Acaba con tus problemas, no con tu matrimonio!


Un matrimonio feliz y para siempre II
Por Tomás Melendo
Colaborador de Mujer Nueva


Una vez centrada la cuestión, y antes de proponer algunos consejos más específicos para las mujeres y los maridos, tal vez convenga sugerir ciertas ideas aplicables a ambos:




II. Consejos para ambos cónyuges

1. El amor conyugal no es una simple pasión, ni un mero sentimiento… ni un enjambre más o menos rumoroso de ellos.

Aunque tales emociones a menudo lo acompañen y sea bueno que así ocurra, el verdadero amor entre los cónyuges es una donación total, definitiva y excluyente, fruto de un acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad, que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida.

Como consecuencia, ser fieles significa renovar el propio «sí»… también —¡y sobre todo!— cuando en ocasiones nos resultara costoso.

2. Como antes apuntaba, al cónyuge hay que volverlo a enamorar cada jornada, sin olvidar que la boda no es sino el sillar de un grandioso edificio, que deben levantar y embellecer piedra a piedra, desvelo tras desvelo, alegría con alegría, entre los dos.

Si en el momento de la boda no se inaugurara una gran aventura, la mejor y mayor aventura de la vida humana, consistente en hacer crecer el amor y de este modo —¡amando yo más!— ser muy felices,… ¿tendría sentido casarse?

3. El amor se nutre de minúsculos gestos y atenciones. Evita, pues, las pequeñas menudencias que molestan al otro cónyuge y busca, por el contrario, cuanto le satisface.

Si te sientes incapaz de hacer grandes cosas por él o por ella, no te preocupes ni te empeñes en buscarlas. Como en el resto de la vida humana, la clave del éxito no se encuentra en esa magnas gestas a menudo solo imaginarias, sino en el diminuto pero constante detalle de cada instante.

4. Al casarte, has aceptado libremente a tu consorte tal como es, con sus límites y defectos; pero esto no significa renunciar a ayudarle con amabilidad, tino y un poco de picardía a que mejore… queriéndolo cada vez más: lo decisivo es «soportar», en el sentido de ofrecer un apoyo incondicional y seguro, y no «soportar», en la acepción de aguantar sufridamente los presuntos defectos y manías del otro.

5. No te dejes absorber de tal manera por el trabajo, las relaciones sociales, las aficiones… que acabes por no encontrar tiempo para estar a solas y en las mejores situaciones con tu cónyuge (y para dedicar también tu atención al hogar y al resto de la familia).

6. Toma las decisiones familiares de común acuerdo con el otro componente del matrimonio, esforzándote por escucharlo e intentar comprender sus razones (la clave de la comunicación no reside en ser un buen «charlatán», sino, si se me permite la expresión que empleaba un conocido mío, un excelente «escuchatán»: ¡qué gran amigo aquel que simplemente sabe oírnos con atención!).

Y, en el caso de que, al no llegar a un acuerdo, hayas seguido su criterio, no se lo eches en cara si, por casualidad, de ahí se derivara algún inconveniente. Una vez tomada la decisión, tras sopesarla convenientemente, es exactamente igual de aquel que tomó la iniciativa como del que demostró la suficiente confianza para seguirla.

7. Respeta la razonable autonomía y libertad de tu consorte, reconociendo, por ejemplo, su derecho a cultivar un interés personal, a atender y fomentar sus amistades, su vida de relación con Dios, sus sanas aficiones… sabiendo que, entonces, él o ella se esforzarán por no descuidar el cuidado y el mimo que tú mereces.

No te dejes arrastrar por los celos, que son ante todo una demostración de desconfianza hacia tu cónyuge… y que podrían dar origen a aquello mismo de lo que intentan defenderse o que pretenden evitar.

8. La alegría y el buen humor son como el lubricante imprescindible para que la vida de familia discurra sin fricciones ni atascos, que podrían minar la armonía entre sus miembros. Dentro de este contexto se advierte toda la importancia de los momentos de fiesta, auténticos motores del contento y la algazara familiares.

Procura, entonces, que algún detalle material, modesto pero atractivo —en la comida, por ejemplo, o en la decoración del hogar—, encarne y dé cuerpo al ambiente jubiloso del espíritu, cuando la fecha así lo reclame… o cuando lo estimes conveniente, aunque no exista «ningún motivo» para hacerlo… excepto el amor que tienes a tu familia.

9. Con todo el cariño del mundo, mantén en su lugar a tus padres, sin permitirles que se entrometan imprudentemente en vuestros asuntos. En ocasiones —y sobre todo al principio— será oportuno pedir ayuda, pero recuerda que cuando las reglas de juego están claras resulta más fácil conservar la armonía.

10. No tengas demasiado miedo a discutir, pero aprende a reconciliarte enseguida siguiendo el «decálogo del buen discutidor», que tal vez exponga en otro artículo.

E incluso esfuérzate —sólo es difícil las primeras veces— en sacar provecho de esas trifulcas, reconciliándote lo más pronto posible con un acto de amor, manifestado por un jugoso abrazo, de mayor intensidad que los que existían antes del enfado.

Si procuras que las discusiones se produzcan muy de tarde en tarde, acabarás por comprobar lo que aseguraba un santo sacerdote de nuestro tiempo: que vale la pena reñir alguna que otra vez sólo para después poder hacer maravillosamente las paces.

Tomás Melendo Granados
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia
Universidad de Málaga
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Acaba con tus problemas, no con tu matrimonio!


Un matrimonio feliz y para siempre I
Por Tomás Melendo
Colaborador de Mujer Nueva

En artículos como «Diez principios y una clave para educar correctamente», «Educar al niño y al adolescente: principios básicos» y «Nuevas sugerencias para una sana educación» he ofrecido algunas ideas para facilitar la educación de los hijos.

En casi ningún momento descendí a problemas concretos y de especialistas, porque estimo que no es esa la función de estos escritos. Ahora, en la misma línea, querría comenzar un conjunto de ensayos breves dirigidos a los padres o, mejor todavía, a los cónyuges.

No cambia con ello la orientación de fondo, porque es bien sabido que la formación de los hijos deriva de manera directísima y principal del modo de relacionarse los padres entre sí: como explico con frecuencia, «la calidad del amor y de las relaciones en el seno de cualquier familia depende fundamental y casi exclusivamente del amor recíproco entre los cónyuges».

Pero sí que se modifica el destinatario directo de estas líneas. Hasta hoy se trataba de ayudar a que los niños y jóvenes crezcan y se desarrollen como personas; a partir de este momento, y en la medida de mis posibilidades, el propósito es ofrecer ese mismo auxilio a los padres de familia, pero justo en cuanto marido y mujer.



I. Cultivar el matrimonio

— La clave de las claves. Todo lo que voy a exponer conviene leerlo a la luz de este principio básico: ¡el matrimonio ha de ser cultivado!

¿Cómo? Con la paciencia, premura, atención y mimo de un buen jardinero. Como las plantas: ¡estará vivo si crece! No se puede conservar por mucho tiempo en un congelador o en una campana de vidrio (¿pueden compaginarse el amor con «la frialdad» o el «aislamiento incomunicado y aséptico»?). Como todo lo vivo, el amor O crece o muere o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse.

«Conservar» el amor, simplemente «conservarlo», es una tarea vana… que equivale a darle muerte: lo vivo no admite «conservación»; es preciso nutrirlo para que despliegue progresivamente todas sus posibilidades.

En cierto tono de broma comento a veces que ningún ser vivo puede permanecer inmóvil, que natural e inevitablemente tiende a desarrollarse y crecer… si recibe el alimento oportuno. Solo los japoneses tienen la paciencia para conservar en un aparente y forzado estadio primerizo sus famosos bonsáis; pero si quisiéramos hacer algo similar con nuestro matrimonio, lo convertiríamos en una caricatura, incapaz de sobrevivir.

Benavente afirmaba que el amor, todo amor pero especialmente el de varón y mujer, «tiene que ir a la escuela»: es preciso aprender poco a poco, durante toda la vida, a amar al otro cónyuge… de la forma precisa y particularísima en que él (¡y no yo, cada uno de nosotros!) necesita ser amado.

Y, concretando más, Balzac escribió: «El matrimonio debe luchar sin tregua contra un monstruo que todo lo devora: la costumbre». Su enemigo más insidioso es la rutina: perder el deseo de la creatividad originaria; porque entonces el amor acabará por enfriarse y perecer tristemente.

A veces se trata de un proceso lento, casi imperceptible en los inicios, y cuyas consecuencias sólo se advierten cuando la degradación se estima ya irreparable, aunque en realidad no lo sea: como la planta a la que se ha dejado de regar y que durante cierto tiempo parece mantener su lozanía, para de pronto, sin motivo inmediato aparente, marchitarse de forma definitiva.

— Lo más importante. ¿Quieres evitar esta desagradable trayectoria? He aquí el precepto infalible: que, durante toda la vida, momento tras momento y circunstancia tras circunstancia, tu cónyuge sea para ti lo más importante. Más que los caprichos y las aficiones, cómo es lógico. Pero también, con lucha o sin ella, más que la profesión e incluso, si esta contraposición pudiera establecerse —que no puede—, más que los propios hijos… que son los primeros beneficiados de vuestro amor mutuo.

En consecuencia, cada uno de los cónyuges ha de buscar el modo de granjearse minuto a minuto el amor del otro, «obsesionarse» con hacerlo feliz: «conquistar» a su mujer, si se trata de los varones, y «seducirlo» día tras día —con toda la carga de este término— si se trata de las esposas.

Cada noche uno y otra tienen que responder con un sí sincero a las siguientes preguntas: ¿he dedicado hoy expresamente un tiempo, unos segundos al menos, para ver cómo podía darle una sorpresa o una alegría concreta a mi marido o a mi mujer?; ¿he puesto los medios para hacer vida ese propósito?

Pues, en verdad, el cariño no se alimenta con la simple inercia o el paso del tiempo; hay que nutrirlo con multitud de menudos gestos y atenciones, con una sonrisa y también con un poco —¡o un mucho!— de picardía: evitando todo lo que se intuye o se sabe por experiencia que al otro le desagrada, aunque fuera en sí mismo una nadería, y buscando por el contrario cuanto puede alegrarlo.

Como recuerda un autor norteamericano, «los matrimonios felices están basados en una profunda amistad. Los cónyuges se conocen íntimamente, conocen los gustos, la personalidad, las esperanzas y sueños de su pareja. Muestran gran consideración el uno por el otro y expresan su amor no sólo con grandes gestos, sino con pequeños detalles cotidianos».

Pero nada de ello se consigue sin esfuerzo. De acuerdo con la atinada comparación de Masson, «el amor [sentimental] es un arpa eolia que suena espontáneamente; el matrimonio, un armonio que no suena sino a fuerza de pedalear»… aunque el resultado de tal «pedaleo» sea el de una felicidad indescriptible, que nadie es capaz de imaginar… hasta que hace la prueba.

— Estar en los detalles. No olvidemos lo que sostenía von Ebner-Eschenbach: «el amor vence a la muerte; pero, a veces, una mala costumbre sin importancia vence al amor».

Un ejemplo mínimo, pero que al término puede resultar relevante: la puntualidad. ¡Cuántas veces el marido sufre o incluso desearía renunciar a salir porque la esposa no está lista con la antelación suficiente para llegar en punto a una cita! O viceversa, ¡cuántas el retraso es causado por el marido, que se entretiene más de lo previsto en la resolución de cuestiones profesionales que muy bien pudieran e incluso debieran aguardar hasta el día siguiente!

