El cielo de todos los niños


El cielo de todos los niños
El bien existe y en abundancia.

Cuando escribo estos sencillos artículos y cuento historias de buenas gentes, suelo recibir mensajes de amigos que me dicen que eso que escribo o son fábulas que yo me invento o son casos extrañísimos que suceden tristemente muy de tarde en tarde. Porque según ellos la actitud normal entre los hombres suele ser conformista o egoísta.

Sin embargo pienso yo, lo que ocurre es que la bondad tiene poca o muy mala prensa y no es noticiable y solo los asesinos, maltratadores y delincuentes son los que acaparan la mayoría de las noticias en los medios de información.
Está claro. El amor y las buenas personas permanecen invisibles. Por contra si una madre maltrata a su hijo nos enteramos todos y si cinco millones de madres se sacrifican por los suyos, nadie habla de ello.

Y ante esta realidad, cuando la cifra de niños maltratados incluso asesinados por sus propios padre va creciendo en este mundo tan cruel que nos ha tocado vivir, nos consuela en cierto modo leer que gracias a los adelantos de la ciencia ya no mueren tantos niños.

Antes, al menos en los países desarrollados, no era así. Antes se vivía diciendo aquello, con tanta resignación como llenos de fe, “que sea lo que Dios quiera”. Y si llegaba la tragedia volvían a decir con la misma resignación y el mismo espíritu de siempre, que “Dios así lo había querido” y que el niño que quizás de poca edad se había muerto por cualquier mal misterioso, pasaría a ser un angelito, allá en el cielo.
Ahora, por suerte, en estos países ya no suele ser así, aunque inevitablemente se sigan muriendo de vez en cuando algunos niños.

Sin embargo y para dolor de todo aquél que tenga sentimientos, podemos comprobar que por esos mundos de países subdesarrollados donde impera la miseria –mundos quizás del diablo antes que de Dios- se siguen muriendo niños casi masivamente. Se mueren de hambre, desnutridos. Se mueren de frio, de infinidad de enfermedades que los mayores no pueden combatir por falta de medios.
Y eso es terrible. La muerte siempre es terrible, aunque creas que estás preparado para recibirla, te llegue a ti o a personas allegadas. Pero la muerte de un niño, de meses, de pocos años, es todavía más terrible.

Pero desgraciadamente en esas amplias regiones del mundo, se siguen muriendo niños y no podemos conformarnos creyendo que en esos lugares resulta menos estremecedor, por estar todos tan habituados a las grandes desgracias.
Todo esto me obliga a dar continuamente gracias a Dios y pedirle perdón cuando me preocupa excesivamente y me hace templar ese pequeño constipado que sufre alguno de mis nietecillo, aunque sea lo más normal del mundo.

O cuando mi amigo Enrique, me dice que su último nieto –aunque haga el número seis- ha nacido con alguna anomalía en el pulmón o en el corazón me haga exclamar: Dios mío, por qué tanto sufrimiento en esas criaturas tan inocentes que vienen a este mundo a enseñarnos a amar con su pureza y su bondad.

No obstante estoy convencido de que allá en las altas, altísimas alturas donde divisamos el cielo azul y estrellado, Dios recibirá con un abrazo especial a todos los niños que prematuramente hayan dejado este mundo, convirtiéndolos en angelitos blancos, negros o mulatos con lo que se alegrará allá en su reposo eterno el bueno de Antonio Machín.
Aquí en la tierra rezaremos por ellos teniendo siempre presente lo que decía Séneca: “Los muertos siempre siguen viviendo en el recuerdo de los vivos”.

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