Perdonar siempre: sin límites y a semejanza de Dios


Perdonar siempre: sin límites y a semejanza de Dios.
PERDONAR ES UN DON EXCELSO


”Perdona las ofensas a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”


1."El que lesione a un conciudadano, se le hará lo que él ha hecho: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. La lesión que causó a otro se le causará a él" (24,19). En esta ley domina el pago idéntico, tanto cuanto, tal cual, de ahí el nombre de ley del "talión", y que tiene su origen, no en la revelación divina, que si la acepta, es para que el castigo no exceda el daño recibido, y para evitar una venganza generalizada, sino basada en la antigua legislación oriental, a la que se acomoda la revelación, para ir depurándola paso a paso. Según esta ley al que se le ha arrancado un diente, no se le puede imponer mayor castigo, según las setenta veces del castigo de Lamek, multiplicado por el castigo de Caín: " Dice Lamek: Oid mi voz, mujeres de Lamek, prestad oídos a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz; si Caín se vengó por siete, Lamek se vengará por setenta y siete".

El hijo de Matusalén y padre de Noé, Lamek, fue más feroz que su tatarabuelo Caín. Después del asesinato de Abel, Dios dijo: "El que mate a Caín, lo pagará siete veces", y le señaló en la frente para que nadie lo matase. Con Lamek, el hombre se atribuye el ejercicio de la venganza: pena de muerte por un cardenal, setenta y siete veces en lugar de siete. De Caín a Lamek, la venganza instalada en el corazón humano ha llegado hasta nosotros, echando raíces. La venganza es violencia que engendra violencia. "Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamek, por setenta y siete" (Gn 4,24). Frente a esta venganza, derecho sagrado en la antigua cultura de Oriente, nace con la revelación, ya en el Eclesiástico, la cultura del perdón, como necesario para alcanzar el perdón de Dios. "¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?". Y fundamenta el perdón en la reflexión sobre la muerte y en el recuerdo de los mandamientos: "Piensa en tu fin y cesa en tu enojo, en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos".

2. Después de oír la catequesis del domingo anterior sobre la corrección fraterna SOBRE LA CORRECCIÓN (Mt 18,15), "se adelantó Pedro y le preguntó: Señor, si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?" Mateo 18,21. La cultura religiosa de los discípulos dependía de las instrucciones hechas por los rabinos en la sinagoga, que habían enfocado y sofocado el perdón en un sistema jurídico y legalista. La Misnah, que es una recopilación en forma de código de las leyes tradicionales del judaísmo, decía: . Desde esta norma de conducta, la predicación de Jesús tenía que producir crisis necesariamente. Y se comprende la pregunta personal de Pedro, que le originaba problema de conciencia, ya en su vida doméstica. "Jesús le contestó: - Siete veces, no; setenta veces siete". Es la crítica con la que Jesús desautoriza la venganza que invoca sobre sí Lamek: "setenta veces siete".

3. Jesús cambia la filosofía del perdón, “no hagas el mal que te han hecho, como ordena la ley del talión, sino haz el bien que te hace tu Padre del cielo, que siempre perdona”. Hay que perdonar para ser como el "Señor, que es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Aleja de nosotros nuestros delitos como dista el oriente del ocaso".

El bellísimo Salmo 102, antepone la exigencia de la misericordia de Dios a la de su justicia. El corazón arrepentido encuentra siempre el regazo de Dios abierto al perdón y al abrazo, porque conoce pues él nos ha hecho, que somos de barro y frágiles como la hierba del campo y la flor campestre, que se marchitan pronto, porque no tienen consistencia. Este no es el Dios del Sinaí, Juez implacable y fiscal constantemente acusando, sino padre amoroso y sin rencor, cuyas entrañas se conmueven ante la debilidad de sus hijos y destierra sus delitos más allá del horizonte de los cielos. Y perdona con su gracia, con la fuerza que él te da. Esa es su otra novedad.

4. Juan Pablo II dijo en Polonia: «En este santuario encomiendo hoy solemnemente el mundo a la Misericordia Divina, y lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado desde aquí por santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene los corazones de esperanza». «¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo profundo del sufrimiento humano, parece levantarse la invocación de la misericordia». «Donde dominan el odio y la sed de venganza, donde la guerra lleva al dolor y la muerte de los inocentes es necesaria la gracia de la misericordia para aplacar las mentes y los corazones, y hacer que surja la paz». «Donde desfallece el respeto de la vida y de la dignidad del hombre, es necesario el amor misericordioso de Dios, a la luz del cual se manifiesta el inefable valor de todo ser humano.

