Las dudas de un monje confundido
Las dudas de un monje confundido
Las redes recogen peces buenos y peces malos, la cizaña se mezcla con el trigo.
El monasterio vivía un momento de especial inquietud.
Hacía dos semanas que había muerto el padre Jacob. Era famoso por sus predicaciones, por sus charlas, por sus confesiones. En el mismo monasterio los demás frailes le tenían por ejemplar, por un sacerdote santo.
Acabados los funerales, el padre abad y otros dos frailes fueron a ver la celda del padre Jacob. Quedaron como paralizados: debajo de la cama había cientos y cientos de monedas y de billetes.
¿De dónde había salido ese dinero? La respuesta llegó con demasiada rapidez: allí estaba buena parte del dinero que durante años desaparecía en el monasterio.
Por más que se dio avisó a la policía, por más investigaciones que se hicieron, nunca habían dado con el culpable. Incluso pusieron unos billetes marcados para ver si aparecían en algún lugar de aquel pueblo tranquilo de las montañas.
Ahora ya estaba claro todo el misterio: los billetes marcados estaban mezclados con muchos otros billetes debajo de la cama del buen padre Jacob...
El padre Mario estaba especialmente confundido. Era uno de los dos frailes que había acompañado al abad a ver la celda del difunto. Nunca sospechó que el “ladrón” estuviera allí, en su propia casa, que fuese uno de sus compañeros, el padre Jacob, tan admirado y querido por todos.
El padre abad notó la profunda inquietud que roía el corazón de aquel sacerdote joven y lleno de ilusiones. Esperó un momento adecuado para invitarle a pasear por los campos fuera del monasterio.
El padre Mario abrió en seguida su corazón. “Padre, llevo unos días en desasosiego. Nunca pensé que el padre Jacob hubiera hecho lo que hizo. No comprendo cómo un sacerdote ejemplar, bueno, que sabía dar a cada persona una palabra sabia, fue capaz de hacer lo que hizo. No puedo entender qué haya pasado. Además, yo soy mucho más débil, mucho más frágil, mucho menos fervoroso que él. Si él hizo eso, yo, ¿qué seré capaz de hacer?”
El padre abad miró hacia el fondo del camino. Dos perros buscaban comida junto a unos cubos de basura.
“Padre Mario, la experiencia de cada día nos permite descubrir un poco ese misterio tan grande que es la vida humana. Porque muchas veces alguien que pensábamos bueno desvela un día el fondo más oscuro de su corazón. Y porque otra persona que considerábamos mala nos muestra, de repente, un alma maravillosa y llena de amor.
Hay personas que hacen cosas malas por alguna enfermedad. Existe la cleptomanía, y el entrar en un monasterio no impide el que un fraile tenga esa enfermedad. O existen formas de avaricia que llevan a las personas a perder el control y a conseguir por medios engañosos más y más dinero.
En ocasiones la ambición y el amor por el dinero nacen y crecen por culpa de uno mismo. En ese caso, la persona deja que el pecado invada su corazón, hasta el punto de robar para conseguir lo que desea.
Haya pasado lo que haya pasado, ¿quiénes somos tú o yo para juzgar lo ocurrido con el padre Jacob? Es triste constatar que él se llevaba el dinero del monasterio, que lo escondía y lo inutilizaba, cuando ese dinero habría podido ayudar a tantos pobres y enfermos de la comarca.
Objetivamente estuvo muy mal lo que hizo, pero, ¿fue culpable? El juicio queda en las manos de Dios. Si no lo fue, si sufría una enfermedad mental que no fuimos capaces de conocer, no tuvo ninguna responsabilidad. Si, en cambio, estaba en sus cabales y decidía libremente hacer el mal...
Sabemos que existe la misericordia. Hasta el pecador más miserable puede dejarse tocar por el Amor de Dios y pedir un perdón sincero, profundo, que llega hasta el corazón del Padre de los cielos.
Pensarás, y tienes razón, de que hay escándalo, de que pronto la gente sabrá quién había sido el ladrón, y que muchos no comprenderán cómo un sacerdote al que tanto amaban había estado robando durante años.
Pero incluso eso lo permite Dios, para que reconozcamos que la Iglesia no es un lugar donde sólo entran los perfectos. Como hemos leído en las parábolas, las redes recogen peces buenos y peces malos, la cizaña se mezcla con el trigo.
Dejemos el juicio a Dios, y recemos por nuestro hermano. Pidamos también por todos los frailes de nuestro monasterio y por la gente del valle. Estoy seguro de que Dios nos ayudará, y de que habrá tendido su mano bondadosa para limpiar el corazón y el alma del padre Jacob, si es que tenía alguna culpa en todo este asunto”.
La brisa de la tarde se hacía cada vez más fresca. Las nubes avanzaban cautelosas, con la promesa de una inminente lluvia para los campos de la zona.
El padre Mario empezaba a comprender que su vocación de sacerdote le exigía arrancar del corazón ideas inquisitoriales de condena, para dejar espacio a semillas de bondad y de misericordia. Sólo así aprendería a mirar más allá y más adentro de los hechos, para llegar al interior de las almas, en esa zona donde actúa la misericordia sobre todo cuando Dios ofrece su amor eterno a los hijos más débiles y más enfermos.
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