Hacia una "perspectiva de familia".


Hacia una "perspectiva de familia"

La controversia contemporánea sobre el ser humano es compleja y se encuentra enmarcada por un cambio cultural de alcances aún insospechados. Los más importantes debates intelectuales de nuestro tiempo expresan en buena medida un muy profundo fenómeno que trasciende por mucho la mera discusión académica. Desde el ámbito de la filosofía, de la sociología y de muchas otras disciplinas parece cada día haber más consenso respecto que nos encontramos en un verdadero proceso de cambio epocal1. Es en este contexto en el que la familia – junto con muchas otras instituciones – experimenta cuestionamientos radicales que motivan relecturas muy diversas.

La centralidad que posee la familia respecto de otras instituciones también muy relevantes no es difícil de advertir. Los gobiernos, las empresas, las escuelas, los sindicatos, las iglesias y los organismos de la sociedad civil son una breve lista de espacios que se encuentran condicionados en su dimensión cualitativa por lo que acontece en el seno de las familias.

Evidentemente la familia no es el único factor determinante al interior de una comunidad. Sin embargo, por el papel que desempeña dentro de la funcionalidad social sí podemos afirmar que es la instancia más destacada desde un punto de vista cultural. El camino educativo que la persona emprende desde el momento de nacer se encuentra acompañado no sólo por relaciones más o menos furtivas con otros individuos sino por los valores que se establecen al entablar relaciones afectivas significativas. La familia, como comunidad que brinda el espacio de emergencia de la persona desde el punto de vista de su socialidad, introduce al ser humano en un ethos específico que, aunque dinámico, sin lugar a dudas posee una función fundante y de invaluable importancia para la comprensión de las comunidades en las que participará en momentos posteriores de su desarrollo.

Es precisamente el papel que tiene la familia como camino educativo lo que nos permite entender de una manera rápida que los complejos cambios sociales que experimenta el mundo en la época contemporánea tienen a esta institución en su base. No podemos negar que existen hoy dinamismos muy complejos e influyentes que de manera más o menos anónima impactan en el ethos real de las personas y de los pueblos. La teoría de sistemas contemporánea nos ayuda enormemente a comprender la «clausura» y la capacidad de «autoproducción» (autopoiésis) que tienen los sistemas, por ejemplo, económicos o políticos, para automantenerse, autolegitimarse, y por lo tanto, para resolver y disolver en sus funciones y comunicaciones a las personas y a las familias como sujetos relevantes2.

Sin embargo, aún tomando en cuenta este tipo de observaciones, no es posible negar que la familia como «comunidad de personas» (communio personarum) más que como sistema o «entorno» de un sistema, posee una capacidad sui géneris para cualificar procesos y estructuras. Esta cualificación nunca podrá ser señalada como «determinante» debido, precisamente, a su índole específica, a su dimensión personal (o personalista, mejor dicho). Sin embargo, su relativa «indeterminación» es la que le da un alcance y profundidad insospechados que rebasa las previsiones más ambiciosas introduciendo un elemento de imprevisibilidad que sólo lo auténticamente humano posee como característica propia.

1. Modelos explicativos que dificultan apreciar la funcionalidad de la familia

Existen modelos explicativos de la familia que dificultan apreciar su funcionalidad fáctica. Somos de la opinión que sería posible dedicarnos a discusiones y puestas en práctica más redituables si cobráramos conciencia más clara de las limitaciones que ofrecen algunas posturas para comprender la realidad de la familia3.

Una primera postura que es preciso deconstruir aunque sea sucintamente es la visión evolucionista de la familia. Para esta posición la familia es un entorno relacional condicionado culturalmente, que en una sociedad en continuo progreso científico-tecnológico, verá gradualmente disminuidas sus razones de justificación. Quienes defienden este modelo sostienen que en una sociedad primitiva – como la de las zonas rurales pre-industriales – es sumamente funcional la existencia de la «familia extensa» con fuertes vínculos comunales y solidarios que permiten el surgimiento del fenómeno de la socialización. El progreso, - al darse inexorablemente gracias al desarrollo de la capacidad crítica de la razón, la destrucción de mitos y la introducción de tecnología, - constituirá un salto cualitativo que permitirá la urbanización haciendo surgir un nuevo modelo de familia, la familia centrada en el «núcleo familiar» y en la habitación urbana en la que los fuertes lazos comunales son sustituidos por la autosuficiencia que brinda la tecnología y algunos de los más importantes servicios (piénsese en los supermercados).

