El gimnasio espiritual


El gimnasio espiritual

Así como vemos transformarse nuestro cuerpo como respuesta al ejercicio físico, y como vemos a los gimnastas mejorar su rendimiento ante la disciplina del gimnasio, así es la reacción de nuestra alma ante la disciplina del gimnasio espiritual, ante la oración practicada de modo ordenado, perseverante y consistente. Pero ustedes dirán que a las cosas de Dios no les aplican las mismas reglas que a una disciplina deportiva, que el alma requiere otro enfoque, más cercano al corazón. Y tienen razón al decirlo, pero déjenme exponerles el punto de unión entre ambos conceptos, del modo que mi corazón lo ve.

La disciplina, la perseverancia y la constancia representan la necesaria parte humana, representan nuestra voluntad de hacer algo. Y sin dudas que es muy importante aportar este condimento a la formula, porque así como el deportista necesita el esfuerzo y la rutina del entrenamiento para progresar, el crecimiento espiritual necesita el esfuerzo de rezar, de leer y aprender sobre las cosas de Dios, la meditación de la Palabra Divina. No hay demasiado misterio en esta parte, somos nosotros los que tenemos que remontar la cuesta y sudar en el gimnasio espiritual. Cuando veo a esos atletas olímpicos hacer proezas en sus distintas disciplinas, pienso cuantas miles de horas de entrenamiento hay detrás de esa perfección. Horas de silencio, de frustración muchas veces, de repetir el ejercicio una y otra vez, de sudar y correr, de intentar hasta que los resultados vayan surgiendo, poco a poco. Igual ocurre en el gimnasio espiritual: si queremos resultados, tenemos que poner nuestra parte, nuestro esfuerzo.

Sin embargo, a esta necesaria parte humana que debemos aportar, en el gimnasio espiritual se agrega algo fundamental, algo que no proviene de nosotros: Dios, cuando ve nuestro esfuerzo, cuando ve nuestra perseverancia, aporta Su Gracia. Cuando la parte humana se esfuerza, el Señor abre las puertas a Su Gracia, derrama Sus dones de modo visible y generoso sobre nosotros.

La formula es entonces simple, es una sociedad perfecta: la parte humana se esfuerza, y abre las puertas a la Gracia que Dios derrama abundantemente sobre el alma que trabaja. Personalmente he visto cómo la alabanza a Dios (por ejemplo), hecha con amor y voluntad, abre el Corazón de Dios y provoca el derramamiento del Espíritu Santo de un modo especial. ¡Cómo podría Dios dejar a Sus hijos abandonados cuando ellos elevan sus voces y ojos al cielo buscando Su mirada!. Pero hay que hacerlo, hay que mover nuestro ser, nuestra voz, nuestra mente, nuestro cuerpo, y buscar al Señor. Su respuesta no se hará esperar, de ningún modo. Así como el deportista sabe que la respuesta al entrenamiento es la mejora en el rendimiento de su físico, así nosotros debemos tener la fe necesaria para saber que en nuestro gimnasio espiritual, la respuesta a nuestro esfuerzo son las Gracias de Dios derramadas sobre nosotros.

Y qué hermoso es sentirse amado por Dios, cómo cambia nuestro interior cuando El nos sonríe. Aunque a veces pretendemos que Dios se haga presente en nuestro corazón con Sus consuelos y caricias, sin esfuerzo de nuestra parte. Pero el Señor, sabiendo cómo somos, que débiles nos manifestamos frente a la necesaria perseverancia y fortaleza en la oración, busca atraernos con Sus sensibles respuestas a nuestro esfuerzo, por pequeño que sea. Como ocurre en el gimnasio real, donde la reacción al entrenamiento es la mejora en el rendimiento físico, en el gimnasio espiritual la respuesta al esfuerzo que nosotros ponemos de nuestro lado es una mayor y más marcada respuesta de Dios a nuestros llamados, a nuestros pedidos. De este modo, en el gimnasio espiritual se ora, se medita, se lee la Palabra, sabiendo que la respuesta será una mayor Presencia Divina en nuestra vida.

¡Es una mezcla perfecta entre transpiración e inspiración!

Jesús quiere que pongamos nuestra parte, que manifestemos nuestro compromiso personal con Su obra, con Sus expectativas de amor sobre nosotros. El nos acompaña a diario, en cada momento de nuestra vida. Cuando humanamente nos ponemos a Su disposición, trabajando o alabando, orando o meditando, Jesús se acerca a nuestro corazón y lo llena de Su Amor, de Su calor.

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