Familia de amor que no se agota


Familia de amor que no se agota.

1. El brazo poderoso del Señor había liberado de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel quien en correspondencia le había prometido amor, servicio y lealtad. En seguida le traicionan y provocan la ira de Dios, que quiere destruirlos: “¡Anda, baja! Porque tu pueblo ha pecado... Se han hecho un becerro. Déjame que los devore”. Moisés, naturalmente, intercede, pero cuando ve el becerro construido, destruye las tablas de piedra de la Ley del Sinaí y molió el becerro y lo esparció en el agua, para que se lo bebieran. Por fin vuelve a rezar por el pueblo y le pide a Dios que lo borre del libro. Dios le manda labrar otras dos tablas como las primeras, desciende en forma de nube y proclama con solemnidad su amor misericordioso: "Señor Dios, compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" Éxodo 34,4.

2. Quienes han gozado de la experiencia de un padre bueno, como Teresita del Niño Jesús, por poner un ejemplo, tienen un gran camino recorrido para conocer a Dios. El papá de Teresita, que era un santo, al morir su esposa, se convirtió en papá-mamá de la niña de cuatro añitos, su “Reinecita”. Y la ternura del padre, sirvió a la santa para intuir y descubrir el amor de Dios Padre. Dios Padre y Madre-, Dios ternura-, Dios Amor.

3. Aunque en el mundo se da mucha importancia a la inteligencia, no es la inteligencia la que nos hace personas, sino la relación de amor, entrega y de amistad, porque vivimos en familia y en sociedad y unos a otros nos enriquecemos, nos construimos personas, nos perfeccionamos por imitación, y estímulo, por corrección, por ejemplaridad, por cultivo de palabra o de obra, por reconciliación y por oración. O por falta de esa relación nos empobrecemos y destruimos.

4. Siempre he sostenido, he vivido y enseñado que prefiero los místicos a los teólogos. Me explico. El místico posee, experimenta, consiguientemente calienta, enardece, como decía de San Juan de la Cruz el Padre Doria: Los escritos de Fray Juan son como granos de pimienta que calientan y abren el apetito y las ganas de comer”. En nada menosprecio la teología, todo lo contrario, la considero camino para la mística, pero el camino no es la meta. El camino es la fatiga, la meta es el descanso, el logro, la consecuención y el logro, la paz y la tranquilidad. Es el ventalle que aire daba:

Quedéme y olvídeme
El rostro recliné sobre el Amado
Cesó todo y quedéme
Dejando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.


5. El amor es el primer movimiento que nace en nuestro ser en dirección al bien, sea real o falso, sensible o espiritual. De ese motor arrancan todo los demás. Para su discernimiento hace falta el conocimiento, de ahí que él con la ciencia y con la luz de la fe nos muestren el camino seguro. De hecho nada podemos amar u odiar, desear o aborrecer, esperar o temer, si no lo conocemos antes de alguna manera como bueno o como malo, aunque no queremos u odiamos las cosas como presentes en nuestro conocimiento, sino como existentes, verdadera o aparentemente, en la realidad.

El conocimiento es como un caminar necesario para llegar a amar. Pero los grados del conocimiento no suelen corresponder a los del amor, pues por experiencia se demuestra que podemos conocer mucho a una persona o una cosa, y amarla poco, y al contrario. Por eso, la labor del neurólogo se ha de esmerar en organizar el cerebro, sí, que sus conexiones sean perfectas, reconstruidas o reformadas, ordenadas, delicadamente, con precisión y delicadeza; pero de nada servirá un cerebro bien organizado si el cardiólogo no consigue que ventrículos y aurículas, nervios, venas y arterias envíen sangre al torrente sanguíneo y ésta ascienda al cerebro y le proporcione vida. Santa Teresita de Lisieux, lo encontró cuando entre el torbellino de órganos del Cuerpo de la Iglesia, buscaba con ansia su vocación y sentenció certeramente: “En el corazón de mi Madre la Iglesia yo seré el Amor”. Tanto el neurólogo como el cardiólogo, los cirujanos, ¡qué agonía en su trabajo comprometido, qué fatiga y cuánto tino necesitan! Jesús decía, “Tengo que pasar un bautismo y ¡qué angustia hasta que lo pase”!

