Desear la muerte


Desear la muerte.
El odio es incapaz de liberar a nadie. El odio sólo sirve para fomentar el odio, y en la historia humana nadie ha conseguido ser libre gracias al odio.

EL QUINTO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS ES: NO MATARÁS.

1.Este mandamiento ordena no hacer daño a la propia vida o a la de otros con palabras, obras o deseos (odio); es decir, querer bien a todos y perdonar a nuestros enemigos.
El desear la muerte a sí mismo o a otro, es pecado grave, si se hace por odio o desesperación rebelde.
"El odio es incapaz de liberar a nadie. El odio sólo sirve para fomentar el odio, y en la historia humana nadie ha conseguido ser libre gracias al odio. El odio nunca está justificado para un cristiano".
"Para ser feliz hay que tener el corazón en paz. El que odia no vive feliz. El odio hace daño al que odia. Ese rencor le destruye por dentro".

Las riñas, los insultos, las injurias, etc., pueden, a veces, llegar a ser pecado grave si se desea en serio un mal grave a otro, si se falta gravemente a la caridad, y si son la exteriorización del odio.
Pero de ordinario no lo son, ya sea por inadvertencia, ya porque no se les dé importancia, etc.
Cuando dos riñen, de ordinario cada uno tiene la mitad de la razón y la mitad de la culpa; pero cada cual mira la parte que él tiene de razón y la que el otro tiene de culpa. Por eso no se ponen de acuerdo.
Las riñas empiezan generalmente por pequeñeces, pero con el calor de la discusión se van desorbitando hasta terminar en enemistades profundas..., y, a veces, en crímenes.
Lo mejor en las riñas es cortarlas desde el principio sin permitir que adquieran grandes proporciones.
Y si uno se encuentra de mal humor, seguir el consejo de aquel inglés que contaba hasta diez antes de contestar.
Con calma y con sensatez se evitarían muchas riñas nacidas generalmente por pequeñeces.
Si estás airado, calla. Aunque tengas tú la razón.
Dirás más de lo que quisieras, y luego te pesará.
Nunca te arrepentirás de haber callado.
En cambio, ¡cuántas veces quisieras poder sujetar las palabras que lanzaste a volar! Y esto ya no es posible.

Un diálogo sincero es difícil.
Hay que aprender a dialogar.
Hay que saber descubrir la parte de verdad que hay en el punto de vista del otro. Ponerse en equilibrio no es buscar el término medio, sino buscar la verdad completa que puede surgir de lo que aporta cada parte.


2.La venganza personal no está permitida en ningún sentido. Cristo la prohibió. Porque si fuese permitida, no se podría vivir en el mundo. Todos nos creeríamos con derecho a vengarnos de alguien.
No: hay que perdonar a los enemigos, y dejar que Dios los castigue en la otra vida, y la Autoridad Pública en este mundo. Como dice San Pablo, hay que saber "vencer al mal con el bien".

"Tal vez, la afirmación más radical que hizo Jesús fue: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso".
"Jesús describe la misericordia de Dios no sólo para mostrarme lo que Dios siente por mí, o para perdonarme los pecados y ofrecerme una vida nueva y mucha felicidad, sino para invitarme a ser como Dios, y para que sea tan misericordioso con los demás como lo es Él conmigo".

"Con frecuencia aquellos que no perdonan a sus semejantes cometen los mismos pecados que critican".
Es necesario saber perdonar a las personas que nos hayan ofendido.
"La experiencia enseña que quien descuida la oportunidad de hacer bien a su prójimo porque ha sido anteriormente ofendido por él, suele ser también culpable".
Es, desde luego, indispensable estar dispuestos a conceder el perdón si nos lo piden, quedándonos satisfechos con una moderada reparación.
Quien niega el perdón a su hermano, es inútil que espere el perdón de Dios. En el Padrenuestro tiene su sentencia: como él no perdona, tampoco Dios le perdonará. Lo dijo Jesucristo.

Y no seamos fáciles en echar al otro toda la culpa.
Ordinariamente la culpa hay que repartirla entre los dos.
Uno fue el que empezó, pero el otro contestó con ofensa más grave.
Si los dos están esperando a que sea el otro el que se adelante a pedir perdón, la cosa no se arreglará nunca.
El que sea más generoso con Dios, es el que debe tomar la iniciativa.

Cristo habla de poner la otra mejilla.
Es una fórmula oriental hiperbólica, para dar a entender que debemos estar dispuestos al perdón; pero no es para que lo entendamos al pie de la letra.
El mismo Cristo al ser abofeteado no puso la otra mejilla, sino que respondió con toda energía, verdad y dominio propio: "Si he respondido mal, muestra en qué; mas si bien, ¿por qué me hieres?".
Si la culpa ha sido nuestra, tenemos obligación de pedir perdón de alguna manera.
Pero incluso aunque sea claro que toda la culpa es del otro, da una muestra de virtud el que se adelanta a otorgar el perdón, por ejemplo, dirigiéndole amablemente la palabra, ofreciendo un servicio, reanudando el saludo, etc. Durante un tiempo puede manifestarse el disgusto, por ejemplo, con una actitud más seria y distanciada; pero esto no debe durar indefinidamente.
Salvo en algunos casos excepcionales de ofensas gravísimas, es muy de aconsejar que al cabo de cierto tiempo se reanuden los saludos ordinarios entre gente educada.
Negar el saludo no es cristiano. Si el otro no contesta allá él; pero que la cosa no quede por tu parte.

