Para saborear la Santa Misa


Porqué vamos a Misa
Autor: P. Jorge Loring

A veces se oye decir: "Yo no voy a misa, porque no siento nada. Es que a mí la misa no me dice nada. Es que..."


Voy a aprovechar este rato para hablar del valor de la misa. A veces se oye decir: «Yo no voy a misa, porque no siento nada. Es que a mí la misa no me dice nada. Es que, no le veo sentido a la misa. Yo, es que me aburro en misa». Voy a decir alguna cosa sobre esto.


Primero. El cristianismo no es cuestión de sentimientos. Es cuestión de valores. Yo no voy a misa porque sienta algo. Puede ser que sí, que yo sienta y me emocione. Pero la necesidad de ir a misa no depende de lo que yo sienta, sino del valor de la misa. Porque el cristianismo es cuestión de valores. Lo mismo que una madre puede ser que no tenga ganas de atender al niño enfermo. Pero si su hijo es un valor para ella, la madre se desvive por el niño, y lo atiende con gusto, aunque no tenga ganas; porque el hijo es un valor. Cuando obramos por valores, los valores son superiores a los sentimientos.

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Segundo: «Es que a mí la misa no me dice nada, yo no le veo sentido a la misa.» Bien. Esto es lógico que lo diga una persona que no tenga cultura religiosa. No sabe lo que es una misa. Por eso no sabe apreciar lo que es una misa. Para saber apreciar un museo, hace falta tener cultura. El que no tiene cultura, llega a un museo y se aburre soberanamente; porque no sabe apreciar lo que valen los cuadros o las esculturas de un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciar lo que vale esa joya.

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Tercero: «Es que yo me aburro en la misa». Bueno. Nadie ha dicho que la misa sea una diversión. Cuando se trata de una diversión, si me gusta, voy; y si no me gusta, no voy. Porque se trata de divertirme. Al que no le gustan los toros, no va a los toros. No hay ninguna obligación de ir a los toros. Al que no le gusta el fútbol, no va al fútbol. No tiene ninguna obligación de ir al fútbol. Cuando se trata de divertirme, yo voy si me gusta, y no voy si no me gusta. Pero cuando se trata de una obligación, no se trata de que me divierta o me deje de divertir. Se trata de que es una obligación que tengo que cumplir. Me divierta o no me divierta Hay muchas cosas que las tenemos que hacer porque son obligatorias.

Yo voy a clase, no porque me divierta ir a clase, sino porque tengo obligación de ir a clase. Yo voy a trabajar, no porque me divierta trabajar, sino porque tengo obligación de trabajar. Porque si sólo voy a clase cuando tenga ganas: me suspenden. Si sólo voy a trabajar cuando tenga ganas: no cobro. Lo que es obligatorio no depende de las ganas. No depende de que me divierta. No depende de que me apetezca. Depende de que es obligatorio. Y tengo que hacer lo que es obligatorio, tenga ganas o no tenga ganas.

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La misa es una obligación. Todos tenemos obligación de dar culto a Dios. Porque somos personas. Las personas podemos conocer a Dios, y tenemos obligación de dar culto a ese Dios que podemos conocer. Las piedras no conocen a Dios, no tienen que dar culto a Dios. Las plantas no conocen a Dios, no tienen que dar culto a Dios. Los animales no conocen a Dios, no tienen obligación de dar culto a Dios. Nosotros somos personas que podemos conocer a Dios, y tenemos obligación de dar culto a Dios, a quien conocemos.

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Y no basta el culto privado: «Yo rezo Yo rezo todas las noches.» Muy bien. Tú rezas por la noche. Das culto privado a Dios. Muy bien. Pero es que además del culto privado, tenemos obligación de dar culto público. Porque todos formamos parte de la comunidad cristiana. Somos miembros del pueblo de Dios. Tenemos obligación de unirnos al pueblo de Dios para dar culto a Dios. Y el acto oficial de culto comunitario a Dios es la misa. Es el acto donde todos nos reunimos. Todo el pueblo de Dios se reúne para, colectivamente, comunitariamente, dar culto a Dios. Y en este culto colectivo que da el pueblo de Dios, yo tengo obligación de participar. La misa es el acto oficial colectivo de culto a Dios.

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Y lo lógico es que esto lo hagas voluntariamente, aunque no tengas ganas. A veces las ganas no coinciden con la voluntad. Yo puedo ir de buena voluntad a misa. Quizás no tenga ganas, pero voy de buena voluntad; porque sé que es una cosa buena que debo hacer. Lo mismo que a veces no te apetece ir al dentista, pero vas voluntariamente al dentista. Necesitas ir al dentista, comprendes que debes ir al dentista, y vas al dentista. Y no vas de buena gana; pero vas voluntariamente; porque vas a hacer una cosa que crees que tienes que hacer. Lo mismo: a lo mejor no tengo ganas de ir a misa, pero voy voluntariamente. Voy a gusto, aunque no tenga ganas, pero sé que es una cosa que debo hacer.