Algo similar sucede con la hora del retorno a casa. Es fácil caer en la tentación de prolongar el momento final del trabajo, por comodidad o por miedo ante las exigencias que se encontrarán a la vuelta al hogar, ante los problemas que plantean los hijos o el otro cónyuge. En tales circunstancias ¿cómo pretender que el que se ha esforzado por llegar a su hora, tras una espera al principio ilusionada con el deseo de abrazar al otro, no se vaya desalentando o incluso enfadando conforme avanzan las manecillas del reloj y resulte incapaz cuando por fin viene de acogerlo con una sonrisa? En ocasiones tiene lugar un imprevisto urgente, es cierto; pero ¡cuántas otras el retraso se debe a un capricho, al desorden, a la pereza o en definitiva al egoísmo y falta de delicadeza con el otro componente del matrimonio!

Cosa que asimismo ocurre cuando marido o mujer conceden un interés desmesurado a los asuntos profesionales o a las relaciones de amistad que de ellos surgen y descuidan la atención debida a su cónyuge, elaborando con excesiva frecuencia los propios planes al margen de él.

También en la vida íntima de la pareja las pequeñas atenciones y la ternura gozan de una importancia decisiva. Cuando faltan, el acto conyugal acaba por trivializarse, hasta reducirse a mera satisfacción de un impulso casi inhumano. Como sabemos, el lenguaje del cuerpo debe comprometer a la persona entera y tornarse «diálogo personal de los cuerpos»: una sinfonía que interpreta la persona toda tomando como instrumento sus dimensiones corpóreas.

Por eso, el cortejo y la ternura que conducen al trato íntimo no deben reducirse ni a los días ni a los momentos en que desean tenerse, sino que han de impregnar, de cariño y de atenciones, la vida entera en común de los componentes del matrimonio… en todos sus aspectos.

La mujer no deberá abandonarse, sino cultivar el propio atractivo y la elegancia. Como dice el conocido refrán, refiriéndose al arreglo y aderezo femeninos, «la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta». Por su parte, el marido —además de procurar también mostrarse elegante en todo momento, de acuerdo con las circunstancias— puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa.

— Todos responsables. Y aquí una puntualización se torna imprescindible. Suele afirmarse con verdad que el amor es cosa de dos; y también el matrimonio; y también las obligaciones familiares de todo tipo, especialmente lo relativo a la educación de los hijos… pero ¡incluido el cuidado del hogar!

Resulta bastante claro que el modo de distribuir las tareas domésticas depende de multitud de circunstancias, que sería inútil tratar de encorsetar con fórmulas fijas e inamovibles, de forma que lo que es competencia de uno se queda sin hacer si él o ella no lo llevan a cabo o, lo que es peor todavía, a la presunta «falta de responsabilidad» de quien «abandona» sus cometidos le responde el otro omitiendo asimismo los suyos. Eso equivaldría a introducir dentro del matrimonio la «lógica del intercambio mercantilista», que es lo más opuesto a la gratuidad del amor.

También es patente que la mujer —esposa y madre— constituye en cierto modo el corazón de toda unión familiar, la que da el tono y el calor a la vida de familia. ¡Pero no de manera exclusiva, ni mucho menos! El orden en la casa, la limpieza, el arreglo de los desperfectos… compete con igual obligación que a la mujer al marido y, en su caso, a cada uno de los hijos, aunque para ello tengan que torcer un tanto sus inclinaciones espontáneas y adecuar su modo de ser y sus intereses a aquellos de quien más quieren.

Repito que esto no implica una concreta disposición ni asignación de las tareas del hogar, ni mucho menos un tanto por ciento, fijo y a priori, de participación en esos menesteres. Y añado que la coyuntura en que se encuentre cada mujer —su trabajo también fuera de la casa, entre los elementos más relevantes—, junto con la idiosincrasia característica y exclusiva de cada uno de los componentes de cada uno de los matrimonios, posee un peso determinante a la hora de plantear este asunto.

Pero el principio ha de quedar claro: considerando la cuestión desde su raíz, el deber de conservar la propia casa en las mejores condiciones para fomentar una convivencia armoniosa, pacífica y reparadora corresponde por igual no sólo a los dos cónyuges, sino, en proporción a su edad y posibilidades, a todos los miembros de la familia.

Por eso, cuando alguno de los componentes deje de cumplir sus «obligaciones», la respuesta inicial de los otros será la de suplirlo, dando por supuesto que se habrá visto impedido de llevarlas a cabo. Y solo cuando la situación se repita, con el tacto y la delicadeza oportunos, habrá que hacerle caer en la cuenta que de ese modo no contribuye a la concordia y la felicidad del hogar.

Tomás Melendo Granados
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia
Universidad de Málaga

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El mejor regalo para tus hijos: ideas prácticas para educar


¿Qué tipo de padre eres tú?

Hola, Lupita:

Soy una joven de 18 años y participo en mi Parroquia en grupos juveniles. Tengo novio, con el cual hace poco inicié la relación. Mas sucedió algo que no sé cómo manejarlo.




Una noche yo estaba en mi casa y recibí a mi novio; nos quedamos platicando y, sin sentir, nos dieron las 10.30, casi las once; entonces, mi padre salió muy enojado. Yo me sentí mal, y en cuanto pasé al otro lado de la puerta, él golpeó mi espalda. Tenía ganas de llorar, y la situación empeoró, pues mi padre cerró, jaló mi cabello y me arrojó al suelo. Me levanté, me fui a mi cuarto, pero él entró y me dijo que lo había decepcionado y que era una cualquiera .Lo que sí tengo presente en mi mente es que Jesús no me dejó sola, ni entonces ni jamás; realmente no sentí fuertes los golpes; estaba tranquila. No odio a mi papá ni le guardo rencor; al contrario, lo quiero mucho, pero él ya casi no habla conmigo de padre a hija… y eso me entristece. No quisiera que a mis hermanos les pasara lo mismo, pues es una experiencia horrible. Reconozco que me pasé de la hora; ese fue mi error, y me arrepiento, pero dudo mucho de que mi padre quiera escucharme. Además, no sólo fue eso, sino que desde mi niñez vengo acumulando distintos traumas y recuerdos muy tristes.

Andrea


Querida Andrea:
Esta bellísima carta me permite enviar mensajes en tres direcciones:
1. A los sacerdotes que impulsan los grupos juveniles en sus Parroquias y áreas de acción: ¡Gracias!, pues presentando a los jóvenes a Cristo les dan fortaleza y capacidad sobrada para superar las dificultades de la vida y ser verdaderos agentes de cambio.
2. A los jóvenes que quieren hacer de su vida algo valioso. Tú, Andrea, eres una de ellas, y sé que hay muchos como tú que están en esta búsqueda sincera y son capaces de reconocer cuando han fallado, para poner remedio adecuado y crecer. ¡Felicidades a todos ustedes! Ustedes son el futuro y pueden cambiar al mundo para bien si se comprometen con la Verdad, que es Cristo.
3. A los padres de familia que desean hacer de sus hijos hombres y mujeres de bien, pero no saben cómo. ¡Prepárense! No es con golpes ni gritos como conseguimos lo mejor. Saber más y auto-dominarse será necesario para ser auténticos padres.


¿Qué clase de padre eres o quisieras ser?
De acuerdo a varios autores, existen tres tipos de papás:
A. Los padres autoritarios
Quieren tener a sus hijos controlados. Son sumamente estrictos e intransigentes. Tienen muy en alto las reglas, pero es muy bajo el amor manifestado con detalles a sus hijos, mismos que son infelices, reservados y con gran dificultad para confiar en los demás.

B. Los padres permisivos
Quieren ser “cuates” de sus hijos. Muy bajo su nivel de reglas, y alto su amor (malentendido). Buscan la aprobación de sus hijos y tienen “miedo” de pedirles algo que saben o suponen que no aceptarán. No saben poner límites claros. Los hijos se vuelven muy exigentes, caprichosos y autoritarios.

C. Los padres autorizados
Ejercen su autoridad en un clima de afecto. Son altos en reglas y también altos en amor. Establecen límites claros en casa. Permiten que sus hijos se expresen libremente y les enseñan a respetar, con su palabras y acciones, a todos los miembros de casa. Transmiten la importancia de vivir valores fundamentales: respeto, orden, responsabilidad y honestidad. Los hijos se desarrollan con sana autoestima, son independientes, creativos, adaptados socialmente y maduros.

Papá: ¡no lastimes a tus hijos! ¿En verdad quieres que ellos sean mejores? ¡Comprométete contigo mismo a mejorar tú!

Desde el Corazón
Lupita Venegas

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Salva tu matrimonio


EL DESAFIO DEL AMOR es un proceso desafiante y a veces difícil, pero también increíblemente satisfactorio. Para aceptar este desafío, debemos tener plena conciencia de lo que representa y tomar una determinación firme; No está hecho para probar durante un tiempo, y los que abandonen pronto perderán mayores beneficios. Si estás dispuesto a comprometerte un día a la vez durante 40 días, los resultados podrán cambiar tu vida y tu matrimonio.



1. Durante el próximo día, decide demostrar paciencia y no decirle nada negativo a tu cónyuge. Si surge la tentación, elige no decir nada. Es mejor contenerte que expresar algo que luego lamentarás.
2. Realiza al menos un gesto inesperado como acto de amabilidad.
3. Cómprale algo a tu cónyuge que le comunique “hoy estuve pensando en ti”
4. Sin ninguna otra intención, pregúntale cómo está y si puede hacer algo por el.
5. Pídele a tu cónyuge que te diga tres cuestiones que le incomodan o le irritan de ti.
6. Decide reaccionar con amor en lugar de irritación
7. En 2 hojas de papel escribe cualidades positivas de tu cónyuge y aspectos negativos. En algún momento del día elige un atributo positivo de la primera lista y dale gracias a tu cónyuge por esa característica.
8. Toma la lista de atributos negativos que hiciste ayer y quémala, luego dile a tu cónyuge cuánto te alegra que haya logrado hace poco.
9. Saluda a tu cónyuge con una sonrisa y con entusiasmo; decide cambiar tu forma de saludar para reflejar tu amor por el.
10. Haz algo fuera de lo común por tu cónyuge (lava su auto, compra su postre favorito, dobla la ropa, etc)
11. Piensa ¿Qué necesidad de tu cónyuge podrías satisfacer hoy? Elige un gesto que diga: “te valoro” y hazlo con una sonrisa.
12. Cede en un área de desacuerdo entre tú y tu cónyuge. Dile que pondrás primero sus preferencias.
13. Habla con tu cónyuge y establece reglas; también anota tus propias reglas personales para respetar durante las discusiones; decide cumplirlas cuando vuelva a surgir un desacuerdo.
14. Hagan algo que a tu cónyuge le encantaría hacer; pasen tiempo juntos.
15. Demuestra honor y respeto a tu cónyuge; haz algo que sea diferente de lo habitual; muéstrale a tu cónyuge que lo tienes en alta estima.
16. Comienza a orar hoy por el corazón de tu cónyuge.
17. Decide proteger los secretos de tu cónyuge.
18. Prepara una cena especial en tu casa solo para ustedes dos.
19. ¿Has tomado conciencia de la necesidad de que Dios cambie tu corazón y te de la capacidad de amor? Reclama la fortaleza y la gracias para resolver Tu destino eterno.
20. Ora: “Señor Jesús soy pecador, cambia mi corazón y sálvame con tu gracia”.
21. Lee la Biblia, intenta leer un capítulo de proverbios cada día; sumérgete en el amor y las promesas que Dios tiene para ti.
22. Elige comprometerte con el amor; dile hoy con palabras a tu cónyuge: “te amo, elijo amarte aun si no me retribuyes”
23. Quita todo obstáculo para la relación; cualquier adicción o influencia que te robe sentimientos y aleje tu corazón de tu cónyuge.
24. Identifica todo objeto de lujuria en tu vida y quítalo; distingue cada mentira que has tragado al buscar el placer prohibido y recházala. Termina con ella hoy mismo.
25. Hoy mismo perdona cualquier cosas que no le hayas perdonado a tu cónyuge; desde tu corazón di: “Elijo perdonar”
26. Pídele perdón a tu cónyuge por las veces que has obrado mal, hazlo con sinceridad, sin importar como responda, asegúrate con cumplir con tu responsabilidad en el amor.
27. Pídele perdón a tu cónyuge por haberle exigido de más en alguna área; prométele que intentarás comprenderlo y afirmarle tu amor incondicional.
28. Proponte hacer lo que puedas para satisfacer la mayor necesidad de tu cónyuge en este momento.
29. Ora por tu cónyuge y exprésale tu amor de alguna manera tangible; agradécele a Dios por darte el privilegio de amar a esta persona tan especial… en forma incondicional como el nos ama.
30. Observa una causa de división en tu matrimonio y ora por ella; también habla con franqueza sobre esta cuestión con el con el fin de buscar la unidad.
31. Comprométete con tu cónyuge y con Dios a transformar tu matrimonio en la prioridad sobre toda otra relación humana.
32. Si es posible hoy intente iniciar la relación sexual con tu cónyuge; hazlo de una manera que honre lo que tu cónyuge te ha dicho o te ha dado a entender con respecto a lo que necesita de ti en esta área. Pídele a Dios que se transforme en una camino hacia una mayor intimidad.
33. Reconoce que tu cónyuge es esencial para tu éxito en el futuro, déjale saber que deseas incluirlo en tus próximas decisiones. Si en el pasado lo has ignorado admite tu descuido y pídele que te perdone.
34. Elogia alguna actitud que tenga tu cónyuge respecto a su fe o espiritualidad.
35. Busca un momento para tu matrimonio; si te parece que es necesaria la terapia da el primer paso y concierta la cita.
36. Toma el compromiso de leer la Biblia todos los días; consigue un libro de meditaciones; invita a tu cónyuge a leer contigo.
37. Pregúntale a tu cónyuge si pueden comenzar a orar juntos; usen ese tiempo para confiarle a Dios las inquietudes, los desacuerdo y la necesidades; no olviden dar gracias por sus bendiciones; si se niega hazlo a solas.
38. Piensa que le gustaría a tu cónyuge, si fuera posible. Ponlo en oración y comienza a trazar un plan para cumplir alguno de sus deseos.
39. Ora y luego escríbele una carta de compromisos y decisión a tu cónyuge; incluye la razón por la cual te comprometes con esta matrimonio hasta la muerte y exprésale que te has propuesto amarlo sin importar lo que suceda.
40. Escribe una renovación de tus votos y colócala en tu hogar; si se puede planea una renovación formal de tus votos matrimoniales ante un sacerdote y con tu familia; que sea una afirmación viva del valor de tu matrimonio a los ojos de Dios.