Así es como lentamente el progreso social va disminuyendo la necesidad de mantener a la familia como experiencia socializadora fundamental quedando sustituida por la capacidad de administrar nuestras «relaciones públicas» y un eficiente manejo de «gadgets» que faciliten la comunicación y el orden en nuestras citas. De esta manera surge la idea de que es posible («¿por qué no?») que las tradicionales funciones familiares sean desempeñadas por otras instancias menos permanentes y más satisfactorias en términos de ajuste al paradigma de la racionalidad instrumental propio del mito del progreso indefinido. La proliferación de modelos de «familia alternativa» daría paso, de manera gradual, a la superación de la estructura familiar. Esta es la comprensión que han desarrollado autores como Claude Lévi-Strauss, Ferdinand Tönnies y Anthony Giddens4.

Nadie puede negar que esta postura parte de algunos hechos incontestables. La familia realmente ha experimentado en muchos ambientes la influencia de la racionalidad instrumental y del mito del progreso indefinido. Sin embargo, es realmente sorprendente desde un punto de vista estrictamente filosófico, cómo los defensores contemporáneos de estas ideas argumentan como si no hubiese sucedido nada en los últimos cien años al respecto de las premisas que soportan este tipo de aseveraciones, como si la modernidad ilustrada no hubiese mostrado sus contradicciones internas…

En efecto, no es difícil percibir que toda esta postura se encuentra sostenida en la validez de la modernidad ilustrada como proyecto emancipador. El fracaso especulativo y práctico de esta posición ha sido denunciado y puesto a la vista del mundo no sólo a través de importantes obras sino de trágicos sucesos que no pueden ser ignorados. La caída del muro de Berlín en 1989 y la destrucción de las torres gemelas en 2001 son simplemente dos de los más recientes íconos de una crisis que tiene una misma matriz ideológica en ambos casos5. Cada vez que la razón autosuficiente quiso autofundamentarse y autolegitimarse para liberarse de viejas esclavitudes se tornó en gobierno despótico de derechas o de izquierdas por igual. La tecnologización de la vida que auguraba unívocamente mejores estadios de progreso ya sea acompañada de la supremacía del Estado o de la «libertad» que brinda el mercado, sin dudas conllevó progreso para algunos, pero no desarrollo humano para todos. Hoy no es difícil constatar empíricamente que las experiencias más propiamente humanas que evitan que la vida naufrague y caiga en el sinsentido y en el hastío, no están directamente relacionadas con el arribo de tecnología a una determinada población. Por el contrario, los países en los que la modernidad ilustrada penetró con más hondura si bien gozan de una superabundancia de bienes y servicios, no se destacan por su vivencia de la virtud de la esperanza. Hoy somos testigos de muchas sociedades cansadas – aunque saturadas de bienestar – en las que la desintegración familiar, la angustia y el proceso de envejecimiento poblacional son sólo algunos de los indicadores de que algo no funcionó del todo bien, por decir lo menos6.

Con esto no deseamos insinuar que la carencia de bienestar material entonces esté asociada con el desarrollo humano auténtico. Lo que deseamos subrayar es simplemente que no es empíricamente verificable el que los proyectos modernizadores siempre logren mejores estadios de vida y aseguren que las sociedades funcionen de una manera más humana7. La modificación-disolución moderno-ilustrada de la estructura familiar no es un fenómeno que resulte indiferente al desarrollo de las sociedades reales. Si la funcionalidad originaria de la familia se vulnera al sumergir a esta dentro del canon supuestamente liberador de la supremacía de la vida pragmática y desmitologizada, la sociedad se debilita en sus fundamentos cualitativos, que por otra parte, son los que ordinariamente permiten la convivencia pacífica, la relación solidaria, el cumplimiento de normas (incluidas las leyes civiles) y evitan, por cierto, la violencia.

Existe otra hipótesis sobre la familia que podríamos llamar individual-vitalista. En esta segunda posición el progreso histórico sede su lugar al tiempo vital del ser humano. El protagonista ya no es la racionalidad auto-fundada sino la centralidad del individuo y lo que le sucede a éste desde que nace hasta que muere. Esto quiere decir que el sujeto humano individual pasa por situaciones familiares diversas que respetan ciertos «ciclos vitales» a través de los cuales es posible identificar los momentos de emancipación, la formalización de relaciones íntimas, el arribo de los hijos, la incorporación del individuo a hogares múltiples, etc.

