Si quieres , puedes


Si quieres , puedes.
Meditación sobre la curación de un leproso.

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.


El leproso, en este capítulo, nos señala que la oración tiene unas ciertas cualidades indispensables para que sea auténtica.

Viene a Él un leproso suplicante y de rodillas le dice: si quieres, puedes limpiarme. En estas pocas palabras encontramos una guía completísima: haremos una verdadera oración cuando apliquemos a nuestros diálogos con Dios la humildad, la fe y, sobre todo, la búsqueda de la voluntad de Dios.

Suplicante, de rodillas. Se acerca como quien se reconoce pequeño, débil, indefenso, necesitado. Es consciente de su enfermedad. No se presenta arrogante, presuntuoso. Sabe muy bien que su enfermedad no le permite esas actitudes. Era un pobre hombre, necesitado como pocos. Por eso se presenta suplicante; no exige, no obliga ni se encara con Dios. Le habla de rodillas.

Cuando oramos, debemos ver ante todo que somos nosotros quienes necesitamos de Dios. Porque estamos enfermos, débiles, indefensos. No podemos ser presuntuosos. No podemos exigir a Dios que nos escuche, pues no hacemos ningún favor a Dios al rezar o al cumplir nuestros compromisos. Debemos acercarnos a Dios conscientes de nuestra debilidad y nuestra nada. Acercarnos ante quien todo lo puede, lo abarca todo y todo lo sabe. Quien se acerca con esta humildad substancial, no exige, no obliga a Dios a que le escuche, no se deprime por no ser atendido inmediatamente, pues nunca se sintió con derecho a ello. Tan sólo expresa su petición con un: si quieres...

No se puede llamar oración, ni petición esas "amenazas" que los hombres sin fe dirigen escépticamente algunas veces contra Dios y que comprometen incluso su realeza y omnipotencia: "Si eres Dios, quítame esta enfermedad. Si realmente eres omnipotente, como dicen, sana a mi hijo. Si es verdad que me quieres ¿por qué me haces esto?..." ¡Qué diferente oración la de aquel pobre leproso, sin esperanzas, casi sin aspiraciones! Tan sólo invita a Dios a que le ayude, no le obliga.

Si quieres, puedes... Como diciendo: "estoy completamente seguro de que tú puedes hacerlo; basta que quieras".

Este hombre del Evangelio fue escuchado también por su mucha fe. Creyó a pesar de ver su cuerpo destrozado y putrefacto. A pesar de conocer las profundas llagas de su piel. A pesar de ser incurable para los hombres. A pesar de todo... cree. Se acerca con fe, con toda seguridad: "Creo firmemente que tú puedes".

También nosotros debemos orar con fe. Con una fe capaz de superar la carrera de obstáculos que se van presentando. Aunque parezca idealista el deseo que le mostramos. Aunque en algún momento nos sintamos indignos de pedirle nada. A pesar de que no sea la primera vez que le hemos hecho esa súplica... Digamos con fe: "Creo que tú puedes. No me importa que parezca imposible. No me importa que los hábitos estén tan arraigados, que todo me salga mal... ¡Creo!"

Si quieres puedes limpiarme... La petición del leproso rezuma una indiferencia bien entendida. No busca la curación a toda costa. Pregunta si es la voluntad de Dios. Es precisamente una característica más que debe poseer nuestra oración.

Al pedir debemos buscar ante todo la voluntad de Dios. Asegurarnos de que lo que pedimos no sólo lo deseamos nosotros, sino también Dios. Dejarle a Él la última decisión: a fin de cuentas Él sólo busca nuestro bien, aunque alguna vez no nos parezca tan palpable.

Espero en Ti, Señor, porque eres la verdadera esperanza. Todo lo espero de Ti porque me amas sobre toda medida. No te pido ni goce, ni dolor, salud ni enfermedad, riqueza ni pobreza, humillación ni alabanza. Tú sabes, Señor, lo que me conviene.

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