*tomado del libro "Los desafíos del amor"
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El poder de las novenas



¿Por qué hacer novenas?
Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net


Es una devoción de oración privada o pública de nueve días para obtener alguna gracia o intención especial.




Qué es una novena?

Del latín "novem", nueve.

La novena es una devoción de oración privada o pública de nueve días para obtener alguna gracia o intención especial.

Hay novenas dedicadas a Nuestro Señor, al Espíritu Santo, como también a la Virgen María y a muchos santos. La sucesión de nueve puede referirse a días consecutivos (ej: nueve días previos a una fiesta) o a nueve días específicos de la semana o del mes (ej.: nueve primeros viernes). Algunas novenas tienen una larga tradición asociada con la devoción a un santo o a una promesa recibida en revelación privada.

Muchas novenas tienen recomendación eclesiástica pero no un lugar propio y establecido en la liturgia. No son parte de la oración oficial de la Iglesia. Las novenas nos ayudan en nuestra oración cuando están adecuadamente valoradas en el contexto de una sólida doctrina.

Al pedir la intercesión de un santo debemos desear imitar sus virtudes. Para ello es necesario conocerlo. La novena puede convertirse en superstición si se limita a buscar un deseo personal sin abrir el corazón a Dios y someterse a su voluntad. Una novena bien hecha es un medio para intensificar la intercesión.

Mientras las octavas tienen un carácter festivo, las novenas generalmente se hacen para lograr una intención o para orar por los difuntos.

Aunque las novenas son muy antiguas, no fue hasta el siglo XVII que la Iglesia formalmente concedió la primera indulgencia a una novena en honor a San Francisco Javier, otorgada por el papa Alejandro VII.


ORIGENES

Jesucristo nos enseñó a orar con insistencia. El le pidió a los Apóstoles que se prepararan en oración para la venida del Espíritu Santo. De aquí se inspira la novena de Pentecostés.

Los judíos no tenían celebraciones religiosas de nueve días ni novenarios de difuntos. Para ellos, el número siete era el mas sagrado. Pero la novena hora en la Sinagoga era una de las horas especiales de oración, como lo ha sido la hora nona en la Iglesia desde el principio. Es una de las horas de oración en la Liturgia de las Horas. (cf. Acts, iii, 1; x, 30; Tertullian, "De jejuniis", c. x, P.L., II, 966; cf. "De oratione", c. xxv, I, 1133).

Los romanos y griegos tenían novenas. Una de ellas, descrita en Livy (I, xxxi). se trata de una fiesta pagana para apaciguar a los dioses. También hacían nueve días de duelo por los difuntos. Aunque los primeros cristianos siguieron la costumbre en cuanto al número de días, ya no lo hacían con superstición sino fundamentados en Cristo.


PADRES DE LA IGLESIA

San Agustín, escribiendo sobre las novenas (P.L., XXXIV, 596), advierte a los cristianos el peligro de imitar esta costumbre pagana, ya que no se encuentra en la Biblia. El peligro no está en la novena sino en como se entiende esa oración.

Según algunos Padres de la Iglesia y los monjes de la Edad Media, el nueve denota imperfección y se refiere a los hombres. El diez es el mas alto y perfecto y por eso se refiere a Dios.

La novena simboliza la imperfección humana que busca a Dios. (cf. Jerome, loc. cit.; Athenagoras, "Legat. pro Christian.", P.G., VI, 902; Pseudo-Ambrosius, P.L., XVII, 10 sq., 633; Rabanus Maurus, P.L., CIX, 948 sq., CXI, 491; Angelomus Monach., In Lib. Reg. IV, P.L., CXV, 346; Philo the Jew, "Lucubrationes", Basle, 1554, p. 283).

Según San Jerónimo, el Padre de la Iglesia que tradujo la Biblia al Latín, "El número nueve en la Santa Biblia indica sufrimiento y dolor" (Ezech., vii, 24; -- P.L., XXV, 238, cf. XXV, 1473). II Reyes 25:3 "El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del pueblo".


EDAD MEDIA

Se decía que Cristo murió en la novena hora.(cf. Schmitz, "Die Bussbucher und die Bussdisciplin", II, 1898, 539, 570, 673) y que por la Santa Misa, en el noveno día, el difunto sería elevado a los nueve coros de ángeles en el cielo. (cf. Beleth, loc. cit.; Durandus, loc. cit.).

España y Francia introdujeron la "novena de preparación" para la Navidad. para recordar los nueve meses de embarazo de la Virgen. En España el Concilio de Toledo en el año 656 transfirió la fiesta de la Anunciación al 18 de Diciembre (dentro de la novena). Por eso la novena tomó un sentido de anticipación y preparación a una fiesta. Los mejores modelos de preparación son Jesús y María, preparándose para el nacimiento. Nosotros nos preparamos en este mundo para la vida eterna.

De la novena de preparación, surgió la costumbre (Francia y Bélgica) de hacer novenas a la Virgen y a los santos por diversas intenciones.


EFICACIA DE LAS NOVENAS

Las novenas requieren humildad, confianza y perseverancia, tres importantes cualidades de la oración eficaz. Innumerables santos rezaban novenas con gran devoción y a través de los siglos muchos milagros se han logrado con la oración de novenas.

Un ejemplo del origen milagroso de algunas es la novena en honor a San Francisco Javier de que hablamos al principio. Es conocida como la "novena de gracia". Comenzó en 1633 cuando el Padre Mastrilli, S.J., estaba mortalmente herido por causa de un accidente. San Francisco Javier, a quien tenia gran devoción, se le apareció y le exhortó a dedicarse a las misiones de las Indias. El Padre Mastrilli hizo un voto ante su provincial de que iría a las Indias si Dios le salvaba la vida. En otra aparición (3 Enero, 1634) San Francisco Javier le pidió que renovase la promesa, le anticipó su martirio y le restauró la salud tan plenamente que esa misma noche el padre pudo escribir los hechos y la mañana siguiente celebró la Misa en el altar del santo y volvió a su vida comunitaria. Pronto se fue a las misiones del Japón donde fue martirizado el 17 Octubre de 1637. El milagro se propagó por toda Italia e inspiró confianza en la intercesión de San Francisco Javier. Los fieles pedían su ayuda en la novena llamada "novena de gracia"

Jesucristo mismo, en la revelación a Santa Margarita Alacoque recomendó la celebración de nueve primeros viernes de mes consecutivos (cf. Vermeesch, "Pratique et doctrine de la dévotion au Sacré Coeur de Jésus", Tournai, 1906, 555 sqq.).

Promesa de Jesucristo a Santa Margarita María Alacoque:

Yo les prometo, en el exceso de la infinita
misericordia de mi Corazón, que Mi amor
todopoderoso le concederá a todos aquellos que
comulguen nueve primeros viernes de mes
seguidos, la gracia de la penitencia final; no
morirán, en Mi desgracia ni sin recibir los
sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio
seguro en este último momento.
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Para saborear la Santa Misa


Porqué vamos a Misa
Autor: P. Jorge Loring

A veces se oye decir: "Yo no voy a misa, porque no siento nada. Es que a mí la misa no me dice nada. Es que..."


Voy a aprovechar este rato para hablar del valor de la misa. A veces se oye decir: «Yo no voy a misa, porque no siento nada. Es que a mí la misa no me dice nada. Es que, no le veo sentido a la misa. Yo, es que me aburro en misa». Voy a decir alguna cosa sobre esto.


Primero. El cristianismo no es cuestión de sentimientos. Es cuestión de valores. Yo no voy a misa porque sienta algo. Puede ser que sí, que yo sienta y me emocione. Pero la necesidad de ir a misa no depende de lo que yo sienta, sino del valor de la misa. Porque el cristianismo es cuestión de valores. Lo mismo que una madre puede ser que no tenga ganas de atender al niño enfermo. Pero si su hijo es un valor para ella, la madre se desvive por el niño, y lo atiende con gusto, aunque no tenga ganas; porque el hijo es un valor. Cuando obramos por valores, los valores son superiores a los sentimientos.

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Segundo: «Es que a mí la misa no me dice nada, yo no le veo sentido a la misa.» Bien. Esto es lógico que lo diga una persona que no tenga cultura religiosa. No sabe lo que es una misa. Por eso no sabe apreciar lo que es una misa. Para saber apreciar un museo, hace falta tener cultura. El que no tiene cultura, llega a un museo y se aburre soberanamente; porque no sabe apreciar lo que valen los cuadros o las esculturas de un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciar lo que vale esa joya.

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Tercero: «Es que yo me aburro en la misa». Bueno. Nadie ha dicho que la misa sea una diversión. Cuando se trata de una diversión, si me gusta, voy; y si no me gusta, no voy. Porque se trata de divertirme. Al que no le gustan los toros, no va a los toros. No hay ninguna obligación de ir a los toros. Al que no le gusta el fútbol, no va al fútbol. No tiene ninguna obligación de ir al fútbol. Cuando se trata de divertirme, yo voy si me gusta, y no voy si no me gusta. Pero cuando se trata de una obligación, no se trata de que me divierta o me deje de divertir. Se trata de que es una obligación que tengo que cumplir. Me divierta o no me divierta Hay muchas cosas que las tenemos que hacer porque son obligatorias.