Esta visión es popular en los contextos que aprecian como valor central la autonomía del sujeto individual. La familia y sus características no nacen de una dinámica natural propia de la persona-en-relación sino del condicionamiento que sufren los ciclos vitales a causa de la amortización y monetarización de elecciones privadas que al sumarse se tornan en una elección pública. El premio Nobel de economía Gary Becker y sus seguidores, por ejemplo, sugieren una teoría del matrimonio basada en el cálculo racional de la maximización del valor de las comodidades esperadas (monetarias y no-monetarias), de manera que cuando cambian las circunstancias y se altera la utilidad prevista, la racionalidad implicaría el divorcio, tener un hijo, evitarlo, etc8.

El individual-vitalismo parece ser una gran bandera para reivindicar al sujeto humano autónomo. Lamentablemente, esta concepción pierde varias dimensiones esenciales de la persona. Pensemos brevemente en la dimensión comunional y donal. El individualismo en sus diversas expresiones no renuncia a la vinculación social. Sin embargo, la considera justamente un escenario de optimización de actividades en la que una persona es mejor en la medida en que logre satisfacer sus necesidades y expectativas individuales utilizando para ello su relación con los demás. Este tipo de perspectiva destruye cualquier corresponsabilidad basada en la participación de todos en una común humanidad. Así mismo, clausura la posibilidad de la gratuidad en las relaciones, factor esencial al momento de establecer comunidades estables sean de la índole que sean.

El individual-vitalismo en algunos momentos parece acercarse a un reconocimiento auténtico de la condición real de las personas. Sobre todo en sus versiones de alta divulgación asume un ropaje sumamente cautivador. ¿Quién no ha sentido la seducción de algún motivador que convoca a la superación individual a través de la búsqueda de la propia realización? ¿Quién no ha escuchado, ya sea al momento de participar en un proceso de cambio organizacional o al mirar un programa de televisión, llamadas a entender el bien de la persona como un acto de autenticidad individual y subjetiva o como la «satisfacción de las necesidades dinámicas del cliente»? ¿No es acaso cada vez más común legitimar decisiones de vida en base a la utilidad, la maximización de la satisfacción, y en el fondo, en base a la protección de una positiva relación costo-beneficio con los demás? 9.

Estas preguntas apuntan a una confusión importante. Que el hombre aspire a su realización individual no significa que esta pueda y deba lograrse bajo la guía de la optimización individualista y comercial de las acciones y de los esfuerzos. Todos los modelos antropológicos, sociales, económicos o políticos que han pretendido tal cosa más pronto que tarde han manifestado su disfuncionalidad. La sociedad bajo este canon no funciona porque las personas y las familias que buscan ser reconocidas y respetadas en sí mismas, por su valor intrínseco, no-comercializable, no encuentran más que un criterio utilitario (la conveniencia económica) al momento de ser valoradas.

2. Funcionalidad de la familia como «communio personarum»

Desde nuestro punto de vista la familia es un elemento esencial de la sociedad. Este papel central se logra gracias a la funcionalidad social insustituible que posee la familia. ¿A qué nos referimos? La familia posee funciones de latencia con respecto a la sociedad más amplia como son el mantenimiento de pautas de conducta y el manejo de tensiones10. Así mismo, existen funciones manifiestas que conforman el proceso de educación y socialización a través del cual las personas asimilan a su modo el ethos y la cosmovisión imperante en la sociedad. Ninguna otra institución puede proveer a las personas y a la sociedad del contenido cualitativo que se encuentra al interior de las funciones que la familia desempeña cuando se mantiene como communio personarum, como comunidad de personas. A grandes rasgos podemos afirmar que las principales funciones de la familia son cinco11:


Equidad generacional: la familia funciona cuando existe solidaridad diacrónica, es decir, corresponsabilidad intergeneracional (abuelos-padres-hijos, por ejemplo) que permite que los miembros de la familia al poseer diversas edades y papeles puedan recibir diversos cuidados, afectos y equilibrios entre actividad laboral, servicio e inactividad forzosa a través del tiempo. La equidad generacional se ejercita en el ámbito de lo privado, es decir, de lo propiamente intra-familiar y tiene una incidencia fortísima en el ámbito de lo público: piénsese, por ejemplo, en los ancianos que al dejar de trabajar pueden ser acogidos, sostenidos y queridos por los más jóvenes.