Ahora, lo lógico, es ir a misa de buena gana, porque cuando uno va a mostrar su amor al Padre, lo lógico es que lo haga de buena gana. Si yo voy a misa, es para manifestar a Dios que le quiero. Y cuando un hijo da una muestra de amor a su padre, lo lógico, es que lo haga de buena gana.

Me acuerdo de una vez, lo que tuve que luchar para conseguir que una chica le diera un beso a su madre. Habían tenido un problema, un disgusto. Bien, de acuerdo. Y la chica, hacía algún tiempo le había negado toda muestra de cariño a su madre. Y no le quería dar un beso. Por fin, ya al final, accedió, y le dio un beso a su madre. Pero esto no es lógico.

Un hijo no puede discutirle un beso a su madre o a su padre. Son nuestros padres. Lo lógico es que todo hijo normal le dé de buena gana un beso a su madre. Eso es lo lógico y lo normal ¿Que ha habido un problema? Pues se superan los problemas. Se superan los disgustos. Se superan las dificultades. Pero no es normal que a un hijo se le tenga que forzar a que dé un beso a su madre.

Pues lo mismo. ¿Qué es la misa? Un acto de amor al Padre. Yo vengo a misa para manifestar al Padre que le amo, que para mí Dios es un valor. Que yo con gusto le tributo un acto de adoración. Y como «obras son amores y no buenas razones», ¿cómo demuestro que yo amo a Dios? Viniendo a misa y dándole una muestra a Dios de cariño.

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Pero esto, además, lo haré de buena gana si sé lo que vale una misa. Hace ya unos años participaba yo en una misión que se dio en Torrevieja, en Alicante. Yo hablaba a la juventud mayor de dieciséis años, en el casino de Torrevieja; pero otro padre, el P. Enrique Pardo, hablaba a la juventud menor de dieciséis años, a colegiales. Vivíamos todos en un mismo hotel. A la hora de comer, el P. Enrique Pardo, dice:

- «Hoy se me ha ocurrido una cosa en el Instituto y he visto que ha hecho impacto a los chicos. Ha sido una idea feliz».
Y nos dijo en el comedor a los demás misioneros lo que se le había ocurrido. A mí me gustó tanto que dije:
-Ah, pues yo hubiera dicho lo mismo.
Él dijo a los chicos:
-Una misa vale tanto, que si a mí me ofrecen un millón de pesetas para que no diga una misa, dejo el millón y no dejo la misa.
Le dije yo al P. Pardo:
-Oye, está bien la idea. Yo hubiera dicho lo mismo. Hago mía la idea.

A la semana siguiente me voy a Ecija, en Sevilla, y cuando estoy dando allí conferencias a matrimonios, me acuerdo de la anécdota y les digo:

-La semana pasada en Torrevieja, hablando con un misionero, compañero mío, dijo esto. A mí me pareció fenomenal.
Yo digo lo mismo:
- Si a mí me dan un millón de pesetas para que no diga la misa, dejo el millón y no dejo la misa.
Pero al decir esto, el millón me pareció poco.
-¡Qué un millón! ¡Dos millones que me den, dejo los dos millones y no dejo la misa!
Digo dos millones y me parece poco.
-¡Qué digo dos millones...!. ¡Cinco millones! ¡Diez millones! ¡Cien millones! ¡¡¡Mil millones!!! A mí me dan mil millones de pesetas para que no diga una misa..., ¡y dejo los mil millones! No dejo la misa.

Fijaos el bien que yo podría hacer repartiendo los mil millones de pesetas. Pues el bien que yo podría hacer repartiendo mil millones de pesetas es menos que el bien que hago diciendo una misa. Yo hago más por la Humanidad diciendo una misa, que repartiendo mil millones de pesetas. Las cosas son así, y el que no lo crea es que no sabe lo que vale una misa.

Yo, que me he hecho sacerdote para servir a mis hermanos, ¡hago más por mis hermanos diciendo una misa, que repartiendo mil millones de pesetas! Las cosas son así. ¿Por qué? Porque la misa tiene un valor infinito, y los mil millones tienen un valor finito. Los mil millones se acaban, tienen un valor finito. La misa tiene un valor infinito. Y yo hago más por el prójimo diciendo una misa, que repartiendo millones.

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Y esto es tan exacto, que os voy a dar una idea que no es mía, es de un padre dominico, el P. Antonio Royo Marín, uno de los mejores teólogos que tenemos en España. Leyendo un libro suyo me llamó la atención la idea, y yo la repito, porque me parece fenomenal. Fijaos lo que dice el P. Antonio Royo Marín:

«Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, durante toda la eternidad.»

