El Circulo del Resentimiento, Lecturas - ¿Soberbia yo?

Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana



¿Soberbia yo?
¿Soberbia yo?
Un escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un momento, hace una pausa, y dice: "Bueno, ya hemos hablado bastante de mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?".

Es un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples. Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas que las de aquel fatuo escritor. La soberbia tiende a presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas. La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.

Unas veces se disfraza de sabiduría, de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.

Otras veces se disfraza de coherencia, y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el error nunca puede transformar lo malo en bueno.

También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia, cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.

Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad, de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad. En vez de servir a la verdad, se sirven de ella —de una sombra de ella—, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de llevar la contraria o de quedar por encima.

A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio, que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es, pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las cosas, pero con aire de víctima ("soy el único que hace algo"), o lamentándose de lo que hacen los demás ("mira éstos en cambio...").

Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.

O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar, propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro, con aire de superioridad.

O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.

¿Es que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y ganarle terreno.

¿Y cómo detectarla, si se esconde bajo tantas apariencias? La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara, oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.

El problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre. Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la susceptibilidad enfermiza, el continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento profundo al percibir la propia debilidad, etc.

Hay que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los demás..., para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.

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El Circulo del Resentimiento, Lecturas - Estar o Ser Resentido

. Una persona está sentida cuando, por algún suceso concreto, se encuentra interiormente dolida y permanece este dolor dentro. Cosa muy normal, humana y que todos experimentamos.

¿Estoy sentido o soy resentido?
. Cuando este sentimiento se ha convertido en una forma de ser, cuando yo, no sólo estoy sentida, sino me siento con facilidad, entonces soy una persona resentida

Cuando alguien ya no sólo está, sino que es resentido, sus reacciones afloran continuamente y a veces en forma agresiva, incluso ante situaciones que no son ofensivas. Esto deriva de situaciones que no se han aceptado y perdonado y por esto aparecen una y otra vez robando la paz del alma.

Es importante detenernos aquí y pensar si dentro de nosotros mismos estamos sentidos o somos resentidos.

Dentro del estar y ser resentidos hay algunos Aliados que facilitan convertirnos en personas resentidas e incapaces de disculpar y mucho menos perdonar. Estas son: el egocentrismo, el sentimentalismo, la imaginación y la inseguridad. En esta sesión del curso hablaremos del primero

El egocentrismo y el olvido de sí

El egocentrismo es la tendencia a girar en torno a nosotros mismos, convertirnos en el centro de nuestros pensamientos y punto de partida de todas las acciones. La persona egocéntrica cambia constantemente de humor porque de demasiada importancia a todo lo que a ella se refiere especialmente si se trata de cosas negativas por parte de los demás.

San José María Escrivá afirmaba que “las personas que están pendientes de sí mismas, que actúan buscando sólo su propio bien, son inevitablemente infelices y desgraciadas. Sólo quien se olvida de sí y se entrega a Dios y a los demás puede ser dichoso en la tierra con una felicidad que es preparación y anticipo del cielo”.

El siguiente cuestionario nos ayudará a reflexionar sobre nuestra capacidad de egocentrismo y olvido de sí

1. ¿Suelo usar la palabra yo para empezar cualquier frase?

2. ¿Me dejan indiferentes las noticias de catástrofes, accidentes y permanezco ajeno en general?

3. ¿Oro por los demás? ¿especialmente por aquellos que se encuentran en mayor dificultad en su vida?

4. ¿Suelo interpretar mal la forma de actuar de los demás? ¿Si no de todos al menos de algunas? ¿O he formado la costumbre de mirar todo con ojos de bondad, de disculpa, de aceptación?

5. ¿Me molesta tratar a las personas que me son antipáticas? ¿Trato de noten mi antipatía?

6. ¿Impongo constantemente mi parecer? ¿Creo que sólo yo tengo la razón? ¿no me gusta recibir consejos? ¿O sé cambiar de opinión con sencillez? ¿reconozco ante los demás cuando me equivoco?

7. ¿Me alegran sinceramente los éxitos ajenos? ¿se hablar bien de los demás? ¿O soy altanero (a), brusco(a)?

8. ¿Renuncio a mis gustos o caprichos personales para complacer a mi esposo (a), hijos, compañeros de trabajo, a cualquiera? ¿o más bien nunca tengo tiempo para agradecer o hacer favores?


¿Cómo olvidarnos de nosotros mismos?

La respuesta como ya lo mencionamos anteriormente es mediante la entrega a Dios y a los demás. Un gran ejemplo de olvido de sí, es el que nos dio la Madre Teresa De Calcuta, cundo le preguntaban por su salud decía: “no sé, no he pensado en ello, tengo tantas cosas que hacer por los demás como para pensar en mi propia salud”.
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El Circulo del Resentimiento, Lecturas - Perdono, pero no olvido

Mantener archivadas las experiencias negativas pone en evidencia la existencia de rencor y resentimiento, que "envenenan" cualquier relación



Perdono, pero no olvido
Perdono, pero no olvido

La discusión había llegado a su momento más álgido y el volumen de las voces se había elevado a tal grado que solamente se escuchaban gritos incoherentes que denotaban enojo y todo tipo de emociones negativas.

De repente, se hizo un silencio absoluto, como si la energía de los dos se hubiera terminado.

Fue entonces cuando la voz de Miriam sonó mientras sus ojos se fijaban como espadas frente a los ojos de su esposo.

Quiero decirte -dijo Miriam-, que no solamente estoy enojada por lo que acaba de pasar, hay muchas cosas que me molestan y me tienen harta.

No sé de qué me estás hablando -respondió él.
Ya vez, lo peor es que la riegas y luego ni siquiera te acuerdas.

¡Espérame!, -dijo él-, ¿a qué te refieres?.

Ese es tu principal problema, que no te acuerdas de lo que no te conviene, pero te voy a refrescar la memoria. ¿Ya se te olvidó el papelito que hiciste cuando te pusiste muy grosero en casa de mis papás...?

¡Óyeme!, pero eso fue el año pasado...

¡Espérame que todavía no acabo! Y el día que quedamos en ir a cenar, y claro...se te olvidó...

Miriam hizo una breve pausa como para tomar aire y casi de inmediato continuó:

Y el día de mi cumpleaños, que ni siquiera te acordaste, tu secretaria te lo tuvo que recordar y llegaste en la tarde con tu regalito, tratando de disimular tu olvido. ¡Ah! Y aquella vez que...

¡Hey! ¡cálmate!, ¿qué te pasa?. De todo eso ya habíamos hablado y en su momento discutimos. Eso ya pasó, ¿por qué lo vuelves a sacar?

Pues por una razón muy sencilla, porque aunque ya te perdoné, ni creas que lo he olvidado.

Cuando se perdona y no se olvida

Hay muchas personas, hombres y mujeres, que tienden a actuar como Miriam.

En un apartado de su mente han colocado un cajón, en el cual, guardan con doble llave las experiencias negativas, los desengaños y los momentos difíciles o dolorosos que han vivido y en el momento oportuno ¡zas!, abren el cajón y sacan de él lo necesario para poner en evidencia su condición de víctimas y los argumentos para chantajear a la pareja.

Mantener archivadas las experiencias negativas, conservar las cuentas pendientes con el "ser amado", pone en evidencia la existencia de rencor y resentimiento, sentimientos que "envenenan" cualquier relación humana.

Cuando se guardan resentimientos, cuando se "perdona" pero no se olvida, la relación se envenena y las personas entran en un juego interminable de cobrarse cuentas pendientes, que como resultado hace infelices a todos los involucrados: al que no olvida, porque el simple hecho de estar recordando las cosas negativas le amarga la vida y le impide la felicidad, y al que se le están echando en cara las cuentas pendientes, porque se siente agredido y manipulado cada vez que le presenten una factura de cobro.

Un elemento importante para lograr la felicidad es el saber perdonar.

¿Qué es perdonar?

Perdonar es abrir una válvula de escape para permitir la salida del veneno acumulado por el rencor y el resentimiento.

Cuando una persona perdona, no está ayudando a quien la ofendió, se está ayudando a sí misma, porque se está deshaciendo de los sentimientos negativos y está recuperando el equilibrio y la paz interior.

En toda relación humana se generan problemas y desacuerdos, se producen situaciones que pueden causar molestia y enojo, pero eso no implica que se tengan que quedar cuentas pendientes.

Hay dificultades y malos entendidos, incluso problemas graves de relación, pero si no se perdona, si se guarda rencor, la relación se va a corroer y la infelicidad de ambos va a ser la principal consecuencia.

El perdón no es cuestión de razón.

El perdón en muchas ocasiones aparece como algo "ilógico", hasta cierto punto irracional, pero lograr perdonar y liberarse del rencor tiene su lógica y su metodología.

¿Cómo evitar el círculo vicioso?

Para evitar que esa cadena de resentimientos y agresiones se convierta en algo interminable, es necesario aprender a perdonar, sin condiciones, sincera y generosamente.

Para poder llegar al perdón, cuando se ha sufrido una ofensa, es conveniente tomar en consideración los siguientes puntos:

Aceptar el dolor: Tratar de aparentar que "al cabo no me importa", es echarle tierra al asunto, pero debajo de esa tierra queda el resentimiento. Solamente reconociendo y aceptado el dolor se puede trabajar para eliminarlo de raíz.

Evitar la competencia: En ocasiones se toma la actitud de "si el otro me hizo, yo le hago.." No se trata de ver a quién le va peor, pues esa es una actitud de: "yo pierdo y tú también", que resulta autodestructiva.

Valorar la ganancia, no la pérdida. Perdonar implica recuperar la paz interior, el equilibrio emocional. Al perdonar, la más beneficiada es la persona que otorga el perdón porque se deshace de los sentimientos negativos.

Buscar soluciones, no al culpable: Lo importante al perdonar es encontrar la manera de restablecer la relación y mejorarla, en vez de identificar quién tiene la culpa de que las cosas no marchen bien.

Evitar poner condiciones: Cuando se ponen condiciones, se corre el riesgo de caer en el chantaje. "Te perdono si tú haces esto o aquello". "Cuando vea que cambiaste, entonces te perdonaré". Estos planteamientos implican una compensación o una especie de desquite y mantienen vivas las actitudes negativas.

Regalar en vez de cobrar: El perdón es un regalo, no es una factura que más tarde se va a cobrar. Perdonar implica decirle al otro: "te perdono, sin pedir nada a cambio". Si se pide algo a cambio, si se cobra ya no hay perdón, hay transacción. El perdón es como el amor, simplemente se da como un regalo, sin condiciones.

Cuando se toman actitudes de desquite, cuando se guardan cuentas pendientes, cuando se entra en un juego de "toma y saca", se está cultivando la infelicidad.

¿Por qué estar luchando contra nuestra propia felicidad? El perdón generoso, desinteresado, es una excelente inversión, ¡se está invirtiendo en la propia felicidad!



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Bella: una película sobre el amor más puro

Bella es una película sobre el amor que va más allá del romance, llena de corazón, alma y buenos mensajes. Increíblemente encantadora, con grandes actuaciones.