6. El proceso cognoscitivo es centrípeto y llega desde las cosas hasta el que quiere conocer; el amor, al contrario, es un proceso centrífugo, pues sale del amante al amado o a lo amado.

¡”Oh noche que guiaste!;
¡ Oh noche, amable más que la alborada!
¡”Oh noche que juntaste
Amado con amada”!
Amada en el Amado
transformada.

El amor penetra en las cosas más profundamente que el conocimiento, porque al amar, la persona amante se transforma, en efecto, en lo que ama. De ahí que Dios sólo busque del hombre su amor y sea ese su primer y principal mandamiento, porque sabe que el hombre sólo podrá ser feliz amándole a El. Y como él ama al hombre y por eso desea la felicidad plena, no puede desearle y ayudarle a cosa mejor que a aumentar su amor hasta su plenitud.

7. Por eso cuando el hombre ama a Dios, Supremo Bien, o a personas superiores a la propia alma, el amor es más perfecto que el conocimiento, pues el amante sube hacia lo amado; y por lo contrario, cuando se aman personas o cosas inferiores al alma, el amor es menos perfecto, porque al amarlos el alma se rebaja.

8. La relación de Dios paterno-filial de conocimiento y amor, es el principio de las Tres Divinas Personas. Siendo Dios infinito, su actividad no se agota en una sola persona, sino en Tres Divinas Personas, que se definen por las relaciones que las oponen entre sí en la intimísima intimidad de la única divina naturaleza, en la que el Hijo se distingue del Padre por la oposición existente entre la relación activa del conocimiento que el Padre hace del Hijo, y la relación pasiva del Hijo al ser conocido por el Padre, engendra la paternidad-filiación subsistente entre el Padre y el Hijo. De la relación activa de amor entre el Padre y el Hijo, correspondiente a la relación pasiva del mismo Espíritu Santo procede la Tercera persona, como oposición al amor activo que recibe del Padre y del Hijo, y que por eso se denomina procesión. Que es inefable.

9. Las tres personas sólo son distintas de la esencia divina por distinción de razón. En cambio, la oposición de sus relaciones entre ellas establece una distinción real. En ellas todo es donación y entrega: el Padre se da al Hijo, que procede por modo de inteligencia, como cuando una persona humana se mira el espejo y ve ante sí su misma figura. El Hijo se da al Padre y los dos se aman con una llama viva de un fuego sagrado, que es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo por modo de voluntad, como Amor de los Tres. Y los Tres se nos dan a los hombres, hermanos de Jesucristo, para que participemos en su vida trinitaria, por la gracia de filiación. Participación permanente, incoada en el Bautismo. No somos llamados como de visita a su vida, sino a ser sus consanguíeos perpetuos. De las Tres Divinas Personas, dos, el Hijo y el Espíritu Santo, reciben una Misión temporal en las criaturas: el Hijo es enviado por el Padre para redimir a los hombres; y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo para su santificación. Santa Teresa y también San Ignacio, pudieron gozar del misterio y se sintieron consolados, admirados y extasiados. Y no porque la inmensa mayoría de los cristianos no hayamos llegado a tanto, carecemos de esa inhabitación y estamos convocados a la misma fruición que sólo será total y perfecta y completa en el cielo.

10. «Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V, Sinesio de Cirene, en su Himno, en la fista de la Trinidad divina. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre, como decía Kant. Por lo tanto, no es verdad que la Trinidad sea un misterio remoto, irrelevante para la vida de cada día. Al contrario, estas son las Tres personas, que nos son o están más «íntimas» en la vida pues, no están fuera de nosotros, aunque queridas, igual como la misma mujer o el marido; pero están dentro de nosotros. Ellas hacen «morada en él» ( Juan 14,23) y nosotros somos su «templo»
(Corintios 3,16).