Parece una exageración. Pues esto es teología. Razón: porque toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, es gloria de criatura. Son criaturas. Los santos, la Virgen, son criaturas. La Virgen, la primera de las criaturas. Pero criatura, al fin y al cabo. Y la gloria que da a Dios Padre su Hijo Unigénito sacrificado en la cruz, es más que lo que venga de criaturas. Porque, ¿qué es la misa? Una repetición de la muerte de Cristo en la cruz. Una repetición de la redención de la humanidad.

Se repite en la misa lo mismo que se hizo en el Calvario. Luego si en la Santa Misa estamos repitiendo la redención de la humanidad por Cristo en la cruz, esta oblación de Cristo por la humanidad vale mucho más que todo lo que puedan hacer todas las criaturas. Porque la diferencia de la criatura a Cristo-Dios es infinita. Por eso, como en la Santa Misa repetimos la redención de la humanidad por Cristo-Dios en la cruz, por eso la misa tiene un valor infinito: es lo que más vale en el mundo.

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Y una misa que nosotros oímos, que nosotros ofrecemos, es lo más grande que podemos hacer en la vida. Por eso, cuando uno sabe lo que vale una misa, no la deja por nada. Por nada del mundo. No podemos hacer nada, cada día, más grande que oír la misa.

Voy a contar una anécdota. Alguna vez en la vida yo me he quedado sin comer. Algún viaje que he hecho. Alguna vez. Pero no recuerdo haber hecho nunca un ayuno tan largo, como en una ocasión para poder decir misa. Ya sabéis que ahora basta con una hora de ayuno antes de comulgar, o antes de decir misa.

Pero antes había que guardar ayuno desde las doce de la noche hasta después de haber comulgado o haber dicho misa. Pues cuando había aquella normativa, una vez hice yo un viaje de Barcelona a Sevilla en el expreso que en Sevilla se llama «el catalán» y en Barcelona se llama «el sevillano». Pues en ese expreso Barcelona-Sevilla, sales de Barcelona la noche anterior y llegas a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente.

Yo, si quería decir misa, no podía tomar ni una gota de agua. Pues iba en el tren y, claro, los compañeros del departamento desayunaron. Y vieron que yo no desayunaba. Llegó la hora de comer, y todo el mundo sacó su bocadillo... Y yo, nada.
-Padre, ¿quiere usted..?
-No. No, gracias.
-Pero, Padre, ¡si no ha desayunado usted!
-No, no. Yo no.
-Pero, ¿no va a tomar nada hasta Sevilla?
-Es que quiero decir misa.
-¡Pero si vamos a llegar a las seis de la tarde!
-Ah, no importa. Yo no me quedo sin misa.
-¿Pero va a estar usted en ayunas hasta las seis de la tarde?
-Desde luego. Yo no me quedo sin misa.

Y la gente extrañada de que yo no probara bocado hasta llegar a Sevilla. Pero yo prefería llegar a Sevilla a las seis de la tarde en ayunas para decir misa, que por tomarme un bocadillo quedarme sin misa. Porque cuando sabes lo que vale una misa, no te pasa nada porque no desayunes o no comas. Lo que yo no hago es quedarme sin misa ni un día.

Llegamos a Sevilla con retraso, y mientras llegué a la residencia, me duché y me preparé... Total, ¡que a las nueve dije misa! Y a las diez de la noche: desayuné, comí y cené. Todo junto. Y no me pasó nada. Aquí estoy.

Pero yo sin misa no me quedo. ¿Que me quedo sin comer? No importa. No pasa nada por un día de ayuno. Esto no hace daño a nadie. Pero, ¿dejar yo la misa? ¡Por nada del mundo! Porque la misa es lo más grande que podemos hacer en el día. Puede que una obligación indispensable no me permita oír misa. Quizás. Pero pudiendo, yo no dejo la misa por nada. Cuando sabes lo que vale una misa. No hay nada que valga más para la Gloria de Dios y bien de la humanidad.

Por eso digo: hay que saber valorar las cosas. Y cuando tú sabes valorar una cosa, sabes que merece la pena hacerla, y dejar lo que haya que dejar; pero no te quedas sin misa. ¡Cuánta gente se queda sin misa por tonterías!

Por eso he querido dedicar estos minutos a potenciar, a motivar, la asistencia a misa. Porque hoy por desgracia oyes por la calle muchas expresiones que menos precian a la misa. Y mucha gente encuentra dificultades sin valor, pero que les priva de ir a misa. Y esto es una pena. Porque nada podemos hacer, cada día, más grande que ir a misa.

Espero que después de oír todo esto nunca perdáis la misa sin razón suficiente.

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