Bella: una película sobre el amor más puro
Bella: una película sobre el amor más puro

El primer largometraje de Metanoia Films, hecho con poco presupuesto y pocos famosos, basado en un hecho real, ha resultado ganador —por gracia de Dios, dice Eduardo Verástegui— del Premio del Público en el festival de Toronto. Las críticas a su favor en Estados Unidos son abrumadoras.

Muchos ya hemos escuchado sobre la conversión de Eduardo Verástegui, actor mexicano que iniciaba una exitosa carrera en México y en Hollywood. Después de haber estado inmerso en el ambiente viciado del mundo de la farándula, un encuentro con Dios lo llevó a proponerse un cambio de valores, y a hacer de su vida algo que sirviera a Dios y al prójimo. Según nos hemos enterado por una entrevista en el canal católico de EU, EWTN, su primera intención fue retirarse del mundo a una existencia de soledad y silencio.

Pero un sacerdote que ha tenido contacto con los medios lo desafió a que llevara su mensaje precisamente al mundo del espectáculo y a través del espectáculo. La pregunta era: ¿Se puede? Porque ya estamos acostumbrados (y los mexicanos más) a pensar que sólo triunfa lo vulgar, lo inmoral, lo grotesco, lo deprimente, lo erótico, lo irreverente... la cultura de la muerte, pues.

Ahora, por medio de la misma entrevista, nos enteramos de que este actor, junto con otros cineastas y empresarios que comparten su modo de pensar, ha fundado la productora Metanoia (Conversión) Films, con el objetivo de crear películas que lleven mensajes edificantes y, sobre todo, que muestren las bondades de la cultura latina, en contra de la imagen primitiva y caricaturesca del latino que la cultura Hollywoodense ha creado.

Su primera película, Bella, hecha con poco presupuesto y pocos famosos, basada en un hecho real, ha resultado ganadora —por gracia de Dios, dice Verástegui— del Premio del Público (Peoples Choice Award) en el festival de Toronto que, según los críticos, es como la antesala del Óscar. En situación similar han estado películas como Carros de Fuego, Belleza Americana o La Vida es Bella.

Las críticas a favor en EU han sido abrumadoras. Se trata de una historia de amor que va más allá del romance, llena de corazón, alma y buenos mensajes. Increíblemente encantadora, con grandes actuaciones. Una película poderosa, apasionada e impredecible; una rara joya cinematográfica. Captura las mejores cosas de la vida: amor incondicional, el valor de la vida del no nacido, la familia, la redención... Nos muestra que a veces hay que perder algo para descubrir lo que realmente importa.

Algunos comentaristas han visto en esta película un triunfo de los iberoamericanos, que han desafiado y vencido a los sajones en su propio terreno y con sus propias armas. Nosotros lo queremos ver como un triunfo de la bondad sobre la barbarie. «Dice la Biblia que ni la hoja del árbol se mueve sin la voluntad de Dios», decía el obispo. «Pero algo ha de tener que ver el aigre», decía la viejita. Aquí sucede al revés: no dudamos que Verástegui y sus compañeros sean muy talentosos, pero algo ha de haber tenido que ver Dios.

La película fue estrenada en Estados Unidos el año pasado y en México se estrenará en el mes de mayo. Esperamos que mucha gente se beneficie al irla a ver y que estos inspirados productores encuentren el aliciente para seguir adelante.

Video promocional de la película

Visita el sitio oficial de Bella


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Amor entre esposos: la dimensión desconocida

Amar es un acto voluntario que nos hace crecer como personas. Amar al otro, como Dios nos ama, es el desafío del matrimonio hoy. Conoce las tres dimensiones del amor conyugal: espiritual, afectiva y corporalmente.


Amor entre esposos: la dimensión desconocida
Amor entre esposos: la dimensión desconocida

Amar es un acto de la voluntad. Es buscar el bien de la persona amada. Es decir, buscar su bien porque es persona, y que como tal tiene un alma, un cuerpo y sentimientos.

El amor es darse, es servicio fecundo, es entrega, es generosidad. Amar es el acto más sublime del ser humano. Es actuar como Dios mismo actua.

El amor espiritual de los esposos implica dos voluntades que se comprometen y buscan libremente el bien del otro. Dos inteligencias que han de esforzarse por ayudarse mutuamente a alcanzar su mejor bien, su salvación.

La máxima expresión del amor conyugal se encuentra en la intimidad corporal de los esposos, ya que con ella plasman en su matrimonio la entrega total.

NATURALEZA DEL AMOR CONYUGAL

El Papa Juan Pablo II, en su encíclica Familiaris Consortio, nos habla hermosamente del hombre y de la mujer llamados al amor:

“Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1 Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano”. (FC 11).

¿Qué es amar?
¡Qué vocación más sublime tiene el ser humano! Está llamado a amar. Pero, ¿qué es amar?.

Amar no es, simplemente, desear el bien de los demás. No basta con desearlo. Hay que buscarlo, trabajar por él. Es hacer un esfuerzo por darme a los que yo digo que amo.

Amar, pues, es un acto de voluntad, no un mero deseo o sentimiento. Y ese acto ha de ser libre y voluntario. Un acto que nazca desde nuestro interior. Que yo quiera buscar el bien de las personas que yo amo.

Si Dios nos ha creado por amor, significa que Él, libre y voluntariamente, ha pensado en cada uno de nosotros, ha buscado nuestro bien, por ello nos ha llamado a la existencia. Además, Dios nos ha llamado al amor. Es decir, nos ha invitado a vivir en el amor, que es Él mismo. Dios es amor.

Dice San Agustín en el libro de sus Confesiones:
Nos hiciste, Señor, para Ti. Y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti.

¡Qué vocación tan sublime!. Haber sido creados por amor, y llamados a vivir en el amor. Pero Dios no solo ha creado únicamente al hombre y se olvida de él. Sino que, voluntariamente, por amor, lo conserva como persona.

Si Él se olvidara un segundo de sus creaturas, dejaríamos de existir. Pero no, Él, que lo ha creado por amor, se ha comprometido a buscar su bien desde ahora y para siempre. Porque Él es fiel en su amor. Él no deja ni un instante de amar, de buscar el bien, de pensar en el hombre.

Si esta es la naturaleza del amor, podemos dedudir cómo ha de ser el amor de los esposos.


El Papa Juan Pablo II nos dice al respecto:
En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo, el hombre está llamado al amor en esta totalidad. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual... En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. (FC 11).

Si la persona humana está compuesta de sus tres dimensiones: espiritual, afectiva y biológica; el amor abarcará esta integridad.

La donación amorosa de los esposos comprenderá esas tres dimensiones:

1. AMOR ESPIRITUAL:

El amor ha de ser esa búsqueda generosa, delicada, detallista, por encontrar el bien del esposo o de la esposa. Será un continuo acto de voluntad. Es un compromiso fundamental en la vida conyugal.

Recordemos las palabras del compromiso matrimonial el día de la boda:

“Yo,... , te acepto a ti,... , como mi esposo(a). Y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y a amarte y respetarte todos los días de mi vida”. (Rito para el Sacramento del Matrimonio).

Ese día se estableció esa promesa mutua de amor, de buscar el bien del otro todos los días de la vida.

El amor espiritual de los esposos, es pues, un compromiso que ha de perdurar toda la vida. Un compromiso de pensar en el otro, como Dios piensa en cada uno. Un compromiso de buscar los medios para que el otro sea feliz y alcance su salvación eterna, que es el mejor bien que es posible buscar para la persona amada.

¡Qué grande es el amor espiritual de los esposos! Dos voluntades que se comprometen y buscan libremente el bien del otro. Dos inteligencias que han de esforzarse por ayudarse mutuamente a alcanzar su mejor bien, su salvación. Ambos serán sujeto y objeto de su amor.

Así serán verdadera imagen del amor divino. Pensarán en el bien del otro. Buscarán ese bien. Se mantendrán en un verdadero acto de amor permanente.

Habrá amor, si hay voluntad de dar. El amor es darse, es servicio fecundo, es entrega, es generosidad.

El que verdaderamente ama, no ama algo “en” el ser amado, sino que lo ama a “él mismo”. Lo ama con todo lo que es, como es, quien es. Amar es el acto más sublime del ser humano. Es actuar como Dios mismo actúa: amando.


2. AMOR AFECTIVO:

El ser humano, en su segunda dimensión, la afectiva, posee los sentimientos, las emociones y las pasiones. Los llamaremos afectos.

Un sentimiento, es una reacción de tipo afectivo que puede ser agradable o desagradable. Por ejemplo: Me gusta ir al campo, estoy triste, no me gusta el color de esa blusa.

Una emoción, es un sentimiento que hace vibrar el cuerpo, conmueve el ánimo, de manera positiva o negativa. Por ejemplo: Me enojo porque no hay agua caliente, aplaudo cuando algo me gusta, me conmueve una película o una situación triste o alegre de una persona.

Una pasión, es un sentimiento que perdura con el tiempo. Es algo que me agrada o desagrada siempre o por mucho tiempo. Por ejemplo: Soy un apasionado de un deporte, semana con semana, año con año, disfruto ese deporte. Me encanta el orden profundamente, o el arrego de las cosas. Me apasiona dar clases o leer.

Los afectos vienen y van. Nunca sabemos cuándo han de llegar o cuándo han de irse. Simplemente, ahí están. Los afectos no son ni buenos ni malos por sí mismos. Su bondad o maldad moral dependen del manejo que la persona humana, libre y voluntariamente, haga de ellos.

De esta forma, cuando se presentan afectos que no me ayuden a alcanzar la vida eterna, que no colaboren positivamente en el cumplimiento de mis compromisos libremente contraídos, he de hacerlos a un lado. Por el contrario, si se presentan afectos que me apoyen para ser mejor, he de aprovecharlos. Es más, he de cultivarlos.

Como el amor abarca a toda la persona, en su dimensión afectiva ha de manifestarse. ¿Cómo? A través de esos afectos que me ayuden a vivir mejor mi entrega conyugal.

El sentimiento básico al inicio de un amor es el enamoramiento. Sentimiento que hace que las dos personas se atraigan mutuamente, se deseen, se agraden. El novio busca las mil y una ocasiones para estar en compañía de la novia. Su cercanía le es grata. Piensa en cómo él se “siente” . Le gusta. Le satisface. El muchacho cultiva con detalles ese afecto. Lo viste de flores, de miramientos, de atenciones. Pero lo hace porque él busca el goce de ese sentimiento.

Ese sentimiento se transforma en algo “emocionante”. Todo su ser vibra atraído por la presencia del otro.

De ahí, brota el amor apasionado. Ese enamoramiento permanente que ha de ser cuidado, alimentado, renovado constantemente, para que no se marchite con el tiempo.

¡Sí!. El amor ha de ser apasionado. Que permanezca ante las embestidas de las dificultades, del desgaste del tiempo, de la rutina. Sólo cuando el amor se convierte en pasión, dará a un matrimonio su estabilidad, su permanencia.

Sin embargo, ese amor apasionado podrá ser egoísta, si el muchacho, la novia, el marido la esposa piensan únicamente en su disfrute personal.

Por eso no se puede desligar al amor afectivo del amor espiritual. Este último buscará el bien de la persona amada. Buscará la felicidad del cónyuge, no el propio disfrute de los sentimientos personales.

