Renovemos nuestra devoción al Ángel de la Guarda


La presencia de los ángeles en nuestra vida
Autor: Joan Antoni Mateo | Fuente: Instituto de Teología Espiritual de Barcelona

Los ángeles existen. No los vemos con los ojos del cuerpo pero sí con los de la fe.

Los ángeles existen. No los vemos con los ojos del cuerpo pero sí con los de la fe. Las páginas de la Sagrada Escritura están llenas de referencias a estos seres espirituales que a menudo, sin tener cuerpo, se manifiestan de forma corpórea y especialmente humana. Sobre este aspecto Santo Tomás afirma que, según el testimonio de las Escrituras, los ángeles pueden tomar un cuerpo para manifestarse a los hombres. En este caso, no están unidos a este cuerpo como formas, sino como motores.


La relación de los ángeles respecto a los cuerpos está regulada por la intención pedagógica de Dios para con los hombres. Así lo explica el Angélico Doctor: “… en las Escrituras, los seres inteligibles son descritos con figuras sensibles, … tal presentación no tiene por fin probar que los seres inteligibles son sensibles; pero por medio de las figuras de los seres sensibles, las propiedades de los seres inteligibles pueden ser comprendidas por una cierta semejanza…”.

Los ángeles, suelen ser mensajeros de Dios y esta parece ser una de sus principales funciones como indica su propio nombre de “ángel”. (vid. Lit. Horarum). El Concilio IV Lateranense definió como dogma la creación de estos espíritus puros y a ellos nos referimos cuando, al proclamar el Símbolo de la Fe, mencionamos las realidades “invisibles”.

La existencia de los ángeles como personas incorpóreas incide de modo sumamente importante en toda nuestra historia de la Salvación, por esos resulta imprescindible que la tengamos en cuenta. Ciertamente hemos de pensar que, si nada tuvieran que ver con nosotros, no se nos habría revelado su existencia.

Sabemos de los ángeles por la Divina Revelación que son criaturas de Dios, superiores a nosotros en el ser gracias a su condición de espíritus puros. La epístola a los Hebreos y otros pasos de la Biblia dan por supuesta esta superioridad en muchos aspectos. Aunque esto habría de ser matizado por la realidad de la Encarnación del Hijo de Dios que se hizo hombre y no ángel.

Los ángeles son hermanos nuestros destinados a gozar de Dios en su vida eterna, habiendo sido puesta a prueba su libertad igual como la nuestra.

Algunos ángeles pecaron y se convirtieron en Demonios. Afortunadamente para nosotros el pecado primero de los hombres fue atenuado por la debilidad de una naturaleza inferior a los ángeles y no tuvo aquel carácter de irreparabilidad del pecado angélico.

El hombre, por sus propias fuerzas, no puede conocer la existencia de los ángeles, ni igualarse o parangonarse con ellos. Los ángeles pueden penetrar en las conciencias humanas y podrían arrastrarlas a un dominio sobrehumano. No es esto lo que Dios espera de ellos ni lo que ellos hacen por nosotros.

Si Dios respeta nuestro libre albedrío, mucho más los ángeles. Habiendo dispuesto Dios que se realice la Encarnación de su Hijo Eterno, ha subordinado el influjo de los ángeles sobre nuestra conciencia a un servicio respetuoso que sólo indirectamente se convierte en dominio: ellos nos dominan con Jesucristo a quien sirven, y así se alegran con Él en el cielo de la conversión de los pecadores de este mundo.

Así, toda posible forma de dominio angélico sobre los hombres ha de entenderse desde la perspectiva cristológica y en particular de la realeza que Cristo ejerce sobre los hombres y el universo entero. En la consumación de los tiempos, el Rey eterno dará orden a sus ángeles para que congreguen a sus elegidos y los separen de los réprobos.

Como afirman algunos teólogos, con todo, hay que decir que en la misteriosa relación que los ángeles establecen con nosotros por designio divino, hay una cierta subordinación debida al hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre, con lo cual ha puesto a los ángeles bajo su dominio en servicio propio y de sus hermanos los hombres.

Bellamente lo expresa una tradicional oración de la Iglesia que el Beato Juan XXIII gustaba recitar al final del rezo del Angelus: “Angele Dei, qui custos es mei, me tibi comissum pietate Superna, illumina, custodi, rege et goberna”.