Cuando han fracasado ya varios intentos de reconciliación, o el otro se niega obstinadamente a devolver el saludo, o si parece cierto que nuestro esfuerzo por la reconciliación puede ahondar la mala voluntad del otro, será mejor esperar otra ocasión.
Pero no abandonar el deseo de reconciliación, ni escudarse en esta dificultad para no reconciliarse, por no desearlo.
Nuestra voluntad de reconciliación debe ser sincera.
Si el otro no quiere saludarnos o hablarnos, nosotros debemos estar dispuestos a hablarle cuando él lo desee, y saludar cuando él nos salude.
Adelantarse a reanudar el saludo es una prueba de virtud superior.
A veces puede facilitar la reconciliación la ayuda de una tercera persona.

Eso de "piensa mal y acertarás", aunque a veces dé resultado es poco cristiano
Es mucho mejor eso de "piensa bien mientras no tengas motivos para pensar mal".
"Si una persona fomenta sospechas poco caritativas, no tardará en manifestar también con palabras los pensamientos poco amables".

Distingue, con todo, entre el rencor admitido, y un cierto distanciamiento para evitar el chocar de nuevo.
Y también entre el sentimiento de la ofensa y el resentimiento admitido voluntariamente. Aunque la ofensa recibida nos duela, no podemos desear mal a nadie.
Esta voluntad de perdonar puede unirse a un sentimiento inevitable de la ofensa recibida.

Muchos se refieren a este sentimiento cuando dicen que no pueden perdonar. Es posible que la serenidad de espíritu, después de la ofensa, requiera un tiempo mínimo para sobreponerse al dolor.

Una prueba de esta sincera buena voluntad sería orar por el ofensor, nunca hablar mal de él, y pedir a Dios la gracia de saber perdonar.
Cuando tengas antipatía por una persona, pide por ella.
Y cuando tengas ganas de desearle algo malo, reza por ella un Padrenuestro. Dice Jesucristo "rogad por los que os persiguen".

"El Señor nos pide que perdonemos, pero jamás nos ha pedido que deseemos hacerlo. (...) Si esperas que aparezca en ti el instinto natural de perdonar, esperarás mucho tiempo".

A veces se oye decir: "yo perdono, pero no olvido".
El olvidar puede ser difícil. No depende de nuestra voluntad. Uno puede perdonar de corazón y no poder evitar el recuerdo. Esto no se opone al amor que Jesucristo manda a nuestros enemigos.
Lo que Cristo manda no es un amor sensible, pues esto no se puede mandar, no depende de nuestra voluntad. Se trata de un amor de benevolencia, un amor desinteresado, un amor que devuelve bien por mal, que hace el bien al que nos hace daño, independientemente de nuestros sentimientos. Un amor efectivo, no afectivo. Un amor dispuesto a hacer un servicio al que nos ofendió.
Si el que consideramos nuestro enemigo estuviera en una necesidad grave, y no pudiera salir de ella, sin nuestro especial auxilio, tenemos obligación de ayudarle, porque en estos casos hay obligación de atender al prójimo, aunque sea enemigo.
No es odio a una persona odiar lo que hay de malo en ella, o el mal que nos causa injustamente a nosotros o a otros.
El amor a nuestros enemigos que pide el Evangelio, no obliga a la amistad con ellos, sino que prohíbe el odio y la venganza, o el desearles algún mal; y manda tener un deseo de reconciliación. "El ofendido está obligado siempre a perdonar al ofensor que le pide perdón, en forma directa o indirecta. Si se niega a hacerlo, comete un grave pecado contra la caridad, y regularmente no podrá ser absuelto mientras continúe en su obstinación".
Por supuesto que es lícito exigir una reparación del daño recibido, pero no por odio ni por venganza, sino por deseo de justicia.
La buena voluntad de perdonar de corazón a los que nos han ofendido no excluye utilizar todos los medios justos para que se haga justicia.
Es verdad que hay personas que son indignas de nuestro perdón; pero nosotros no perdonamos porque ellas lo merezcan, sino porque lo merece Jesucristo, que es quien nos lo pide. Para eso nos dio Él su ejemplo. Fue mucho más ofendido que nosotros, y sin embargo perdonó. No sólo en su corazón, sino que lo manifestó exteriormente. El perdón de Cristo en la cruz es el modelo que debemos imitar. Las almas generosas tienen en esto un inmenso campo de perfección y santificación.
"El mundo de los hombres no puede hacerse cada vez más humano si no introducimos el perdón -que es esencial en el Evangelio- en las relaciones de unos con otros".

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