Yo voy a clase, no porque me divierta ir a clase, sino porque tengo obligación de ir a clase. Yo voy a trabajar, no porque me divierta trabajar, sino porque tengo obligación de trabajar. Porque si sólo voy a clase cuando tenga ganas: me suspenden. Si sólo voy a trabajar cuando tenga ganas: no cobro. Lo que es obligatorio no depende de las ganas. No depende de que me divierta. No depende de que me apetezca. Depende de que es obligatorio. Y tengo que hacer lo que es obligatorio, tenga ganas o no tenga ganas.

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La misa es una obligación. Todos tenemos obligación de dar culto a Dios. Porque somos personas. Las personas podemos conocer a Dios, y tenemos obligación de dar culto a ese Dios que podemos conocer. Las piedras no conocen a Dios, no tienen que dar culto a Dios. Las plantas no conocen a Dios, no tienen que dar culto a Dios. Los animales no conocen a Dios, no tienen obligación de dar culto a Dios. Nosotros somos personas que podemos conocer a Dios, y tenemos obligación de dar culto a Dios, a quien conocemos.

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Y no basta el culto privado: «Yo rezo Yo rezo todas las noches.» Muy bien. Tú rezas por la noche. Das culto privado a Dios. Muy bien. Pero es que además del culto privado, tenemos obligación de dar culto público. Porque todos formamos parte de la comunidad cristiana. Somos miembros del pueblo de Dios. Tenemos obligación de unirnos al pueblo de Dios para dar culto a Dios. Y el acto oficial de culto comunitario a Dios es la misa. Es el acto donde todos nos reunimos. Todo el pueblo de Dios se reúne para, colectivamente, comunitariamente, dar culto a Dios. Y en este culto colectivo que da el pueblo de Dios, yo tengo obligación de participar. La misa es el acto oficial colectivo de culto a Dios.

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Y lo lógico es que esto lo hagas voluntariamente, aunque no tengas ganas. A veces las ganas no coinciden con la voluntad. Yo puedo ir de buena voluntad a misa. Quizás no tenga ganas, pero voy de buena voluntad; porque sé que es una cosa buena que debo hacer. Lo mismo que a veces no te apetece ir al dentista, pero vas voluntariamente al dentista. Necesitas ir al dentista, comprendes que debes ir al dentista, y vas al dentista. Y no vas de buena gana; pero vas voluntariamente; porque vas a hacer una cosa que crees que tienes que hacer. Lo mismo: a lo mejor no tengo ganas de ir a misa, pero voy voluntariamente. Voy a gusto, aunque no tenga ganas, pero sé que es una cosa que debo hacer.

Ahora, lo lógico, es ir a misa de buena gana, porque cuando uno va a mostrar su amor al Padre, lo lógico es que lo haga de buena gana. Si yo voy a misa, es para manifestar a Dios que le quiero. Y cuando un hijo da una muestra de amor a su padre, lo lógico, es que lo haga de buena gana.

Me acuerdo de una vez, lo que tuve que luchar para conseguir que una chica le diera un beso a su madre. Habían tenido un problema, un disgusto. Bien, de acuerdo. Y la chica, hacía algún tiempo le había negado toda muestra de cariño a su madre. Y no le quería dar un beso. Por fin, ya al final, accedió, y le dio un beso a su madre. Pero esto no es lógico.

Un hijo no puede discutirle un beso a su madre o a su padre. Son nuestros padres. Lo lógico es que todo hijo normal le dé de buena gana un beso a su madre. Eso es lo lógico y lo normal ¿Que ha habido un problema? Pues se superan los problemas. Se superan los disgustos. Se superan las dificultades. Pero no es normal que a un hijo se le tenga que forzar a que dé un beso a su madre.

Pues lo mismo. ¿Qué es la misa? Un acto de amor al Padre. Yo vengo a misa para manifestar al Padre que le amo, que para mí Dios es un valor. Que yo con gusto le tributo un acto de adoración. Y como «obras son amores y no buenas razones», ¿cómo demuestro que yo amo a Dios? Viniendo a misa y dándole una muestra a Dios de cariño.

***

Pero esto, además, lo haré de buena gana si sé lo que vale una misa. Hace ya unos años participaba yo en una misión que se dio en Torrevieja, en Alicante. Yo hablaba a la juventud mayor de dieciséis años, en el casino de Torrevieja; pero otro padre, el P. Enrique Pardo, hablaba a la juventud menor de dieciséis años, a colegiales. Vivíamos todos en un mismo hotel. A la hora de comer, el P. Enrique Pardo, dice:

- «Hoy se me ha ocurrido una cosa en el Instituto y he visto que ha hecho impacto a los chicos. Ha sido una idea feliz».
Y nos dijo en el comedor a los demás misioneros lo que se le había ocurrido. A mí me gustó tanto que dije:
-Ah, pues yo hubiera dicho lo mismo.
Él dijo a los chicos:
-Una misa vale tanto, que si a mí me ofrecen un millón de pesetas para que no diga una misa, dejo el millón y no dejo la misa.
Le dije yo al P. Pardo:
-Oye, está bien la idea. Yo hubiera dicho lo mismo. Hago mía la idea.

A la semana siguiente me voy a Ecija, en Sevilla, y cuando estoy dando allí conferencias a matrimonios, me acuerdo de la anécdota y les digo:

-La semana pasada en Torrevieja, hablando con un misionero, compañero mío, dijo esto. A mí me pareció fenomenal.
Yo digo lo mismo:
- Si a mí me dan un millón de pesetas para que no diga la misa, dejo el millón y no dejo la misa.
Pero al decir esto, el millón me pareció poco.
-¡Qué un millón! ¡Dos millones que me den, dejo los dos millones y no dejo la misa!
Digo dos millones y me parece poco.
-¡Qué digo dos millones...!. ¡Cinco millones! ¡Diez millones! ¡Cien millones! ¡¡¡Mil millones!!! A mí me dan mil millones de pesetas para que no diga una misa..., ¡y dejo los mil millones! No dejo la misa.

Fijaos el bien que yo podría hacer repartiendo los mil millones de pesetas. Pues el bien que yo podría hacer repartiendo mil millones de pesetas es menos que el bien que hago diciendo una misa. Yo hago más por la Humanidad diciendo una misa, que repartiendo mil millones de pesetas. Las cosas son así, y el que no lo crea es que no sabe lo que vale una misa.

Yo, que me he hecho sacerdote para servir a mis hermanos, ¡hago más por mis hermanos diciendo una misa, que repartiendo mil millones de pesetas! Las cosas son así. ¿Por qué? Porque la misa tiene un valor infinito, y los mil millones tienen un valor finito. Los mil millones se acaban, tienen un valor finito. La misa tiene un valor infinito. Y yo hago más por el prójimo diciendo una misa, que repartiendo millones.

***

Y esto es tan exacto, que os voy a dar una idea que no es mía, es de un padre dominico, el P. Antonio Royo Marín, uno de los mejores teólogos que tenemos en España. Leyendo un libro suyo me llamó la atención la idea, y yo la repito, porque me parece fenomenal. Fijaos lo que dice el P. Antonio Royo Marín:

«Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, durante toda la eternidad.»

Parece una exageración. Pues esto es teología. Razón: porque toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, es gloria de criatura. Son criaturas. Los santos, la Virgen, son criaturas. La Virgen, la primera de las criaturas. Pero criatura, al fin y al cabo. Y la gloria que da a Dios Padre su Hijo Unigénito sacrificado en la cruz, es más que lo que venga de criaturas. Porque, ¿qué es la misa? Una repetición de la muerte de Cristo en la cruz. Una repetición de la redención de la humanidad.

Se repite en la misa lo mismo que se hizo en el Calvario. Luego si en la Santa Misa estamos repitiendo la redención de la humanidad por Cristo en la cruz, esta oblación de Cristo por la humanidad vale mucho más que todo lo que puedan hacer todas las criaturas. Porque la diferencia de la criatura a Cristo-Dios es infinita. Por eso, como en la Santa Misa repetimos la redención de la humanidad por Cristo-Dios en la cruz, por eso la misa tiene un valor infinito: es lo que más vale en el mundo.

***

Y una misa que nosotros oímos, que nosotros ofrecemos, es lo más grande que podemos hacer en la vida. Por eso, cuando uno sabe lo que vale una misa, no la deja por nada. Por nada del mundo. No podemos hacer nada, cada día, más grande que oír la misa.

Voy a contar una anécdota. Alguna vez en la vida yo me he quedado sin comer. Algún viaje que he hecho. Alguna vez. Pero no recuerdo haber hecho nunca un ayuno tan largo, como en una ocasión para poder decir misa. Ya sabéis que ahora basta con una hora de ayuno antes de comulgar, o antes de decir misa.

Pero antes había que guardar ayuno desde las doce de la noche hasta después de haber comulgado o haber dicho misa. Pues cuando había aquella normativa, una vez hice yo un viaje de Barcelona a Sevilla en el expreso que en Sevilla se llama «el catalán» y en Barcelona se llama «el sevillano». Pues en ese expreso Barcelona-Sevilla, sales de Barcelona la noche anterior y llegas a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente.

Yo, si quería decir misa, no podía tomar ni una gota de agua. Pues iba en el tren y, claro, los compañeros del departamento desayunaron. Y vieron que yo no desayunaba. Llegó la hora de comer, y todo el mundo sacó su bocadillo... Y yo, nada.
-Padre, ¿quiere usted..?
-No. No, gracias.
-Pero, Padre, ¡si no ha desayunado usted!
-No, no. Yo no.
-Pero, ¿no va a tomar nada hasta Sevilla?
-Es que quiero decir misa.
-¡Pero si vamos a llegar a las seis de la tarde!
-Ah, no importa. Yo no me quedo sin misa.
-¿Pero va a estar usted en ayunas hasta las seis de la tarde?
-Desde luego. Yo no me quedo sin misa.

Y la gente extrañada de que yo no probara bocado hasta llegar a Sevilla. Pero yo prefería llegar a Sevilla a las seis de la tarde en ayunas para decir misa, que por tomarme un bocadillo quedarme sin misa. Porque cuando sabes lo que vale una misa, no te pasa nada porque no desayunes o no comas. Lo que yo no hago es quedarme sin misa ni un día.

Llegamos a Sevilla con retraso, y mientras llegué a la residencia, me duché y me preparé... Total, ¡que a las nueve dije misa! Y a las diez de la noche: desayuné, comí y cené. Todo junto. Y no me pasó nada. Aquí estoy.

Pero yo sin misa no me quedo. ¿Que me quedo sin comer? No importa. No pasa nada por un día de ayuno. Esto no hace daño a nadie. Pero, ¿dejar yo la misa? ¡Por nada del mundo! Porque la misa es lo más grande que podemos hacer en el día. Puede que una obligación indispensable no me permita oír misa. Quizás. Pero pudiendo, yo no dejo la misa por nada. Cuando sabes lo que vale una misa. No hay nada que valga más para la Gloria de Dios y bien de la humanidad.

Por eso digo: hay que saber valorar las cosas. Y cuando tú sabes valorar una cosa, sabes que merece la pena hacerla, y dejar lo que haya que dejar; pero no te quedas sin misa. ¡Cuánta gente se queda sin misa por tonterías!

Por eso he querido dedicar estos minutos a potenciar, a motivar, la asistencia a misa. Porque hoy por desgracia oyes por la calle muchas expresiones que menos precian a la misa. Y mucha gente encuentra dificultades sin valor, pero que les priva de ir a misa. Y esto es una pena. Porque nada podemos hacer, cada día, más grande que ir a misa.

Espero que después de oír todo esto nunca perdáis la misa sin razón suficiente.
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Progreso del alma

Las etapas de la oración
Autor: Germán Sánchez | Fuente: USMI

Los grandes momentos en la Historia de la Iglesia quedan definidos por circunstancias y eventos que sirven de perno para etapas sucesivas. Dos momentos coyunturales señalan el inicio del tercer milenio de la era cristiana: el Concilio Vaticano II y el Jubileo.