Ángel de Dios,
que eres mi protector,
a mí que te he sido confiado
por la Piedad de Dios,
ilumíname, protégeme, guíame y condúceme.

De nuestro ángel imploramos luz, protección, guía y fortaleza. Hermosa oración llena de sentido de fe sobrenatural que personalmente me gusta rezar a menudo durante el día para encomendarme a mi ángel custodio.

Para un católico formado en la piedad tradicional de la Iglesia la devoción al ángel custodio o ángel de la guarda forma parte de la vida cotidiano. Somos muchos los que aprendimos de pequeños aquellas sencillas y tiernas oraciones con las que nos confiábamos a nuestro ángel:

Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
no me dejes solo ni de noche ni de día,
no me dejes sólo que me perdería.

Estas plegarias, de manera suave, iban conformando nuestra fe en la Divina Providencia que en su gran misericordia nos ha asignado un ángel a cada uno de nosotros para que nos acompañe en la travesía no siempre plácida del viaje de nuestra vida.


Durante unos años, y como consecuencia de la crisis de fe acaecida en el seno de la Iglesia católica, la conciencia de la presencia de los ángeles y la devoción a los mismos, sufrió un eclipse. No por esto dejaron los ángeles de actuar. Siempre trabajan y especialmente cuanto más los necesitamos. Hoy, decayendo la tormenta, parece que se recupera la devoción a estos fieles servidores de Dios y amigos nuestros.

La existencia de los ángeles forma parte del patrimonio de la fe de la Iglesia. Para un católico creer en los ángeles no es optativo como tampoco es lícito conformar los contenidos de la fe según el parecer y conveniencias de cada uno.

La fe se cree toda con asentimiento de la virtud de la fe o no se cree nada. Si seleccionáramos los contenidos de la fe según nuestra capacidad o disposición de entendimiento ya no creeríamos con fe sobrenatural sino con opinión humana.

Creemos la fe de la Iglesia y los contenidos de la misma vienen determinados por lo que nos ha sido dado en la Divina Revelación.

Hablando de los ángeles, el Catecismo de la Iglesia Católica, expone de manera clara y concisa la enseñanza multisecular de la Iglesia sobre los ángeles.

Conviene que nos detengamos en considerar esta doctrina que debe ser conocida por todo católico que se precie de asimilar las enseñanzas de la fe.

La síntesis doctrinal que nos presenta el CEC nos recuerda en primer lugar la existencia de los ángeles y su condición creatural, es decir su radical dependencia de Dios. El enunciado sobre la existencia de los ángeles por parte del Lateranense es fundamentalmente enunciativo. Algunos se preguntan se puede ser entendido como un dogma de fe en sentido estricto. Este planteamiento es de por si muy capcioso y desconoce la verdadera naturaleza de la profesión de fe de la Iglesia. Desconoce que, a menudo, la ausencia de un dogma explícitamente definido, es signo de la pacífica posesión de la verdad por parte de la Iglesia sin que haya intervenido el cáncer de la herejía.

Con todo, de las enseñanzas del Lateranense hay que decir que se enseña como dogma de fe la existencia de los ángeles. El Concilio condena como herejes a aquellos que afirman que los demonios no han sido creados por Dios como ángeles y que se hicieron demonios por el mal uso de su libertad. Esto implica necesariamente la existencia de los demonios y por ende, de los ángeles. Por tanto es una insensatez decir que uno es católico y no cree ni en ángeles ni demonios. Un católico no cree en lo que le da la gana. Cree, sencillamente, por gracia de Dios, la fe de la Iglesia Católica.

Afirma el CEC en su introducción al tema de los ángeles: “La profesión de de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, al comienzo del tiempo, creó a la vez de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo (DS 800; cf. DS 3002 y SPF 8)”. (327)

Y nos recuerda que la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición. (cf. CEC, 328)

San Agustín dice respecto a los ángeles: "Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" , son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103,20).

Los ángeles son personas. Cuando hablamos del ser personal hemos de considerar sus varias posibilidades: Las Personas Divinas, las personas angélicas y las personas humanas.

Los ángeles en tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf. Pío XII: DS 3891) e inmortales (cf. Lc 20,36).
Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello.