11. Hoy algunos prescindirían de la Trinidad, para poder dialogar mejor con los hebreos y los musulmanes, que creen en un Dios único. Los cristianos creemos que Dios es trino, porque creemos que Dios es amor. Es la revelación de Dios como amor, hecha por Jesús, la que nos conduce a la Trinidad. No es una invención humana. Dios es amor, dice la Biblia. Si es amor es porque ama a alguien. No hay un amor sobre el vacío.

¿A quién ama Dios? Ama a los hombres. Pero los hombres sólo existen desde hace algunos millones de años.¿A quién amaba Dios, antes de que hubiera hombres? No puede haber comenzado a ser amor en el tiempo, porque Dios no puede cambiar. Entonces amaba al cosmos, al universo. Pero, el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Y antes, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? Amarse a sí mismo no es amor sino egoísmo o narcisismo. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo a un Hijo, el Verbo al que ama con amor infinito, y ésta es procesión del Espíritu Santo. En el amor siempre hay tres sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.

El Dios cristiano, el Dios de Jesús, es uno y trino porque es comunión de amor. En el amor, unidad y pluralidad se concilian entre sí; el amor, la unidad en la diversidad, que es unidad de intenciones, de pensamientos, de quereres y diversidad de sujetos. La teología se ha servido del término naturaleza para indicar la unidad en Dios y del término persona para indicar la distinción. Por eso, decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas.

12. ¿Qué puede aprender una familia del modelo trinitario. Cada una de las tres personas divinas no habla de sí sino que habla de la otra; no llama la atención sobre sí misma sino sobre la otra. Cada vez que Dios Padre habla, siempre es para revelar algo del Hijo: “Éste es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9,7); o: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto” (Jn 13,31). Jesús, a su vez, no hace más que hablar del Padre. El Espíritu Santo, cuando viene al corazón de un creyente, no comienza con proclamar su nombre. Su nombre en hebreo es Ruaj. Pero, no nos enseña a decir; Ruaj; nos enseña a decir ¡Abbá!, que es el nombre del Padre y dirige a Cristo una invocación: “Marana-Tha”, que significa: “Ven, Señor, Jesús”. Si en la vida de familia y comunitaria, el padre, se preocupa más de la madre, que de sí mismo y de su autoridad; si la madre, enseña al niño a decir papá antes que mamá está cumpliendo la ley del amor. María dirigiéndose a Jesús, después de haberlo encontrado en el templo, le dice; “Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”.

13. La gloria de la Trinidad está presente en el tiempo y en el espacio y se manifiesta en el Hombre Jesús. Como nos narra Lucas cuando escribe el misterio de la Encarnación en el que están presentes y activas las Tres Divinas Personas de la Trinidad. El ángel le dice a María: «Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Luc 1, 3). Y destaca la intervención del Espíritu Santo «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Luc 1,35).

14. En Cristo se unen el lazo filial con el Padre Celeste y la madre terrena. Las palabras del ángel son como un pequeño Credo, que ilumina la identidad de Cristo en relación con las Tres Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en los inicios del tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Y «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).

15. En la Encarnación, centro de nuestra fe, se revela la gloria de la Trinidad y su amor por nosotros: «La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14). «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9).

La revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una iluminación que rompe la tiniebla sólo por un instante, sino una semilla de vida divina sembrada en el mundo y en el corazón de los hombres. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4; Rom 8,15). «Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos». (LG 3). Decía san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» («De Orat. Dom.», 23).

16. Leemos en la Evangelium vitae, 37-38: «Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina» (CIC, n. 234).

17. El amor trinitario se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. Por esto decía san Ireneo, que la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adversus Haereses» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Juan 3,2).

18. Esta, abreviada, es la doctrina que nos da hoy el Prefacio: “Con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres, Padre, un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza”. Este es un misterio profundo, insondable y efusivo: Dios no es una sustancia aislada, sino un Dios que por la sobreabundancia de su ser se da y se comunica, que vive en la comunicación de Padre, Hijo y Espíritu, y que se da y crea comunicación. Como en sí mismo es vida y amor, también es para nosotros vida y amor, porque nos ha insertado en su misterio desde toda la eternidad. La confesión de un Dios trino no es más que el dsarrollo de la expresión “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Que Dios es en sí vida y amor, significa su eterna y plena bienaventuranza que para los hombres en medio de un mundo de odio y de muerte, es el fundamento de nuestra esperanza (Catecismo del episcopado alemán).