1. Importancia y concepto de la oración.

Los grandes momentos en la Historia de la Iglesia quedan definidos por circunstancias y eventos que sirven de perno para etapas sucesivas. Dos momentos coyunturales señalan el inicio del tercer milenio de la era cristiana: el Concilio Vaticano II y el Jubileo del año 2000. Juan Pablo II ha escrito: "En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente? Espero que, entre quienes han participado en el Jubileo, hayan sido muchos los beneficiados con esta gracia, plenamente conscientes de su carácter exigente. Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario, pero hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral"1.

El ideal de la santidad nos debe llevar a buscar los medios más eficaces para alcanzar este estilo de vida, propuesto por Juan Pablo II. De nada serviría la preparación al Jubileo, ni la renovación que ha querido aportar el Concilio Vaticano II, si en el momento de ponerla en práctica no contamos con los medios adecuados.
La carta apostólica Novo millennio ineunte, trae a colación algunos de esos medios entre los que menciona la oración, la eucaristía dominical,el sacramento de la reconciliación, la primacía de la vida de gracia, la escucha y el anuncio de la Palabra. Es de hacer notar que da a la oración el primer lugar de estos medios. ¿Por qué es así?
La santidad es la participación de la vida divina, según siguiente definición: "El Señor Jesús, maestro y modelo divino de toda perfección, a todos y cada uno de sus discípulos de cualquier condición, ha predicado la santidad de vida, de quien Él mismo es el autor y el perfeccionador, <> (Mt. 5,48). En efecto, Él mandó a todos el Espíritu Santo, para movernos internamente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y amarse unos a otros como Cristo los ha amado"2.

Esta santidad de vida comporta un esfuerzo por identificarnos cada día más plenamente con la vida de Jesucristo. Movernos a amar a Dios y a amar al prójimo como uno mismo, requiere el constante confrontarse en la vida, para saber si lo que se hace, lo que se dice y lo que se piensa está en concordancia con esa perfección a la que hemos sido llamados. Esta perfección no es otra cosa que cumplir con la voluntad de Dios. En la voluntad de Dios se encuentra el programa de nuestra santidad, el programa que engloba todas nuestras potencias y es culmen de la vida divina a la que hemos sido llamados por nuestro bautismo. "Preguntar a un catecúmeno: <<¿quieres recibir el Bautismo?>>, significa al mismo tiempo preguntarle <<¿quieres ser santo?>>. Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: <> (Mt. 5, 48)3.
La voluntad de Dios para una persona consagrada se encuentra inscrita en la regla de vida, en las Constituciones de la congregación, en pocas palabras, en todo aquello que podemos llamar carisma: "La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo. Para los institutos dedicados a obras de apostolado, la formación incluye la preparación y continua actualización de sus miembros para las obras peculiares del instituto, no simplemente como profesionales, sino como " testigos vivos del amor sin límites y del Señor Jesús ". Aceptada por cada religioso como asunto de responsabilidad personal, la formación se convierte no sólo en crecimiento personal, sino también en una bendición para la comunidad y una fuente de fructuosa energía para el apostolado"4.

A través del carisma la persona consagrada podrá alcanzar la santidad de vida a la que está llamada a vivir, porque en él, en el carisma, encontrará en forma clara y evidente, la voluntad de Dios para su vida.

El conocimiento del carisma puede lograrlo a través de un camino de formación personal. Iniciado en los primeros años del noviciado, continúa en forma permanente a través del arco de su vida. Puede darse sin embargo el peligro de creer que esta formación en el carisma se reduzca solamente al aspecto externo, es decir al conocimiento memorístico o superficial de los números de las Constituciones, de los escritos del Fundador/a o de las disposiciones del último Capítulo General. "En la fase de la edad madura, junto con el crecimiento personal, puede presentarse el peligro de un cierto individualismo, acompañado a veces del temor de no estar adecuados a los tiempos, o de fenómenos de rigidez, de cerrazón, o de relajación. La formación permanente tiene en este caso la función de ayudar no sólo a recuperar un tono más alto de vida espiritual y apostólica, sino también a descubrir la peculiaridad de esta fase existencial"5.

Este conocimiento externo servirá sin duda alguna, como carril que lleva hacia un estilo de vida del consagrado, pero no será, ni con mucho, un verdadero medio para alcanzar la santidad. El carisma debe servir como un trampolín de donde la religiosa pueda zambullirse para encontrar en la frescura de todo aquello que constituye el patrimonio espiritual del Instituto, los elementos que la lleven a la santidad. La oración puede ser una ayuda insustituible para entresacar del carisma, estos elementos.

Una lectura académica difiere mucho de una lectura espiritual. La primera se contenta tan sólo con adquirir elementos para conformar unas ideas, unos juicios. Sin embargo, quien hace del carisma una fuente de su conocimiento para descubrir la voluntad de Dios para su vida, no puede contentarse con una lectura que satisfaga solamente al intelecto. Busca una lectura que conteste y de sentido a la pregunta sobre la voluntad de Dios para su vida. Pasará entonces de la lectura a la oración.

Si bien son muchas las definiciones de oración, y todas ellas serían materias de una discusión y profundización, por razones de espacio no podemos detenernos a explicar este concepto. Diremos simplemente para efectos de nuestra exposición, que la oración es "la capacidad de adherirse a la voluntad de Dios y de abandonarse a ella con gozo"6. O bien, esta otra: "La oración es un encuentro del hombre con Dios"7.

Es en la oración en donde la persona consagrada descubre y se adhiere a la voluntad de Dios. Cabe aquí hacer una pequeña digresión sobre el doble dinamismo de la oración. No es sólo un descubrir, un conocer. Esto sería reducir la oración al ámbito de una reflexión académica, en donde el intelecto se contenta con satisfacer su apetito intelectual. Podemos decir que son muchas las personas que conocen y saben cuál es la voluntad de Dios en sus vidas, pero que no se atreven o no saben cómo cumplirla, como llevarla a cabo. Es el segundo momento de la oración, el que hace que se ponga en práctica lo que se ha contemplado. Adherirse a la voluntad de Dios en la oración es proponer cordialmente mediante los propósitos, las formas en las que se llevará a cabo la voluntad de Dios, en la vida ordinaria.

Siendo que la voluntad de Dios para la persona consagrada, como hemos señalado anteriormente, queda constituido por el carisma y que este conocimiento del carisma no debe reducirse a un conocimiento intelectual, sino a un conocimiento vivencial, la oración será el lugar de encuentro de la persona consagrada con la voluntad de Dios. Un lugar en donde se confronta el yo con la Voluntad de Dios, expresada en el carisma de la congregación.

Es por ello que la religiosa no puede descuidar la oración como un medio privilegiado para conseguir su santidad. "Ciertamente, los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la consagración les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que ellos la cultiven con generosa dedicación"8.

Si por naturaleza la consagración hace de la religiosa una persona más disponible para la oración, también por esta misma naturaleza la religiosa debe cumplir constantemente en su vida la Voluntad de Dios.

Es la oración por tanto, la fuente de dónde la religiosa saca el agua para regar las plantas que no son otra cosa sino las virtudes de la vida religiosa. Virtudes que le vienen especificadas en el carisma de la Congregación. Esta imagen del agua y las plantas lo tomamos de Santa Teresa de Ávila9. "De la misma manera, no buscamos la experiencia de Dios en la oración por sí misma sino para que las virtudes crezcan y prosperen en nosotros"10.

Por ello, el gua debe ayudarnos a cultivar esas virtudes, pues ellas son la prueba de que nos acercamos a Dios. La forma para sacar esta agua en la oración, nos viene descrita por la misma Santa Teresa. Pueden ser a través del entendimiento, la contemplación o la unión con Dios. Para ello, la Santa de Ávila utiliza tres metáforas: el balde, la polea, la acequia y la lluvia. Dios es el autor de esas gracias que necesitamos para el cultivo de as virtudes. Nosotros debemos sin embargo hacer nuestra parte, como el hortelano que cultiva su parcela. No permanece con los brazos cruzados. Trabaja. Puede regar las plantas con agua sacada de un pozo, directamente, a través de un balde. Puede usar una polea. Y por último, puede aprovecharse de un arroyo que corra cerca de la parcela o de la lluvia.

La oración en la que utilizamos el entendimiento, la reflexión, es la imagen del agua obtenida a través de un balde. La ración en la que los afectos se combinan hasta llegar a la contemplación, es el agua que se obtiene mediante una polea. Y por último, la oración en la que el alma vive unida a Dios, es el agua que el Señor quiere regalar en forma gratuita, descrita a través de la acequia o la lluvia. Volveremos más adelante a tomar estas imágenes para explicar su relación con las etapas de la vida de cada alma consagrada.

En ciertas ocasiones, especialmente los Institutos dedicados a la vida apostólica, se pierde la visión de la oración, como fuerza que debe impulsar toda la vida consagrada. Y esto porque la religiosa reduce su vida, en ciertas ocasiones, a cumplir externamente con unas obras encomendadas. Se pierde de vista en esos momentos el carácter sobrenatural de la vida consagrada y nos contentamos con vivir una fidelidad externa. Se encuentra poco tiempo a la oración, porque la vida ha perdido un poco la frescura de buscar en todo momento la Voluntad de Dios. De esta manera, la voluntad de Dios se reduce a las obras externas. La vida comienza a girar no ya en torno a Dios sino a las cosas, las obligaciones, la actividad. La oración pasa a un segundo puesto, no porque se desprecie la oración en sí misma, sino porque se ha dejado de buscar con ahínco y con profundidad, la voluntad de Dios en todos los aspectos de la vida. "Una auténtica vida espiritual exige que todos, en las diversas vocaciones, dediquen regularmente, cada día, momentos apropiados para profundizar en el coloquio silencioso con Aquél por quien se saben amados, para compartir con Él la propia vida y recibir luz para continuar el camino diario. Es una práctica a la que es necesario ser fieles, porque somos acechados constantemente por la alienación y la disipación provenientes de la sociedad actual, especialmente de los medios de comunicación. A veces la fidelidad a la oración personal y litúrgica exigirá un auténtico esfuerzo para no dejarse consumir por un activismo destructor"11.


2. Las etapas de la vida.

"Hay una juventud de espíritu que permanece en el tiempo y que tiene que ver con el hecho de que el individuo busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un modo específico de ser, de servir y de amar en la vida consagrada"12.

El recorrido de la vida espiritual de una mujer consagrada no es lineal. Partiendo de la así llamada formación inicial, tiene su culmen en el momento en que Dios la llama a la casa del Padre. Son diversas las circunstancias por las que debe atravesar el alma consagrada y no podemos establecer una similitud para todos, ni siquiera para dos de ellas. Dios es quien va modelando a la persona en su totalidad. Es Él que en su plano amoroso, envía las gracias, permite las pruebas, las dificultades, con el fin de llevar a plenitud lo dispuesto para cada alma. "Puesto que el sujeto de la formación es la persona en cada fase de la vida, el término de la formación es la totalidad del ser humano, llamado a buscar y amar a Dios " con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas " (Dt 6, 5) y al prójimo como a sí mismo (cf. Lv 19, 18; Mt 22, 37-39)"13. Dios trabaja sobre toda la persona humana: sobre su psicología, sus aspectos físicos, su esfera espiritual. Podemos decir que no deja nada de la persona fuera de la acción de la gracia. De esta manera, la mujer consagrada va transformándose en otro Cristo, ya que, al seguirlo más de cerca, se va configurando cada día con Él.

En esta configuración, el ideal seguirá siendo el mismo que el de la santidad: cumplir la voluntad de Dios en la vida. Dios nos ha querido perfectos, como el Padre celestial es perfecto. Y la medida de la perfección la encontramos en Cristo, hermano nuestro, que nos da la medida, el tipo de hombre al que debemos tender.