Cuando se limita el amor a los afectos, la persona que los siente será el centro de esa relación amorosa. Quedará encerrado en un goce personal, egoísta y particular de los sentimientos gratos que origine. El amor, ese llamado a darse a los demás, a darse al cónyuge con totalidad, a buscar el bien de la persona amada, degenerará en un amarse a sí mismo, en un egoísmo, en una desviación contraria al amor auténtico.

De esta forma, si un matrimonio finca su existencia en un sentimiento egoísta de disfrute personal de cada uno de los miembros de la pareja, tarde o temprano se derrumbará.

El amor espiritual y el amor afectivo, han de ir de la mano. Uno junto al otro, complementándose, para que la naturaleza del amor, esa búsqueda del bien de la persona amada, quede revestida e integrada en una sola pieza.

Así, ese afecto amoroso, ha de ser cultivado con todas las fuerzas de la inteligencia y de la voluntad, con finura de alma, con generosidad. Entonces, la pareja vivirá en un ambiente de ternura, de cariño, de atenciones, de delicadezas mutuas, de... amor del bueno. No desearán el goce personal, sino el gozo de ver al otro feliz.

Si el amor busca el bien de la persona amada, el amor afectivo se convierte en una obligación para los cónyuges: fomentar, cuidar y hacer crecer los buenos sentimientos de la pareja, hasta desembocar en un amor apasionado.

Los sentimientos son el ingrediente que le da sabor al matrimonio. No son la base de éste.


3. AMOR CORPORAL

En las Sagradas Escrituras, en el libro de Tobías, encontramos el siguiente relato, lleno de hermosura:
Tobías se levantó del lecho y dijo a Sara: "Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve". Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: “¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres… tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘no es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a ésta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención, Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad”. Y dijeron a coro: “Amén, amén”. Y se acostaron para pasar la noche. (Tb 8, 4-9).

En la constitución pastoral Gaudium et Spes, leemos:

Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud. (GS 49,2).

La máxima expresión del amor conyugal se encuentra en la intimidad corporal de los esposos. Es el tercer ingrediente del amor. Es una manifestación integral del amor que ellos se profesan mutuamente. Se aman espiritualmente, afectivamente y, ahora, complementan ese amor con la totalidad de la entrega mutua, por medio de su cuerpo, en un diálogo amoroso, tierno, lleno de entrega y de generosidad.


El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:

La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por el sacramento.
(CIC 2360).

La entrega total mutua entre los esposos, en toda su integridad como personas, es el sentido más profundo del amor conyugal, sin el cual, cualquier acto dentro de la vida matrimonial carecería de sentido pleno.

Con la intimidad corporal, los esposos plasman en su matrimonio la entrega total. El don de sí adquiere su plenitud. Adquiere, además, la garantía de comunión espiritual. Dos voluntades que libremente se entregan entre sí, conforman esa unidad que las Sagradas Escrituras nos anuncian:

Por eso el hombre dejará a sus padres para unirse a una mujer, y serán los dos una sola carne”. (Gén 2,24).



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Hacer amor; no "hacer el amor"

Logrado por el milagro del matrimonio en su máxima manifestación de intimidad matrimonial y ahí en ese momento HACE AMOR


Hacer amor; no
Hacer amor; no "hacer el amor"

¿Por qué se sigue usando "hacer el amor" para indicar la máxima entrega de los esposos? Se sigue enseñando con el ejemplo en T.V., películas, revistas, etc., lo estrictamente fisiológico... ¿donde quedó el hombre, el animal con espíritu... por qué orgullosamente nos decimos la única creatura con espíritu, con alma...?

En su máxima unión, en su máxima manifestación de trascendencia de lo orgánico a lo espiritual, al crear amor; no corregimos nuestros adjetivos y lo calificamos como corresponde y lo enseñamos a ser vivido y más aún a ser recordado como el paso "supremo" del hombre (con alma) a lo máximo espiritual y en ese momento evadido de la realidad casi toca el más allá, lo etéreo, lo espiritual, lo único, exclusivo humano; logrado por el milagro del matrimonio en su máxima manifestación de intimidad matrimonial y ahí en ese momento HACE AMOR.

Enseñar como meta no lo orgánico de las relaciones sexuales matrimoniales, que se cumplen según un patrón heredado, sino que mientras se va cumpliendo ese ciclo estereotipado, los esposos en cuerpo y alma buscan y logran su mayor intimidad, se contemplan, se elogian (la palabra contribuye a la máxima entrega): son esposos que HACEN AMOR; amor exclusivo de ese matrimonio y no "EL AMOR" genérico, sinónimo de relacionase sexuales. Hacen" el amor" como lo hacen todas las parejas del mundo, porque los instintos de especie son los mismos en todos los seres que a ella pertenecen. LOS ESPOSOS JAMAS PERMITIRÁN ESO. SE ELEVAN SOBRE SUS INSTINTOS Y SUS RELACIONES SON HUMANAS, SON MATRIMONIALES Y MAS AUN SON PERSONALES, PROPIAS DE ESE MATRIMONIO Y DE NADIE MAS.

Esto es muy repetido por su valor e importancia porque dignifica al matrimonio.

Los esposos, en sus relaciones sexuales, HACEN AMOR cuando cumplen con todos los detalles especificados en el capítulo de intimidad matrimonial. Los amantes, las parejas HACEN EL AMOR sinónimo de tener relaciones sexuales tipo extra-matrimoniales.

Cuando se pasa de lo físico a lo espiritual, es la etapa matrimonial, de esposos de las relaciones sexuales matrimoniales. Ahí sí no hay monotonía, nada estereotipado, porque lo psíquico y espiritual es inagotable y es personal por eso es íntimo. Es vivir ese momento exclusivo de muchas coincidencias: matrimonio normal en intimidad matrimonial normal con relaciones sexuales matrimoniales normales y con suficiente evolución para poder, elevándose sobre lo físico: clímax, orgasmo físico, vivir la plena intimidad de esposos buscando hacer una las dos interioridades, el orgasmo de conciencia.

Nunca el ser humano será tan libre, tan pleno, tan infinito.

Ese momento es distinto a cualquier otro momento, de duración efímera; pero los esposos gozarán sus beneficios perpetuándolo en la mente; disfrutarlo con gestos y palabras exaltando la perfección sexual matrimonial que así generó amor: HIZO AMOR.

Hacer amor es privilegio exclusivo de esposos que se esmeran en ello porque es el sustento del matrimonio; mientras que "hacer el amor" es simplemente tener relaciones sexuales con fines eróticos y placenteros que no requieren mas que la capacidad orgásmica de un hombre y una mujer o aún dos del mismo sexo.

Cuanta diferencia entre "hacer el amor" y "hacer amor" Los esposos cumpliendo todos los requisitos ya explicados hacen amor, es su privilegio y para ello deben estar en cuerpo y alma en su intimidad matrimonial mientras que parejas, amantes, homosexuales, prostitutas hacen el amor o sea tienen relaciones sexuales instintivas, eróticas.

La relación sexual matrimonial que "hace amor" se la debe buscar, procurar, lograr, etc. sino no sale de lo simplemente erótico aunque sea fisiológicamente normal (como las relaciones extra-matrimoniales.)

Hay que enseñar primero a humanizar las relaciones, luego hacerlas matrimoniales y por último hacerlas exclusivas de cada matrimonio. Vivido así ese momento, recordarlo, comentarlo entre los esposos para mejorarlo y para agradecerlo al matrimonio que es el único que da esa posibilidad.


HERMOSO Y GRATIFICANTE DESAFIO DEL MATRIMONIO.

Importantísimo:

1.- recordarlo, porque será en palabras tiernas, cálidas, llenas de amor conyugal.

2.- describirlo porque facilitara su repetición y se prolongará su recuerdo permitiendo modificar lo necesario para que sea cada vez más de ambos esposos.

3.- agradecerlo al matrimonio - único capaz de generarlo- porque dignifica, valoriza los esposos que lograron vivir ese momento, sintieron su impulso especial y la necesidad de volver a vivirlo en "cuerpo y alma".

Hicieron amor propio de ese matrimonio, no el "amor común" a otros matrimonios sino exclusivo de ellos. "Hacer el amor" es la expresión menos obscena para decir "relaciones sexuales". Cualquier pareja hace el amor; solo los esposos bien preparados con todos los requisitos y conocimientos necesarios, en intimidad matrimonial "hacen amor" que requiere concentración, pasión y amor conyugal sumado a todos los otros requisitos.

Tener orgasmo físico (que también se logra con simple masturbación) es "hacer el amor" sinónimo de tener relaciones sexuales; pero para "hacer amor" se necesita:

- esposos que se amen

- intimidad matrimonial normal

- preparación y conocimientos

- cumplir todo lo necesario que exigen las relaciones sexuales matrimoniales

- llegar al orgasmo físico que es solo un elemento más para llegar al orgasmo de conciencia

- elevarse al orgasmo de conciencia con intervención de "la palabra"

Así se HACE AMOR CONYUGAL.

¿Cuándo -ella y él- que acaban de conocerse, como se ve en las películas llenan esos requisitos? NUNCA, ello sí hacen el amor; solo los esposos tienen el privilegio de "hacer amor" porque lo necesitan para mantener su matrimonio; el resto como parejas, amantes, etc., hacen el amor o sea tienen relaciones sexuales.

Solo los esposos -repito- cumpliendo lo detallado "hacen amor" que mantiene vivo el matrimonio.

En matrimonio las relaciones sexuales matrimoniales no son solo descargar tensión, satisfacer un deseo, etc.,. El matrimonio exige más pero da todas las posibilidades para lograrlo, solo que hay que explicarlo, enseñarlo para que todos los esposos puedan vivirlo. ES EL MÁXIMO VINCULO DE UNIÓN MATRIMONIAL. Muchos matrimonios llegan a ese momento y no lo viven plenamente porque no saben interpretarlo.

Terminar una relación sexual matrimonial sin que la esposa logre el orgasmo y quedarse dormido no es de esposo. Los esposos deben saber vivir plenamente el momento de máxima intimidad que se alcanza en máxima entrega, en mutua contemplación, sin la ansiosa meta del orgasmo y donde el clímax que llega solo, indica que no habrá más excitación y ahí mirándose a los ojos con las palabras más tiernas de cariño viven plenamente su momento de esposos, HACEN AMOR.

Nadie se apresure a la crítica para defender su propia situación de pareja, amante, etc. porque solo el matrimonio sirve de ejemplo a los jóvenes, lo demás no es defendible y no porque a una pareja "le conviene" como vive es para generalizar ni es el mejor logro humano.

Sé que se criticará que también los amantes pueden hacer amor, etc., etc. pero nadie dejará de creer que matrimonio es la máxima demostración de amor y es lo máximo que un hombre puede ofrecer a la mujer que ama.

Nadie afirma que el matrimonio no es exigente en tiempo, conducta, conocimientos, etc., etc., todos los días y cada día. Pero llegar al matrimonio es una decisión personal en responsabilidad. El ser humano no tiene otra alternativa valida en su vida; la solución es estar bien preparado para semejante empresa -estar educado para el matrimonio con los conocimientos necesarios- Sabiendo como es el matrimonio el que no se anime a semejante o no se sienta capaz de ello que no contraiga matrimonio.