Transmisión cultural: la familia funciona cuando educa en la lengua, la higiene, las costumbres, las creencias, las formas de relación legitimadas socialmente y el trabajo. Sobre todo la familia funciona cuando educa a las personas en el modo de buscar el significado definitivo de la vida que evita el naufragio existencial al momento de afrontar situaciones-límite: muerte de un ser querido, desamor, enfermedad, injusticia laboral, etc.

Socialización: la familia funciona cuando provee de los conocimientos, habilidades, virtudes y relaciones que permiten que una persona viva la experiencia de pertenencia a un grupo social más amplio. La familia es una comunidad en una amplia red de comunidades con las que se interactúa cotidianamente. Las personas desarrollan su socialidad, o mejor aún, su comunionalidad extra-familiar gracias a que la familia de suyo socializa dentro de sí y hacia fuera de ella.

Control social: la familia funciona cuando introduce a las personas que la constituyen en el compromiso con las normas justas, con el cumplimiento de responsabilidades y obligaciones, con la búsqueda no sólo de bienes placenteros sino de bienes arduos que exigen esfuerzo, constancia, disciplina. Es esta introducción al compromiso la que eventualmente aporta el ingrediente cultural para que las conductas delictivas puedan ser prohibidas a través de la ley, y además, la que permite de hecho que una ley vigente goce de un cierto respaldo cualitativo al menos implícito por parte de la comunidad.

Afirmación de la persona por sí misma: la familia funciona cuando ofrece una experiencia para todos sus integrantes de afirmación de la persona por sí misma, es decir, cuando el carácter suprautilitario de las personas – el valor que las personas poseen independientemente de su edad, salud, congruencia moral, capacidad económica, o filiación política – se salvaguarda y se promueve. Justamente esta función permite el descubrir existencialmente la importancia de la propia dignidad y de los derechos humanos que tienen su fundamento en ella12. Esta función también permite descubrir el sentido personalista de la amistad, lo más necesario en la vida, según Aristóteles13.

Las cinco funciones que la familia desempeña son condiciones de posibilidad de la vida social en general. El derrumbe histórico de las grandes civilizaciones acontece no sólo cuando existen poderes exógenos que desafían los poderes locales sino cuando la consistencia cualitativa, propiamente cultural de la sociedad, que habita en la familia al estar debilitada, hace vulnerables a las instituciones y a su capacidad de respuesta y adaptación al entorno.

3. La persona en la comunión-de-personas

Cuando hemos afirmado que las funciones antedichas las realiza la familia entendida como «communio personarum» deseamos indicar una realidad evidente e importante: la persona es un sujeto familiar, es un sujeto comunional, que no puede ser, entenderse o actuar sin la continua referencia ineludible a los «otros»,14 en especial, a esos «otros» que lo explican en la existencia (padres), en la permanencia (amores significativos) y en la proyección activa de la búsqueda del significado definitivo de la vida (matrimonio, filiación, trabajo, religión). La familia como «communio» significa que esta institución no sólo es un «hecho social», sino que es un método que permite a la persona descubrir que a la base de toda la funcionalidad social existe un «principio», un punto de partida indubitable, innegociable, no-comercializable, que sostiene a lo demás tanto desde un punto de vista ético como desde un punto de vista pragmático: la lógica del don y de la gratuidad.

La gratuidad fácilmente es trivializada como una suerte de fenómeno irracional propio de la vida privada. Sin embargo, la persona cuando reflexiona sin prejuicio sobre su experiencia puede encontrar que es precisamente la gratuidad la que en muchas ocasiones hace que la vida humana sea soportable y eventualmente adquiera sentido. Cuando algunos sociólogos como Francis Fukuyama reconocen que la «confianza» recíproca es esencial para la dinámica social parecen acercarse a esta misma cuestión aún cuando por las limitaciones metodológicas de su ciencia no les es posible comprender los motivos fundantes de una racionalidad que trasciende por mucho la pura respuesta a necesidades y tendencias15.

La gratuidad es difícil pero al mismo tiempo resulta fascinante. Gratuidad significa no «te deseo como un bien» sino «deseo tu bien», «deseo lo que es bueno para ti».