Este es el camino que inicia la mujer consagrada en el momento que responde generosamente al llamado de Dios. Comienza así una doble acción: por parte del alma y por parte de Dios. Por parte del alma, que se abre a la acción de la gracia para hacer la voluntad de Dios en su vida, es decir, asemejarse cada día más a Cristo. Y por parte de Dios que, mediante la gracia y la permisión de diversas circunstancias, irá atrayendo a Si al alma consagrada.

Si bien no podemos establecer, como decíamos antes, dos caminos iguales en la vida espiritual, existen sin embargo fenómenos similares que recorren las almas. Podemos hablar entonces de etapas o grados en la vida espiritual. Estas etapas o grados de la vida espiritual tienen su fundamento en el nuevo testamento y en la razón.

En el nuevo testamento nos encontramos con las palabras de Jesucristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc.9, 23). Esta frase de Jesucristo nos habla de tres etapas. En la primera el alma debe abnegarse, renunciar a su mundo para poder seguir a Cristo. Después de esta renuncia el alma como que está más abierta a seguir a Cristo, seguimiento que viene siempre identificado con tomar la Cruz y que requiere ya no sólo negarse, sino ejercitar una acción positiva, es decir, el ejercicio de las virtudes o de aquellas virtudes más características del alma consagrada. Viene después el resultado del seguimiento, es decir la unión. El alma consagrada tiende siempre a esta unión, a través de un amor más fiel, más puro, más íntimo.

"La razón demuestra la legitimidad de esta distinción. Puesto que la perfección consiste esencialmente en el amor de Dios, habrá tantos grados de perfección cuantos grados de amor"14. El amor tiende a la perfección, es decir a hacer uno con el amado, de forma que no haya división entre el querer del amado y el querer del amante. El alma consagrada que se lanza en el seguimiento de Cristo lo hace para llegar a ser uno con el Amado. Pero para llegar a esta unicidad, es necesario que el alma se despoje de sí misma. Comienza por tanto una primera etapa que es la etapa purificativa, en dónde el alma debe limpiarse de sus faltas pasadas y así preservarla de las venideras. El alma lucha por adquirir la pureza del corazón para ver a Dios. Para adquirir esta pureza de corazón, el alma debe luchar en forma enérgica y constante contra las malas inclinaciones que la arrastran al pecado y debe poner en práctica diversos actos que la acercan a Dios, como pueden ser la oración, la meditación lo los ejercicios de piedad necesarios para limpiar el alma y estar en disposición de seguir a Cristo.

Después de que el alma se ha purificado, puede entonces emprender el seguimiento de Cristo. Este seguimiento, lo hemos mencionado, consiste en la imitación de sus virtudes. Pero para imitarlo, no basta solamente con el deseo, es necesario que esos deseos se lleven a la práctica. El alma, por lo tanto, deberá ejercitarse en aquellas virtudes que la hagan más semejante a Jesucristo. Estas virtudes, teologales y morales, pueden quedar perfectamente inscritas en el carisma del Instituto. Si el alma quiere unirse plenamente a Cristo, puede encontrar en el carisma la guía más segura para conocer las virtudes que más puedan asemejarla a Cristo, ya que el carisma no es sino la forma en que el Fundador o la Fundadora han querido imitar a Cristo. "Es preciso, por tanto, dejarse conducir por el Espíritu al descubrimiento siempre renovado de Dios y de su Palabra, a un amor ardiente por Él y por la humanidad, a una nueva comprensión del carisma recibido. Se trata de dirigir la mirada a la espiritualidad entendida en el sentido más fuerte del término, o sea la vida según el Espíritu"15. En el patrimonio espiritual del Instituto, la religiosa encuentran material abundantísimo para confrontar su vida con aquellas virtudes que la harán más semejante a Cristo.

Cuando el alma se abraza a Dios y goza en su presencia, cuando lo busca por todas partes y en medio de las ocupaciones más absorbentes, podemos hablar de una tercera etapa, que es aquella en la que "el alma, purificada de sus pecados, aligerada y confortada, dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo, no desea otra cosa sino la unión íntima con Dios"16.

Estas tres etapas de la vida espiritual se realizan en cada alma consagrada en forma diversa, respetando la psicología y las circunstancias de cada persona. No son etapas en el sentido estricto de la palabra y muchas veces, como en todo dinamismo, no se pueden establecer claramente linderos o fronteras. Como parte de un proceso de vida, se darán incluso algunos retrocesos o avances que no siguen una linealidad preconcebida.

Si bien escapan a toda esquematización estas etapas de la vida interior, algo que debe quedarnos claro es la influencia que tienen sobre todo el ser humano. La persona humana, espíritu y materia, es un todo y algo que afecta a una parte de ella, le afecta al todo. Podemos utilizar la imagen de los vasos comunicantes en donde el aumento o disminución de líquidos en un vaso afecta al todo, por el hecho de que todos están comunicados a través de un mismo sistema. Así, si una circunstancia afecta el avance o el retroceso en el seguimiento de Cristo, así también la oración se verá afectada de acuerdo a la etapa o el momento espiritual por el que esté cruzando el alma. Por lo tanto, no debe asustarnos el encontrarnos con una oración árida, o con una oración llena e afectos. Pueden ser parte del itinerario que estamos siguiendo en la imitación de Cristo. Lo veremos con más detalle en el siguiente apartado.


3. Las etapas de la vida y la oración.

"Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt. 5, 48) debe ser el leit motiv, para adquirir la santidad. Y en este esfuerzo que debe circunscribir todo el arco de nuestra vida, las diversas etapas por las que pasa la persona consagrada deben estar permeadas también de este impulso vital. Sin embargo, antes de entrar a analizar la relación que existe entre las diversas etapas de la vida y la oración, es conveniente aclarar el concepto de santidad.

La persona consagrada que inicia su carrera hacia la santidad debe ser consciente de lo poco que puede hacer para alcanzar la santidad. Esta afirmación podría parecer a simple vista como una contradicción y como un ir en contra a todo aquello que proclama la Iglesia y el Papa, en relación con la santidad. "Se debe programar la santidad..." "Lo único que debe quedarnos del Jubileo es el esfuerzo por alcanzar la santidad..." Y muchas veces pensamos que nosotros, en base a nuestro esfuerzo, a nuestra dedicación, a la vivencia fiel de nuestros compromisos espirituales y apostólicos, somos los que vamos a alcanzar al santidad.

Grave error. Es Dios quien va a actuar en nosotros. "... el mandamiento que nos da (Jesús) no es <>, sino <> perfectos. El amor, incluso a nuestros enemigos, que exige Jesús no es tarea nuestra, sino su tarea en nosotros. Esto es lo que marca la diferencia. Como dijo después de que el joven rico se marchó: <>"17. Dios sólo es el autor de la santidad y es Él quien va a ir actuando en nosotros. Cabe sin embargo hacer una aclaración sobre la forma en que actuará, pues, como hemos mencionado al inicio de este artículo, la santidad no consiste, únicamente, en visiones o éxtasis, sino en tender a la imitación y unión con Jesucristo.

Dios actúa a través de los caminos ordinarios de nuestra vida. Si la persona consagrada quiere seguir a Cristo, imitarlo y unirse a Él, Dios actúa en la medida en que esta alma sea generosa y se abra a Él, a través de su actuar ordinario. Dios utiliza nuestro actuar, toma lo que nosotros le ofrecemos y se sirve de ello para llevarnos a la santidad de vida, para ir transformándonos. Lo cual no implica la exención de un esfuerzo ascético de nuestra parte. Sino más bien, el redoblar nuestros esfuerzos, pero sabiendo que Dios es quién labora en nosotros, en última instancia. No es correcto decir, entonces, "yo me hago santo", sino más bien, "Dios me hace santo, a través de mi esfuerzo". Esta doble aseveración nos recuerda el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, en donde un muchacho pone a disposición de Jesucristo, lo único que tenía, cinco panes y dos peces.

Para la religiosa, como para cualquier fiel cristiano, la oración es el lugar privilegiado de dónde surgen las fuerzas para ser santo y recibe indicaciones claras y precisas sobre el derrotero que debe seguir en su esfuerzo por alcanzar la santidad. "La vida religiosa no se puede sostener sin una profunda vida de oración, individual, comunitaria y litúrgica. El religioso, que abraza una vida de total consagración, está llamado a conocer al Señor resucitado con un conocimiento ferviente y personal y a conocerle como a uno con el cual se está personalmente en comunión: " Esta es la vida eterna: conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo a quien El ha enviado " (Jn 17, 3). Su conocimiento en la fe trae consigo el amor: " aun sin verle le amasteis y sin verle todavía os alegráis ya con gozo tan glorioso que no se puede describir (1 Pt 1, 8). Este gozo de amor y conocimiento, se produce de muchas maneras, pero fundamentalmente, y como medio necesario y básico, a través de encuentros personales y comunitarios con Dios en la oración. Aquí es donde el religioso encuentra "la concentración de su corazón en Dios", que unifica vida y misión. Así como ocurrió con Jesús, en cuya vida la oración como acto diferenciado, ocupó un espacio amplio y esencial, el religioso necesita orar para ahondar su unión con Dios (cf Lc 5, 16)"18.


A. La primera etapa.

En una primera etapa, el alma consagrada vive en estado de gracia y tiene un gran deseo de alcanzar la perfección, la unión con Dios, pero conserva aún un afecto al pecado venial y está expuesto a caer de vez en cuando en algunas faltas graves. Así es como define este estado del alma, el primero, Ad. Tanquerey19. Como mencionamos anteriormente, no pretendemos que la vida interior sea un esquema, en donde se pueda catalogar todo minuciosamente. En donde, después de un minucioso y detallado acontecer de hechos y circunstancias, pueda pasarse a una etapa. Esto sería tratar de poner normas al espíritu, quién es, en última instancia, el artífice de la santidad. Se trata más bien de dar ciertas pistas, ciertos puntos de referencia para conocer el trabajo que el Espíritu va realizando en las almas de las mujeres consagradas que se adentran en la unión con Dios y así poder ayudarles más fácilmente, o ayudarnos más fácilmente en este camino hacia la santidad. Conscientes de los movimientos que Dios suscita en nuestras almas, podremos más fácilmente colaborar con la gracia que Él nos envía.

Cuando el alma inicia su camino hacia la perfección, busca sinceramente unirse a Él. Pero sabemos que esta unión puede llevarse a cabo plenamente si el alma está aún apegada al pecado venial. El alma puede no ser consciente de este apego y será Dios quien se encargará de hacérselo ver. Puede suceder que pensemos haber ya superado esta etapa o pensar que el la etapa propia de las novicias. Esto no siempre es así. El alma puede contentarse con vivir en estado de gracia por no cometer pecado mortal, y tenerle un profundo horror. Pero este horror al pecado mortal puede ser sin embargo compatible con algún afecto al pecado venial. Y esto puede darse, sin que el alma sea consciente de ello. El alma, por muchos años, puede estar trabajando por su santificación personal y no avanzar o avanzar muy poco, en relación a los esfuerzos y al estilo de vida que se esfuerza por encarnar. Sucede lo que dice San Juana de la Cruz cuando menciona que el alarma quiere llenarse de Dios, como cuando queremos llenar un aljibe de agua. Hacemos buenas obras, practicamos la oración, la ascesis y sin embargo, notamos después de un tiempo, que el aljibe no está lleno, que nuestra alma no se ha llenado de Dios. ¿Qué es lo que está sucediendo? Haciendo una revisión del aljibe, nos daremos cuenta que tiene una o más grietas, pueden ser pequeñas, insignificantes, pero que hacen que el aljibe pierda agua, hasta irse vaciando, sin casi sentirlo o notarlo. Si somos sinceros con nosotros mismos, debemos reconocer un apego a un pecado, un afecto que no es de Dios y que no queremos dejarlo. Es por ahí, por dónde perdemos todo lo que obtenemos previamente.