Comentarios al autor: contactos@educ-matrimonial.com.ar


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De la desesperación a la esperanza

La Iglesia de frente a la toxicodependencia


De la desesperación a la esperanza: Familia y toxicodependencia

Introducción

La dependencia de la droga ha sido considerada, en diversas ocasiones por el Santo Padre, en su solicitud pastoral. La asignación del fenómeno de la droga, como competencia específica, al Pontificio Consejo para la Familia, subraya la atención con la cual la Iglesia mira tales problemáticas y a sus funestas y dramáticas consecuencias para la vida de la familia y para el crecimiento de los jóvenes.

En el amplio y complejo fenómeno de la droga y de la toxicodependencia, no son pocos los temas sobre los cuales se puede reflexionar. Hemos elegido uno de particular importancia: la relación entre Familia y Toxicodependencia (1).

El tema de la toxicodependencia preocupa y atrae el interés de varias instancias sociales y pastorales. Del 21 al 23 de noviembre de 1991, por ejemplo, el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, convocó en Roma una Conferencia Internacional con el título específico de "Contra spem in spem: droga y alcohol contra la vida", donde no faltaron contributos de gran realce de las diversas facetas del fenómeno de la droga y de la familia (2).

La reflexión que ahora nos disponemos a presentar es fruto del encuentro de trabajo realizado durante los días 20, 21 y 22 de junio de 1991. Fueron examinados documentos, investigaciones y material diverso sobre este argumento. El encuentro ha sido llamado "en el vértice" tanto por el número restringido de los participantes, como por el hecho de que se trata de personas casi todas empeñadas en el contacto directo con los toxicodependientes.

No es nuestra intención suministrar un tratado exhaustivo del problema droga (existen numerosos y serios estudios al respecto). Queremos solamente poner en evidencia algunos aspectos concernientes a nuestra misión educativo-pastoral y participar, además, a la opinión pública, una preocupación largamente condividida y una esperanza que anima a todos, agregando algunas consideraciones sobre la intervención de cuantos, en nombre de la Iglesia, trabajan activamente en el ámbito de la toxicodependencia.

Fuimos convocados como expertos en cuanto que, a través de nuestras diversas actividades y profesiones, acompañamos de hecho, en una experiencia cotidiana y de cercanía continua, las víctimas de un grave flagelo, del cual el recurso a la droga es sólo signo y síntoma.

Hemos podido constatar en tantos casos, que es la esperanza valiente de una real liberación a empujarnos, como creyentes y miembros de la Iglesia, a sacar adelante, no obstante las dificultades, este servicio en favor de los hermanos necesitados de solidaridad, de comprensión, de confianza y de ayuda.

Durante nuestro encuentro tuvimos la alegría de saludar al Santo Padre Juan Pablo II, paternalmente cercano a nuestra acción pastoral, y de recibir su bendición apostólica. El Sucesor de Pedro nos ha hablado: ha definido este servicio eclesial como un camino "de la desesperación a la esperanza". No hubiéramos podido encontrar una expresión mejor! Por esto la hemos tomado como título, realista y alentador, de nuestro trabajo.


I. EL FENOMENO DE LA TOXICODEPENDENCIA

Indicamos algunos aspectos de un fenómeno complejo y preocupante. En concreto, queremos referirnos ahora a los siguientes puntos: la persona, la familia, la sociedad.


a) La persona

La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor del Padre que, en su plan salvífico, llama a cada uno a la sublime vocación de hijo en el Hijo. Sin embargo, la realización de tal vocación es -junto a la felicidad en este mundo- gravemente comprometida por el uso de la droga, porque ella, en la persona humana, imagen de Dios (cfr. Gen. 1, 27), influye en modo deletéreo sobre la sensibilidad y sobre el recto ejercicio del intelecto y de la voluntad.

Un gran número de cuantos hacen uso de la droga está constituido por jóvenes, y la edad de acercarse al problema desciende siempre más. Hay, sin embargo, hoy también numerosos adultos (35-44 años) entre los consumidores de droga y esto constituye un cambio importante en este campo. Existen además toxicodependientes fuertemente dependientes de las sustancias estupefacientes y otros que hacen uso esporádico; personas marginadas, y otras aparentemente bien integradas en la sociedad. Como es fácil deducir, se está ante un conjunto complejo de un fenómeno diferenciado y articulado.

Los episodios de violencia, que se registran entre los toxicodependientes, indican que no nos encontramos de frente al engañoso e ilusorio "viaje pacífico" de una vez, promovido por la manipulación de masa de la cultura juvenil en los años sesenta, sino de frente a una realidad violenta y a la caída del carácter moral como efecto del uso de la droga.

Los motivos personales al origen de la toma de sustancias estupefacientes, son tantos. Pero, en todos los toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la persona. En todo toxicodependiente pueden verificarse diversas combinaciones de acuerdo con las fragilidades personales que lo hacen incapaz de vivir una vida normal. Se crea en él un estado de ánimo "inmotivado" e "indiferente" que desencadena un desequilibrio interior moral y espiritual del cual resulta un carácter inmaduro y débil que empuja la persona a asumir comportamientos inestables de frente a las propias responsabilidades.

De hecho, la droga no entra en la vida de una persona como un rayo con el cielo sereno, sino que como la semilla echa raíces en un terreno por largo tiempo preparado.

La mujer toxicodependiente, a diferencia del hombre, es herida más profundamente en su identidad y dignidad de mujer, sobre todo si es madre y por esto las consecuencias negativas pueden ser peores.

Quien hace uso de la droga vive en una condición mental equiparada a una adolescencia interminable, como es señalado por algunos especialistas. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que, también independientemente de la voluntad de los padres, no consiguen transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque viven en una sociedad "pasiva", con un estilo de vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales. Fundamentalmente el toxicodependiente es un "enfermo de amor"; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido amado en el modo justo.

La adolescencia interminable, característica del toxicodependiente, se manifiesta frecuentemente en el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen. ¿A quién atribuir la responsabilidad si muchos jóvenes parecen no desear llegar a ser adultos y rehusan crecer? ¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado? Detrás de comportamientos desconcertantes, frecuentemente aberrantes e inaceptables, se puede percibir un rayo de ideales y de esperanza.


b) La familia

Entre los factores personales y ambientales que favorecen de hecho el uso de la droga es, sin duda, el principal, la falta absoluta o relativa de la vida familiar, porque la familia es elemento clave en la formación del carácter de una persona y de sus actitudes hacia la sociedad. Detengámonos en algunos factores de mayor importancia.

El toxicodependiente viene frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar al stress porque es inestable, incompleta o dividida. Hoy van en preocupante aumento las salidas negativas de las crisis matrimoniales y familiares: facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes, falta de diálogo, etc. Pueden preparar una elección de la droga, el silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el stress como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc.; en síntesis, una incapacidad de impartir una educación abierta e integral. En muchos casos los hijos se sienten no comprendidos y se encuentran sin el apoyo de la familia. Además, la fe y los valores del sufrimiento, tan importante para la madurez, son presentados como antivalores. Padres no a la altura de su tarea, constituyen una verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos.

¿Y qué decir de algunos comportamientos distorsionados o desviados en el campo sexual de ciertos núcleos familiares?

En no pocos casos las familias sufren las consecuencias de la toxidependencia de los hijos (por ejemplo, violencias, robos, etc.), pero sobre todo deben compartir las penas psicológicas o físicas. La vergüenza, las tensiones y los conflictos interpersonales, los problemas económicos y otras graves consecuencias, pesan sobre la familia, debilitando y resquebrajando la "célula fundamental" de la sociedad.

Junto a la familia de origen, ha de ser tenida en cuenta también la familia que crean los toxicodependientes. Se trata no raramente de parejas en las que ambos son drogadictos. Muchos, aun siendo todavía jóvenes, son ya separados o divorciados, o también conviven unidos de hecho. En este contexto adquieren importancia los problemas de los hijos de los toxicodependientes, sobre todo bajo el aspecto educativo, como también los problemas de los hijos de toxicodependientes ya fallecidos.

Merecen particular atención las mujeres toxicodependientes en embarazo: muchas son madres solteras o de cualquier modo abandonadas a sí mismas. Por desgracia, en vez de salir a su encuentro con una concreta solidaridad y asistencia para que puedan acoger y respetar la vida del no nacido, se les propone, como solución más oportuna, el aborto (3).


c) La sociedad

La toxicodependencia, tan ampliamente difundida, es índice del estado actual de la sociedad. Hoy la persona y la familia se encuentran en una sociedad "pasiva", es decir, sin ideales, permisiva, secularizada, donde la búsqueda de evasiones se manifiesta en tantos modos diversos, del cual uno es la fuga en la toxicodependencia.

Nuestra época exalta una libertad que "no se ve positivamente como una tensión hacia el bien... sino... como una emancipación de todos los condicionamientos que impiden a cada uno seguir su propia razón" (4). Se exalta el utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el egoísmo. La búsqueda de un bien ilusorio, bajo la marca del máximo placer, termina por privilegiar a los más fuertes, creando en la mayoría de los ciudadanos condiciones de frustración y de dependencia. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios mismo son cancelados en la sociedad y en la relación entre los hombres.

Se ha afianzado en la sociedad actual un consumismo artificial, contrario a la salud y a la dignidad del hombre, que favorece la difusión de la droga (cfr. CA, 36). Tal consumismo, creando falsas necesidades, empuja el hombre, y en particular a los jóvenes, a buscar satisfacciones sólo en las cosas materiales, causando una dependencia de ellas. Además, una cierta explotación económica de los jóvenes se difunde fácilmente, precisamente en este contexto materialístico y consumístico. En diversas regiones, además, la desocupación de los jóvenes favorece la difusión de la toxicodependencia.

A ningún atento observador escapa que la sociedad actual favorece la promoción de un hedonismo desenfrenado y un desordenado sentido de la sexualidad. Se ha separado el ejercicio de la sexualidad de la comunión conyugal y de su intrínseca orientación procreativa, permaneciendo en un superficial gozo al cual, con frecuencia, se subordina incluso la dignidad de las personas.

En una sociedad que busca la gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la cual se está más interesado en "tener" que en "ser", no sorprende la cultura de la muerte que considera el aborto y la eutanasia como bienes y derechos. Se ha perdido el sentido de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la frustración y a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así descrita, la droga es una fácil e inmediata, pero mentirosa, respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor.

Hoy la familia comparte la tarea de la educación con tantas otras instituciones y agencias educativas, pero faltan entre estas muchas veces, la necesaria unión y coordinación. De esto resulta una falta de claridad y de coherencia entre los valores propuestos. Dicha incoherencia en la educación de los jóvenes es, en gran parte, responsable de la crisis de los valores que genera confusión. De hecho, son propuestos a los jóvenes ideales no sólo desarticulados sino contradictorios.

Los mass media ejercen un influjo con frecuencia negativo respecto de la mentalidad que favorece la difusión de la toxicodependencia, sobre todo en el mundo juvenil. Con mensajes directos e indirectos, y a través de la industria del espectáculo para los jóvenes, crean modelos, proponen ídolos y definen la "normalidad" por medio de un sistema de pseudo-valores. No conviene olvidar además, la violencia cotidianamente suministrada al público por medio de ciertos video cassettes.

