Nadie cambia, si no se quiere cambiar


Nadie cambia, si no se quiere cambiar
Y si no cambio yo, tampoco cambiará mi matrimonio, mi familia, mi barrio mi ciudad

De cuando en cuando uno tiene que hacer un alto en el camino. Lo decimos siempre antes de empezar nuestro programa.
Hay que detenerse de pies para pensar, para reflexionar.
Para revisar el fruto que hemos ido obteniendo en nuestro tiempo vivido.

Todos tenemos la capacidad de autocrítica, que es una de las manifestaciones más profundas de nuestra inteligencia. Hombre inteligente es aquel que primero mira para adentro y empieza por rectificarse él.
Al hacerlo nos permite enderezar rumbos, actitudes y escoger conscientemente lo mejor, para bien nuestro y el bien de los que nos rodean.

Es fácil encontrar las fallas de otras personas; no lo es tanto reconocer las nuestras. Y, sin embargo, éstas son las únicas que si podemos corregir. Está a nuestro alcance poder cambiar, está a nuestro alcance poder corregirlas.
Por tanto, este detenerse y reflexionar es ante todo un querer mejorar, es querer ser mejor y ello deberá ser hecho no solamente desde criterios humanos sino en una dimensión de mi fe. Yo soy un hombre creyente: desde mi credo debo querer ser mejor y hacer las cosas mejor.

¿Qué diferencia hay entre lo que soy y lo que debo ser?

La reflexión sobre la libertad que tengo, sobre cual es mi vocación en la vida y cual es mi misión en esta vida, me ayudará especialmente a dar respuesta a la pregunta, sin la cual no puedo avanzar en la conversión hacía Dios, y hacía lo que Dios espera de mi para con mis prójimos: cónyuge, hijos, familiares, amigos, para con la sociedad toda.

De esta reflexión debe haber algunas prioridades: mi convivencia con mi cónyuge debe ocupar el primer lugar ya que es con ella o con él que estoy haciendo un solo caminar.
En este caminar debe haber un estilo de vida conyugal y familiar, estilo de vida que debe estar acorde con mi fe, con lo que creo.

Muchas veces escuchamos decir que la familia está en crisis, cuando lo que está en crisis es el modelo patriarcal de familia.
Recordemos que la palabra crisis quiere decir cambio, situación de cambio y que duda cabe que la familia al estilo patriarcal está cambiando.

Las circunstancias actuales imponen el rediseño de nuevos roles tanto del padre como de la madre, dentro y fuera del hogar que está llevando con actitudes a la pérdida de valores. Y la perdida de valores lleva a la disolución de muchas familias.
¿Y que trae también con ello? La aparición de nuevas maneras de unión y de manera de convivir. Es el famoso tan de moda: estoy viviendo en pareja.

Sin embargo los cristianos creemos en la misión sagrada que Dios encomendó al matrimonio desde su creación y entrega mutua.
Todo matrimonio debe ser una comunidad de vida y entrega mutua.
Todo matrimonio debe ser un colaborador con Dios en la continuidad de la vida.
Todo matrimonio debe ser un ámbito de crecimiento en el amor y la santidad, que no quiere decir otra cosa que ser buenos.

El pecado humano, las faltas, las distorsiones en que el hombre está cayendo cada día, ha quebrado este ideal del matrimonio y es necesario reconstruir la relación de amor entre el hombre y su Creador.

Debemos detenernos y reflexionar y encontrar caminos para esta reconstrucción que deberá necesariamente nacer en el interior de cada uno de nosotros.
Nada se cambia, nada se modifica, si antes no cambio yo y en este cambiar debo estar convencido del cambio. Debo estar firmemente convencido de que lo que hago merece ser, merece hacer el cambio.
Nadie cambia, sino quiero cambiar. Y si no cambio yo, tampoco cambiará mi matrimonio, mi familia, mi barrio mi ciudad.

¡A cambiar tocan! Desde el detenerme, pensar y reflexionar

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