Hay que dejar bien en claro que afecto no es pecado. No es que la persona peque continuamente, ni siquiera en forma venial. Se habla aquí de un afecto, de una inclinación consciente y deliberada hacia un pecado venial. Un afecto al cual el alma se ha apegado y no lo quiere extirpar.

Si esta es una de las notas características de esta etapa de la vida interior, habrá que enfilar todas las baterías hacia la extirpación de este o de estos afectos desordenados. Y aquí entramos en materia. Una doble materia: ¿cómo puede el alma beneficiarse de la oración en este combate por extirpar el apego al pecado venial? Y ¿cómo puede esta etapa de la vida interior (el combate por desapegarse de la afección al pecado venial) afectar la oración?

Comencemos con la primer pregunta. Si el alma en estos momentos busca despegarse de su afección al pecado venial, "los principiantes deben meditar, de ordinario, de todas las verdades que puedan ponerles horror tremendo del pecado, las causas de sus caídas, la mortificación que acude con el remedio, los principales deberes de su estado, el buen uso y el abuso de la gracia"20.

Esta oración corresponde a la reflexión. La persona consagrada toma un pasaje del evangelio, de las constituciones, algún libro de espiritualidad y comienza a "desgranarlo", es decir a asimilarlo, a hacerlo propio. Descubre luces para su vida. En este momento el entendimiento trabaja, sirve de guía para que después, la voluntad, a través del movimiento de los afectos, pueda adherirse con fuerza a la voluntad de Dios y rechace con energía todo aquello que la aleja del camino de la santidad, es decir, del camino de su amistad personal con Dios.

La vida interior de estas persona se enfila hacia la purificación de los afectos desordenados, es decir, de aquellos que los alejan de la voluntad de Dios. Dicho en positivo, esta etapa busca que el alma tome consciente de sus flaquezas y debilidades, sus afectos desordenados y los combata a través del cultivo de las virtudes. Mas que pensar en una purificación en sentido negativo, podemos decir que es la etapa en la que alma debe decidirse a seguir más de cerca a su Señor. Y esto lo hace con la vivencia de las virtudes. La oración de reflexión le sirve como una primera etapa en su vida interior, pues le da a conocer la voluntad de Dios para su vida. El entendimiento es el que está trabajando. Mediante el trabajo de la reflexión, presenta a la voluntad la materia que debe vivir. El entendimiento hace ver al alma cuáles son los puntos que debe cambiar en su vida, los puntos que debe reformar o aquellos que debe comenzar a vivir. Hasta aquí podría parecer un trabajo de introspección y el alma consagrada debe ser consciente de este peligro, al pensar que ha hecho oración, simplemente porque ha meditado en aquello que más le conviene. Ver la voluntad de Dios y no actuarla es como ver un paisaje y no disfrutarlo.

Estas almas pueden quedarse por mucho tiempo "estancadas" en este estado. Van a la oración con decisión. Saben que en ella Dios les dará a conocer su voluntad. Tienen un sincero de conocer la voluntad de Dios, la conocen, la descubren mediante el trabajo del entendimiento, pero se quedan ahí. Uno de los problemas fundamentales es pensar que el con el hecho de llevar una cierto estilo de vida como una ascesis personal y comunitaria, un trabajo espiritual, frecuentar los sacramentos y hacer apostolado, entre otras actividades humanas y espirituales, nos lleva por sí sólo al estado de perfección al que estamos llamados. Nos acostumbramos a la oración de reflexión, o más bien dicho, domesticamos, la oración y nos contentamos con la reflexión que hacemos.

Esto no significa que no veamos claro nuestros defectos. Los vemos y nos dolemos de ellos. Hacemos firmes propósitos, con nuestro entendimiento, de cambiar. Llevamos como materia de dirección espiritual todo aquello que hemos visto en la oración. Pero seguimos estancados en este estadio. No sabemos ejercitar en la oración la voluntad y los afectos. Nos contentamos con el entendimiento. Y esto es así porque nos da miedo perder el control de nuestra vida.

Cuando la oración pasa de ser discursiva a ser afectiva, es un gran riesgo para el alma, porque significa ponerse ya en las manos de Dios. El alma, con el sólo intelecto, puede ver muchas cosas, darse cuenta de sus defectos. Pero el formular los deseos de cambiar, fundamentado sobre todo en el amor, es un acto que compromete a la persona.

Podemos por tanto hablar de varias dificultades que encontramos en esta etapa de la oración y que no nos dejan seguir adelante.

a) La falta de experiencia en la oración afectiva, hace que nos quedemos siempre en esta especie de oración introspectiva en donde el alma se contenta con una serie de razonamientos y disquisiciones, muy lógicos y muy acertados, pero que no mueven ni el corazón ni su voluntad. Será necesario por tanto ensayar la parte de los afectos -mediante los coloquios- para luego mover la voluntad a través de los propósitos concretos al final de cada oración.

b) Existe una falta de generosidad en estas almas, porque bien sabemos que "El arte de orar, mientras vamos creciendo, es en realidad el arte de aprender a perder el tiempo gratuitamente, ser sencillamente la arcilla en manos del alfarero... Es mucho más fácil decir nuestras novenas, trabajar por el reino o, simplemente, seguir meditando, manteniendo siempre en nuestras manos el control de nuestro destino"21. Estas almas piensan que ya son generosas porque le permiten a Dios que ilumine su intelecto para hacerles ver la voluntad de Dios. Esta postura, un poco de soberbia, niega a Dios la posibilidad de modelar en ellas la figura de la mujer perfecta, de la mujer santa a la que deben tender todos sus esfuerzos.

c) La mayor dificultad puede venir de las distracciones. Siendo el intelecto la potencia más activa en este tipo de meditación, no es fácil para quien no está acostumbrado a la concentración interior, dedicar varios minutos seguidos a un tema. Estas distracciones, sin duda alguna, no dejan avanzar en la vida de oración. Lo mejor es rechazar en forma pronta, enérgica y constante todas las distracciones. Volver al tema de la meditación. Para ello es bueno volver a leer los puntos, el libro de espiritualidad. Siendo la imaginación "la loca de la casa" como la definía Teresa de Ávila, será esta parte del intelecto la que más debemos controlar. Por ello será muy recomendable que en estas primeras etapas de la meditación centremos nuestra imaginación en una materia muy viva, capaz de mantener este sentido fijo por el espacio de tiempo que dedicaremos a la meditación. Pero, si queremos progresar en la meditación, habrá que ser muy honestos para descubrir la proveniencia de esas distracciones.


i. Puede ser una falta de preparación adecuada de la meditación. No es lo mismo llevar nuestros puntos preparados a la meditación, que arrodillarse y preguntarse espontáneamente: "y ahora, ¿sobre qué tema medito?". Si ya es difícil de por sí recoger los sentidos para adentrarse en una materia, más difícil será cuándo no tenemos ninguna materia preparada.

ii. Pueden surgir distracciones por no tener un método propio de meditación. El cambiar de tema día con día, o el hacer la meditación de forma demasiado variada, deja campo abierto a las distracciones. Si bien Dios puede dar sus gracias de diversas formas, por lo común es más conveniente ir encontrando el método propio y fijarnos una materia sobre la que meditemos.


iii. Pero, a mi juicio, la fuente originaria de las distracciones es la falta de generosidad con Dios. El intelecto trabaja en este punto, pero tiene como único fin presentar a la voluntad y a los afectos materia para que el alma se adhiera a la voluntad de Dios, bien sea a través de los afectos o a través de los propósitos. Como es difícil que el intelecto trabaje sin descanso -y la formulación de los propósitos y afectos le proporcionarían cierto descanso- es lógico que surjan esas distracciones. Además, si el alma se ha acostumbrado a este tipo de meditación introspectiva, paulatinamente irá confundiendo las distracciones con derivaciones de la meditación, confundiendo meras elucubraciones mentales por meditación. Y todo ello porque no sabe, no quiere o no puede ser generosa con Dios para mover su voluntad a través de los afectos.

Hay que ser conscientes de que Dios quiere de nosotros la perfección de vida y Él será el primero en movernos hacia etapas sucesivas, respetando sin embargo nuestra libertad.



B. La segunda etapa

"(se llama) vía iluminativa (...) por consistir especialmente en la imitación de Nuestro Señor por medio de la práctica positiva de las virtudes cristianas."22

La característica fundamental de estas almas es que conocen las verdades fundamentales de nuestra fe y se han convencido plenamente de ellas y buscan vivirlas con plenitud, tratando de vivir en sus vidas, la misma vida de Cristo. Esta característica es, en síntesis, el resumen de la vida consagrada, de hoy y de siempre: "Las personas consagradas, para bien de la Iglesia, han recibido la llamada a una "nueva y especial consagración", que compromete a vivir con amor apasionado la forma de vida de Cristo, de la Virgen María y de los Apóstoles (...) Es necesario, por tanto, adherirse cada vez más a Cristo, centro de la vida consagrada, y retomar un camino de conversión y de renovación que, como en la experiencia primera de los apóstoles, antes y después de su resurrección, sea un caminar desde Cristo."23

Ya no se trata por tanto, de un simple rechazo al pecado mortal o, incluso al pecado venial. Sino más bien, el esfuerzo por vivir las virtudes cristianas, buscando imitar a Cristo. Para llevar a cabo este trabajo, el alma consagrada cuenta con múltiples medios, entre los que destaca de modo privilegiado la oración y la ascesis. "La vida religiosa no se puede sostener sin una profunda vida de oración, individual, comunitaria y litúrgica. El religioso, que abraza una vida de total consagración, está llamado a conocer al Señor resucitado con un conocimiento ferviente y personal y a conocerle como a uno con el cual se está personalmente en comunión: " Esta es la vida eterna: conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo a quien El ha enviado " (Jn 17, 3). Su conocimiento en la fe trae consigo el amor."24

La oración en esta etapa ha pasado ya de una mera oración de reflexión a una oración de contemplación. En esta oración predominan los afectos, o sea, los diversos actos de la voluntad a través de los cuales movemos nuestra alma hacia un amor a Dios y el deseo de que se cumple su voluntad en nuestras vidas.

Habíamos mencionado que en la oración de reflexión el intelecto es la potencia que más trabaja. Una vez que el alma ha adquirido ese hondo conocimiento de las verdades es necesario pasar a un conocimiento afectivo. El intelecto presenta la materia al corazón y es el corazón ahora el que lleva la principal parte en esta oración. Se mueve a amar a Dios, pero no con un amor sentimental, sino con un amor de voluntad. Son los afectos que mueven la voluntad.

Estos afectos se expresan generalmente a través de los coloquios. Por ello se va pasando de la oración discursiva (o meditativa) a la oración afectiva mediante estos coloquios amorosos. No son coloquios vanos, no son frases huecas en las que no se dice nada. Más bien, son expresiones del amor del alma hacia Dios, por la materia que ha contemplado. El alma ha hecho suyas la materia que ha meditado. Las comprende no solamente con el intelecto, son con el corazón. Es necesario clarificar bien este concepto, pues el paso a este tipo de oración es más bien un salto cualitativo en el amor que en el conocimiento. No se trata de "conocer más y mejor a Dios", sino de amarlo "más y mejor". El alma, paulatinamente, no necesita de materia para meditar, pues le bastan los afectos que formular.

El alma se dará cuenta que está preparada para este tipo de oración cuando se haya desasido del apego a todo tipo de pecado y así puede más fácilmente ver a Dios. Otro signo es que prueba una cierta insatisfacción al hacer oración en forma discursiva, pues ya sabe de que van los argumentos y no necesitas pensar ni repensar, sino amar y más amar. Por último, cuando el alma ya conoce la materia, es un estorbo seguir profundizando en ella, desde el intelecto y ahora lo busca hacer desde los afectos.

