, «diferencias individuales» que se presentan ante la intuición concreta y el conocimiento por simpatía o connaturalidad.
Las divergencias en torno al concepto de carácter han sido nota característica y de significación bien clara. En un extremo se tiende a alzaprimar el valor de lo somático; desde el otro se sobreestima lo anímico superior. Como en tantas otras facetas del saber antropológico, la psicopatología a partir de Kraepelin ha reportado puntos de vista y experiencias de interés.

La individualidad viene del cuerpo, lo que equivale a decir que el carácter tiene como primera base el temperamento o individualidad física, en tanto en cuanto el temperamento representa la capa instintivo-afectiva de la personalidad, algo más próximo de suyo a la biología, más dependiente del soma. De ahí que pueda afirmarse, de algún modo, que no somos responsables de nuestro temperamento, y sí lo somos de nuestro carácter. Junto a este componente somático-biológico y corporal coexisten otros, los psicológicos, que constituyen el carácter propiamente dicho. Entre éstos se discute el papel que pueden tener las disposiciones más o menos hereditarias o innatas, provenientes de la familia, raza, etc.; más que influir en la inteligencia o voluntad, propiamente dichas, influyen en el temperamento, afectividad, etc.; y el temperamento puede desde luego influir en el carácter. Otros factores, de prevalente rango anímico, intervienen en la constitución del carácter, como las costumbres, medio ambiente, la profesión, etc.; y finalmente las decisiones personales, provenientes de la voluntad libre y responsable con el concurso de la inteligencia, que cada uno va tomando a lo largo de su vida. Puede decirse que «en la aventura humana rige, como un señor absoluto, el principio de indeterminación. Y, sin embargo, cada hombre no es un caso. Algo hay que lo define como ser a través de las variaciones. Una constante impregna su conducta, tanto si se halla en la cima de la madurez como si se desliza por la pendiente de la decrepitud. A esta constante es a lo que llamamos carácter» (López lbor, LeccionesdePsicologíamédica).
Existe toda una teoría del carácter basada en la interpretación de las cosas o personas por su modo de aparecer: así se habla del carácter de un paisaje, pero hay otra forma de hablar del carácter cuando como, por ejemplo, se dice de alguien que «es un hombre de carácter». Carácter se toma en este caso como la actitud interna que el hombre mantiene frente al mundo. En esta dirección, E. Spranger dirá que «el carácter es el conjunto de actos o vivencias referidos a la cultura». Entre estos dos conceptos, el fisiognómico y el ético, sé encuentra el netamente psicológico, considerado como una actitud tomada ante la propia individualidad, como una realidad viviente. Concepciones fisiognómicas del carácter serían, además de las defendidas por los caracterólogos de inspiración filosófica, la del psicoanálisis.

Desarrollo del carácter

Algunos autores (Le Senne, Schopenhauer y Voltaire, entre otros) han sostenido que el carácter no varía, ya que para ellos el carácter sería como un conjunto de disposiciones congénitas que determinan una «mentalidad» o «actitud» (hay aquí, según lo dicho, una confusión con temperamento). Así el carácter no sería más que lo que el individuo posee como resultante de las herencias recibidas; quedaría excluido, por tanto, lo que en el individuo proviene de su historia personal; de ahí que dichos autores considerasen el carácter como algo sólido y permanente, afirmación implícita en ciertas expresiones del lenguaje cotidiano, como cuando al ver de nuevo a un amigo, después de muchos años, exclamamos ante alguna de sus reacciones: «Es siempre el mismo».

Pero la experiencia de cada día, en los demás y en nosotros mismos, prueba bien que los caracteres se modifican, y si bien es cierto que algunos elementos del carácter son invariables a lo largo de la vida de los individuos, también lo es que otros son factibles de variación. Tales, por ejemplo, los hábitos adquiridos que pueden cambiar con las situaciones personales de manera incidental, o por la dificultad con que tropiezan en su permanencia, cuando no responden a un proyecto conscientemente elaborado. Las condiciones que presiden el desarrollo individual contribuyen desde la infancia a formar el carácter. Ante situaciones idénticas o parecidas, los sujetos pueden ser impresionados y reaccionar de maneras muy distintas a causa de las diferentes disposiciones innatas, de las actitudes adquiridas por influjo de experiencias similares, y de las decisiones personal o conscientemente tomadas que harán de cada uno de los hábitos una virtud o un vicio. En personas cuya predisposición innata a la anormalidad del carácter no es muy fuerte, el influjo del ambiente en la niñez y adolescencia no tiene por qué ser decisivo para que se actualicen o no manifestaciones negativas del mismo.