Algunos de nosotros, participantes al encuentro, consideramos que existe el riesgo, por parte de los mass media, de presentar una imagen del toxicodependiente que induce solamente a criminizarlo como el único culpable. No se pueden negar los talentos, la inteligencia y otras capacidades de tantos jóvenes toxicodependientes; y conviene más bien tenerlas en cuenta para toda iniciativa de recuperación.

Ha sido además subrayada la responsabilidad del Estado en aquello que concierne la organización de los medios de comunicación, y más en general, del entero sistema legal que tutela a los ciudadanos de la amenaza proveniente de la distribución y del consumo de la droga.

Hablando de responsabilidad no conviene olvidar, dadas las implicaciones religiosas de los problemas ligados a la droga, algunos silencios, faltas e insuficiencias todavía presentes en la pastoral de la Iglesia.

El fenómeno de la droga, considerado en la persona, en la familia y en la sociedad, hace evidente la necesidad urgente de "sabiduría" para recuperar la conciencia del primado de los valores morales de la persona como tal. "Volver a comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales", afirma el Santo Padre, Juan Pablo II, "es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad... La educación de la conciencia moral que hace a todo hombre capaz de juzgar y de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original, se convierte así en una exigencia prioritaria e irrenunciable" (FC, 8). Con la ayuda de esta sabiduría la nueva cultura emergente "no apartará a los hombres de su relación con Dios, sino que los conducirá a ella de manera más plena" (ibid., 8). Este es el auténtico "nuevo humanismo", que no puede dejar de ser "un auténtico humanismo familiar", al que pertenece una "nueva mentalidad... esencialmente positiva, inspirada en los grandes valores de la vida del hombre" (5).


II. TAREA ESPECIFICA DE LA IGLESIA

¿Cuál es la tarea específica de la Iglesia de frente al fenómeno de la toxicodependencia?


a) La Iglesia y la evangelización

La Iglesia, enviada como "sacramento universal de salvación" (LG, 48; AG, 1), es el pueblo misionero de Dios. El compromiso misionero de la Iglesia, su actividad evangelizadora, cae sobre todos los miembros de este pueblo, cada uno en proporción de sus posibilidades (cfr. AG, 23): "A todos los fieles... es impuesto el noble honor de trabajar con el fin de que el divino mensaje de la salvación, sea conocido y aceptado por todos los hombres, sobre toda la tierra" (AA, 3).

La Iglesia es "experta en humanidad" (PP, 13). Al centro de sus preocupaciones está el hombre, objeto del amor creador, redentor y santificador de Dios, Uno y Trino. Jesucristo, "propter nos homines et propter nostram salutem" ("por nosotros los hombres y por nuestra salvación"), ha bajado del cielo, se ha encarnado, ha muerto y ha resucitado.

El mensaje de la Iglesia se dirige a toda la sociedad y a todos los hombres para señalar la alta vocación de Dios al hombre. Hace parte, sin embargo, de este mensaje, el hecho de que el hombre redimido lleva en sí mismo las heridas del pecado original y por tanto la inclinación a la dependencia y a la esclavitud del pecado.

La Iglesia anuncia que Dios salva al hombre en Cristo, revelándole su vocación, inscrita en la verdad sobre el hombre y desvelada plenamente en Cristo Jesús (cfr. GS, 22). En esta luz, todos tienen derecho a conocer que la vida es un SI a Dios y a la santidad, no simplemente un NO al mal.

La persona está llamada a vivir en ("ex sistere") comunión con Dios, consigo mismo, con el prójimo, con el ambiente (cfr. GS, 13). Vivir tales relaciones, en especial aquella con los otros, hace evidente la plena e integral valoración de la corporeidad masculina y femenina, que desvela el sentido profundo de la vida humana, como vocación al amor (cfr. FC, 11). Pero el pecado influye en estas relaciones. Para vivir los valores humanos y cristianos en modo auténtico, además de la indispensable ayuda de la gracia divina, son necesarios: la libertad del espíritu contra el materialismo y el consumismo, la verdad sobre el bien y sobre el hombre contra el utilitarismo y el subjetivismo ético, la grandeza del amor, que busca siempre el bien del otro a través también de la donación de sí, contra la banalización de la sexualidad y el hedonismo.

El amor misericordioso de Dios mira en modo especial a quienes necesitan más de su acción compasiva y liberadora. El Señor ha dicho que son los enfermos los que tienen necesidad del médico (cfr. Mt. 9, 12; Mc. 2, 17; Lc. 5, 31).

Al toxicodependiente se dirigen la solicitud y las actividades de muchas personas e instituciones. También diversas ciencias y disciplinas se ocupan de sus problemas. ¿Bajo qué aspecto, entonces, la Iglesia se pone al servicio de quienes se encuentran bajo el yugo de esta nueva forma de esclavitud?

En su actitud decididamente pastoral, empleando los instrumentos ofrecidos por las ciencias, la Iglesia se acerca al toxicodependiente con su radiante concepción de la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre (6).

Ella propone una respuesta específica en cuanto poseedora de los valores morales humano-cristianos, que miran a todos, y son disponibles para todos con métodos abiertos a todos: creyentes o no creyentes, toxicodependiente o personas con riesgo de serlo, jóvenes o ancianos, sujetos provenientes de familias "sanas" o sin familia. Se trata de valores de la persona como tal. La propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre el hombre. Anuncia a cuantos viven el drama de la toxicodependencia y sufren una existencia miserable, el amor de Dios que no quiere la muerte sino la conversión y la vida (cfr. Ez. 18, 23). Aquí se trata de la vida plena, de la vida eterna, proclamada en medio a situaciones que la ponen en peligro o la amenazan.

Al toxicodependiente, carente fundamentalmente de amor, hay que hacer conocer y experimentar el amor de Cristo Jesús. En medio de una desazón atormentada, en el vacío profundo de la propia existencia, el itinerario hacia la esperanza pasa por el renacer de un ideal auténtico de vida. Todo esto se manifiesta plenamente en el misterio de la revelación del Señor Jesús. Quien toma sustancias estupefacientes debe saber que, con la gracia de Dios, es capaz de abrirse a quien es "el camino, la verdad y la vida" (Jn. 14, 6).

Puede así comenzar un itinerario de liberación descubriendo que él es imagen de Dios, en la realidad de Hijo, que debe crecer en la similitud de la imagen por excelencia que es Cristo mismo (cfr. Col. 1, 15).

La Iglesia, con su contribución específica, interviene en el problema de la toxicodependencia, ya para prevenir el mal, ya para ayudar los toxicodependientes en su recuperación y reinserción social.

Así, nosotros somos testigos de que el prisionero de la droga, con la ayuda de la Iglesia, puede iniciar un nuevo camino y asumir una actitud que lo abra hacia una siempre y mayor plenitud de vida nueva.


b) La Iglesia de frente a la toxicodependencia

La respuesta de la Iglesia al fenómeno de la toxicodependencia es un mensaje de esperanza y un servicio que, más allá de los síntomas, va al centro mismo del hombre; no se limita a eliminar el mal, sino que propone rumbos de vida. Sin ignorar ni despreciar las otras soluciones, ella se sitúa a un nivel superior y global de intervención que tiene en cuenta su precisa visión del hombre y en consecuencia indica nuevas propuestas de vida y de valores. Su tarea es evangélica: anunciar la Buena Nueva. No asume una especie de función sustitutiva respecto de otras instituciones e instancias humanas. Su servicio está, en efecto, en la misma "escuela evangélica" hecha a través de formas concretas de acogida que son la traducción práctica de su propuesta de vida, de su mensaje de amor.

Es precisamente en la misma actividad evangelizadora de la Iglesia que se coloca su intervención sobre el problema de la toxicodependencia. Tal actividad, sea aquella dirigida "ad intra" que "ad extra", lleva a "servir el hombre revelándole el amor de Dios, que se ha manifestado en Jesucristo" (RM, 2). Este anuncio "mira a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe" (Ibid., n. 46): "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc. 1, 15). Se trata de una conversión que "significa aceptar, con decisión personal, la soberanía de Cristo y llegar a ser sus discípulos" (RM, 46). Solo en El toda persona puede encontrar el verdadero tesoro, la verdadera y definitiva razón de toda su existencia. Adquieren un maravilloso significado respecto a los toxicodependientes las palabras de Cristo: "Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré" (Mt. 11, 28).

El Evangelio une la proclamación de la Buena Nueva a las buenas obras, como por ejemplo, a la curación de "toda enfermedad y toda dolencia" (Mt. 4, 23). La Iglesia es "fuerza dinámica", "signo y animadora de los valores evangélicos entre los hombres" (RM, 20). Por tanto, la Iglesia, "teniendo siempre firme la prioridad de las realidades trascendentes y espirituales, premisas de la salvación escatológica", ha ofrecido siempre su testimonio evangelizador junto a sus actividades: diálogo, promoción humana, compromiso por la justicia y la paz, educación y atención de los enfermos, asistencia a los pobres y a los pequeños (cfr. Ibid.). Sin embargo, ha de estar muy claro que en la proclamación de la Buena Nueva del amor de Dios, ella no coarta la libertad humana: se detiene ante el sagrario de la conciencia; propone, pero no impone nada (cfr. Ibid.).

El Santo Padre recuerda que el testimonio evangelizador de la Iglesia consiste en proclamar la Buena Nueva, como quien ha reconocido en Jesucristo la meta del propio destino y la razón de toda su esperanza (7).

Refiriéndose al toxicodependiente, el Sumo Pontífice afirma que es necesario "llevarlo al descubrimiento o al redescubrimiento de la propia dignidad de hombre; ayudarlo a hacer resurgir y crecer, como un sujeto activo, aquellos recursos personales que la droga había sepultado, mediante una confiada reactivación de los mecanismos de la voluntad, orientada hacia seguros y nobles ideales" (8). Siguiendo esta línea de la formación del carácter del toxicómano, el Santo Padre continúa: "Ha sido concretamente probada la posibilidad de recuperación y de redención de la pesante esclavitud... con métodos que excluyen rigurosamente cualquier concesión a la droga, legal o ilegal, con carácter sustitutivo" (9). Luego concluye: "La droga no se vence con la droga" (10).

¿Pero cuáles son los "seguros y nobles ideales" necesarios para el crecimiento del toxicodependiente como sujeto activo? Son aquellos que responden a la necesidad extrema del hombre de "saber si hay un por qué que justifique su existencia terrena" (11). Por este motivo, "es necesaria la luz de la Trascendencia y de la Revelación cristiana. La enseñanza de la Iglesia, anclada en la palabra indefectible de Cristo, da una respuesta iluminadora y segura a los interrogantes sobre el sentido de la vida, enseñando a construirla sobre la roca de la certeza doctrinal y sobre la fuerza moral que proviene de la oración y de los sacramentos. La serena convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos es el método más seguro también para prevenir el mal terrible de la droga, para curar y rehabilitar sus pobres víctimas, para fortalecerlas en la perseverancia y en la firmeza sobre las vías del bien" (12).