Es necesaria la misericordia para lograr que toda injusticia en el mundo encuentre su término en el esplendor de la verdad». Al final de su larga homilía, el Papa citó las palabras de Jesús recogidas en el «Diario» de sor Faustina: «Desde aquí saltará la chispa que prepara el mundo para mi última venida». «Es necesario encender esta chispa de la gracia de Dios. Es necesario transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la Misericordia de Dios el mundo encontrará la paz y el hombre, la felicidad». No es, pues, el hombre, la medida de la justicia, de la ofensa y del perdón, sino Dios, para “quien vivimos y morimos, porque en la vida y en la muerte somos del Señor” Romanos 14,2.

5. Perdonar no es pues, debilidad, porque Dios perdona y quiere que seamos felices y una de las grandes felicidades es la alegría de perdonar, porque el que perdona ama y el amor causa felicidad; por eso Santo Tomás, siguiendo el evangelio, dice que es más perfecto que el ofendido tome la iniciativa y busque al ofensor para restablecer el amor; es decir, que quien no ha roto el amor debe intentar reconstruirlo. En la parábola de hoy, los papeles están perfectamente distribuidos: el rey es el Dios, compasivo y misericordioso. El empleado que estrangulaba a su compañero, es el hombre, desprovisto de la gracia Dios, a quien Jesús quiere que se parezca.

6. El texto de la parábola tal como nos la cuenta Mateo pone como
paradigma del perdón que nos da la clave para descubrir la cualidad esencial y necesaria para perdonar, que es la súplica, el arrepentimiento, el compromiso de pagar: “El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: ”. Según esta actuación parece que la obligación de perdonar va vinculada al reconocimiento de la deuda y al propósito de saldarla. Pero cuando Mateo escribe este evangelio, todas las comunidades conocen cómo Jesús, que se pasó la vida perdonando, murió en la cruz perdonando a sus verdugos, sin que le hayan pedido perdón. Es la cumbre de la suma perfección, del supremo amor. Ahí es donde se origina la palabra perdón, que significa el don = per =superior, supremo.

7. Entre los muchos mensajes de amor que los cristianos estamos llamados a ofrecer hoy al mundo, dominado por el espíritu de odio, que prolifera en rivalidades, venganza, agresividad, fanatismo e intolerancia, destaca preeminentemente el del perdón, si queremos que el Padre del cielo no se vea precisado a hacer con nosotros lo que ha hecho el rey de la parábola: "entregarlo a los verdugos hasta que pagara toda la deuda".

8. El perdón que el Padre nos ofrece es el perdón de los pecados, que ofenden a Dios y por tanto son ofensas “quodamdo infinitas” (Santo Tomás). La misma palabra perdón etimológicamente, significa, como he insinuado antes, don supremo, pues el prefijo latino per es superlativo. De ahí que la parábola se quede corta en la cantidad de diez mil talentos, unos cincuenta millones de pesetas actuales. Cuando el Señor nos ha perdonado tanto, nosotros nos mostramos tan mezquinos a la hora de perdonar las insignificancias de las ofensas que unos a otros por falta de finura y de delicadeza, con tanta frecuencia nos hacemos.

La virtud cristiana consiste en dejarnos que nos pisen como las flores, sin pinchar, dejando doloridos, como las ortigas, a cuantos se les acercan. Debemos ser como el grano de trigo que a la muela que lo tritura le da harina, como la uva, que al pie que la pisa le escancia vino, como el árbol oloroso del sándalo, que perfuma el hacha que lo corta, como el camino, que al que lo pisa lo conduce a la meta, y como el arpa que al vendaval que la azota, lo envuelve en armonías. Así crecemos en humildad y mansedumbre y hacemos las delicias de Dios y hace posible y fácil la vida social.

Reconocemos que en determinadas circunstancias es difícil, resulta durísimo perdonar. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Dijo Juan Pablo II en Zagreb: "No olvidar es ley de la historia, perdonar es ley de Cristo".

9. Pidamos a María, que vió atormentado cruelmente a su Hijo santísimo en el Calvario, que nos conceda saber y poder perdonar como su Hijo y como ella, en aquellos momentos terribles de soledad y de amargura. Hagamos esta súplica cuando, ante la divina Víctima inmolada sobre el altar, recemos todos juntos la oración que Cristo nos enseñó: "Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

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