La Iglesia frente a los homosexuales

Cómo enfrentar el problema de la homosexualidad desde el punto de vista cristiano
Padre Rich Perozich
Fuente: vidahumana.org

Cuando un católico experimenta sentimientos de atracción sexual hacia miembros de su mismo sexo, esa persona debe presentarse ante Dios y admitir con honestidad que tiene esos sentimientos.


Cómo enfrentar el problema de la homosexualidad desde el punto de vista cristiano. Cuando un católico experimenta sentimientos de atracción sexual hacia miembros de su mismo sexo, esa persona debe presentarse ante Dios y admitir con honestidad que tiene esos sentimientos. Un católico debe pedirle a Dios que le ayude a conocer el origen y la finalidad de esos sentimientos, así como la manera de lidiar con ellos.

La persona humana tiene deseos normales de que se le preste atención, se le muestre afecto y se le dé aprobación, tanto por sí misma como por sus logros. Los deseos humanos de amor, amistad y compañía son normales.

La inclinación homosexual se caracteriza por la obsesión en cuanto al apego emocional y los deseos sexuales hacia aquellas personas del mismo sexo. Estas formas de aliviar la tensión sexual y la soledad o de intentar satisfacer el deseo natural de amor son anormales, y alejan a la persona de Dios.

La Iglesia está aquí para proclamar el amor de Dios a las personas que tienen inclinaciones homosexuales; para conducirlas hacia una identidad adecuada, masculina o femenina; para ayudarlas a desarrollar relaciones correctas con Dios y los demás; para lograr una buena conducta; y para experimentar una vida espiritual plena, cuyo resultado sea la vivencia de la castidad y la integración lograda de la sexualidad.

¿Qué es la homosexualidad?

"La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19:1-29; Rm 1:24-27; 1 Co 6:10; 1 Tm 1:10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados´ (CDF, Declaración Persona humana sobre algunas cuestiones de ética sexual, número 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso" (1). La actividad homosexual es "un comportamiento al cual nadie puede reivindicar derecho alguno" (2).

"Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que puedan encontrar a causa de su condición" (3).

"Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana" (4).

Los que practican o promueven la conducta homosexual les hacen creer a muchas personas que tienen inclinaciones homosexuales, que la identidad sexual del ser humano es masculina, femenina u homosexual. Pero ello no es cierto. La identidad sexual es masculina o femenina. La identidad masculina o femenina influye en la dimensión afectiva de la vida de las personas. A veces las personas que tienen inclinaciones homosexuales sienten vergüenza o culpabilidad por tener esos sentimientos. Esa vergüenza y esa culpabilidad no son apropiadas. A pesar de que la inclinación homosexual no viene de Dios y a pesar de que es una tendencia desordenada, el mero hecho de tenerla no constituye la realización de un pecado, aunque al mismo tiempo es una inclinación hacia un grave mal moral (5).

Un hombre o una mujer que tiene inclinaciones homosexuales puede desarrollar una buena amistad --la cual se debe caracterizar por la castidad-- con Dios y con otras personas, sean éstas hombres o mujeres. El factor clave aquí es nunca identificar el ser de una persona con sus sentimientos sexuales. Ello es lo que hacen los que practican o promueven la conducta homosexual. El peligro de este error es que la persona puede llevar a la práctica aquello con lo cual se identifica.

Pero la Iglesia tiene un concepto distinto de la persona humana, que ha descubierto a la luz de la siguiente verdad:

"La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser definida de manera adecuada con una referencia reductiva sólo a su orientación sexual. Cualquier persona que viva sobre la faz de la tierra tiene problemas y dificultades personales, pero también tiene oportunidades de crecimiento, recursos, talentos y dones propios. La Iglesia ofrece para la atención a la persona ese contexto del que hoy se siente una extrema exigencia, precisamente cuando rechaza el que se considere la persona simplemente como un ‘heterosexual´ o un ‘homosexual´ y cuando subraya que todos tienen la misma identidad fundamental: el ser criatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna" (6).

Jesús vino a salvar a todos del pecado y de la muerte. Aunque la inclinación homosexual en sí misma no es pecado, sí es un desorden, es decir, una tendencia a apartarse de la verdadera finalidad de la sexualidad humana, que es la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio para el apoyo mutuo y para la transmisión de la vida.

Nosotros los seres humanos somos la corona de la creación divina.Todos tenemos inclinaciones al mal en uno u otro aspecto de nuestra vida. Debemos reconocer que esas inclinaciones son sentimientos y pensamientos que no vienen de Dios, sino que son el efecto del pecado original en el mundo. Para algunas personas, esas inclinaciones al mal pueden caracterizarse por lo sexual, como la fornicación, el adulterio, la pornografía, la masturbación o la homosexualidad. Para otras personas, las inclinaciones al mal consisten, entre las muchas anomalías que afligen al espíritu humano, en el deseo desordenado del poder o de las posesiones, el prestigio que se funda en falsedades, el robo o la falta de respeto hacia los demás.

Jesús vino a salvarnos del pecado y de la muerte para que recibamos el amor, la paz y la vida eterna. La meta que Dios le ha dado a una persona que tiene inclinaciones homosexuales es el tener amistades castas aquí en la tierra, una relación plena de oración con Jesús y un día la vida eterna en el cielo.

Para enfrentar correctamente el problema de la homosexualidad usted debe comenzar por saber quién es: "Yo soy un hombre o una mujer, no un homosexual o una lesbiana". Después, usted debe saber a dónde va, cuál es su meta: su meta es la santidad y la vida eterna con Dios a través de la Iglesia y los sacramentos. Enfrentarse correctamente al problema de la homosexualidad también significa llevar a cabo un inventario honesto de los deseos de uno que están en conflicto con la propia identidad sexual, masculina o femenina, y con la meta que uno tiene de vivir en santidad y alcanzar la vida eterna. También significa actuar por medio de la oración y de la conversión constante ante la corriente de homosexualismo presente en la sociedad, para lograr vivir las virtudes de la modestia, el dominio propio y la castidad.

La modestia es la expresión de la propia masculinidad o femineidad en el hablar, en el vestir, en la compañía de otros. Significa dejar atrás los actos pecaminosos y las ocasiones próximas al pecado, como los lugares donde el homosexualismo es exaltado y proclamado: los bares, los desfiles, los clubes y los grupos sociales de apoyo para los que practican y promueven la conducta homosexual.

El dominio propio es fruto de la modestia. Por medio del dominio propio podemos resistir las tentaciones a comportarnos inicuamente o a aceptar las malas compañías para aliviar la soledad y la tensión sexual. El dominio propio es capaz de lograr todo ello precisamente porque la modestia le preparó el camino.

La castidad es la integración lograda de la propia sexualidad. El éxito de esta integración no es necesariamente el logro del deseo heterosexual o del matrimonio normal. El éxito aquí se mide por medio de la modestia y el dominio propio, que se expresan en el rechazo de las relaciones sexuales y en la elección de comportamientos y amistades acordes con el propio estado de vida.

Notas:

1. Catecismo de la Iglesia Católica (edición típica latina), 15 de agosto de 1997, número 2357. 2. Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), Consideraciones para la respuesta católica a propuestas legislativas de no discriminación a las personas homosexuales, 23 de julio de 1992, número 7. 3. Catecismo, 2358. 4. Ibíd., 2359. 5. CDF, Carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986, número 5. 6. Ibíd., número 16.

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