Hoy, con la vasta difusión de la droga, la Iglesia se encuentra frente a un nuevo reto: debe evangelizar tal situación concreta. Por esto indica:

1. el anuncio del amor paterno de Dios para salvar al hombre, un amor que supera todo sentido de culpa;

2. la denuncia de los males personales y de los males sociales, que causan y favorecen el fenómeno de la droga;

3. el testimonio de aquellos creyentes que se dedican a la atención de los toxicodependientes según el ejemplo de Cristo Jesús, que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida (cfr. Mt. 20, 28; Fil. 2, 7). Esta triple actividad comporta:

Una tarea de anuncio y profecía que presenta la visión evangélica original del hombre;
Una tarea de servicio humilde a imagen del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas.
Una tarea de formación moral hacia las personas, las familias y las comunidades humanas, a través de los principios naturales y sobrenaturales para llegar al hombre pleno y total.


III. PRESENCIA EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA

Después de haber examinado cuál es la misión específica de la Iglesia frente al fenómeno de la droga, deseamos considerar los sujetos llamados a intervenir en la atención pastoral de la Iglesia en combatir el mal de la toxicodependencia y ayudar a las víctimas.


a) Presencia en la familia

La Iglesia siente el deber de reservar una atención privilegiada a la familia, núcleo central de toda estructura social, y debe "anunciar con alegría y convicción la Buena Nueva sobre la familia" (FC, 86) para promover una auténtica cultura de la vida. Aunque la familia es asediada por tantos peligros hoy en una sociedad secularizada, hay que tener confianza en ella. "La familia -afirma Juan Pablo II- posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad" (FC, 43).

Más aún, según el Santo Padre, la Iglesia debe tener una particular solicitud pastoral "hacia los individuos cuyas existencias están marcadas por tragedias personales y devastadoras y hacia las sociedades que se encuentran ante el deber dominar un fenómeno siempre más peligroso" como es la toxicodependencia (13).

La familia es un núcleo vital e imprescindible de la misma existencia humana, dado que el hombre es a la vez sujeto personal y comunitario (reflejo del Dios Uno y Trino). Ahora bien, si la Iglesia quiere hacer frente de modo eficaz al fenómeno de la droga, debe centrar en la familia su prioridad pastoral: "el futuro de la humanidad se fragua en la familia!" (FC, 86). La familia es "La primera estructura fundamental a favor de la ecología humana" ... y "Santuario de la vida" (CA, 39), célula crucial de la sociedad, porque en ella se reflejan en el bien y en el mal, los diversos aspectos de la vida y de la cultura.

No obstante el desinterés, los prejuicios y hasta la hostilidad que hoy amenazan la institución familiar, la experiencia de cuantos trabajan con especial competencia en el mundo de la toxicodependencia (psiquiatras, psicólogos, sociólogos, médicos, asistentes sociales, etc.), confirma en modo unánime que el modelo cristiano de la familia permanece como el punto de referencia prioritario sobre el cual insistir en toda acción de prevención, recuperación e inserción de la vitalidad del individuo en la sociedad.

Este modelo radica en el amor auténtico: único, fiel, indisoluble de los cónyuges. Es necesario volver a la concepción cristiana del matrimonio como comunidad de vida y de amor, porque de otra manera se cae en modelos de egoísmo e individualismo. Esto exige una educación en el don recíproco y en la generosidad junto a una constante educación espiritual y religioso-moral.

Somos bien conscientes que tal proyecto divino choca contra la actual cultura narcisística, autosuficiente y efímera. Es entonces indispensable una estrategia de sostenimiento, de solidaridad, de apertura entre las diversas familias, en una obra de paciente y recíproca acogida.

En el esfuerzo de prevención y en la lucha contra la droga, la familia debe hacer un llamado, frente a las dificultades de la vida cotidiana, a los recursos interiores de todos sus miembros. Desde la primera adolescencia los hijos miran a los padres y a la familia como modelos de vida. Luego tienden a separarse y casi a oponerse a ellos, para buscar una propia y autónoma realización fuera de la familia, siguiendo modelos con frecuencia en contraste con aquellos familiares. La familia, debe regresar a ser el lugar donde ellos puedan tener la experiencia de la unidad que los refuerza en su peculiar personalidad. Las familias deben ser objeto y sujeto de educación en la solidaridad y en el amor-don.

Es necesario recuperar el sentido de la vida de cada día; por tanto la familia debe reaccionar ante los grandes llamados publicitarios que falsean la prospectiva de la vida.

La acción pastoral de la Iglesia, centrada en la prioridad de la familia, interesa a todos y no solamente a aquellos que trabajan en tantos sectores de "malestar social". La pastoral familiar constituye la mejor prevención porque se interesa de la educación, informa la catequesis, orienta los cursos de preparación al matrimonio, da vida a institutos de formación familiar, suscita grupos de reflexión y de oración, promueve formas concretas de empeño como el voluntariado, implicando a todo componente de la comunidad cristiana.

La familia, "Iglesia Doméstica" (cfr. LG, 11), es capaz de afrontar todo a la luz de la Palabra de Dios interpretada por el Magisterio, y si Dios ocupa realmente el primer puesto, llega a ser el lugar del crecimiento y de la esperanza pues en ella cada día se reconstruye la vida cristiana con amor, fe, paciencia y oración. El Magisterio afirma que "la familia, como la Iglesia, debe ser un espacio en el cual el Evangelio es transmitido y de donde el Evangelio se irradia" (EN, 71).

La familia crea "un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible" (CA, 39). En ella los adultos descubren su papel educativo para la formación del carácter de los hijos, y el niño se presenta a la vida y aprende a amar. El hombre recibe "las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona" (Ibid.). Los adultos son educados en respetar los hijos como personas únicas e irrepetibles, con sus dones y una propia vocación. Deben formarlos en la autoestima, en el descubrimiento de sus propias capacidades para discernir los valores morales. La familia debe continuamente sensibilizarles en modo formativo sobre el fenómeno de la droga y los peligros del descarrilamiento. Recuérdese sin embargo que "educar" no es sólo "informar": la sola información podría despertar el deseo de probar, la curiosidad y la imitación. En el proceso formativo es importante tener presente las diversas etapas del desarrollo de la personalidad del individuo que se ha de educar. Si la familia, posteriormente, descubre que está directamente implicada en el drama de la toxicodependencia no debe absolutamente cerrarse, ni tener miedo de hablar de manera clara de lo que está viviendo. Debe tener el valor de pedir ayuda a quien está en grado de ayudar y puede válidamente aconsejarla. Cerrándose, en efecto, en la propia pena a causa de una malentendida vergüenza, terminaría por hacer el juego del toxicodependiente.

Todo esto no es fácil. Pero solamente se crece a través de la superación de las dificultades, en un entrenamiento constante, hecho también de derrotas. En este caso los padres ven el sufrimiento y los sacrificios como sinvalores, pero no es así. El sufrimiento y los sacrificios ayudan a crecer y a madurar, reforzando la voluntad y el carácter. Nos lo ha enseñado quien, a través del sufrimiento, ha redimido la humanidad. A veces los padres deben saber tomar decisiones dolorosas para ayudar al hijo toxicodependiente. Decisiones que, sin embargo, nunca están desprovistas de afecto. Y de afecto tienen ciertamente necesidad también los padres. Cuánto es elocuente la observación de tantos padres cuando manifiestan que les es necesario ante todo cargarse ellos de afecto para poderlo luego dar a sus hijos tan necesitados de amor!


b) Presencia en la parroquia

El trabajo pastoral de la parroquia coopera en edificar la Iglesia, comunidad de salvación, y en sanar el corazón del hombre. Y a esto tiende a través de toda su actividad.

Ante todo, en el anuncio de la Palabra de Dios: un anuncio fuerte y comprometido en todas sus formas (catequesis, homilía, enseñanza de la religión en la escuela, etc.) que favorece el crecimiento de la fe. La palabra proclamada, cuando es acogida, renueva al hombre y lo convierte en verdadero testigo del Evangelio. En el Evangelio se aprende la caridad de Cristo, reveladora de la justicia y de la misericordia del Padre celeste, evitando así, juzgar al propio hermano (cfr. Sant. 4, 11-12). Se forman además conciencias críticas respecto a los falsos valores y a los ídolos propuestos por la sociedad consumista y hedonista. Se comprende mejor que las vías para una calidad de vida digna del hombre, no son aquellas que hacen de la eficiencia y del suceso el primer y absoluto criterio, sino aquellas que presentan al hombre propuestas exigentes y empeños valerosos, abriéndolo al horizonte de la verdadera libertad, lejos de las abundantes dependencias y placeres que lo hacen esclavo. La palabra de Dios da a los jóvenes valor, fuerza, comprensión y esperanza.

En la liturgia se hace presente el misterio salvífico de Cristo. Toda comunidad, al celebrarla gozosamente, recibe los dones de su Redentor, y descubre las indigencias de los necesitados y de los pobres.

Al recibir en la Eucaristía al Señor, descubre la exigencia de abrirse a los hermanos. La Iglesia, además, medita el ejemplo de Cristo que no vino a buscar los sanos sino a los enfermos, a llamar no a los justos, sino a los pecadores a la conversión (cfr. Mc. 2, 15. 17). Esto implica, para las comunidades eclesiales, la disponibilidad a prestar una atención concreta a las diversas formas de pobreza presentes en su propio ámbito. Hacerse cargo de estas pobrezas en nombre de la solidaridad activa, es la primera vía para prevenir estas desgracias y dar sentido a la vida.

La pastoral de la prevención es para la parroquia una prioridad pues ella es comunidad educadora. Los adultos deberían sentirse en la comunidad educadores y corresponsables de la formación de cada hijo, de cada joven. En este ámbito debe revalorizarse la corrección fraterna como recíproco estímulo al bien y a lo mejor. A la base de todo está el amor abierto a todo hombre, especialmente a los más pobres. Este amor se manifiesta en la solidaridad.

En cuanto a los jóvenes es necesaria una pastoral exigente:

  • En el plan espiritual del crecimiento en la santidad;
  • En el adiestramiento al servicio gratuito y generoso;
  • En las actividades de formación juvenil y en general de "educación a la vida sana", bajo el aspecto deportivo, sanitario, cultura y espiritual.

    La presencia de toxicodependientes llama toda la parroquia al empeño que sobrepasa la simple ayuda económica o la fácil delegación a las estructuras especializadas. En la comunidad cristiana, deberían las familias o los grupos de familias, hacerse disponibles para acoger o asistir un toxicodependiente en la fase de reinserción social o laborativa. Así pues, deberían surgir, como ya se está dando de hecho, comunidades educativas de voluntariado abiertas al territorio (parroquia, barrio, municipio). Toma cuerpo de tal manera un servicio evangélico y se ofrece un mensaje de esperanza, concretizado por medio de precisos gestos de acogida y de amor.


    c) Presencia en las comunidades para la atención de los toxicodependientes

    En la Iglesia existen también múltiples iniciativas para la prevención, la acogida y la recuperación de los toxicodependientes, y su reinserción social. Mientras su fuente de inspiración es única, diversas son las capacidades creativas de quienes la concretizan. Pero si la fuente es el Evangelio, y su servicio es un mensaje de amor y de esperanza, todas estas iniciativas no pueden ser sino de comunión, teniendo como punto de referencia la regeneración de la persona y de la familia y la llamada del hombre a vivir en relación.