Por otro lado, a las disposiciones psicológicas hereditarias e innatas se les ha de reconocer gran plasticidad, ya que fácilmente pueden modificarse en determinadas circunstancias, tales como transformaciones orgánicas producidas por la edad, enfermedades crónicas o accidentales, cualquier cambio en el régimen de vida, etc.; teniendo en cuenta además que «el cociente de plasticidad» del carácter varía con la edad. Y además teniendo en cuenta que en el desarrollo y fijación del carácter propiamente dicho intervienen, moldeando y dando forma definitiva a los factores expuestos, la inteligencia y la voluntad, como instancias superiores.

Los escolásticos definían la voluntad, como «un apetito o inclinación racional». Según Aristóteles: «La voluntad es el apetito penetrado de inteligencia o la inteligencia penetrada de apetito». Que la voluntad sea una actividad sintética, es algo que se deduce de la imposibilidad de reducirla, ya a las representaciones, ya a las tendencias e impulsos o bien a los estados afectivos y al deseo. Ella es, de hecho, la síntesis de todos los estados, imágenes e ideas, tendencias y apetitos, conscientes y extraconscientes, que constituyen el «yo» en una situación determinada. Es lo que afirma Ribot (1839-1916), iniciador de la psicología experimental en Francia, cuando dice: «El acto voluntario en su forma completa, no es la simple transformación de un estado de conciencia en movimiento, sino que se supone la participación de todo ese conjunto en estados de conciencia o subconscientes que constituyen el yo en un momento dado». En cualquier momento de su actividad el hombre actúa sub especie volitiva, bien sea con conflicto interior o sin él. En ausencia de conflicto entre ideas y tendencias antagónicas, la personalidad se expresa de manera armoniosa y simple: el acto de voluntad no es sino la adhesión inteligente a los fines indiscutidos de la persona entera. En la situación conflictiva la voluntad significa una reacción del todo sobre uno de los elementos o una especie de coalición momentánea de tendencias múltiples contra una tendencia particular.

Así, pues, la voluntad es, en resumidas cuentas, expresión de la unidad personal: la volición no es, en efecto, el resultado de una colección de tendencias agrupadas, del mismo modo que un organismo no es el producto de múltiples y diversos elementos. La voluntad expresa una unidad y una organización, y por eso se traduce en la personalidad. La voluntad será, pues, tanto más poderosa y eficaz cuanto más perfecta sea la unidad personal, es decir, cuanto más fuertemente haya sido organizado y jerarquizado el conjunto de apetitos, tendencias, disposiciones, hábitos, etc. La voluntad es, como dice Jaspers, «una conciencia de sí en la que yo me comparto activamente frente a mí mismo». Ella expresa ese acto misterioso por el que soy verdaderamente posición y aun creación de mí mismo. «Elegir», nota Kierkegaard, es siempre «elegirse», lo mismo que «elegirse o quererse» es siempre querer o elegir esto o aquello.

Si, como se ha dicho, el carácter representa la capa intelectivo-volitiva de la personalidad, la voluntad, por todo lo expuesto, es a la vez causa y efecto del carácter. De ahí que se puede decir que en parte somos responsables de nuestro carácter, en tanto cuanto gracias a la voluntad el hombre tiene poder sobre sus hábitos, está en su mano modificar las influencias que pesan sobre él, puede elegirse o aceptar ciertos medios correctores, etc. La posibilidad que tiene el hombre de superar y trascender lo biológico y de transformar su carácter puede variar algo según los individuos, debido a diversos factores. A veces, algunos parecen poseer más facultades de renovación; otros parecen encerrados en una constitución más inmutable; pero, en realidad, todos pueden mejorar con su esfuerzo personal voluntario y cuidando, en lo preciso, también su salud corporal.

La mayor parte de los caracteres tienen numerosas posibilidades de transformación, de mejorar o de empeorar. Normalmente, el carácter, en la mayor parte de los hombres, encierra un substrato elemental compuesto de elementos psico-fisiológicos que sería inútil pretender transformar profundamente, pero cuya dirección está en manos de la voluntad de los demás, a través de la educación, y de la propia. El entusiasmo, la espontaneidad afectiva, la emotividad, y algunos rasgos e ideales temperamentales son realidades que hay que aceptar y que sólo pueden modificarse dentro de unos límites; pero, sobre todo ello, cada uno puede desarrollar ampliamente sus conocimientos, su responsabilidad y voluntad, y de cada uno depende orientar de un modo u otro sus cualidades fundamentales.

Todo esto demuestra que si el querer concreto está conforme con la síntesis psíquica y con el carácter, éste, al igual que la síntesis psíquica como tal operación sintetizante definidora de la subjetividad, según Ward (1843-1925), el gran psicólogo de la escuela no experimental, depende en gran parte de la voluntad. El hombre de voluntad es precisamente aquél que sabe crearse un carácter, orientando así su propia conducta y contribuyendo de modo activo al diseño de su personalidad.
El psicólogo austriaco contemporáneo Hubert Rohracher relaciona voluntad, carácter y personalidad de forma decisiva al definir el carácter como la peculiaridad general anímico-espiritual del hombre, y la personalidad como el resultado de su desarrollo.

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