La gratuidad en la familia hace que esta se constituya como una estructura peculiar de «pertenencia». El formar parte de la familia hace que la persona no sólo se pertenezca a sí misma sino que pertenezca a otros. Es esta pertenencia recíproca la que permite que las dificultades de la vida individual puedan ser compensadas a través de la ayuda recíproca, y en no pocas ocasiones, excedente. Así mismo, es esta pertenencia la que nos permite entender algo sumamente sencillo y profundo: la persona no puede ser entendida y atendida auténticamente más que como un «sujeto-familiar», es decir, como un ser que no puede ser más que junto-con-otros con los que mantiene de manera estable un vínculo afectivo, justo, basado en la gratuidad diacrónica (con las generaciones que me anteceden y que me suceden) y en la gratuidad sincrónica (con quien establezco una relación justa llamada al amor en el matrimonio) 16.

4. La familia como perspectiva

Habiendo dicho esto es como llegamos a entender que la centralidad de la persona, hoy tan profusamente difundida hasta en los discursos de orden político o empresarial, es una abstracción mientras no comprende la dimensión familiar de la persona. La familia no es un añadido accidental de personas, no es solamente una superposición privada de afectos. La familia tampoco es un espacio prescindible al momento de entender o atender a las personas. Al contrario, la familia es el modo de aprehender a la persona en su circunstancia real. A través de la familia se alcanza a la persona y el haz de relaciones que constituyen su vida concreta.

Cuando esto no se entiende la primacía de la persona se vuelve un recurso retórico que disfraza una antropología individualista. En este punto no debemos ser ingenuos. No basta que a la persona y a la familia se les mencione mucho, no basta que desde la sociedad civil o desde el gobierno encontremos acciones que «de intención» buscan incidir en la persona real y en las familias.

Es necesario a este respecto algo nuevo. Es necesario entender que la familia tiene que volverse una perspectiva tanto para la comprensión como para la atención – en términos de servicio – de las personas reales.

Por ello me parece muy afortunado el comenzar a hablar de una «perspectiva de familia». ¿En qué consiste esta noción? ¿Qué contenidos se pretenden asignar cuando sostenemos que la familia es la «perspectiva» para no perder a la persona?

Por «perspectiva de familia» entiendo al menos cinco cosas esenciales:

ANTROPOLOGÍA PERSONALISTA-COMUNIONAL: el ser humano no es un individuo cerrado sobre sí al que «lo social» le advenga como mero fenómeno accidental. Así mismo, el ser humano no es una mera parte de un ente superior y colectivo. El ser humano real es persona. El término «persona» precisamente fue acuñado desde hace muchos siglos para significar un sujeto con identidad que posee dignidad y que se encuentra llamado a realizarse en la libre entrega a los demás17.

REIVINDICACIÓN DEL MATRIMONIO COMO INSTITUCIÓN JUSTA: la familia se encuentra asociada a la realidad del matrimonio. Esto jamás quiere decir que sólo exista familia cuando la pareja matrimonial vive o cuando esta funcione de manera óptima. Lo que se desea apuntar es que las funciones de la familia aparecen y se reproducen socialmente a partir del establecimiento de la protección legal de un nexo justo entre personas de diverso sexo que deciden libremente compartir la vida entre sí. El amor en la vida conyugal siempre supone la justicia. La justicia es el mínimo del amor. Por ello, las personas que se confiesan amor no pueden prescindir de proteger en la medida de sus posibilidades los elementos de convivencia justa que son la base mínima, que son el «piso», sobre el que se construye una vida en común que está llamada, evidentemente, a rebasar la pura justicia. El matrimonio civil, entonces, es una institución de suyo justa en su existencia y llamada a salvaguardar la justicia. La dimensión educativa que posee para los miembros de la familia el que la pareja matrimonial practique la justicia y la trascienda en el amor, es uno de los varios argumentos que permiten apreciar las razones por las que una «perspectiva de familia» pasa necesariamente por el fortalecimiento de la vida matrimonial como relación justa entre personas18.