19. Dios es pues, una familia de augustas Personas, cuya vida íntima es asombrosamente grande y magnífica y confiada, de la que nos invita a formar parte, admitiéndonos en su hogar para siempre sin fin, para vivir en ese amor perenne, florecido y sin nubes. ¡Qué gozo, qué regalo! ¿Cómo agradeceremos esa invitación y esa llamada, sabiendo que "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" Juan 3,16?. Cuando un recién nacido aparece en una familia, comienza a sentir a su alrededor una ternura y un cariño difusos. Poco a poco la mamá va poniendo nombre a esa ternura, que se llama: papá, mamá, y los nombres de sus hermanitos.

Los creyentes han seguido un camino semejante al del niño. Primero ha sido la ternura difusa. Después Nuestro Hermano mayor Jesús, nos ha sugerido los nombres de las Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero las palabras se quedan pequeñas cuando han de expresar a Dios. “El Espíritu Santo ha sido enviado por el Padre a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbbá, Padre!” (Gal 4, 6).

20. El Amor inagotable del Padre le lleva a enviarnos a su Hijo al mundo para comunicarnos la vida eterna. No viene el Hijo en misión negativa de "condenar". Sino a cumplir un encargo positivo: que el mundo tenga vida eterna. Los condenados no lo son por voluntad del Padre, sino porque ellos no han dejado actuar al Salvador en su vida. El designio de Dios irrevocable es que todos participen de su vida eterna. No participar de ella es alejarse ellos mismos de la casa del Padre, con gran dolor del Padre, que "tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".

21. Esa vida eterna ha comenzado ya: Dentro de nosotros vive como en un templo, la Santa Trinidad. Estar atentos a su adorable presencia, al estilo de Isabel de la Santísima Trinidad, que les llamaba "mis Tres", es su gloria y nuestra alegría y salvación. Cierto que la dificultad que encontró Jesúspara vivir la vida divina encarnada en la naturaleza humana se multiplica al ternerla qu encarnar en nuestros cuerpos, almas e instintos viciados por el pecado.Esa será la inmensa constante tarea de la Llama de Amor Viva de ir consumiendo lentamente el egoismo que cierra el camino al Amor, que es Dios.

22. Hemos rezado el Salmo, pero que nos quede su regusto para toda la semana: "A El gloria y alabanza por los siglos". Profundicemos en la contemplación del Misterio con la luz del Espíritu Santo, y adoremos filialmente a los Tres y “trabajemos por nuestra santificación, animosos y el Dios del Amor y la paz estará con nosotros” 2 Corintios 13,11.

23. Una vez más transportemos hoy ese amor trinitario a la familia, en la que encontramos una imagen de la Trinidad. Si en la familia en vez de reinar el amor domina el egoísmo, ocurre la esterilidad. No se deja paso al hijo del amor. Se llama amor a otra cosa, porque el amor siempre es crucificante. Comenzando por el Padre que entrega al Hijo a la Cruz, y siguiendo en el Hijo que acepta el cáliz que le ha preparado su Padre. Cuando hay amor alguien tiene que morir, el que ama. El que no ama no quiere morir. Y esto cada día, cada instante. Si amo, lo mejor para tí; si amo he de estar en la cruz.

En un mundo en que sólo se busca el placer y el poder, (el poder porque facilita el placer, ¿no se habla de la erótica del poder?); ¿no es el poder una corona de espinas, que cuando más duele es cuando se la quitan?; pues en este mundo, los cristianos, familia de Dios Amor, tenemos mucho que decir y, sobre todo, que hacer.

24. Prosigamos la celebración eucarística, y avivemos nuestra fe en la presencia de la Santa Trinidad sobre el altar, ya que por la "circuminsesión", donde hay una persona están las Tres, que vienen a trinitizarnos y a cristificarnos, por los frutos del pan eucarístico.

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