Estos afectos nacerán siempre del considerar verdades que ayuden a amar más y mejor a Dios.

En la oración afectiva podemos tener diversos inconvenientes y peligros, sobre los que debemos prestar atención:

a) Esforzarse excesivamente en conseguir los afectos. Con tales esfuerzos el sistema nervioso se desequilibra y lo que se consigue es simplemente un gran estado de desasosiego y aridez. Esto puede deberse a malinterpretar los afectos con los sentimientos. No son sensiblería lo que se quiere conseguir, sino amar a Dios, prometer amar a Dios. Es decir, lo que hemos mencionado como "amar más y amar mejor a Dios".

b) Por ello se debe siempre buscar mover la voluntad, más que la sensibilidad. Cada meditación debería terminar con un propósito concreto, para llevar a la práctica los afectos. Un propósito concreto que no olvide el propósito general de alcanzar la santidad. Aquí conviene recordar la metáfora de Santa teresa. Si Dios permite sacar el agua del pozo a través de una polea o incluso por un manantial o una lluvia, no es simplemente para quedarnos con ese consuelo, sino para regar las plantas de nuestras virtudes. Estas virtudes nos asemejarán más con la persona de Cristo. La diferencia entre sensibilidad, amor y acto de la voluntad lo encontramos en estas palabras de Tanqueray: "Tengamos siempre presente que el amor es un acto de la voluntad; cierto que refleja a menudo sobre la sensibilidad, y produce en ella emociones más o menos fuertes; mas no son éstas la verdadera devoción, sino manifestaciones accidentales, y han de estar siempre subordinadas a la voluntad... Ha de procurar el alma espiritualizar sus afectos, sosegarlos y ponerlos al servicio de la voluntad; entonces gozará de una paz que superará a todo sentido."25

c) Otro defecto puede ser la soberbia y la presunción, al pensar que ya ha alcanzado la perfección. Esto puede deberse a que piensa que unos cuantos signos son suficientes para haber alcanzado la santidad. Esta oración se enfanga haciéndola un ejercicio de contemplación personal, en dónde sólo se espera una comunicación personal con Dios o se busca una contemplación gratificante.

d) Otro peligro de este tipo de oración es el buscar únicamente las consolaciones. Cuando Dios permite estas consolaciones, estas almas avanzan a grandes pasos, pero cuando Dos las quita, las almas se desasosiegan. No se ha comprendido que las consolaciones no son esenciales para la oración, ni para la oración discursiva, ni para la oración contemplativa. Son regalos que Dios da y debemos ser humildes al recibirlos, pero no enfadarnos cuando se nos quitan. En ciertos momentos de la vida del alma, Dios permite la desolación para probar y ver si nuestro amor es verdadero, si nuestra fe es pura y si confiamos totalmente en Él. Amaro, creer en Él o esperar en Él sólo por los consuelos recibidos, es cimentar la vida espiritual en terreno movedizo. Llegan las desolaciones, ¿y qué sucede con estas almas? Se desmoronan.

C. La tercera etapa

"Luego que hemos purificado nuestra alma, y la hemos adornado con el ejercicio positivo de las virtudes, ya estamos dispuestos para la unión habitual e íntima con Dios, osea, para la vía unitiva."26

Hablar de estos temas, pueden dar miedo o crear en nosotros un cierto escepticismo. Y sin embargo, ésta debería ser la aspiración de toda alma consagrada. "Toda la vida de consagración sólo puede ser comprendida desde este punto de partida: los consejos evangélicos tienen sentido en cuanto ayudan a cuidar y favorecer el amor por el Señor en plena docilidad a su voluntad; la vida fraterna está motivada por aquel que reúne junto a sí y tiene como fin gozar de su constante presencia; la misión es su mandato y lleva a la búsqueda de su rostro en el rostro de aquellos a los que se envía para compartir con ellos la experiencia de Cristo. Éstas fueron las intenciones de los fundadores de las diferentes comunidades e institutos de vida consagrada. Éstos los ideales que animaron generaciones de mujeres hombres consagrados. Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios."27

Este amor no es sino la unión íntima y habitual con Dios por Jesucristo. Será por tanto un vivir simplemente para Dios, lo cual implica un olvido de nosotros mismos para amarle a Él "con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas".

Sin embargo, con nuestras propias fuerzas no podemos amarlo. Es necesario por tanto recurrir a su ayuda, especialmente frecuentando los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

Las características de esta etapa se reducen a la necesidad de referir toda la vida a la unión íntima con Dios por media de la caridad divina, puesto que el alma vive casi de continuo en la presencia de Dios (que no significa una contemplación mística) y por ello busca con cuidado desasirse de las criatura, que no significa menosprecio, sino ponerlas en una adecuada jerarquía de valores, recordando la regla del tanto en cuanto de San Ignacio de Loyola.

Este deseo de unión íntima y habitual con Dios la que hace que estas almas tiendan a la soledad para estar sólo amando al Amado, como lo expresaba Santa Teresa. No es una soledad en la que se desprecia el mundo o las cosas del mundo, sino es la soledad del que ha encontrado todo en Dios. Es una unión que hace "uno" al alma con Dios y por lo tanto es una unidad sin la soledad.

De esta manera el amor de Dios llega a ser la única virtud de estas almas de forma que todas las otras virtudes se ejercitan a partir de esta única virtud del amor. Y, como habíamos mencionado al inicio de este artículo, las diversas fases y etapas por las que atraviesa el alma se comunican todas las acciones del hombre. Así la oración, también viene a sufrir modificaciones. Ahora se busca una oración de quietud, una oración que ayude a amar más y mejor. Será por tanto una simplificación en la oración: desaparecen poco a poco los discursos para dar lugar a los afectos y luego estos afectos se simplifican para llegar a Uno sólo: la contemplación.

Podemos afirmar que estas almas viven una constante oración, en el sentido que su vida consiste en estar amando a Dios en todo momento y en toda actividad. Las almas que alcanzan este estado de perfección se caracterizan por una gran pureza de corazón, un gran dominio de sí mismas y una habitual necesidad de pensar en Dios.

Pasemos ahora a analizar la oración de simplicidad, o así también llamada unión. Como un todo, el alma se acostumbra sólo a amar más y amar mejor a Dios. Desarraigada de los pecados, adornada ya con varias virtudes, busca sólo amar a Dios. Esta búsqueda se da también en la oración, por lo que todo tiende a simplificarse. Quiere estar, como toda su vida, amando en la oración. Este amor lo consigue mirando.

En primer lugar, en este tipo de oración se da la disminución y la supresión de los razonamientos. Antes, en la primera etapa de su vida, era necesario toda una serie de discursos para que el intelecto conociera las verdades de la fe. Después lega el momento en que el alma se ha habituado tanto a estas verdades de fe que basta sólo con traerlas a la mente. Brotan fácilmente los afectos. En este tipo de oración, no es necesario siquiera traer estas verdades de la fe a la mente. El alma tiene una visión intuitiva de la inteligencia. Se conoce sin dificultad los principios de la fe. Un concepto como al amor, la cruz, se entiende intuitivamente y se pueden saborear las ideas ahí encerradas. No es un ejercicio de la memoria, sino de la voluntad y de los afectos que se dedican a amar a a partir de esa visión intuitiva de la inteligencia. También sucede que al alma le puede bastar una mirada confusa a Dios y a las cosas espirituales para entrar en la presencia de Dios, hacerse dócil para cumplir su voluntad y entregarse a Él sin necesidad de multiplicar los actos del entendimiento o de la voluntad.

En segundo lugar se da una simplificación en los afectos. Ahora ya no es necesario multiplicar las ideas para provocar los afectos. Una sola idea puede ser capaz de originar muchos afectos y el alma puede prodigarse en uno sólo por un largo período de tiempo. El alma tiende a fijarse en un sólo afecto, casi como si fuera una idea fija: la Pasión de Cristo, el amor de Dios hacia él, etc. A este afecto se subordinan todos los demás, pues no se trata de un afecto exclusivo, sino de un afecto central. Esta simplificación del afecto se extiende a todo el vivir. Se habla, se piensa, se duerme, se hace apostolado en función a este afecto principal.

Hay que decir que este tipo de oración, la oración de simplicidad no está reservada para un tipo de almas, ni es una oración que se realiza en forma exclusiva. Si bien corresponde a un cierto estadio de la vida interior, esto no quiere decirse que en ese estado de vida puedan tenerse meditación es de tipo discursivo de tipo afectivo. De hecho, por ejemplo, cuando el alma entra en los ejercicios espirituales anuales, será el mismo director de ejercicios quien junto con la temática irá proponiendo diversas formas de oración. Todo ello de acuerdo con la temática propia de los ejercicios y al estado del alma en la que se encuentra el ejercitante.

Conviene por lo tanto que el alma sepa combinar estos tres tipos de meditación de acuerdo con las necesidades que vaya sintiendo, y en dependencia de su director espiritual. Quien conoce nuestra alma, sabrá juzgar los momentos por los que está pasando y sugerirá el tipo de oración más adecuado.

Hay almas más propensas a los afectos o almas en las que predomina la voluntad. A unas y a otras habrá que aconsejarles los medios para que hagan una meditación discursivo-afectiva. Así quien tiende a los afectos, se le pedirá que haga actos razonados de amor de Dios y a quien tienda más haca la voluntad se les pedirá que lleven al corazón sus decisiones y propuestas, o bien, que sus propósitos los hagan surgir del corazón.

Podemos concluir diciendo que la oración está íntimamente ligada a los estadios de la vida interior de cada alma y que conviene ir al paso de la gracia. A cada alma Dios le señala el paso y la meta a la que debe llegar en su vida. El alma, junto con su director espiritual, aprenderá a discernir lo que Dios le va pidiendo y los medios más adecuados para darle una respuesta generosa. Respuesta que sin duda alguna lo llevará a la santidad de vida a la que está llamada pro su consagración especial a través de la profesión de los consejos evangélicos en un determinado Instituto religioso.


NOTAS
1 Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 6.1.2001, n.30
2 Paulo VI, Lumen Gentium, n.40
3 Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n. 31
4 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 46
5 Juan Pablo II, Vita Consecrata, 25.4.1996, n.70
6 Matta el Meskin, Consigli per la preghiera, Edizioni Qiqajon, Magnano (BI), p.57
7 Antonio Furioli, Preghiera e contemplazione mistica, Ed. Marietti 1820, Genova, 2001, p. 22
8 Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n. 34
9 Teresa de Jesús, Libro de la vida, cap. 11, n.7 en (Alberto Barrientos, ed.) Obras completas, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1984.
10 Thomas H. Green, SJ. Cuando el pozo se seca, Editorial Sal Terrae, Santander, 1999, p. 43
11 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostolica. Caminar desde Cristo, 19.5.2002 n. 25
12 Juan Pablo II, Vita Consecrata, 25.4.1996, n.70
13 Ibid,n.71
14 Ad. Tanquerey, Compendio de Teología ascética y mística, Edicione Palabra, Madrid, 1990, p.334
15 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Caminar desde Cristo, 19.5.2002 n.20
16 Ad. Tanquerey, Compendio de Teología ascética y mística, Edicione Palabra, Madrid, 1990, p.335
17 Thomas H. Green, SJ, Cuando el pozo se seca. La oración más allá de los comienzos, Editorial Sal Terrae, Madrid, 1999, p.73
18 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 28 y 29
19 Ad. Tanquerey, op. cit., p. 341.
20 Ibidem. p. 365
21 Ibidem. p.367
22 Ibidem. p. 511
23 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Caminar desde Cristo, 19.5.2002 n.8 y 21
24 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 28
25 Ad. Tanquerey, op. cit., p. 524-525.
26 Ibidem. p. 679
27 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Caminar desde Cristo, 19.5.2002 n. 22


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