REARTICULACIÓN DE LOS DERECHOS DE PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA GENERACIÓN19: la persona como sujeto familiar, y la familia como sujeto social exigen que los derechos individuales, los derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos de la solidaridad entre las personas y los pueblos se afirmen simultáneamente como auténticos derechos exigibles. La familia no puede ser reivindicada a través de la afirmación unilateral de un solo tipo de derechos. En la actualidad muchos de quienes defienden, por ejemplo, el derecho a la vida, suelen desentenderse de las condiciones estructurales para la vida digna, como es el derecho al trabajo, a la salud o a la educación. Así mismo, quienes defienden derechos sociales o derechos solidarios suelen no prestar atención a los derechos, por ejemplo, del no-nacido. En particular a la ideología neoliberal se le dificulta reconocer los derechos de segunda y de tercera generación como auténticos derechos y los reduce a meros «ideales» de vida social. Esta es una manera rápida y elocuente de mostrar cómo las antropologías reductivas generan una distorsión al quedar desatendidos elementos que en justicia se le deben a las personas reales que viven en familia y que exigen una consideración más holística de su condición simultáneamente individual y comunitaria20. Los auténticos derechos de la familia y de la persona-en-familia, son derechos de las tres generaciones simultáneamente. Desde nuestro punto de vista, promover el esfuerzo legislativo y político para que estos derechos sean vigentes ayudaría de manera fundamental en el proceso de construcción de un auténtico «Estado-social-de-Derecho».

SUSTANTIVIDAD DE LA POLÍTICA SOCIAL-ADJETIVIDAD DE LA POLÍTICA ECONÓMICA: mientras la política social de los Estados siga siendo meramente compensatoria de las disfunciones causadas por quienes definen la política económica desde la lógica del mercado, la familia quedará siempre como un tema secundario. Una economía social de mercado coloca a «lo social» como sustantivo y al «mercado» como adjetivo. La racionalidad del mercado no tiene por sí misma la capacidad para leer aspectos cualitativos como la dignidad de las personas y de las familias, sobre todo de aquellas que se encuentran «fuera del mercado». La pobreza para ser adecuadamente entendida y atendida tiene que ser interpretada desde la familia, es decir, desde el núcleo comunitario en el que se vive y desde el que se sufre una problemática que raramente es meramente individual. Más aún, el lugar en el que es necesario verificar si una política social realmente funciona al servicio de las personas no es la evaluación de su impacto sobre el «individuo» sino la evaluación de su impacto sobre la «familia». Cuando la política social toma como parámetro-eje a la familia, se induce la vida comunional y solidaria que tanto hace falta en sociedades desafiadas por el individualismo y por conductas que desalientan la corresponsabilidad y la formación de ciudadanía21.

PROMOCIÓN ACTIVA DE LA FAMILIA DESDE LA SOCIEDAD CIVIL Y EN ESPECIAL DESDE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: una «perspectiva de familia» no nace por decreto. Principalmente nace «desde abajo». ¿Qué queremos decir? La «perspectiva de familia» implica una particular hermenéutica (interpretación) de la persona, de la sociedad, de la economía y del Estado. Este tipo de interpretación sólo puede hacerse viable a través de un gran esfuerzo educativo en el que la sociedad civil, y en particular, los medios de comunicación, juegan un papel esencial. Para nadie es un secreto que en estos temas el principal reto es cultural. En México tenemos la enorme ventaja de aún poseer un entramado simbólico, axiológico y religioso que aprecia la vida en familia. Sin embargo, nada asegura que el espesor cultural de este aprecio perdure por siempre. Es urgente que desde la sociedad civil todos colaboremos a fortalecer los espacios naturalmente creadores de cultura (escuelas, asociaciones, iglesias, medios de comunicación) a través de propuestas innovadoras que muestren convincentemente las razones por las que vale la pena apostar por las familias.


5. Conclusión

Apostar por las familias no es un ideal frívolo, «rosa» o conservador. Apostar por la familia es apostar por la justicia, por el amor, por nuestra soberanía cultural. Es creer que es posible crear una sociedad que goce de un Estado de Derecho con un perfil más social y menos utilitario. Es trabajar por una economía más justa al momento de crear y distribuir riqueza. No hay que confundir el legítimo deseo de construir una «economía de mercado» con el alienante pseudo-ideal de una «sociedad de mercado». No todo aspecto de la vida humana es comercializable. La persona-en-familia es más que sus necesidades y sus deseos mercantiles. Las familias más pobres en nuestras comunidades son testigos – muchas veces sin voz – de esta verdad.

Para combatir la tentación de querer olvidar o de querer trivializar a la familia, es preciso pensar en una decidida acción transversal que permita introducir una nueva óptica en el quehacer de la sociedad civil, en las políticas públicas y en el mismo proceso de Reforma del Estado. Esta óptica es la que algunos llamamos «perspectiva de familia», es decir, «perspectiva» para que a través de un ambicioso programa de acción lo valioso de la vida se preserve, se promueva y se defienda.

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