    La comunidad para la atención de los toxicodependientes no es solamente una estructura, sino un estilo de vida que debe encarnarse en todas partes: en casa, por la calle, en la escuela, en el trabajo, en la diversión. El elemento indispensable, y punto de fuerza del empeño eclesial en este campo, permanece la recuperación del hombre mediante una acción inspirada por una propuesta evangélica que se hace posible a través de varias formas de acogida en la cual se hace concreto el mensaje de amor y de salvación de la Iglesia.

    Somos conscientes, desde luego, de cómo, en tantas comunidades, personas que han superado la toxicodependencia se convierten en apoyos válidos y testigos creíbles para otros; son como maestros de prevención con el ejemplo de esperanza y de recuperación positiva. Los ex-toxicodependientes llegan a ser especialistas en afrontar el problema de la droga puesto que han vivido en su propia piel el sufrimiento; han sabido acepta la propuesta evangélica, y por consiguiente son los más adecuados para transmitir cuanto han recibido a quien está en la situación en la que ellos mismos se encontraban.

    Otras características específicas de las comunidades para la recuperación de los toxicodependientes se confían a la creatividad y a los diversos carismas y concepciones de cuantos participan en ella. En el respeto de las diversas formas de iniciativa, la Iglesia por medio de tales estructuras, ofrece un servicio eficaz a los toxicodependientes permaneciendo siempre fiel a la propia misión; y exige una propuesta de clara coherencia a cuantos pretenden seguirla. Ante estas múltiples obras e iniciativas, la Iglesia tiene también la tarea del discernimiento. La adhesión al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia, constituye el parámetro para definir la identidad cristiana de cada comunidad, que tal pretende ser.

    En un texto de esta naturaleza, no podemos adentrarnos en valorar la variedad de los métodos utilizados en la atención de las víctimas de la toxicodependencia. Esas dependen también del contexto cultural de las naciones, del estado particular de las familias y de los toxicodependientes mismos. Pueden existir acentuaciones, de acuerdo con el grado de secularización, de presencia de los valores cristianos en la comunidad y en la persona, víctima de esta esclavitud (14).

    La Iglesia, respetando la autonomía de las ciencias, y su propia metodología, se interesa más en el esfuerzo de la evangelización, sobre todo cuando el trabajo se desarrolla en las instituciones que pertenecen o que son puestas bajo la inspiración y la dirección de agentes pastorales de la Iglesia. La verdad sobre el hombre y sobre Cristo debe estar en el centro de una recuperación integral. Es necesario leer con atención la afirmación del Santo Padre, Juan Pablo II: "Los hombres tienen necesidad de la verdad; tienen la necesidad absoluta de saber por qué viven, mueren, sufren! Pues bien, vosotros sabéis que la verdad es Jesucristo! El mismo lo ha afirmado categóricamente: "Yo soy la verdad" (Jn. 14, 6). "Yo soy la luz del mundo: quien me sigue, no camina en las tinieblas" (Jn. 8, 12). Amad, pues, la verdad! Llevad la verdad al mundo! Testimoniad la verdad que es Jesús, con toda la doctrina revelada por El mismo y enseñada por la Iglesia divinamente asistida e inspirada. Es la verdad que salva nuestros jóvenes: la verdad toda entera, iluminadora y exigente, como es! No tengáis miedo de la verdad y oponed solo y siempre a Jesucristo ante tantos maestros del absurdo y del recelo, que pueden tal vez fascinar, pero que luego llevan fatalmente a la destrucción" (15).


    d) Presencia en la cultura

    Existe una interdependencia entre el perfeccionamiento de la persona humana y el desarrollo de la misma sociedad (cfr. GS, 25). Desde el momento en que el hombre y la sociedad tienden, en el interior del orden temporal, al bien común, por medio de la cultura, de manera especial, el desarrollo y la transmisión de esta se encuentran entre los principales campos de servicio a la humanidad en la que la Iglesia debe estar presente.

    La cultura contribuye al desarrollo y a la perfección de las capacidades del hombre, tanto mentales como físicas. A través de la cultura el hombre promueve el bien común de la sociedad creando aquellas condiciones sociales aptas para satisfacer con facilidad sus necesidades y sus legítimos deseos. Tales condiciones sociales, si quieren corresponder a la verdadera vocación del hombre, deben basarse en la eminente dignidad de la persona humana que puede ser completamente comprendida sólo a la luz de la trascendencia de la revelación cristiana.

    Por esto la Iglesia debe "evangelizar -no de manera decorativa, a semejanza de un barniz superficial, sino de modo vital, en profundidad y hasta las raíces- la cultura y las culturas del hombre..., partiendo siempre de la persona y regresando a las relaciones de las personas que entre ellas y con Dios" (EN, 20). A través de esta evangelización, la Iglesia mira a la conversión, es decir, a la transformación de las conciencias, sea individuales que colectivas. Al hacer esto, la Iglesia no destruye, sino que transforma interiormente la cultura, regenerando "los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el diseño de salvación" (EN, 19).

    Por otra parte, la toxicodependencia es el resultado de una cultura que, vacía de tantos valores humanos, compromete la promoción del bien común y, por tanto, la auténtica promoción de la persona. De aquí el empeño que pide el Santo Padre a los laicos en promover el ámbito del bien común que protege la solidez de tantas personas en el bien. Es por tanto la misión de la Iglesia reevangelizar esta cultura y animar este orden temporal que la hace posible. Esto es sobre todo tarea de los fieles laicos en su participación en el orden social en sus diversos aspectos (cfr. CL, 42).

    Es necesaria la presencia evangelizadora de la Iglesia en los puestos privilegiados de la cultura como las instituciones educativas (escuela, universidad, etc.), para una eficaz acción de prevención. Tales centros son también lugares fundamentales para la formación del carácter donde los educadores son llamados a detectar a tiempo aquellos que pueden ser víctimas de la droga. La escuela debe obrar siempre en estrecha colaboración con los padres en cuanto participa, en modo subsidiario, en la formación de los jóvenes.

    Dada la importancia de los medios de comunicación social, sea para la formación que para la transmisión de la cultura, no puede faltar la presencia de la Iglesia en este campo. La Iglesia evangelizadora debe hacer una obra de prevención promoviendo, a través de ellos, un "nuevo humanismo" (cfr. FC, 7).


    CONCLUSIÓN

    Estas páginas, fruto del encuentro de personas con muchos años de experiencia, proponen algunas reflexiones para el trabajo de prevención de la toxicodependencia y la recuperación de los toxicodependientes. Objetivo final del presente estudio es que el hombre, dejando a un lado las falaces dependencias, reencuentre la verdadera libertad en la dependencia filial del Padre celestial.

    Al concluir, nos dirigimos a la Madre de Dios, que ha vivido en modo armonioso sus relaciones fundamentales de acuerdo con el querer de Dios. Ayude, María, a cuantos son amenazados por el azote de la droga y a aquellos que han llegado a ser sus víctimas, guiándolos al Padre en el conocimiento y en el amor de su Hijo, Jesucristo. El, Señor de la vida, haga pasar tantas personas, esclavas de la droga, de la desesperación a la esperanza.

    Alfonso Cardenal López Trujillo
    Presidente

    + Jean-Francois Arrighi
    Vice-Presidente
    Obispo titular de Vico Equense



    Notas

    1. Otros aspectos son los problemas ligados a la producción, elaboración y comercio de la droga en un mercado internacional siempre más amplio, así como aquellos derivantes del consumo de la droga que llega a ser el estímulo para una demanda siempre creciente. Hay al respecto una orientación ética y pastoral que la Iglesia debe ofrecer y que esperamos sea posible estudiar en una próxima ocasión.
    2. A los participantes en esta Conferencia, el Santo Padre ha precisado la diferencia entre el recurso a la droga y el recurso al alcohol: "... mientras, en efecto, un uso moderado de éste (alcohol) como bebida no va contra prohibiciones morales, y es de condenar solamente el abuso, el drogarse, al contrario, es siempre ilícito, puesto que comporta una renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y actuar como personas libres. Para lo demás, el mismo recurso bajo indicaciones médicas a sustancias psicotrópicas para mitigar, en bien determinados casos, sufrimientos físicos o psíquicos, ha de atenerse a criterios de gran prudencia, para evitar peligrosos hábitos y otras formas de dependencia" (Discurso del Santo Padre a los participantes en la VI Conferencia Internacional promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, 4).
    3. Un gran número de especialistas nos dicen que no todos los niños nacidos de madres sieropositivas y que resultan, también ellos, sieropositivos, están por esto contaminados del virus HIV. En efecto, la contaminación es difícilmente diagnosticable en el momento del nacimiento puesto que no es posible distinguir entre los anticuerpos maternos y los del niño. Los anticuerpos maternos desaparecen solamente cuando el niño alcanza la edad de 12-18 meses. Del 12 al 24 por ciento de los niños nacidos de madres sieropositivas resultan tener sólo anticuerpos maternos, y por tanto no están contaminados por el virus.
    4. Intervención del Cardenal Joseph Ratzinger en el Consistorio de los cardenales sobre "Las amenazas contra la vida", 4-7 de abril de 1991.
    5. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2, p. 348.
    6. Cfr. Discurso de Juan Pablo II en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Angeles, enero 28 de 1979. En L´Osservatore Romano, año CXIX, enero 29-30, n. 23.
    7. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Plaza Sordello en Mantova, junio 23 de 1991.
    8. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2, p. 347.
    9. Ibid.
    10. Ibid., p. 349.
    11. Ibid., p. 350.
    12. Ibid.
    13. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1, 1984, p. 115.
    14. Se ha hecho referencia, entre otros, al método empleado por Víctor Frankl, llamado logoterapia. Este subraya los valores que dan sentido a la vida. Tiene, pues, un fuerte contenido ético y puede ayudar en el proceso de recuperación. En un cierto momento puede ser conveniente abrirse hacia una evangelización explícita, donde el centro es Cristo Logos. Así podremos también hablar de Logos-terapia (Palabra del Padre).
    15. Homilía de Juan Pablo II al Centro Italiano de Solidaridad, 9 agosto de 1980, en L´Osservatore Romano, año CXX, n. 185/10-VIII-80.


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    Esperanza y vida

    Todo anciano es abuelo, padre, o solitario buscador de nuevos cielos. Todo anciano se pone en el camino de la vida como quien ya lleva por detrás más de lo que queda por delante. Y, sin embargo, todavía hay un "delante" que lo guía. Camina, espera, vive.


    El anciano es compañero de jornada. Todo hombre y toda mujer que quieran aprender los secretos de la vida no pueden dejar de remover, entre los pliegues de su memoria, un consejo o una experiencia que pueda dar luz a los problemas de siempre, pero ahora afrontados como nuevos por quien todavía no sabe qué son las arrugas en la frente...

    El joven, quizá, es el que más necesita acompasar sus pasos con el de un anciano teñido con el blanco de la vida. El joven tiende a creer que todo es nuevo, que se puede triunfar con poco, que lo difícil se puede superar rápidamente, que el dinero abre las puertas y cierra los agujeros.