Los ángeles son del todo inmateriales. La esencia de los mismos es su forma. Los ángeles son su forma, la cual, no siendo recibida en una materia, es subsistente.

Mientras que en los seres compuestos la forma sólo puede existir en una materia y es el ser compuesto el que actúa, en los ángeles se trata de una forma que existe separada de toda materia y que actúa por sí misma. Se trata de sustancias primeras puesto que las substancias separadas, aunque no estén compuestas de materia y de forma, son sin embargo sujetos, puesto que son subsistentes y completas en su naturaleza.

Que los ángeles sean inmateriales no significa en absoluto igualarlos a Dios y abrir las puertas a un torpe politeísmo.

Santo Tomás, distinguiendo entre esencia y acto de ser, muestra que sólo en Dios una y otra cosa se identifican. De esta manera Dios se distingue absolutamente de todo otro ser, compuesto metafísicamente.

Esta distinción fundamental de Santo Tomás es la clave de la metafísica y de la teología, siendo Dios el Ipsum Esse Subsistens.

El CEC presenta la doctrina de los ángeles en una perspectiva claramente cristológica desde la protología hasta la escatología.

Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt 25,31). Le pertenecen porque fueron creados por y para él: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él" (Col 1,16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?" (Hb 1,14). (CEC, 331)


¿Qué oficios o misiones desempeñan los ángeles?

Recogiendo el testimonio bíblico la exposición del CEC nos recuerda que desde la creación (cf. Jb 38,7, donde los ángeles son llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf. Gn 3,24), protegen a Lot (cf. Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf. Gn 21,17), detienen la mano de Abraham (Gn 22,11), la ley es comunicada por su ministerio (cf. Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf. Ex 23,20-23), anuncian nacimientos (cf. Jc 13) y vocaciones (cf. Jc 6,11-24; Is 6,6), asisten a los profetas (cf. 1 R 19,5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf. Lc 1,11.26).

De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles.

Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: ´adórenle todos los ángeles de Dios´" (Hb 1,6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a Dios..." (Lc 2,14).

Protegen la infancia de Jesús (cf. Mt 1,20; 2,13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf. Mc 1,12; Mt 4,11), lo reconfortan en la agonía (cf. Lc 22,43), cuando él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf. Mt 26,53) como en otro tiempo Israel (cf. 2 M 10,29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2,10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf. Lc 2,8-14), y de la Resurrección (cf. Mc 16,5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf. Hb 1,10-11),
estos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf. Mt 13,41; 25,31; Lc
12,8-9). (Cf. CEC, 332-333)


Los ángeles en la vida de la Iglesia

334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf. Hch 5,18-20; 8,26-29; 10,3-8; 12,6-11; 27,23-25).

335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf. MR, "Sanctus"); invoca su asistencia (así en el "supplices te rogamus..."Te pedimos humildemente..." del Canon romano o el "In Paradisum deducant te angeli..." ("Al Paraíso te lleven los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o también en el "Himno querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (S. Miguel, S. Gabriel, S. Rafael, y los ángeles custodios).

No olvidemos a San Miguel Arcángel, protector de la Iglesia Universal. Recitemos a menudo la invocación al Santo Arcángel compuesta por el Papa León XIII y que se rezaba después de la celebración de la Santa Misa:

San Miguel arcángel,
defiéndenos en el combate,
se nuestro amparo y defensa,
contra las acechanzas de demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
Y tu, Príncipe de la Milicia Celestial,
por el poder que Dios te ha conferido
arroja al infierno a Satanás
y a los demás espíritus malignos
que vagan por el mundo
para la perdición de las almas.
Así sea.


Los ángeles custodios

El Catecismo nos recuerda la doctrina del ángel custodio. Desde la infancia (cf. Mt 18,10) a la muerte (cf. Lc 16,22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf. Sal 34,8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf. Jb 33,23-24; Za 1,12; Tb 12,12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.

Conectemos con este gran amigo invisible, invoquémosle a menudo. Nos hará sentir su presencia y amistad espiritual. (Cf. CEC, 336).

La vida de los Santos es a menudo testimonio de extraordinarias intervenciones angélicas (también diabólicas…!). ¡Cómo no recordar las múltiples anécdotas que nos relata San Juan Bosco o San Pío de Pietrelcina, santos cuyas vidas están perfectamente documentadas y que son bien cercanas a nosotros!

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