    El anciano sonríe y recuerda, y reconoce lo que vale eternamente: el amor, la amistad, la entrega, el sacrificio por una causa noble. El dinero no lo es todo, como tampoco se triunfa con la fuerza, la belleza o con un gran número de amigos influyentes. La pasión del joven puede desbocarse hasta romper los diques de las normas sociales y de la prudencia. La sensatez del anciano puede ofrecer una palabra de aliento precisamente cuando los primeros golpes de la vida llevan al desengaño y a la desesperación.

    El adulto también necesita mirar a quien ocupaba el anterior puesto de trabajo. En el sucederse de las primaveras, los que se encuentran entre los 40 y los 60 años perciben más los dolores de la vida y el peso de las derrotas, y pueden perder la frescura y el arrojo de la juventud. Es entonces cuando la voz pausada de los mayores puede abrir horizontes y mostrar caminos que quedan por recorrer, fronteras que hay que conquistar, luchas que hay que afrontar, fracasos que hay que superar...
    Y el anciano también necesita del anciano... Si los griegos definían a los amigos como "dos marchando juntos", esta definición vale también para quien ya ha recorrido un largo trecho, pero quiere seguir el camino con el bálsamo de la compañía de quienes nos aman. Un anciano tiene mucho tiempo libre, y necesita de alguien que también goce de esa gran disponibilidad de acción para hablar y, ¿por qué no?, también para actuar y realizar nuevos proyectos.

    El mundo no puede dejar de avanzar sin poner bien las bases sobre las que cada generación conquista nuevas metas.

    Una generación no puede progresar sin aferrarse a lo mejor que otros nos han legado. La globalización (palabra mágica que muchos usan y que no todos comprenden) no puede ser perfecta si no es una "globalización de las edades", que permita a jóvenes, adultos y ancianos compartir amores, planes y trabajos.

    Dicen que mientras hay vida hay esperanza. También se dice que mientras hay esperanza hay vida.

    Podemos dar esperanza a nuestros abuelos y padres ya ancianos con nuestra vida llena de amor y de alegría. Y ellos nos darán, discretamente, vida con su esperanza y su alegría realizada en nuestros actos.


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    ¿Qué aporta la esperanza?

    Comentario a la encíclica Spe salvis de S.S. Benedicto XVI



    ¿Qué aporta la esperanza?
    ¿Qué aporta la esperanza?

    Juan Pablo II escribió 14 Encíclicas. La Eucaristía, el diálogo fe y razón, la unidad en la Iglesia, la vida, la verdad, la doctrina social de la Iglesia, la figura de María, el Espíritu Santo, los santos Cirilo y Metodio, el trabajo, la misericordia divina y Jesucristo Redentor del hombre fueron los temas central de sus ricas reflexiones. 14 Encíclicas. Un cuarto de siglo de pontificado. Temas que, las más de las veces, levantaron ámpulas y dejaron clara la postura de la Iglesia católica ante el abismo de oscuridad, confusión y desesperación ante el que se abatía la humanidad en argumentos como la moral, el liberalismo, el relativismo, el sincretismo religioso o la pérdida de la fe. Cada Encíclica fue un texto nacido en el momento oportuno como respuesta a necesidades reales y con pautas concretas a seguir para no sumirse en la tristeza de la nada.

    El 25 de diciembre de 2005 el Papa Benedicto XVI regalaba al mundo su primera Encíclica, la “Deus caritas est” (Dios es amor) y, dos años más tarde, el 30 de noviembre de 2007, ha ofrecido su segunda, la “Spe Salvi”, sobre la esperanza cristiana. Con ésta quedó confirmada la sencillez y claridad con que un hombre que lleva la teología en la sangre es capaz de comunicar lo elevado con formas tan asequibles.

    Echando la mirada a la obra de su predecesor y constatar que sobradamente Juan Pablo II abordó temáticas nodales que dieron pie a debates intelectuales de los más variados tipos y marcaron la línea a seguir a los católicos de todo el mundo en materias de las que apenas se empezaba a hablar como eutanasia, aborto, moral sexual, etc., o remarcar la vigencia de la doctrina pontificia en áreas como la propiedad privada, el desarrollo humano, economía y materialismo; puede venir la tentación de preguntarse: y Encíclicas dedicadas al amor y a la esperanza, ¿qué? ¿qué resuelven? ¿qué aportan al debate intelectual en el mundo?

    Aunque no sólo, la obra de Juan Pablo II respondió a su tiempo y dejó un legado vigente para la posteridad. Si, en buena parte, el papa Wojtyla trató de ir a las ramas del árbol que acusaban podrirlo, y a través de ellas a la raíz, tanto ésta como la anterior Encíclica de Benedicto XVI van directamente a la raíz y ésta es específicamente su aportación: dar a conocer la importancia de argumentos tan esenciales para la vida de todo fiel cristiano de cara a las realidades que a diario le acompañan.

    Es verdad que no se puede esperar de modo inmediato una aportación al debate entre intelectuales del mundo. Y es que el primer y más importante debate es el que se fragua, tras la lectura de la “Spe Salvi”, en uno mismo. Un debate ante una constatación que parte, como explica Benedicto XVI, de la natural experiencia, de la personal verificación: todo hombre, yo en mi individualidad, tengo esperanzas a lo largo de mi existencia. Cuando esas esperanzas se cumplen, cuando las alcanzamos, se percibe con nitidez que no lo eran todo. Y es aquí cuando surge la necesidad más definitiva, el principio más desgarrador, la causa más sublime ante la que nos inclinamos: necesitamos una Esperanza que vaya más allá, necesitamos lo Infinito, necesitamos Al Infinito, a Dios. Dios es nuestra Esperanza.

    Sí, se puede cuestionar la “utilidad” de afrontar temas como el amor o la esperanza si se les ve de lejos, si nos mantenemos a distancia y se pierde la percepción de las implicaciones que ambas virtudes tienen en la propia vida y en relación con todos los hombres que nos rodean. Y aun así, incluso de lejos, no se puede permanecer indiferente. Como explica el Papa, en la primera parte, la época moderna desarrolló la esperanza de instaurar un mundo perfecto aparentemente posible gracias a los avances de la ciencia y a una política fundada “científicamente”. Se intentó reemplazar la esperanza Bíblica por la esperanza en el reino del hombre. Pero al pasar los años se ha visto claramente que esa “esperanza para todos” se alejó cada vez más del sentido de solidaridad de los hombres y se transformó en ser feliz contra los otros o sin los otros (ahí está el comunismo como botón de muestra). La esperanza no cristiana fue una esperanza contra la libertad porque la situación de las realidades humanas depende en cada generación de la libre decisión de los hombres que pertenecen a ella.

    Pero la Encíclica pontificia no se queda en la reflexión teórica y la constatación fenomenológica. “Baja” a cuatro lugares donde esa esperanza se aprende y ejercita. El lugar primero y esencial es la oración. Y es que el que reza nunca está solo totalmente. Bien lo explica Benedicto XVI cuando escribe: “Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces para los demás” (Cfr. No. 33 Spe Salvi).

    El segundo y tercer lugar es el actuar y el sufrir. Y es que “toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto (…) Nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia” (cfr. No. 35 Spe Salvi). El sufrimiento es también un lugar para la esperanza en cuanto que lo que cura al hombre no es esquivarlo y huir del dolor, “sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Cfr. No. 37 Spe Salvi). Y es que no se trata de un afán masoquista, sino de “tener la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y la justicia” pues cuando mi bienestar “es más importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira. La verdad y la justicia han de estar por encima de mi comodidad e incolumidad física, de otro modo mi propia vida se convierte en mentira” (Cfr. No. 38 Spe Salvi).

    El cuarto lugar es el juicio: “un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esa certeza: Él lo hace. La imagen del juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. (…) Es una imagen que exige la responsabilidad” (cfr. No. 44 Spe Salvi). “El juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia (…) Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros” (cfr. No. 47 Spe Salvi).

    Benedicto XVI ha vuelto a lo esencial. Ha escrito sobre la Esperanza única, la cristiana, la definitiva y más importante. Es verdad que echando una mirada al mundo, ese mundo con sus guerras, hambrunas, desastres naturales, fratricidios, terrorismo, puede surgir una pregunta más: ¿es posible vivir con esperanza ante ese triste espectáculo? A mi juicio, uno de los puntos secundarios mejor tratados por el Papa es éste. Él mismo responde cuando afirma: “Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez” (Cfr. No. 24 Spe Salvi).

    Sin embargo, pese a que no es posible un reino del bien total en este mundo, sí es posible un reino de esperanza; una esperanza no inactiva sino, como explica el Pontífice, performativa (cfr. No. 10 Spe Salvi), transformativa y sostén de la existencia. Queremos la salvación: la salvación del mal de la guerra, del terrorismo y de todas esas otras plagas. Pero, como escribió el apóstol, “nosotros no somos salvos sino en esperanza” (Rom 8, 24). La mirada de todo creyente está disparada a la otra vida, está clavada en Dios; somos ciudadanos del cielo en peregrinación por la tierra.

    Tras la lectura de la “Spe Salvi” me ha venido a la mente una leyenda leída hace tiempo, que viene muy a cuento y vale la pena recordar.

    “Se había extraviado un caballero yendo de caza por el bosque. Mientras caminaba al azar, siempre atento a la posible voz de un compañero, oyó en lo más oscuro de la selva un canto de admirable suavidad. Lleno de asombro, dirigió sus pasos hacia el punto de donde venía la voz, y aquí se produjo la gran sorpresa.

    Cantaba un pobre leproso, con su pobre carne roída por el mal.

    - ¿Es posible que cantes con alegría hallándote en estado tan lastimoso?

    Respondió el enfermo:

    - ¿Acaso no tengo motivos suficientes para alegrarme y cantar? ¿No ves como la única pared que me separa de Dios, este mísero cuerpo, va desmoronándose poco a poco, y que mi espíritu aguarda con esperanza el momento de volar libre hasta Dios? Esta es la causa de mi alegría y el motivo de mis cantos.”

    En “Jesus de Nazareth”, obra que ha visto la luz no hace muchos meses, Benedicto XVI hace surgir una gran pregunta, La Pregunta: “… ¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es sencilla: a Dios. Ha traído a Dios. Ha traído a Dios: ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo la dureza de nuestro corazón nos hace pensar que esto es poco. Sí, el poder de Dios en este mundo es un poder silencioso, pero constituye el poder verdadero, duradero” (Jesús de Nazareth página 69).

    ¡Ha traído la esperanza! “Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios (…) Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto” (Cfr. No. 31 Spe Salvi).

    Sí, debemos ser como el leproso y no unos de corazón duro o indiferente que hagan aparecer tan gran regalo como una nimiedad. El Papa ha apuntado a lo esencial. Ya lo había dicho él mismo en un discurso como cardenal, “sólo la belleza nos salvará”. Sí, la belleza de saber que podemos ir más allá del terror y el temor que en nuestro presente aparenta cernirse sobre la tierra. La belleza nos salvará si nos esforzamos y tratamos de cambiar nuestras realidades, las estructuras de pecado, por unas que hagan a este hogar común, una verdadera casa para el hombre. Y eso lo lograremos cuando percibamos la belleza de la fe que es esperanza y esto es precisamente lo que el Papa trata de hacernos captar a lo largo de los 50 concretos, concisos y ricos puntos de esta gran Encíclica.




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